“Allí un pueblo nació, dulce y
valiente,
en el campo regó buena
simiente
y en cosecha su
vientre germinó
Se formaron mentes altivas,
la ciencia le brindó sus aguas vivas
y Venecia de luz se iluminó.”
Eduardo López
Eduardo López
No
ha mucho tiempo, a mediados de la primera década de 1.900, allá en medio de las
montañas antioqueñas, una población comenzó a brotar con calles bien delineadas,
en los que fueron los terrenos donados por Tomas Chaverra y Custodio Galeano. Se
construyó una capilla, inaugurada en 1904.
Un
joven y su linda esposa llegaron, por la época, al pueblo naciente, llenos de buenas
esperanzas. Don Feliz los había invitado, era el mayordomo de la finca La Loma,
situada a tres horas de camino del pueblo. Emilio estaba recién casado, era de buena
estatura, delgado, de buen andar y mirada escrutadora, de genio suave y
apagado.
Bueno,
Millo, le dijo Feliz, mañana a medio día salimos para la finca. Con buenas
bestias bien enjaezadas, iniciaron la marcha
por caminos indígenas, empedrados, bajo la sombra de frondosos árboles en
los que las palomas arrullaban el viento y el aroma de los naranjos en flor saturaba
la esplendidez del día. A paso lento, sin afán,
camino tomaron; las quebradas no muy profundas daban alegrías a los
parajes solitarios. El follaje espeso de árboles frutales, al borde del camino, y los cafetales en flor,
empezaban a verse aquí y allá. Fresco el día, nubes tumultuosas se abrazaban
formando figuras graciosas, infantiles, de flores, osos, picarescas ardillas y
paisajes, cuando no, del diablo o de la hermosa cabellera de un hada madrina, contra el azul del
firmamento. El camino poco a poco se fue
empinando bajo frondosos árboles silvestres. Al llegar a la cima majestuosa, al
lado izquierdo del camino surgió una extraña formación de cincuenta metros, y en
lo alto una figura femenina, esculpida entre una espesa vegetación, simulando
una abundante y hermosa cabellera. Millo,
esta es la Diosa de los
espejos, de piedra, de blancura
caliza, con el fondo mate de la vegetación, que reluce con los rayos del sol;
algunos la llaman la Vieja, la India, la Diosa.
“El
coloso fue tallado y en parte completado con cuñas de la misma piedra, pues al
pie del cerro se encuentran cuñas de la misma piedra que corresponden a la
parte del mentón que aparece derruido o cercenado. Se encuentra bien delineada
la comisura de la boca, la nariz en
forma muy notable; una flecha que avanza
sobre el ojo derecho y que corresponde a la idea de determinar la ceja. El ojo
no fue sacado sino que en trazos como dibujados y al otro lado donde
correspondería el ojo derecho, si se mira desde la base y lateralmente en la
parte más alta del ojo aparece una figura como la de un niño”. El contorno de
la garganta, preciso, se percibe desde
abajo, fue hecho por desgate del monolito. El músculo tiroides aparece tan
marcado, que hay quienes creen, que representa el coto.
Cuando
Jorge Robledo pasó por estos lares, los indios carecían de herramientas. En las
cercanías se encontraron ruinas derruidas
de una ciudad. Aventureros curiosos han intentado subir hasta la diosa,
pero han muerto en su intento, no hace pocos años se rescató en la cima un
cadáver.
“El
coloso de Cerro Tusa, de unos mil metros
de altura, considerado como la pirámide natural
mas gran de la tierra, se levanta solo y airoso, independiente de un
ramal de la cordillera central”. Por su forma piramidal se ha considerado como
centro energético y espiritual. En su centro se encuentran convergen fuerzas
difíciles de explicar. En una filmación
aparecieron ovnis a su alrededor. Al pasar de noche no hay quien no tenga temor
de cercarse; a algunos se les aparece un
personaje vestido de blanco deslizándose por los aires. Al otro lado se
encuentra una silla de piedra, llamada la “silla del cacique”. Y un poco más atrás, se halla la piedra de los
sacrificios, con una serie de escaleras talladas en la roca. Ante la maravilla, Millo no tuvo más
que contemplar arrobado los signos indígenas.
El viaje continuó a paso lento y contemplativo.
Al fondo divisaron una planada de buena inclinación; siguieron por la cresta de
la montaña hasta llegar a una casa con techo de paja, de varias piezas, un
local para la tienda, piso en tierra, bancas de madera aserradas y un
mostrador; al fondo, en burdos entrepaños, cerveza y aguardiente de zacatín; al
otro lado, la carne colgada en garfios
de palo.
Millo, tomémonos un guaro para este calor. Contame
¿No te gustaría este negocio? Lo podríamos comprar, me parece interesante para
una mente emprendedora, un tesoro. Es una fonda con vida nocturna, matan
marrano y novillo en las horas de la tarde. El mercado es permanente y los
parroquianos beben y hacen fiesta. De pie, al lado del mostrador, dos jóvenes
de edad media, hacían cantar un tiple y una guitarra y las trovas daban sabor
al ambiente.
Anís, precioso tesoro
¿Qué es un país sin anís?
¿Quién soy yo sin
aguardiente?
Por la reina soberana,
pero que en cualquier cantina
soy una nación sin gente.
Un traguito de aguardiente
lo dan nomas por oro.
Soy un árbol sin raíz,
aunque sea por la ventana.
Un antioqueño sin trago,
al descubierto la empresa,
es un cántaro vacio.
Había
también dos parroquianos de pantalones de bota ancha, no muy limpios y camisa
suelta, con sombrero alón y peinilla al
cinto. Entre charla y charla, al son del trago apareció el resquemor amoroso;
se pararon de frente, se insultaron y
sus penillas al aire salieron. Hasta la muerte pendejo, se gritaron. Suenan los
machetes que reflejan la luz de las lámparas de petróleo, parpadeante y
refleja, produciendo un sabor de misterio y temor entre los atónitos
espectadores. Los metales chispean. Los cuerpos se contorsionan, el sonido
acampanado del entrechocar de las peinillas provoca exclamaciones. Se estremecen
mientras luchan, como fieras a muerte. Uno de ellos resbala, el otro se le
abalanza, pero el caído se defiende y de un salto se levanta para que sigan volando
maldiciones, de desquite en desquite. Al cual más hábil, fuertes ambos, astutos,
como espadachines del Medioevo. No se cansan, no se rinden, aunque el velo de
la noche comienza a caer. La gente los rodea, las mujeres gritan, mientras los
dos diablos giran raudos por entre el aire, haciendo susurrar el filo fiero de
sus peinillas. Cuando ya la noche se ha venido, encontrándolos cansados, se
miran de frente, y uno de ellos grita:
-
¡Hombre Manuel, pa´que jodemos, si
nosotros no somos capaces de matarnos!
Entonces
abrieron otra botella de guaro de la que
todos bogaron.
Por
Dios Don Feliz, esto no parece cierto, es como si fuera teatro, pero muy
maluco, aunque haya pasado el susto. No se preocupe Millo que ahora vine la matada de la res y el
marrano. La vaca estaba amarrada al cerco de la manga, bajada la trompa y escavando la tierra con sus patas delanteras. La
enlazan, la manean y la tiran a la manga. El cuchillo y la sangre. Entonces
vieron, cómo la descuartizaron.
-
¿Qué opinás Millo?
-
Don Félix esto no es para mí
-
Tomémonos el último y nos largamos.
Montaron
en sus bestias y echaron a andar hacia el Cauca. El cielo cuajado de estrellas
acogía una luna pálida de tardío menguante. Olía a pasto fresco y a guayaba
madura. Al frente unas luces, entre una doble fila doble de palmas de coco se
ve la casa de un piso, amplios corredores, canastas pendientes del alero, y
tiestos rebosantes de flores de mil colores que saturan la noche de fragancias.
Cuando
entraron, a lado y lado del corredor, piezas y depósitos para el maíz y los frisoles.
Al fondo el solar de árboles frutales. Luego el capataz y su familia les
ofrecieron el plato de frisoles y la mazamorra con leche y panela.
A
la mañana siguiente Millo caminó en el potrero de ganado de engorde, en los cultivos
de café arábigo, y por la fronda de ladera donde están los árboles frutales,
surcada por una hermosa quebrada de
aguas cristalinas.
Una
semana después, cuando ya habían regresado, alguien preguntó ¿Quién me puede
arreglar estos pantalones? Yo, dijo
Emilio, soy sastre por herencia. Y así de amigo en amigo se engendró la
sastrería.
Pasaron
los años para quienes llegaron siendo jóvenes esposos. Llegó el primero de sus
once hijos. Crecieron los ahorros y las aspiraciones. Así que Emilio se hizo a
la casa, al frente de la capilla, de tierra pisada y de cincuenta centímetros de
ancho, donde atendía la tabaquería. Dos pisos, balcón, local de primer piso,
tres habitaciones, corredor enchambrado, comedor y cocina. Al
fondo un gran patio con árboles frutales. Se trastearon exactamente el
11 de marzo de 1926. Para bien de la patria, con dolor, pero con alegría, fue
allí donde vio la primera luz el que aquí escribe.
En
el año 29, un día fresco, sucedió. En la plaza, al frente de la iglesia, en la manga
sin empedrar, convertida en plaza de mercado los días en que los campesinos llegaban
con las dádivas de la tierra. Que linda que estaba la pipiolita, con su bata
florida de mil colores, la balaca azul adornando su suelta cabellera, su
sonrisa avasalladora y dulce. No había quien no le comprara sus guayabas, los
mangos y la algarroba. ¡Que algarabía,
gritos por aquí, gritos por allá; la gallina cacarea, el ternerito brama, el
conejito salta y la lora parlotea. Ese día salía la sirvienta, misia señora y hasta
el bobo del pueblo. Emilio y uno de sus hijos de cuatro años se arreglaban para la misa de siete
de la mañana; el niño se ponía su traje dominguero y Emilio (ya era don Emilio)
su chaleco en el que embolsillaba su reloj de leontina, Ferrocarril de Antioquia.
-¡ Mijo!, vístase rápido.
-¿Qué pasa papá?
-Don Félix se muere.
Corrieron
por entre la gente, en la puerta las tres hermanas. Muchachas Don Félix se muere.
Cuando
entraron en la habitación donde yacía el enfermo, la primera a la derecha, Don
Félix los miró de manera inescrutable, dejó escapar un suspiro largo y dejó
caer la cabeza para un lado.
- Papa ¿Don Félix lo llamó?
- Si mijo, me llamó.
- ¿Es tan poderosa la mente?
-Telepáticamente nos comunica,
anticipa, nos hace saber. Algún día la transportación molecular se llevará a
cabo. Somos energía.
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