Álvaro Mejía
Comenzaba la
tarde cuando el profesor Bozidar pidió a sus alumnos que prepararan una carroza
para ir de visita a Varsovia esa misma noche.
–¿En qué
albergue pernoctaremos?–preguntaron los alumnos.
–No lo sé
todavía– respondió el maestro– vamos primero a dar un paseo nocturno por el
centro, y ya veremos. Entre tanto podremos admirar las vitrinas, de seguro
encontraremos algo de distracción en las calles más antiguas de esa hermosa
ciudad.
Así lo
hicieron. El profesor y los alumnos se adentraron alegremente por el centro de
Varsovia mientras caía la tarde y comenzaban a brillar las primeras luces de
los viejos faroles.
De pronto, el
profesor se detuvo. Quiero entrar en este albergue, dijo señalando una puerta
añosa, casi desvencijada, y el zaguán que daba acceso a la que se anunciaba
como “La Casa del Reposo”.
Los alumnos
le siguieron cautelosos. El largo pasadizo empedrado y algo oscuro, desembocaba
a un patio iluminado. Y a un lado del estrecho corredor que circundaba el
jardín interior de la vieja construcción, acodados a una mesa rebosante de
copas vacías, dos judíos de apariencia
simple se servían bulliciosamente del mejor vino de la casa.
Los recién llegados buscaron acomodo en el
otro extremo de la mesa, y allí les fue servido del mismo vino. El profesor y
los alumnos no pudieron evitar enterarse de lo que hablaban los judíos.
– ¿Estudiaste
en Shabat la parashá de la semana? – preguntó uno de ellos a su compañero de
libación.
–Sí–respondió
el otro–la estudié. Pero te confieso que no pude entender cómo es posible que
un justo como Abraham, creyente en un solo Dios, hiciera un pacto (Bereshit
21,27) con un idólatra como Avimelej. Uno entendería que un judío haga negocios
con un gentil… Hasta eso, pero ¿un pacto? ¡Un pacto! Eso no lo entiendo.
– ¡Yo
tampoco! Te aseguro que yo tampoco entendí ese versículo, porque, además allí, se
reafirma ciertamente que sellaron un pacto. ¿No habría sido suficiente con tan
solo decir que hicieron un pacto, sin tener que recalcar que el dicho pacto era
entre ellos dos?
–Interesante
tu respuesta –dijo el otro–, porque has contestado mi pregunta. A pesar de que Abraham
y Avimelej hicieron un pacto, cada uno mantuvo su identidad y su singularidad
separadamente, y es por eso que la Torá dice “ellos dos”. A lo mejor entre
ellos había negocios y algunos otros asuntos en común y, no obstante, la
discusión, Abraham siguió siendo Abraham y Avimelej siguió siendo Avimelej.
Cuando
profesor Bozidar escuchó la reflexión insinuó a sus alumnos que era hora de
marcharse y regresar a casa. Y en el camino les dijo:
–Nuestro
viaje a Varsovia fue solo para escuchar a estos dos personajes. Y para entender
que cuando dos hombres hacen un pacto, siempre existe el riesgo de que uno se
pueda contagiar de las malas cualidades del otro. La sabiduría consiste en
saber cómo se puede estar junto al que piensa diferente sin que se pierda la
propia identidad.
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