Eduardo Toro
Agonizaba el otoño y ya el invierno se insinuaba con ventiscas de nieve y frio. Las hojas de arce, doradas y
rojizas, que tapizaban los campos del internado
judío, eran recogidas por los alumnos Jorge y José, los más allegados de ultimo
grado a los profesores Isaac y Salomón. Isaac interrumpió la faena y llamó la
atención de los jóvenes: “He dispuesto que esta noche partamos de excursión a
Varsovia. Pasen la voz a sus compañeros de aula.” Fijó la hora de partida y
recomendó puntualidad.
Cuando llegaron a Varsovia, después
de una jornada de tres fatigantes horas, los alumnos preguntaron a los
profesores cuál sería el sitio de su albergue. Salomón respondió que desde
hacía mucho tiempo deseaba dar un paseo nocturno por las calles de la gran
ciudad. Ordenó al auriga detener el carruaje y se bajaron en una esquina que,
entre luces y sombras, dejaba ver la sordidez amenazante de la noche y las
ruinosas huellas de la guerra. Caminaron por las calles humedecidas por
las primeras briznas de nieve; se
detuvieron y miraron las cristaleras de las tiendas; se toparon frente a frente
con la miseria y el hambre; con perros sin dueño, gatos famélicos y ejércitos de ratas invasoras; con seres extraños
que deambulaban sin norte; con mujeres de
bocas pintadas y tacones gastados, que se ofrecían a cambio de nada; con
travestis estrafalarios, insinuantes unos y melancólicos otros; con marineros
noctámbulos coreando aventuras de lejanas regiones; con borrachos extraviados,
morfinómanos aturdidos y malandrines al acecho;
con manos ansiosas que se alargaban pedigüeñas. Contemplaron puentes
majestuosos que derrochaban toda la luz
que le quedó faltando al universo. Allí
estaban todos, allí cabían todos, todas la razas, todas las costumbres y todos
los acentos mezclados bajo el cielo brumoso y platinado de Varsovia.
–Esta taberna tiene buen aspecto y parece segura – dijo Isaac a Salomón— deseo
entrar, luce acogedora y nos viene bien
un poco de abrigo.
Profesores y alumnos ocuparon una gran mesa y ordenaron
algo de beber y porciones suficientes de
pan caliente con miel. En un rincón, muy cerca de ellos, dos judíos bebían y conversaban con alicorado entusiasmo; vestían ropa propia del
oficio de cargadores de muelle y su discusión se centraba en el cumplimiento
del pacto de caballeros que habían sellado desde hacía algún tiempo.
–¿Estudiaste la parábola acordada? –preguntó
el primer cargador al segundo–no iba yo a perder mí tiempo averiguando y
desentrañando metáforas sobre el tema de Dios que tengo bien claro, a pesar de
que soy consecuente con mis creencias,
no me voy a meter en caminos tan hondos– dijo mientras apuraba un vaso de vino.
–El mundo es para todos—agregó el primer
cargador mirándolo a los ojos sorprendidos y también bebió, exclamando– ¡en
este mundo estamos juntos pero no revueltos!
Y chocaron sus vasos en fraternal gesto de respeto mutuo.
Isaac y Salomón observaron los
rostros sorprendidos de sus alumnos que
escuchaban atentos la conversación de
los cargadores. Es hora de marcharnos –dijo Salomón– y se levantaron. Las notas
de una deliciosa polca arrancadas al fuelle de
un viejo acordeón acompañaron la retirada. Caminaron en silencio bajo un
manto de estrellas titilantes y vieron
como la luz de la luna se dormía en el rio y en las torres del muelle
despertaba un ding dong.
El regreso fue lento. Los cuatro
alazanes que tiraban el carruaje braceaban en medio de una alameda de arces
esqueléticos, tras los cuales brillaba la luna pálida y melancólica que moría
con el otoño. Todos dormitaban al
arrullo del acompasado golpe de herraduras sobre el piso tapizado de hojas
secas y cuando el frio del amanecer taladraba los huesos.
–Oigan todos –gritó Isaac, sorprendiendo
a los viajeros, mientras acariciaba su barba con la mano izquierda–sabrán que
solo fuimos a Varsovia a escuchar cómo dos cargadores del muelle, dirimían con
pasión las discrepancias sobre sus creencias. Quise que recibieran de ellos la
sabia enseñanza del valor de la tolerancia y respeto
y la convicción de que podremos convivir en paz bajo un mismo cielo, solo
cuando alcancemos el nivel de igualdad que todos nos merecemos y anhelamos.
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