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martes, 5 de mayo de 2015

El niño sin huellas

Alba Lucía Echeverry




        La comadrona corre por la trocha que va a la hacienda Ángel, casi al final divisa una vivienda fabricada con bareque y tejas de barro, opacas por la lama de los años.
      A María del Carmen le aumenta el desasosiego, el líquido le moja las piernas, los dolores son insoportables,  el bebé ha comenzado el viaje de su vida. La comadrona entra al rancho de pobres. Ve la cabeza del bebé entre las piernas de la madre. Se acerca, rompe la membrana, corta el cordón umbilical,  lo baña, y lo revisa. Le aconseja que lo lleve al doctor para lo de las vacunas,  alimentación  y cuidados generales.
       Lo que la comadrona vio en el niño a la luz de un candil en el rincón y los parpadeos de madrugada, se regó como una noticia maligna en el pueblo, con la velocidad de un hilo de pólvora.

       La noticia le llegó a la matrona de la hacienda Ángel, mientras tomaba el té con unas amigas. Ocultó el trastorno de la noticia. Despidió  a sus amigas y corrió a la biblioteca donde estaba su marido revisando cuentas. Abrió con violencia la puerta de cedro, a Julio se le cortó la respiración.
– ¿Qué pasa?– preguntó él.
–¿Quiere saber lo que me pasa?
   Un manotazo de la mujer herida tumba las cosas del escritorio.
– Escuche muy bien. ¡Mi sirvienta tuvo un hijo sin huellas digitales!
–¿Eso que tiene que ver contigo?
– En su familia han nacido varios niños así…
–Eso no prueba nada.
–¿No le parece desafortunada la coincidencia?
–En todo caso no es mío.
–¿Entonces de quién?
–De uno de nuestros hijos.
–Pídale a Dios que así sea, porque si es suyo...

    Julio al quedar solo le pidió al  jardinero buscar a sus hijos y decirles que los espera. Así que más tarde  se reunieron en una fonda que vibra con la música que escupe un aparato avejentado.
–Hijos –exclama Julio– tienen un hermano más.
–¡Cómo! –grita el mayor alterado– si mi mamá no estuvo…
–La madre es María del Carmen.
–¡O sea que repartiremos la herencia con el hijo de la sirvienta! –gritó el menor.
–No sea bruto. Los he reunido, porque necesito que uno de ustedes le diga a su mamá que ese niño es suyo. Al que lo haga le regalo un automóvil nuevo.
–¿Solo un automóvil? –exclamó el mayor–,para el menudo lío en que se ha metido, se necesita más que un carro. Yo no puedo ayudarle, soy casado.
–Yo asumo esa paternidad y usted a cambio me da la casa que tiene en el pueblo –repuso Benjamín, el menor.
        Una vez todos en la casa, Ester les dice que el tema a tratar es delicado. Todos se sienten atemorizados.
–Su padre se va de la hacienda. Tuvo un hijo con María del Carmen.
–¿Y cómo lo sabe? preguntó el mayor.
–El niño vino sin huellas digitales.
–Mamá, llegó el momento de confesarle,  el bebé es mío–aclaró Benjamín.
–¿Eso es cierto? –preguntó Ester.
–Sí.
–Ese bastardo no es nuestro pariente–concluyó ella.

       María del Carmen en la notaría intenta registrar a su niño. Pero el notario le dice que sin huellas no puede hacerlo.
– Para la sociedad este bebé no existe.
       Ella corre donde le médico.
–Su hijo sufre una enfermedad incurable. Nada podemos hacer por él, lo mejor es que se muera antes de que su piel se pele y se infecte.
      Julio le envía algún dinero a María del Carmen. En el pueblo dicen que Dios la ha castigado por sus devaneos. Julio se olvidó de ella y su hijo. Cuando el niño efectivamente se agrava, ella manda a su madre a la hacienda para que hable con el papá, pero Julio le contesta: “Ese niño no es mío”.


       En un amanecer triste se evaporó su vida. Su mamá lo engalanó con el trajecito blanco que le regaló el jardinero de la hacienda y lo acomodó en un cajón de madera burda. La fila de dolientes que siguen el cortejo pasa por la plaza mayor donde Julio se encuentra, en el café, tomando cerveza. Ve a las mujeres enlutadas caminando junto al ataúd, pasa un trago, y sigue hablando de las próximas elecciones con sus amigos de tertulia.   



1 comentario:

  1. Este relato logra captar la atención. La historia es delicada y encierra el simbolismo devastador: los hijos de los patrones con las empleadas, tan frecuente, parecen como si nacieran sin huellas dactilares, sencillamente, no existen.

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