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lunes, 9 de febrero de 2015

La parashá de la semana


Álvaro Mejía

Comenzaba la tarde cuando el profesor Bozidar pidió a sus alumnos que prepararan una carroza para ir de visita a Varsovia esa misma noche.
–¿En qué albergue pernoctaremos?–preguntaron los alumnos.
–No lo sé todavía– respondió el maestro– vamos primero a dar un paseo nocturno por el centro, y ya veremos. Entre tanto podremos admirar las vitrinas, de seguro encontraremos algo de distracción en las calles más antiguas de esa hermosa ciudad.

Así lo hicieron. El profesor y los alumnos se adentraron alegremente por el centro de Varsovia mientras caía la tarde y comenzaban a brillar las primeras luces de los viejos faroles.   
De pronto, el profesor se detuvo. Quiero entrar en este albergue, dijo señalando una puerta añosa, casi desvencijada, y el zaguán que daba acceso a la que se anunciaba como “La Casa del Reposo”.
Los alumnos le siguieron cautelosos. El largo pasadizo empedrado y algo oscuro, desembocaba a un patio iluminado. Y a un lado del estrecho corredor que circundaba el jardín interior de la vieja construcción, acodados a una mesa rebosante de copas  vacías, dos judíos de apariencia simple se servían bulliciosamente del mejor vino de la casa.   
 Los recién llegados buscaron acomodo en el otro extremo de la mesa, y allí les fue servido del mismo vino. El profesor y los alumnos no pudieron evitar enterarse de lo que hablaban los judíos.
– ¿Estudiaste en Shabat la parashá de la semana? – preguntó uno de ellos a su compañero de libación.
–Sí–respondió el otro–la estudié. Pero te confieso que no pude entender cómo es posible que un justo como Abraham, creyente en un solo Dios, hiciera un pacto (Bereshit 21,27) con un idólatra como Avimelej. Uno entendería que un judío haga negocios con un gentil… Hasta eso, pero ¿un pacto? ¡Un pacto! Eso no lo entiendo.
– ¡Yo tampoco! Te aseguro que yo tampoco entendí ese versículo, porque, además allí, se reafirma ciertamente que sellaron un pacto. ¿No habría sido suficiente con tan solo decir que hicieron un pacto, sin tener que recalcar que el dicho pacto era entre ellos dos?
–Interesante tu respuesta –dijo el otro–, porque has contestado mi pregunta. A pesar de que Abraham y Avimelej hicieron un pacto, cada uno mantuvo su identidad y su singularidad separadamente, y es por eso que la Torá dice “ellos dos”. A lo mejor entre ellos había negocios y algunos otros asuntos en común y, no obstante, la discusión, Abraham siguió siendo Abraham y Avimelej siguió siendo Avimelej.
Cuando profesor Bozidar escuchó la reflexión insinuó a sus alumnos que era hora de marcharse y regresar a casa. Y en el camino les dijo:

–Nuestro viaje a Varsovia fue solo para escuchar a estos dos personajes. Y para entender que cuando dos hombres hacen un pacto, siempre existe el riesgo de que uno se pueda contagiar de las malas cualidades del otro. La sabiduría consiste en saber cómo se puede estar junto al que piensa diferente sin que se pierda la propia identidad. 

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