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domingo, 29 de noviembre de 2009



Sobrevivir


       Zancones, de plumaje oscuro y pico largo y agudo, poco vistosos cuando están en su tarea de cazar insectos para su sustento, pero majestuosos cuando agresivos despliegan sus alas blanquinegras, dispuestas a enfrentar violentamente a los intrusos en defensa de su territorio.
      Siempre andan en pareja. A veces reciben visitas consideradas no gratas, de otras parejas que buscan un sitio para aposentarse, o de nonos en busca de compañera o compañero.
    Fueron dueños de extensas zonas al sur de la ciudad pero las construcciones los obligaron paulatinamente a reducir cada vez más su hábitat.
     Primero lucharon por no dejarse desalojar, pero terminaron compartiendo a regañadientes con los nuevos residentes. Perseguían a los niños que montaban sus bicicletas o jugaban, quizá también porque ellos aún no practicaban el debido respeto.
    Hoy sólo quedan unas pocas parejas que se han convertido en las mascotas de los residentes, pero dejándose contemplar sólo de lejos.
   Son padres ejemplares. Ayer nacieron dos polluelos y la mamá se aprestó a iniciar su proceso de enseñanza. Practican con sus hijos la máxima de: “no te regalo el pescado, te enseño a pescar”. Mientras el padre se pone en alerta para defenderlos de los aguiluchos y de los gatos, la madre estira su largo cuello para ordenarles que se pongan en pié y los lleva a dar un paseo para indicarles hasta dónde pueden llegar.
    Uno de los polluelos excedió los límites territoriales, provocando una sangrienta lucha. Uno de los dueños del terreno invadido logró alcanzarlo hiriéndolo en el cuello. Su madre se lo arrebató y en vano intentó esconderlo debajo de un resucitado. Ya cuando vio a su pellarcito tendido, abandonó la lucha y se fue en busca del otro, que esperaba temeroso a la sombra de un árbol, custodiado por su papá.


Aura López
Palabras Mayores Cali


La carta que no hubiera querido escribir



      Eras un muchacho alegre, amiguero, risueño. Recuerdo a tu profesora de kínder quien en las reuniones me decía que siempre retrasabas el inicio de la primera clase de cada mañana, porque tenía que esperar a que saludaras de mano a cada compañerito. No te preocupes profe - ya voy a terminar- le decías, y con tu sonrisa obtenías su aprobación.
       Creciste. Transcurrió tu vida universitaria. A mí el tiempo apenas me alcanzaba para responder por los quehaceres propios de mi trabajo, y tú igualmente afanado con tus obligaciones como estudiante.
      Habíamos establecido la costumbre de sentarnos a conversar aunque fueran pocos minutos, cada noche. Hablábamos de nuestras cosas cotidianas, tus planes, tu novia, tu estudio. Por cierto, te despedías más de lo necesario antes de irte a dormir.
      Era Agosto de 1994. ¿Que cómo me veo dentro de diez años? Sí, cómo te ves. Tengo muchos planes. Los habré realizado en gran parte. Ya habremos terminado de estudiar Juliana y yo, y mis planes la incluyen.
     Sabes que me interesan mucho los sistemas y la computación y veo mi futuro allí. A propósito, este fin de semana vuelvo a armarte el computador pues lo desbaraté pensando que tendría tiempo para terminar de limpiarlo, pero la preparación del parcial de hoy me tomó más tiempo. No te preocupes, Ma.
     Era jueves y te esperé hasta tarde como de costumbre ¿Por qué tardas tanto? ¿Por qué volviste a salir si ya estabas en casa? No llegabas. Comenzamos a preocuparnos. Creció la angustia. Me desesperé. Recibí la primera llamada, la segunda, muchas, qué dolor, a qué horas me atrapó este torbellino. Llegamos a tu lado. Qué frío tan doloroso ¿Qué haces ahí tendido? Vístete y nos vamos, en casa estarás mejor, apúrate.
   Yo daba vueltas en una loca y gélida espiral que vomitaba personajes siniestros y crueles, con afiladas garras, con capuchas blancas, que me fueron destrozando el corazón. Señora, que si dona los órganos de su hijo. Con fuerza me enfrenté a ellos. ¿Es que no lo piensan dejar despertar?
    Señora, ¿Por qué no le reza? ¿Cómo así? ¿Por qué? No entiendo nada. Paren ese remolino. ¿A dónde quieren llevarme?
   Desde aquel momento y por muchos años el hielo se apoderó de mi alma. Pero ya ves, el tiempo ha pasado inexorablemente y la vida ha seguido. Hoy tus sobrinos te recuerdan también aunque no te conocieron. Me preguntan mucho por ti.
   Al menos ya soy capaz de responderles, te describo en tu edad actual, con esa sonrisa tan sincera, con tu lenguaje des complicado, con tu “no problem Ma”. Poco a poco se ha ido desvaneciendo la nieve en ni corazón pero sin que te desdibujes. Mi punto de referencia es 1994. No te he apartado un solo instante de mi vida. Aún tengo muchas cosas para contarte pero tendré que tomar nuevo aliento.




Aura López
Palabras Mayores Cali

¿Vas a salir?



Estaba preocupado. Era una incomodidad que venía sintiendo en los últimos días; no era posible que a sus años, después de haber pasado las verdes y las maduras, su economía estuviera de nuevo viniéndose a pique.

Había pasado la noche entera pensando en la manera de conseguir la gruesa suma de dinero que debía pagar al día siguiente pero por más que echaba cabeza, no encontraba la solución, a no ser con un nuevo crédito; pero aun si lo conseguía no solucionaría en mucho su situación y  tendría una preocupación más para el próximo mes.

Cruzó por su mente la idea de vender las joyas que año tras año le había regalado a su esposa en cada ocasión especial.
Buscó el cofre que reposaba en la cámara secreta de una pared de su alcoba y estuvo mirándolas largo rato; advirtió que por su altísimo valor, no sería fácil venderlas en lote.  ¿Quien estaría en disposición de pagarle de contado la fuerte suma de dinero que realmente valían?
Ante esta duda pensó que sería mejor ensayar primero  con alguna alhaja  para tantear el mercado.  Se dedicó a tratar  de encontrar la joya que produjera el equilibrio perfecto  “más por menos”; es decir la que más dinero le reportara y la que menos echara en falta su mujer.

Pasó largo rato clasificando una por una.
-Es triste - se decía, acariciando las prendas, admirando sus filigranas o las espectaculares piedras  engastadas en el oro macizo.
Cada joya trajo a su mente recuerdos de mejores momentos  cuando festejaba en sus años jóvenes algún acontecimiento familiar con su también joven esposa y sus pequeños hijos que felices celebraban cuando él entregaba a la madre el estuche con la gargantilla, un anillo o esa pulsera que en complicidad habían escogido para ella.
Todos reían y alborotaban; siempre era una novedad verla abrir  los ojos de sorpresa a la par que su boca lanzando exclamaciones de admiración.
-¡Que se la ponga!- coreaban los pequeños.
-¡Siii, mami, póntela! -, decía el mayorcito.
 -¡Qué belleza!- exclamaban con cierto dejo de envidia muy bien disimulada las amigas invitadas a la celebración de turno.

Cada alhaja que examinaba  simbolizaba para él un episodio de su vida.
Los diamantes que le regaló para restituir esa canita al aire de fin de semana  que por poco le cuesta su hogar.
 -No, estos no-.
Surgió ante sus ojos el juego de esmeraldas que le dio cuando nació el primer hijo que traía consigo la semilla de la prolongación de su estirpe.
 –Estos tampoco-.
 Y así siguió buscando la prenda de la que pudiera desprenderse con menos dolor.
Finalmente, un pensamiento trascendental lo consoló momentáneamente:
-Cuando se muera tampoco se las va a llevar-. Sentenció.

Mientras persistía en su tarea recordaba que muchas veces habían comentado con sus hijos que en caso de una emergencia, estas joyas podrían sacarlos de apuros.
Y él sentía que ese momento había llegado; mañana no tendría manera de cumplir con sus obligaciones y era cuestión de tiempo para que vinieran  a embargarle sus bienes, situación que no estaba dispuesto a admitir; no sería capaz de saber a su familia sin techo y sin las comodidades que siempre habían disfrutado.
Sin embargo se sintió débil a la hora de definirse por alguna alhaja en particular.
Cerró el cofre que simuló  convertido en caja de Pandora y se limitó impotente a pasar sus dedos por los bordes una y otra vez en un acto mecánico; realmente no lo acariciaba;  su mirada fija en un punto indeterminado indicaba que su pensamiento estaba detenido en sus propias remembranzas, evocando  escenas, recreándolas, disfrutándolas acaso más ahora que se habían convertido en éter. Hubiera querido accionar el túnel del tiempo para vivirlas de nuevo y congelarse en ellas en un infinito “por siempre jamás”, pero recordó que retenerlas es imposible en esta dimensión.
Y al igual que se desvanecen las pompas de jabón, desaparecieron sus ilusiones y volvió a la realidad. Ahora aquellas solo existían aprisionadas en algún rincón de su mente y se mantenían fuertemente atadas a su corazón con los hilos invisibles del amor.

Permaneció inmóvil largo rato; repasaba su vida, sus esfuerzos, todos los sacrificios por sacar adelante a su familia, por lo único que sintió que valía la pena luchar y vivir la existencia; en su discurrir no atinaba a precisar en qué momento empezó a deteriorarse su vida y a derrumbarse el estado de las cosas a su alrededor.
Se detuvo a pensar que valía más muerto que vivo.
En la intimidad de su alcoba y en la más sagrada comunión consigo mismo, resumió su vida en una lágrima.
Salió de allí como cargando un enorme peso. Nadie lo notó.
Se sentía  frustrado, impotente,  iracundo y lleno de conmiseración consigo mismo en medio de su soledad.
-Vas a salir?- le preguntó su esposa.
-Por ahora no pienso hacerlo; ¿por qué? ¿Qué necesitas?-
-Necesito hacer una vuelta- le respondió ella; -¿Podrías llevarme? Me dejas y te regresas, si quieres-.
Asintió con un movimiento de cabeza.

Se veía ausente y así condujo  absorto en sus pensamientos; cuando llegaron a su destino, ella bajó del automóvil y él siguió su camino.
Llegó hasta el próximo semáforo para retomar la avenida; entonces repentinamente un hombre se abalanzó hacia su carro y antes de que se diera  cuenta, limpiaba el parabrisas. Su figura irradiaba dignidad. Su rostro sereno, modales mesurados,  vestimenta humilde, se percibía entusiasmo en lo que hacía y un inusual destello de  esperanza en sus ojos.
-Oiga, noo!- le increpó; -no quiero; no lo haga-.
El hombre, impasible, siguió su labor.
-Una monedita-, le imploró; - Usté me colabora con una monedita… lo que tenga- insistió en un tono de voz suave y sumiso.
Su rostro se contrajo con furia. Hizo el ademán de buscar en sus bolsillos y en los compartimientos del carro mientras  lanzaba improperios contra el hombre:
- Malnacido, hijueputa, qué se cree este gran marica: que tengo obligación de mantenerlo ¿o qué? – Vociferó.
El semáforo dio vía;  el hombre lo miró ansioso; él, mirándolo de reojo le advirtió que no tenía que darle nada.

Esperó  su reacción. Necesitaba un pretexto por leve que fuera para descargar lo que tenía represado.
-Está bien, Don; otro día-.
Su descontrol fue grande cuando le respondió con una sonrisa y una mirada llena de comprensión.
Desvió el arma que portaba.
A cada momento que pasaba percibía más su pequeñez.
Reconoció  lo mucho que pudo haber agradecido a la vida; ante sus ojos desfiló todo aquello que disfrutó, empezando por sus seres queridos.

En sus pupilas quedó grabada la imagen del hombre que dependía de la moneda que él le negó para completar el pan que ese día llevaría a los suyos.

Y al agudo dolor que le doblegaba se  sumó una gran vergüenza.

PALABRAS MAYORES – MEDELLÍN. Mercedes Castellanos

Noviembre 2009

sábado, 28 de noviembre de 2009

Pequeña historia de amor




Año 1936, mi futuro padre, quien se llamaba Guillermo Roldán Mejía, contaba apenas con 22 años, había nacido en San José de la Montaña, Antioquia, en un matrimonio bastante desafortunado; a la edad de catorce años resolvió probar fortuna, abandonó el hogar, si es que a eso se le podía  llamar hogar y viajó al suroeste del departamento, a  una vereda llamada La Miel, del municipio de Caramanta, en los límites con el departamento de Caldas. Inicialmente trabajó en una finca denominada  la Calera, propiedad del señor Salomón Botero, con quien años más tarde se iba a emparentar. A la edad de l8 años empezó a trabajar con el Ministerio de Obras Públicas,  en la apertura de la carretera, que del norte de Antioquia (costa Atlántica), llegaría hasta la costa pacífica (Buenaventura), comunicando a su paso varios departamentos, llevando el progreso a todos los pueblos y ciudades que tuvieron la fortuna de aparecer en el trazo de esta.
Para este año, se estaba trabajando entre los Municipios de Caramanta (Antioquia) y Supía (Caldas), un trayecto de unos treinta kilómetros, y solo faltaban siete para llegar al último.
Necesitaban encontrar un sitio donde construir un nuevo campamento, para improvisar los dormitorios para los trabajadores, el depósito de herramientas y demás enseres que se necesitaban para seguir adelante con el trabajo; este campamento, debía construirse  cerca a una casa donde les pudieran preparar la comida y arreglarles la ropa. Fue entonces cuando encontraron una pequeña finquita, en la vereda El Placer, con una casita mediana, que tenía  un corredor delantero lleno de masetas, de muchos colores, que al igual que el jardín del patio, que daba paso  a l camino de la entrada, le daban el aspecto de un Edén, haciendo honor al nombre que la pequeña parcela tenía.
La propiedad pertenecía a la familia Botero Ossa, que estaba formada por los esposos, Pedro Luis y Carlina, y siete hijos, seis de los cuales eran de sexo femenino. La hija mayor, se llamaba Carmen Argelia, le seguía Benjamín, único  hijo hombre, en el momento, porque Alfredo, el sexto, había muerto a los ocho años, victima de un sarampión. Las  otras cinco niñas, en su orden de aparición, se llamaban Elena, Dora, Magnolia, Nubia, y Carola por el momento, porque más tarde llegarían, Margot y otro hijo varón, que llevaría el nombre de su hermano muerto.
 Mi futura madre, Carmen Argelia, tenía entonces once años, papá decía que era una niña muy alta y esbelta;  aparentaba más edad de la que tenía; su tez era  trigueña, y sus ojos negros, igual que su hermoso cabello, que casi siempre llevaba recogido en dos gruesas trenzas rematadas con cintas de colores, que le daban un aire de gitana. A pesar de su estatura, apenas se vislumbraban en ella, los cambios de la pubertad.
Tan pronto vio la pequeña casita, el ingeniero jefe, se acercó a ella e hizo la forma de hablar con sus dueños, con quienes, después de un largo diálogo, logró contratar, tanto la preparación de la comida, como el arreglo de la ropa de los carreteros, como se les llamaba en aquella época a los que hacían este tipo de trabajo. Fue entonces cuando el joven, Guillermo, hombre de muy buena presencia, alto, delgado, de tez blanca, ojos azules, cabello rubio, ondulado,  y con una gran facilidad de expresión, conoció a la niña que le iba a hacer cambiar por completo el rumbo de su vida. Tan pronto la vio quedo impactado. El que debido al hogar tan desdichado  que le  tocó compartir en su niñez, siempre había jurado que nunca se casaría, cambió de opinión en ese mismo instante y se dijo para si: Esta va a ser la madre de mis hijos, ella o ninguna. El problema ahora, era tener que esperar a que ella acabara de crecer, para declararle su amor y pedirle que se casara con él. Cada día que iba pasando, el amor de él hacia ella iba creciendo; ella en cambio veía en él, a un señor muy apuesto y buen conversador que cada noche, después de comer, les daba paseos en la carreta, tanto a ella, como a sus hermanas menores; les recitaba poesías;  les llevaba libros, que ella leía en voz alta para todos. Así fue transcurriendo el tiempo; cada vez era mas difícil para él, mantener su amor en secreto; un año después decidió  ausentarse por un tiempo y pidió  traslado para otro frente de trabajo;  se lo dieron para Turbo. En tan poco tiempo se había ganado el cariño de toda la familia. Cuando les comunicó lo del traslado, todos se pusieron muy tristes, la futura suegra le preguntó mas de una vez porque había tomado esa decisión, si tenía algún problema, si estaba a disgusto con algo, etc., el le contestaba, que por el momento quería  estar ausente durante cuatro años, al cabo de los cuales, volvería en busca de algo, si no  conseguía lo que quería, entonces  se iría de nuevo,  para siempre. La señora madre de la niña, no entendió el mensaje que este quiso darle,  y se limitó a aceptar su decisión.
Partió hacia Turbo el veinticinco de septiembre, del año treinta y siete. Pasaron casi cuatro años en los cuales nunca se supo más nada de él, la abuela decía que parecía que se lo hubiera tragado la tierra;  hasta que el veinticinco de mayo del cuarenta y uno, apareció de sorpresa, en la casa de la abuela Elena, madre de la señora Carlina, quien se encontraba muy delicada de salud, en Supia, lugar donde  residía. La persona que le abrió la puerta era una tía, hermana de la señora Carlina, llamada Sofía, quien le tenia un gran aprecio y había soñado siempre con casarlo a él, con Carmen una de sus hijas y a Argelia, como llamaban a mi mamá, con Jorge otro de sus hijos. Después de un caluroso saludo, ella le preguntó, que planes tenía, si venía a quedarse; el le contestó que todo dependía de una respuesta, si la persona a quién el quería, aceptaba ser su esposa, se quedaría para siempre; de lo contrario, tomaría la maleta que aún no había desempacado, y se iría muy lejos donde jamás volvieran a tener noticia de él. Gran desilusión se llevó la tía Sofía, cuando supo que no  era  por su hija, si no por su sobrina, que el Mono Roldán, como la gente lo llamaba, había vuelto. La tía era una de las matronas más bonitas y acaudaladas del pueblo; siendo aún muy joven, su primer esposo, había muerto en un accidente, dejándola con tres hijos muy pequeños, y una gran fortuna, que años más tarde, su segundo esposo, quién también poseía buena cantidad de dinero, le ayudó a aumentar en una forma bastante considerable; Con su segundo esposo había tenido otros tres hijos, igualmente herederos de una muy buena fortuna. Sus  seis hijos, cuatro hombres y dos mujeres,  en aquel momento eran considerados los  mejores partidos del pueblo.
No le quedó otra opción a la tía Sofía, que colaborarle llamando a su sobrina que se encontraba en el interior de la casa, y luego dejarlos hablando a solas. Grande fue su sorpresa cuando la vio llegar hecha toda una señorita, más bella de lo que el se  había imaginado; esbelta con una estatura de uno con setenta, su cabello  que aunque aún lo llevaba un poco largo, ya no lo peinaba en trensas, sus ojos negros  y escrutadores, la cara fresca y hermosa, de una jovencita que apenas contaba con quince años cumplidos; todo en ella irradiaba, belleza, y juventud. Cuando la tía entró a buscarla, le dijo que alguien la solicitaba en la puerta, pero no de quién se trataba; cundo lo vio, en medio de su gran sorpresa, en un instante comprendió que siempre lo había querido.  Recordó entonces aquellas canciones  que diario le cantaba cundo entraba a la casa, después de terminar la jornada de trabajo: El botecito, los piconeros, etc., entendió entonces muchas cosas, que antes le habían pasado desapercibidas: El viaje inesperado de él, la ternura con que la miraba, las poesías que le dedicaba, etc. Después de reponerse de semejante sorpresa, iniciaron la conversación y de una él fue al grano, y  le propuso matrimonio. Ella aceptó, y programaron hacerlo efectivo en cuatro meses;  exactamente el veinticinco de septiembre, de mil novecientos cuarenta y uno.

Apenas había cumplido ella diez y seis años y él veintisiete, cuando contrajeron matrimonio en la fecha que convinieron, con el beneplácito de toda la familia.  Unos meses después partieron para el departamento del Chocó, donde vivieron cerca de dos años. Allí en medio de la selva, nací yo, rodeada de animales salvajes, monos, pericos, culebras, etc. Y numerosos  negritos que lo único que llevaban puesto era un taparrabos. La partera que iba a atender a mi mamá, no logró llegar a tiempo; cuando apareció,  ya mi papá me había cortado el ombligo, ¡ y que pulido que me quedó!.  Cuando me llevaron a bautizar, el  nombre que  me habían asignado era Carlina, en homenaje a la abuela, pero durante el trayecto del viaje, Don Quijote, como voy a llamar mas tarde  mi papá, concluyó, que en medio de tanta negritud, yo podía ser Blanca Nieves, entonces me llamó Blanca Nubia, porque según él, Nubia significa nieve. Y que favor el que me hizo, porque aunque mi abuela fue la persona que más quise en el mundo, nunca me gusto su nombre. Me bautizaron, en una choza que servía de capilla, en Pueblo Rico Chocó, ahora Risaralda.
Regresamos a Supia, done vivimos diez años en tres fincas diferentes, incluida la del abuelo.  Allí nacieron seis de mis diez hermanos, en su orden de llegada: Guillermo, Jaime, Carlina, Hernando, Amparo y Héctor. Martín y Fabio nacieron en Caramanta, lugar donde Vivian los abuelos en aquella época
Mis padres cumplieron cincuenta y un años de casados, y tres meses.  Murieron en el año l992, ella el siete de diciembre y él, el catorce del mismo mes. Siempre estuvieron juntos, y durmieron siempre en la misma cama, a excepción de los dos meses que el tuvo que quedarse en Supia, cuando nos vinimos a Medellín y el tiempo que estuvo hospitalizado. Siempre tomaron las decisiones de común acuerdo, y nunca se desautorizaron, el uno al otro, así no opinaran lo mismo sobre el  asunto. Cuando el le pidió que se casaran, solo le puso dos condiciones, que ella tomó muy en serio y cumplió a cabalidad.  La primera, que cuando el llegara a casa ella siempre estuviera ahí, salvo en casos especiales, y  la segunda que nunca le fuera a servir comida a medio cocinar, seguramente marcado por las experiencias de la niñez; Recuerdo que el día que murió la abuela materna, me llamaron al hospital para decirme que estaba prácticamente en coma, y su deceso iba producirse en cualquier momento; pedí permiso para ir a estar con ella, y de paso entré a la casa para avisarle a mi mamá, y llevarla conmigo; vallase usted adelante, me dijo, que yo espero a que su papá llegué.  Le dije entonces, mi papá no te va a poner problema por eso, se trata de acompañar a tu mamá en el último momento;  Ya le dije que voy a esperar a su papá, me respondió; por fortuna cuando llegó a la clínica, mi abuela aún estaba viva.
Yo no voy a decir que nunca tuvieran problemas, eso sería imposible sobre todo, cuando vivieron juntos tanto tiempo; pero lo que si puedo asegurar es que los  supieron superar, gracias a la  ternura de él y la comprensión y discreción de ella. Eran completamente diferentes en el modo de ser, pero se complementaban perfectamente como pareja. Fueron los mejores imitadores de  Don Quijote y Sancho Pansa; El, iluso, soñador, indiscreto, incapaz de guardar un secreto, pensando siempre en la gallina de los huevos de oro.    Ella, ecuánime, realista,  siempre dispuesta a bajarlo de las nubes cada vez que era necesario.
 Como cosa rara, fue él quién nos enseñó a rezar, el que nos hacia las casitas,  donde jugábamos y nos llevaba ollitas de barro, que ella nos curaba, para hacer las comitivas. El siempre fue, la parte tierna del hogar. Ella, en cambio la  persona discreta, que sabia guardar secretos.  Tenía la magia para imponer la disciplina; con una sola mirada era más que suficiente, para que entendiéramos, que estaba, o no, bien hecho.
 Mientras vivimos en las fincas, a pesar de que el trabajo era arduo, nunca nos acostábamos  temprano. La jornada terminaba, casi siempre en una, muy agradable tertulia. Papá prendía, su lámpara de caperuza, encoraba el rosario, y después de terminar el rezo,  la mayoría de las veces, mamá leía  en voz alta,  los libros que el prestaba en la biblioteca  del pueblo; otras el contaba historias y anécdotas de su vida, en una forma muy agradable, actividad que hacia sobre todo cuando había cosecha de maíz ó frijol para desgranar, o de café, para escoger.  Algunas veces, cantaban a dúo, las canciones que estaban de moda; otras  jugaban cartas.
La educación de los hijos, y otras circunstancias, hicieron inminente el traslado al pueblo, donde desafortunadamente, la mayoría de estas costumbres, se dejaron de lado, y fueron reemplazadas, por los compromisos con el estudio, las radionovelas, y  muchos años más tarde con la televisión.  Lo único que perduró hasta el fin de sus días fueron los juegos de mesa, cartas, dominó, parques,  pero lo que más hacíamos era jugar tute.
 En Supia vivimos cinco años, allí nacieron los dos hermanos menores, Consuelo y Jorge; este último murió cuando solo tenía cuatro meses. Tan pronto cumplí diez y seis años, viendo que la salud de mi papá, era cada ves precaria, resolví, por mi propia cuenta, venirme a Medellín a buscar trabajo; tres meses después, toda la familia, a excepción de papá, quién se quedó trabajando allá por un tiempo mientras nos organizábamos mejor,  se trasladó Medellín. Inicialmente la situación fue muy difícil; éramos muchos pero no  estábamos en edad de trabajar, ni teníamos la suficiente  preparación para hacerlo y como si fuera poco, dos meses después papá debió ser hospitalizado durante un tiempo relativamente largo, pues su salud,  había tocado fondo. Con despacio nos fuimos organizando, los cuatro mayores, haciendo un esfuerzo infrahumano, con lo poco que ganábamos, logramos sostener lo mejor que pudimos, la casa, mientras papá recobraba, poco apoco, su salud. Al  año siguiente los menores pudieron ir, de nuevo, unos a terminar la primaria, otros a continuar el bachillerato, por supuesto, todos en colegios financiados por el gobierno, lo mismo que los estudios universitarios, que los hicimos en la Universidad de Antioquia. En el año mil novecientos sesenta y seis, cumplieron sus bodas de plata, mi hermano Guillermo, ya había contraído matrimonio y el  primer nieto, Juan Carlos, llegaría tres meses después. Uno a uno  se fue desgranando la mazorca, y en el ochenta y tres ya de la numerosa familia solo quedábamos tres en casa.  En mil novecientos noventa y uno, celebramos las bodas de oro, para entonces la familia se había triplicado, mis nueve hermanos se habían casado y nos habían regalado veinticinco nietos, y tres bisnietos. Un año después la salud de ambos estaba muy deteriorada, al inicio de diciembre, hablando sobre la muerte el le dijo que solo permitiría que ella se muriera primero para evitarle el sufrimiento de la separación. El cinco de diciembre la salud de él se complico con una neumonía, y cuando estábamos esperando su deceso, ella murió inesperadamente al amanecer del siete de diciembre. Tan pronto  regresamos del entierro de mi mamá, el médico vino  a revisarlo y le dijo: Don Guillermo hoy lo encuentro mucho mejor se está recuperando muy bien; el le contestó: Doctor vivir no es fácil, para hacerlo menos difícil, es preciso tener mucho amor; yo lo tuve en cantidades, pero ya se acabo. Nada me retiene aquí.  Estas fueron sus últimas palabras. Esa misma noche entró en coma, y murió al lunes siguiente ocho días después que ella.
PALABRAS MAYORES – MEDELLÍN . Nubia Roldán Botero
Noviembre 2009

lunes, 9 de noviembre de 2009

Metemsicosis de un senador

Un cuento de Isolda Alvarez de Maza
(Palabras Mayores Bogotá)


Me enteré de algunos pormenores de la vida del senador Narciso Valdeblánquez durante unos días de recreo en el eje cafetero, donde conocí a uno de sus colaboradores de la unidad de trabajo legislativo (UTL), aunque los medios de comunicación nos habían proporcionado detalles de su vida familiar y política la que se resume en que fue educado en los preceptos de la iglesia católica por Ulpiano, su padre, comerciante de autopartes y “ Caballero del Santo Sepulcro”, de misa dominical inconmutable y benefactor de una casa de jóvenes extraviados en los laberintos del expendio y consumo de drogas; consiguió que su hijo comulgara con sus creencias católicas, apostólicas, romanas y bogotanas.
  Amparo González, su madre, depositó en su único hijo todo su caudal amoroso y ayudó a su formación religiosa de una manera decidida.
  Su nombre, como la flor que se mira y admira en el reflejo que le devuelve el agua en la orilla del lago, correspondía a una buena apariencia física.
Narciso culminó una carrera universitaria e inició otra con proyecciones políticas escalando posiciones con paciencia y tenacidad desconocidas en él, mimado de la fortuna y respaldado por la chequera de su padre.
El novel político afianzó su bienestar contrayendo matrimonio con Sara Lipton, joven judía, cuya dote consolidó un jugoso capital. Hubo reticencias de la familia de la novia, cuyos padres optaron por imponer un matrimonio civil en contravía de las creencias religiosas de la familia del novio.
  Narciso aspiró al concejo de la ciudad adhiriéndose al Partido Triangular, que recibió en sus huestes a un prospecto joven, preparado y adinerado. Sus compañeros de aulas universitarias se fueron acomodando a la sombra del frondoso árbol de Valdeblánquez, siendo el principal Sebastián Villegas, paisa de los que hablan, hablan, hablan y no dicen nada, muy hábil en el reclutamiento de áulicos y en los proyectos de discursos, los cuales ya estaban clasificados en el disco duro, solo se trataba de cortar y pegar, según el auditorio o la plaza pública del momento.
   Al principio de su carrera política, Narciso invirtió capital propio en las campañas, pero en la medida que adquiría fuerza, los recomendados en los cargos públicos debían contribuir al sostenimiento de la sede política, con todo lo que eso implicaba: personal de apoyo, que incluía jóvenes atractivas para el mercadeo electoral, computadores, líneas telefónicas y el paisa fabricante de discursos, quien además controlaba a través de una cuenta bancaria las consignaciones  del 20 o 30 por ciento de los sueldos de los ahijados políticos, según categorías y estatus.
   Pasados ocho años, ya en el Senado, disfrutó a plenitud las mieles del poder: honorarios aceptables de 21. millones de pesos, UTL  por una suma equivalente, oficina bien dotada, camioneta, chofer, viajes a los cinco continentes, pasajes nacionales a mitad de precio en primera clase y sesiones dos o tres días a la semana,  sin contar cinco meses de vacaciones al año. La UTL marchaba al compás de los proyectos que soterradamente redactaban los equipos jurídicos y técnicos de la banca, la industria y el comercio o, en su defecto, de los ministerios e institutos que actúan de idéntica manera, por aquello de ejecutar los presupuestos a través de la contratación, amarrada a los congresistas, siendo de vital importancia las asesorías de prensa y las pautas publicitarias.

  La flexibilidad de la política fue llevando al futuro prócer a interactuar con simpatizantes de otras iglesias, con mormones, masones y ateos; lo que sea con tal de escamotearle electores a sus competidores. Total, lo que menos importa en estas lides son los cultos, es necesario comer con todos en el mismo plato. Ulpiano su padre, miraba con recelo la disipación religiosa y laboral de su hijo; sin embargo, la carrera política de Narciso era inatajable.
  Presentó un par de proyectos de ley inocuos: conmemoración de los cien años de fundación del municipio de donde era oriundo su padre y ponente de la ley que le cambia el nombre a la denominación “trata de blancas”, por ser discriminatoria, adoptando definitivamente los términos: “trata de personas”.
  El senador Valdeblánquez empezó a incursionar en lecturas esotéricas y a interesarse por la transmigración de las almas, por aquello de que algunos espíritus encarnan y otros desencarnan. Todo por cuenta de un simpatizante que le vendió la idea de la reencarnación.
  Algunos estudiosos del tema aseguran que los seres superiores trascienden definitivamente y que los inferiores son los que vuelven a la madre tierra, ya que es un castigo retornar a este supuesto paraíso que habitamos.
  Estoy segura que nuestra compañera Luz Stella Fuentes va a reencarnar en un gato gay que aún recuerda con mucha nostalgia.
  Estando en el pináculo de la gloria política, con elecciones aseguradas por un caudal electoral fiel y cautivo, nuestro hombre público empezó a despertar a media noche con un sabor a pasto fresco que pretendía deglutir. Su mujer y dos hijos adolescentes comenzaron a mirarlo con prevención y a rehuir su compañía cuando relataba el sueño recurrente. Le propusieron ayuda psicológica que rechazó airado, hasta que, considerado una vaca sagrada del Congreso colombiano, sufrió un infarto y quedó convertido en una vaca sagrada de la India, conservando así la condición ideal que vivía en el mundo terrenal.
  Que en paz descanse nuestro doctor y prócer de la patria. Quedó idéntico en ambas vidas. 

Bogotá, Septiembre 8 de 2009

El corazón partío

Un cuento de Clara López de Medina
(Palabras Mayores, Bogotá)


Estoy sentada en un pequeño  restaurante, tomándome un delicioso café y además oyendo jazz, porque se acerca el Festival Internacional y la gente está entrando en onda.
  Me gusta mirar rostros y hacerme una película con cada uno.
  Algunos están  solos como yo y también les debe gustar el café que se toma en Andes y la música que siempre hay. Las mesas con manteles de cuadritos azules, verdes, rojos le dan un ambiente encantador. La luz es baja, pero se ve el entorno. La lámpara que cuelga del techo es de bronce, tiene polvo, me parece que le da un toque especial.
  Me encanta ir allí. A mi familia el jazz no le gusta. No saben de lo que se pierden…
  Sigo mirando sin detenerme en alguien especial… de pronto hay una cara que me parece conocida, pero no recuerdo ni su nombre, ni en donde la vi. Para ella tampoco soy desconocida me vuelve a mirar y con alegría dice:
 –Clemencia, que gusto verte, hacía tiempo no te veía. Humm, no te acuerdas de mi, soy Catalina Nieto de la Universidad.
  Ahora empiezo a recordar…Clara, le decíamos Cata y era la más popular por su inteligencia y belleza.
  La vuelvo a mirar. Está demacrada… Cómo está de pálida, el pelo lo tiene cogido por una bamba, sin ninguna coquetería, los ojos la mirada son tristes, la blusa se ve de buena calidad, pero le queda grande, la voluptuosidad de cuando estudiábamos desapareció, el pantalón negro cubre sus huesos, en general se ve que ha bajado de peso.
  Se ve tan triste. Se sienta en mi mesa y…
 –Qué ha sido de tu vida –me pregunta.
   Cuando voy a responder la verdad no me da la oportunidad de hablar. Cata continúa: yo como ves, no hago nada, vegeto. Me enamoré hace más de 20 años de un amor imposible. Ya he perdido hasta la paz. No quiero salir, ni arreglarme, nada me interesa. Además, vivo sola. Mis papás murieron y mi hermana  está felizmente casada con un hombre que la adora.
  Vuelvo a mirarla, siempre  ha tenido todo para ser feliz. Inteligencia, posición, dinero, belleza, simpatía y se ve tan desvalida y efectivamente tan triste.
El tiempo corre y tengo obligaciones que cumplir.
  Catalina sigue ahí mirando la taza vacía de café y jugando con la cuchara. No tiene prisa. Se estruja los dedos y noto que las uñas las  tiene comidas. Llamo al mesero y en ese lapso de tiempo Cata no pronuncia palabra, sigue mirando la taza, la cuchara, el sobre del azúcar, el cuadrito del mantel. Mira todo, pero la verdad, creo que no mira nada. Llega la cuenta y ella…parece no darse por enterada. Pago y me dispongo a salir.
  Me duele dejarla.
  Nos intercambiamos teléfonos con la promesa de volvernos a ver.
  Corro el asiento para levantarme de la mesa y veo que Cata empieza a llorar.
 –Por favor Clemencia, hablemos nuevamente. Aunque no lo creas no tengo amigas ni amigos, estoy tan sola y me gustó hablar contigo, me dice. Hoy es martes, que tal si  nos  hablamos el jueves y nos vemos.
 –Es una promesa Cata. Nos vemos.
  Me fui rápidamente y alcancé a ver que mi amiga salía. Se echaba la cartera al hombro y empezaba a caminar, mirando el suelo, patiando nada y sin rumbo fijo aparente.
  Mi vida siguió con mis quehaceres cotidianos, pero me propuse llamar a Cata, para conversar un rato y que ella pudiera tener un hombro donde llorar.
La llamé y una voz seca, fría en el contestador dijo… deje su mensaje. Sí, lo voy a dejar pensé.
 –Hola te habla Clemencia, por favor devuelve…aló, aló, no cuelgues, lo que pasa es que no quiero contestar, pero bueno qué hay de ti, cómo te acabó de ir, me dice con voz un poco gangosa.
 –Bien, bien, pero tu cómo estas, qué tal el ánimo?
 –Mal, creo que peor.
 –Si quieres te sirvo de doctora corazón.
 –Sabes que sí. Porque no vienes a mi casa, te invito a tomar café. Te acuerdas de la casa de mis papás, ahí sigo viviendo.
 –Bueno, te llego a las 3. Le dije al instante.
  Una vez colgué el teléfono, me quedé pensando en las vueltas de la vida y de cual podría ser su amor, el que no la dejó formar una familia. De la U. no creo, todos se morían por salir con  Cata. Quien sabe de donde o en donde se lo levantó. Pero bueno, lo de menos era saber su nombre, lo de más, era ayudarle a salir de esa tremenda situación.
  El tiempo pasa y hoy voy a saber del amor imposible de Cata.
  Llegué a las 3 y 10  y sí era la casa, pero tenía el jardín descuidado, había papeles, polvo, tierra esparcida, era el abandono. El ambiente parecía ser el reflejo de  su dueña. Miré hacia la ventana y ahí estaba esperándome.
La verdad me dio mucha alegría verla.
  Luego, ella misma me abrió la puerta. Tenía la sudadera azul, la cara lavada, tenis sucios y viejos, el pelo sucio cogido con la misma bamba, en verdad su aspecto era lamentable.
 –Te estaba esperando, en el fondo pensé que de golpe no vendrías, ya no soy una triunfadora, el dinero ya no es… digamos tan fluído, en fin el desastre. Dijo abrazándome.
 –A mi también me da gusto verte.
 –No me digas que vives sola en éste caserón.
 –Sí, te acuerdas de Emelina, que cocinaba delicioso?
 –Claro y qué se hizo.
 –La llevé el mes pasado a un ancianato, eso quiere decir que desde hace un mes estoy absolutamente sola en mi corazón.
  Miré todo y claro era la casa elegante que había conocido 20 años atrás, pero descuidada, abandonada. Sentí emoción, recordé nuestros trabajos de la U. en la biblioteca, que olía a cedro, a madera de los estantes. Pasé de lago y de reojo vi arrumes de libros en el piso. Los jarrones orgullo de la mamá de Cata, estaban llenos de nicotina, era realmente nauseabundo.
 –No te preocupes, Rosa nos va servir un delicioso café, me la consiguió mi hermana hace 2 días. Siempre me hace falta alguien.
 –Bueno, al menos no estas sola en éste caserón.
  Nos sentamos. Hablamos de mis hijos, mi esposo, mis actividades. Sentí que mi conversación no tenía el menor interés para Cata.
Pensé que no había llegado allí para hablar de mi y de mi entorno. Lo importante era Cata así que…
 –Cuéntame de ti, qué has hecho en estos años.
 –La verdad no mucho. Como te había dicho me desconecté de todo el mundo. Mi hermana, no se si te acuerdas de ella, éramos inseparables, se casó, tiene 3 hermosos demonios, los quiero mucho, pero la veo muy poco. Pero sabes , no hablemos de ellos. A ti te lo puedo contar, tengo un amor imposible que no ha dejado que haga vida con alguien.
 –Bueno y por qué es imposible.
 –Porque es un hombre casado y yo aún respeto esas normas y los valores que nos fueron inculcados y de los que no me voy a salir.
 –El lo sabe? –Pregunto con curiosidad–. ¿Era de la U. o del trabajo?  Alguien hace años me contó que estabas en una Multinacional, o…
 –Él, Juan Martínez, no se si lo sabe, pero eso no importa. Es alto… –y empieza a soñar, cierra los ojos, se humedece los labios y continúa–, tiene ojos ensoñadores, cejas pobladas, una sonrisa  encantadora, es fino, elegante, en fin, el hombre ideal.
  Humm, pienso, lo que tiene es una obsesión por ese hombre.
 –Por qué no sales con amigos?
 –No, Juan Martínez es el único que cuenta en mi vida. Siento su presencia y el olor de su loción y vivo pendiente de cuanto hace, en fin…
  Sigue hablando, nadie la detiene. Ese hombre ideal está ahí, presente en su pensamiento. Sigue hablando como si estuviera sola… es guapo, por Dios que sonrisa, que brillo en los ojos. Es un triunfador y muy atractivo, le gusta a todas las mujeres.
  Sigue y sigue hablando de sus bondades, de su éxito, en fin de la perfección.
Rosa nos trae el café recalentado y las galletas viejas. Cata dijo que era buena empleada, pero bueno…
  Sigue y sigue hablando de Juan Martínez…
  Miro el reloj y ya son las 7.
 –Tengo que dejarte Cata, me alegró haber venido a tu casa. Siempre las penas compartidas son más llevaderas. Me gustaría que fueras a la mía, para que conocieras a mi esposo, es un hombre maravilloso que amo y me ama, que me quiere y a mis hijos que fíjate, salieron bien juiciosos.
 –Claro –me dijo con cierto desgano–, nos hablamos.
  Salí de ahí con el corazón arrugado. Mi amiga era obsesiva. Además, estaba deprimida y los depresivos pueden tomar decisiones que suelen ser drásticas. Cómo poder ayudarla. No se me ocurría.
  Pasaron 3 días y estaba almorzando con mi familia, cuando…
Ring,ring,ring.
 –Ese teléfono ya no deja ni comer –dijo mi esposo con molestia.
 –Deja yo contesto, puede ser que nos ganamos la lotería –le respondí.
 –Aló, sí, hola Cata, no te preocupes, ya estamos terminando. Sí , será un gusto, hace tanto que no la veo. Bien  a las 4, mañana. Chao.
 –¿Era tu amiga la loca? –preguntó mi esposo con cierta sorna.
 –Sí era mi amiga y no es loca. Quiere que vaya a su casa a tomar onces y que va a ir su hermana. Hace tantos años que no veo a Cristina.
 –Que te vaya bien y espero que ésta situación tan compleja no te afecte –sentenció mi esposo con voz grave.
  Reí, al menos se preocupa por mi, pensé.
  El día de la reunión de Cata, tuve un día especialmente complicado. Pero llegué a las 4.
 –¿Ya llegó tu hermana? –pregunté al no ver a nadie más.
 –No, se le hizo un poco tarde. Llamó, no se que le pasó, ya llegará.
  Cata estaba espléndida. Había ido a la peluquería, tenía un vestido amarillo muy lindo, joyas, en fin, me alegró que la presencia de la hermana la animara tanto.
 –Dame un vino mientras tanto  –dije–, nos vamos ambientando, mientras llega tu hermana.
  Y me senté cómoda en el sofá.
  Ya íbamos a empezar a hablar y como por variar de Juan Martínez, cuando sonó el timbre.
 –Llegó –dijo Cata.
  Yo también me puse de pie y la acompañé a la puerta.
  En cuanto vi a Cristina me acordé de ella en la U. Estaba igual o más bonita que en esa época. Se veía, feliz, plena, plácida.
 –Clemencia –me dijo–, qué alegría verte, han pasado tantos años, tenemos mucho de qué hablar. Se me hizo tarde porque vine con toda mi tribu.
Y tomando de la mano al hombre que estaba a su lado dijo:
 –Te presento a mi esposo, Juan Martínez.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Reflexiones y humor

 

El siguiente texto de una de las integrantes del taller Palabras Mayores de Bogotá, aborda con humor algunos de los momentos habituales en la vida de los pensionados.

Isolda Genoveva Álvarez



PERIPECIAS DE LOS PENSIONADOS

1. Solicitar citas médicas para todos los síntomas y recorrer  consultorios y laboratorios buscando salud completa. Los caballeros viven pendientes de los antígenos y las damas de los estrógenos.

2. A los que nos “atropelló la tecnología”, asistimos juiciosos a cursos de sistemas en las cajas de compensación. Objetivo principal: comunicarse por Internet con hijos y nietos en el exterior.

3. Si se tiene perro, sacarlo a “pasear”, luego desayunar y quedar  desprogramado.

4. Abrir la nevera cincuenta veces al día.

5. Pedir un tinto en los centros comerciales y consumirlo con dos o tres amigos durante horas, considerando siempre que “todo tiempo pasado fue mejor”.

6. Programar un almuerzo mensual o bimensual para lo mismo.
 
7. Los más optimistas escriben un libro de nunca acabar.

8. Por fuerza mayor se reúnen en los sepelios de los amigos, con el siguiente comentario: “ya nos están disparando cerca”. Para los costeños, alguien tiene “el gallinazo en el hombro”.

 9. La sudadera es el desquite de la formalidad de otros tiempos ¡Pilas! No dejar que se les note la “matadura”. Compren nuevas para no desentonar.

10. Si la esposa o compañera permanente se ha hecho cirugía estética y siempre está rubia o pelirroja, hagan algo señores veteranos, no permitan que se les note la “vejentud”.

11. Recuerden a Piero: “Viejo/mi querido viejo/ahora ya caminas lerdo/como perdonando al viento”. Por consiguiente, evita el ridículo.

12. Jubilada: Los viajes continuos por los rincones del mundo y los cambios físicos quirúrgicos te calmarán temporalmente la “angustia existencial”.                                                                                                                    Jubilado: El romance con una dama mucho más joven solo contribuirá a menguar tu magro presupuesto y a pasar vergüenzas en la intimidad.

 13. A los jubilados se nos da por recomendar médicos, intercambiar fórmulas, aconsejar tratamientos caseros e ineludiblemente hablar de enfermedades en todas las reuniones.

14. Personal de la tercera edad: “La cana engaña, el diente miente, la arruga nos deja duda; pero el arrastradito de pies, ¡ese si que es!. 

15. ¡Prepárense abuelos(as)! Están precisos para que les “cuadren” a los nietos, mientras los padres trabajan. Recuerden que en una de esas agachadas el dolor lumbar no los deja levantar.

 16. Otro ítem: La pensión, a veces escuálida, debe alcanzar para ayudar a hijos, parientes y hasta amigos en estado de necesidad.

Oración Del Jubilado

Tenga la bondad de hablarme en voz baja
y sin contradecirme en nada.
Recuerde que a mi edad
y en este estado calamitoso,
todo me molesta
e inmediatamente me pongo antipático.