Hubo una vez cuando las
mariposas a mi lado volaban,
cuando zigzagueando recorrían el
océano de flores,
indiferentes a las cosas, a las
gentes, para luego seguir y perderse en su fugaz devenir.
¿Quién no quisiera vivir con su misma libertad?
Hubo una vez cuando un pájaro,
de gracioso caminar,
se me acercó silbando
y acucioso me demandó su diaria galleta,
para luego verlo partir,
pero se me perdió en la nube
borrosa que delante tengo.
Ellos, los pajaritos gozan del
placer de la libertad y la visión sin limitación alguna.
Hubo una vez en que el amanecer
era claro y diáfano.
Cuando mirando las nubes pasajeras que llevan al garete
figuras de animales y paisajes, vi cómo se iban transfigurando,
creando nuevas figuras para
desaparecer de pronto,
pero ya las mañanas nos son tan
claras, ni tan tenues,
hoy son inciertas y lejanas,
tan idas, que se me han ido
desapareciendo como vanos recuerdos, como perdidas ilusiones.
Hubo una vez un corazón ardiente
que a veces se va descerrajando,
que quisiera perderse en
lontananza,
pero se aferra a su pasado, por
miedo al futuro,
donde nos está esperando lo que creamos,
allí estaremos, aun a nuestro pesar.
Hubo una vez un día en el que temprano
me levantaba para
ir a coger guayabas al Carmelo,
en el que iba a jugar fútbol con
mis amigos en la manga del parque,
o iba a traer el ternero para el ordeño,
o en el que bien vestido caminaba hacia la
escuela.
Hubo una vez
cuando a las siete me levantaba para leer,
pero también hubo una mañana en
que los rostros fueron borrosos,
los caminos oscuros,
los objetos distantes,
y ya no pude ver las arrugas de
mi cara.
Hubo una mañana cuando mis ojos dijeron:
¿Cómo es mi nariz y la cara de Priscila?
como si en el sueño de la vida se
estuviera borrando mi pasado.
Somos tan poca cosa,
al final de nosotros tan ni
siquiera quedará el recuerdo,
sé que el mundo no se acabará por
mí,
aunque si se acabará para mí.