Eduardo Toro
El día que una humilde mujer tocó a la puerta de la casa de Berenice pidiendo el favor de un poco de agua fresca para calmar la sed y la fatiga de su hijo de tres años, cambió su vida para siempre.
Vengo desde la vereda de Las Ánimas, mi hijo arde en fiebre y no quiero que muera. Lo traigo al boticario. Entonces Berenice levantó el paño que le cubría el rostro y tocó su frente con el dorso de la mano para comprobar su calentura. Al instante el niño abrió los ojos, pronunció el nombre de su madre y se colgó de su cuello.