Jesús Rico Velasco
¡Frío, mucho frío!.
Temperaturas bajo cero. Aceras congeladas difíciles de caminar. Paradas constantes en cualquier parte. Frotarse
las manos buscando un poco de calor y continuar hasta llegar al lugar deseado.
Invierno en Wisconsin, fiestas de navidad y estación congelada en un lunes primero de enero de 1968.
Llegué a Madison
Wisconsin en un vuelo comercial con varias escalas y cambios de aviones desde
el aeropuerto internacional de Miami. Al salir de la aeronave la luz brillante de una mañana fría me atormentó
los ojos. Me tomó un tiempo abrirlos y
darme cuenta que era necesario bajar por unas escaleras pegadas al costado del pequeño avión. Blanco, todo blanco cubierto
por la nieve en combinación perfecta con el azul claro del cielo se imponía
ante mi mirada fascinada. Mi cuerpo
envuelto en un abrigo color verde con capucha
y guantes de cuero, que use en la navidad anterior en un curso de inglés
en Indianápolis, se movilizó soportando el viento helado y las bajas
temperaturas durante una caminata rápida
y cuidadosa hasta la sala de espera. Alguien de admisiones de la universidad sabía
de mi llegada. Me esperaba con un letrero que decía: “Bienvenido a la
Universidad de Wisconsin”.