Jesús Rico Velasco
¡Frío, mucho frío!.
Temperaturas bajo cero. Aceras congeladas difíciles de caminar. Paradas constantes en cualquier parte. Frotarse
las manos buscando un poco de calor y continuar hasta llegar al lugar deseado.
Invierno en Wisconsin, fiestas de navidad y estación congelada en un lunes primero de enero de 1968.
Llegué a Madison
Wisconsin en un vuelo comercial con varias escalas y cambios de aviones desde
el aeropuerto internacional de Miami. Al salir de la aeronave la luz brillante de una mañana fría me atormentó
los ojos. Me tomó un tiempo abrirlos y
darme cuenta que era necesario bajar por unas escaleras pegadas al costado del pequeño avión. Blanco, todo blanco cubierto
por la nieve en combinación perfecta con el azul claro del cielo se imponía
ante mi mirada fascinada. Mi cuerpo
envuelto en un abrigo color verde con capucha
y guantes de cuero, que use en la navidad anterior en un curso de inglés
en Indianápolis, se movilizó soportando el viento helado y las bajas
temperaturas durante una caminata rápida
y cuidadosa hasta la sala de espera. Alguien de admisiones de la universidad sabía
de mi llegada. Me esperaba con un letrero que decía: “Bienvenido a la
Universidad de Wisconsin”.
El recorrido
hacia la ciudad fue corto. Al llegar al campus universitario el guía me
señaló la entrada a una de las casitas ordenadas en hileras con pequeños antejardines.
La sorpresa fue enorme al encontrar en
la verja de entrada a Humberto Rojas,
compañero de estudios de sociología de
la Universidad Nacional. Un abrazo de
bienvenida y entramos al apartamento. Allí estaban Rosita con
su hijo Mauricio, el Dr. Fals Borda en compañía de Maria Cristina Salazar,
Rodrigo Parra, Álvaro Camacho y su esposa Nora. Me recibieron con gran alboroto
y cálidos abrazos gracias a la afortunada coincidencia de mi llegada con su
encuentro para celebrar el inicio del año 1968. Un día para guardar en la
memoria, un recuerdo extraordinario en
mi vida para compartir. Hay una fuerza de la vida que empuja para que los
eventos sucedan. El encuentro en particular con el Dr. Fals y María Cristina era
inesperado. La cercanía del trato entre ellos indicaba que daban sus primeros
pasos de enamoramiento. Causaba ternura y admiración porque se disipaban los
rumores de la inexistencia de atracción
femenina de nuestro decano. La relación me produjo alegría y brindé por ellos.
Todos sabían que
había estado en contacto con el Dr. Eugene Havens profesor visitante de la
Universidad de Wisconsin en la Facultad de Sociología en Bogotá. Me había
ayudado a conseguir la admisión
inmediata en la Universidad de Wisconsin y facilitó el canal de comunicación con
la universidad en Colombia.
Humberto me informó
que el Dr. Willquening sería mi
consejero durante la maestría. Debía encontrarme con él al siguiente día a las
8:00 am en su oficina del Departamento
de Sociología Rural. Rodrigo Parra se acercó también a conversar sobre los
planes que tenía para ayudarme en mi acomodación en Wisconsin. Rodrigo
estaba en un programa avanzado de doctorado y llevaba un poco más de un año
viviendo en un barrio residencial sobre
las hermosas playas del lago Monona.
Compartía un lujoso apartamento con el Dr. Alejandro Rodríguez, profesor de la
Universidad de Puerto Rico, estudiante de un programa especial de doctorado en
Economía. Rodrigo conocía las limitantes
económicas de una beca como la mía para llevar
una vida cómoda en el exterior, en especial con los altos costos para residir en
Madison. La propuesta entonces era que
ellos pagarían todos los gastos del apartamento y yo ayudaría con la limpieza,
compra y preparación de las comidas. Acepté más que gustoso, la idea era
perfecta para comenzar esta nueva vida. El
interés demostrado por todos para ayudarme a recorrer mi camino académico y
lograr mi bienestar, reconfortaba el espíritu y me hacía sentir querido, y
aceptado.
El apartamento
era muy elegante completamente alfombrado con tres alcobas. Dos con baño privado y la mía un poco más
pequeña con acceso al baño social. Una sala comedor amplia con vista panorámica
al lago Monona y una cocina con todos sus electrodomésticos dispuestos en forma
llamativa. Rodrigo y Alejandro me entregaban cada semana el dinero para la compra
de los alimentos, elementos de cocina y aseo, y yo me
ocupaba del resto.
Cada mañana a las
7:00 la cafetera estaba prendida y lista.
En la nevera había leche, huevos, quesos, mantequilla y jugo de naranja. En el
congelador carnes variadas en porciones para facilitar su manejo. En unos de
los estantes dejaba el pan tajado para su uso en la tostadora. Cada uno se encargaba de dejar los platos y cubiertos
usados dentro de la lavadora. Normalmente
organizaba la cena despues de las 5 de la tarde al regresar de la universidad. Organicé
un menú diario de comida medio rápida: arroz blanco, acompañado con carne de
res, cerdo, pechuga de pollo y otras cosas ricas, ensalada natural o de tarro como fríjol,
alverja o garbanzos. El arroz era el elemento indispensable
alrededor del cual se disponía la cena. Lo preparaba casi todos los días de la
manera más tradicional posible: una taza de arroz blanco de grano largo, dos tazas
de agua, dos cucharaditas de aceite vegetal, una cucharada de sal y un cuarto de cebolla cabezona cortada en triángulos. Se pone a hervir todo lo anterior a
fuego medio, revolviendo ocasionalmente, con cuchara de palo, para evitar la
aglomeración mientras se va secando. Cuando se observa en la superficie orificios pequeños, se disminuye el fuego a
bajo y se deja unos 15 minutos. Luego, se apaga y se revuelve por última vez hasta
el momento de servir. Los fines de
semanas eran un poco diferentes pues todos participábamos en la preparación de alguna
receta que acordábamos con anterioridad.
En alguna ocasión preparé un pato a la
naranja cuyo sabor exquisito todavía recuerdo. No escribo la receta, sólo dejo
constancia de que la vida no era rutinaria, al contrario estaba cargada de
elementos que la hacían feliz e
interesante. Con Rodrigo vimos la
necesidad de comprar un carro usado. Tenía
la licencia de conducir internacional. Podía
manejar en Wisconsin para facilitar las
compras de los víveres en el mercado. El
carrito que compramos fue un VW, un poco
viejo pero funcional, que tuvo un
trágico final hacia la mitad del mes de abril.
La primera noche
de mi llegada al apartamento, le pedí a Rodrigo que me permitiera usar el teléfono
para llamar a Elsita. Llevaba un año en Columbus Ohio en la maestría de
Sociología.
«Hola, Monita. Feliz año 1968»
«Flaquito, que alegría oírte. Feliz año también.»
«Ya estoy en
Madison. Aquí esta Maria Cristina, Orlando, Humberto y Rosita, y los Camacho.
Me voy a quedar a vivir en el apartamento de Rodrigo.»
«Mi papá y mi
mamá están preparando viaje para venir en Semana Santa. Tenemos que hablar para
definir nuestro futuro.»
«Listo Monita.
Mañana te envío mi dirección para que discutamos nuestros planes en orden y con
suficiente tiempo. Es mejor por correo.
Es más barato y muy seguro. También está aquí en Madison el profesor
Eugene Havens. Lo importante es que ya estoy aquí, tengo donde vivir y línea de
futuro que te contaré por correo en la próxima semana.»
«Bueno Flaquito,
hablamos en la próxima semana. Saludes a Rodrigo. Te quiero mucho.»
«Te volveré a
llamar. Yo también te quiero mucho.»
En la oficina del
profesor Wilkening firmamos todos los
formatos necesarios para el proceso de matrícula
y organización de cursos. Y me entregó los
papeles que tenía que llevar a la oficina de registro para asentar el semestre enero-junio. Conversamos sobre la necesidad de continuar en
un curso de inglés básico que se
consideraba necesario para todos los
estudiantes extranjeros. La mayoría de estudiantes
extranjeros provenían de países latinoamericanos en donde la Universidad de Wisconsin tenía proyectos de desarrollo y asesorías como el caso de Colombia con la Universidad Nacional.
Las clases estaban programadas tres veces por semana en horas de la mañana y se
acordaban con los profesores. Así mismo sugirió tomar un curso
de introducción a la estadística y ciencias de la computación con talleres de programación Fortran IV para
completar la carga académica mínima permitida para el primer semestre.
Rodrigo y
Alejandro pasaban mucho tiempo en el apartamento preparando los “papers” para
los cursos del doctorado. Los trabajos
demandaban búsquedas bibliográficas y lecturas detalladas para presentarlos en
reuniones de clases programadas. Debían presentar entre dos y tres trabajos en
el semestre mecanografiados de acuerdo con
las reglas. Además un avance de los desarrollos teóricos en él área del conocimiento y referencias específicas a
trabajos de investigación reconocidos por los pares, más un resumen, conclusiones
y elementos para la discusión.
Los primeros
exámenes que presenté de los cursos no fueron alentadores. Las calificaciones iniciales
apuntaban hacia el fracaso . Me tocó cambiar de profesor de estadística porque
no le entendía nada. La verbalización matemática tiene una apariencia sencilla
pero su expresión en términos reales encierra
alta complejidad al pensar
en inglés. El nuevo profesor de estadística
era un estudiante avanzado en el programa de doctorado. Los asistentes, en su
mayoría latinos, nos acomodarnos a su horario en horas de la noche. Los estudiantes de ese
curso de introducción a la estadística terminamos todos exitosos. Al final del
semestre aprobé el curso con una nota “B” .
En la
introducción a las ciencias de la computación con la programación Fortran IV,
en el curso de inglés y la introducción
a la sociología obtuve al final de semestre una calificación de B. Para esta última asignatura preparé un trabajo basado en los resultados de la
tesis de licenciatura que había realizado en el municipio de Cota Cundinamarca
sobre la relación sincrética entre la imaginería campesina utilizada en los
cultivos agrícolas y los pensamientos absorbidos de la religión católica. Una acotación
teórica de los pensamientos de Max Weber en sus trabajos sobre la ideología
protestante y el desarrollo del capitalismo moderno.
Al iniciar la
primavera acordé con Elsita reunirnos en un sitio intermedio entre Madison y
Columbus. El momento fue preciso por la celebración de los Playoffs de la ABA
de 1968 que tuvo lugar en Pittsburg (Indiana) a unas ciento cincuenta millas de Madison y
algo parecido desde Columbus. Salí muy temprano
un viernes del mes de marzo conduciendo
el carrito con autorización de Rodrigo. Hacia el medio día ya estábamos juntos
dándonos los abrazos y besos que la distancia no nos permitió darnos antes. La
felicidad en los ojos de Elsita al hablar sobre nuestro futuro y la decisión de
unir nuestras vidas en matrimonio, después de un noviazgo que sobrevivía cinco
años, hizo que la ilusión de formar una pareja con ella me colmara de felicidad. La soltería para mi estaba
terminaba. Los padres de Elsita, toda su familia en Columbus y en Colombia se unieron para organizar la
celebración de nuestro matrimonio al final de la primavera.
Esa noche nos
quedamos en Pittsburgh en las residencias estudiantiles. Al siguiente día tuvimos
tiempo para almorzar y visitar un parque
muy próximo al centro de la ciudad. Un espectáculo de colores naturales cubría
todo el paisaje. Las hojas de los árboles se veían verdecitas, y las flores brotando en el jardín, formaban un
verdadero arcoíris terrenal. Caminando por primera vez como futuros esposos por
el borde del lago, nos sentamos debajo de la arboleda en una
tarde fresca. Multitud de patos canadienses se zambullían en sus aguas a su
llegada. Los pajaritos cantaban entre
las ramas de los arbustos. El comienzo
de la primavera alentaba los espíritus llenando de alegría los corazones enamorados. Una tarde para recordar, hacer
planes y soñar nuestro matrimonio que se
programó para la tercera semana de primavera en Columbus Ohio. Esa noche salimos
a una taberna. Se inauguraba la proyección de los “video-discos” en una
pantalla gigante ubicada en una pared.
El sistema funcionaba como las pianolas tradicionales en donde se selecciona el
disco que uno desea y sale una proyección de la orquesta en una pantalla. Un poco cansón y monótono. Nos dimos una bonita despedida de besitos y abrazos para
vernos, hasta la próxima ocasión, en nuestro matrimonio. Regresé a Madison y regué
la noticia entre mis amigos los
colombianos.
Las vacaciones de
semana santa en la universidad de Wisconsin estaban programadas del día viernes 11 de abril hasta el 21. Antes de viajar, me esforcé por dejar el apartamento arreglado, con algunas comidas preparadas para mis amigos Rodrigo y Alejandro. Se me ocurrió la
genial idea de irme en el carrito viejo para aprovechar el poco tráfico de la
noche del domingo. Llegando a Columbus el carrito empezó a sonar un poco raro y la
velocidad disminuyó hasta el punto de apagarse el motor, por fortuna me dio tiempo
de ubicarlo en la calzada de emergencia. Traté de solicitar ayuda, pero la
verdad, nadie paraba estaba retirado de las dos calzadas principales. De motores,
no sabía, nada. Sin embargo conservando algo de esperanza abrí la tapa del
motor , lo miré y aceptando que poco podía hacer, la cerré y regresé al
asiento. En contra de la angustia e impotencia que sentía, el frío y la oscuridad me fui quedando dormido.
Al amanecer escuché y me di cuenta que alguien en un busecito VW se paró detrás
de mi carro. Era un señor que trabajaba en la VW e iba para su trabajo. Le solicité
que me ayudara. Con entusiasmo abrió la
tapa del motor. Pronto se dio cuenta que no funcionaba la bomba del agua y
otros elementos del motor. Hizo algunos ajustes y logró que encendiera. La tranquilidad
regresó a mi corazón. Hacia las 7 de la mañana, muy despacio llegué
a Broad Street cerca del apartamento de Elsita. Ella me acompañó al taller y
allí dejamos el carrito. Luego me
comunicaron que no valía la pena arreglarlo. Me propusieron comprarlo y acepté.
Con este dinero alquilé un automóvil por el tiempo que iba estar en la ciudad,
y por supuesto, nuevecito para no quedar otra vez varado.
Los papás de
Elsita realizaron todos los arreglos del matrimonio en la iglesia de San
Timoteo que atendía el padre Robert Dale. Se esperaba una buena asistencia a la iglesia. Las mejores amigas de universidad de Elsita,
su familia y de mi parte mis amigos: Humberto, Rosita, Rodrigo, Álvaro
Camacho y Nora nos acompañarían. Alquilé
un traje de ceremonia completo, tipo
saco leva, muy elegante para la ocasión. Antes de las once de la mañana Elsita entraba a la
iglesia con un vestido de boda blanco con cola y un velo que le cubría la cara acompañada de
mi suegro, Antonio Maria Gómez. Yo la esperaba un poco nervioso en el altar
mayor. La iglesia estaba adornada con
flores blancas y moños decorando las bancas. La celebración se llevó a cabo en un salón muy
cercano alquilado costeada en su totalidad por los padres de Elsita.
Estuvo muy elegante: pastel de novios, brindis con copa de champaña, buenos vinos y comida de banquete. Para esta ocasión, yo
puse mi cuerpo y mi amor.
Para la noche de
bodas reservamos una habitación matrimonial en un hotel cercano a Columbus.
Allí nos recibieron con una botella de champaña. Nos sentíamos aturdidos y
agotados. Con varios tragos en la cabeza, intentamos, por primera vez tener una
relación sexual completa, pero el sueño
nos venció a los dos. A la mañana siguiente, ya avanzadas las horas, disfrutamos
de un apetitoso desayuno en la cama. Luego
de un almuerzo ligero para regresar al apartamento en la noche. Debía salir al
otro día temprano en Bus hacia Madison para continuar con el semestre y completar los créditos que me
hacían falta para pedir el traslado a la Universidad de Ohio.
Era una vida frenética que no facilitaba, en algunas ocasiones, el
deleite de vivir las horas y minutos despacio para poder saborearlos de a
sorbos como un buen vino.
En las primeras
semanas del mes de junio al término de la primavera un estado de inconformidad
reinaba entre el estudiantado. Los estudiantes rechazaban el sistema de reclutamiento
forzado por la guerra en Vietnam. Considerada por la mayoría injusta. Las
protestas empezaron en muchos campos universitarios con la quema de las tarjetas de reclutamiento. Muchos
hogares sufrían la pérdida de sus hijos. Parejas de recién casados eran
separadas de manera obligada. Los hombres debían enlistarse en una guerra en la que no creían.
Madres con un hijo único quedaban solas, sin apoyo para su sustento. Muchos
estudiantes desesperados escaparon de manera clandestina por la frontera con
Canadá. . El presidente Lindón B Johnson
aparecía constantemente en la televisión en
una especie de propaganda política acusando a los líderes opositores de
izquierdistas, comunistas y contrarios a los interés de la democracia
americana. El líder social y religioso, Martin Luther King, defensor incansable
de los derechos humanos y civiles fue cruelmente asesinado en un motel el 4 de
abril de 1968 en Memphis, Tennessee. Sus bases filosóficas y cristianas se
basaron en “la desobediencia civil sin violencia”. Aún se sentía entre la población el dolor por
el asesinato del presidente Kennedy ocurrido en noviembre 22 de 1963. Su hermano Robert “Bobbie” candidato a la
presidencia por el partido demócrata también fue asesinado el 6 de junio de
1968 en los Ángeles, California. Una sensación de abandono, tristeza y dolor se sentía por todas partes. La
manifestación de la violencia de esa manera tan cruda era increíble. Pero así sucedió,
y me tocó estar ahí, en un país ajeno, pero con una situación de sufrimiento de una población estudiantil que
me tocó por dentro. Era un estado señalador,
no respetaba los pueblos del mundo, como Vietnam, y arrugaba la
democracia. Los movimientos populares fueron creciendo por todas partes como el
“Black Power”, y el “movimiento hippie”. Adornaban con sus maneras particulares
de vestir, comer, bailar y vivir la vida
comunitaria. Impregnaban la sociedad definiendo líneas de pensamiento político,
artístico, literario, y maneras diferentes de
vida, incluyendo el lenguaje popular.
En medio de la
desesperanza política la vida debía continuar. Los primeros vientos cálidos
anunciaban el descongelamiento de los
lagos se sentían en Madison. La vida del
apartamento continuó. Ya sin carrito tuve que regresar al uso de taxis y buses para
ir al mercado. La atmósfera de entusiasmo
por la cercanía del verano, y las ganas
de despedirse de la nieve y el frío, motivó a Rodrigo y Alejandro a organizar una
reunión en el apartamento. Se programó despues de las cinco de la tarde un
viernes en el mes de junio. Llegaron tantos estudiantes que no cabían en el
apartamento, así que se ubicaron en las escaleras del edificio. La situación era
incontrolable. El ruido de la algarabía y la música sobrepasaron los límites de
convivencia. Así que los vecinos llamaron a la policía. No valieron las excusas
y explicaciones de Rodrigo y Alejandro. Los arrendadores del apartamento les
dieron el ultimátum de un plazo de tres días para desocuparlo. Para ellos no
fue muy complicado pues manejaban buenos recursos financieros. Para mí no era tan fácil. Resolví
conseguir una habitación en la YMCA ubicada
en la calle Madison cerca del campus universitario. Era una habitación con baño privado en el cuarto piso
que ocuparía por unas dos semanas mientras finalizaba el semestre.
Logré unas calificaciones
aceptables que me permitieron el traslado de la Universidad de Wisconsin a la del
estado de Ohio. El profesor Wilkening me ayudó en este proceso. Los comentarios
sobre mi matrimonio era el tema del momento. Los profesores no podían creerlo. Era
poco usual que alguien se casara durante su carrera universitaria. Sin embargo,
me felicitaban hasta en las clases. Durante
la última semana de junio debía dejar la ciudad de Madison para viajar en un
bus interestatal y dar inicio a una
nueva vida de casado al lado de Elsita,
mientras sufría las desgracias de
la vida, el desalojo desafortunado que acabó con la buena vida que llevaba con Rodrigo y Alejandro, y un accidente que tuve jugando fútbol,
obligándome a llevar un yeso en el pie y usar muletas. Lo peor de todo era moverse de la YMCA al
campus en donde permanecía desde las primeras horas de la mañana hasta mas o menos
las nueve de la noche cuando regresaba a la habitación. Al final soportar un
trayecto de más de seis horas viajando desde
Madison hasta Columbus Ohio.
Después del
matrimonio, Matucha y el Dr. Gómez regresaron a Colombia. Elsita quedó sola en el
apartamento mientras yo terminaba mi semestre en Wisconsin. Tomó algunos cursos
de verano en el Departamento de Sociología que le permitían seguir disfrutando
de su status de asistente de docencia. A mi llegada y para recibir el verano
conseguimos un apartamento más grande con dos alcobas en las vecindades del
campus. Encontramos uno muy cómodo y bonito, en un segundo piso con parqueadero. Compramos
algunos muebles que nos hacían falta. Notamos
algo muy importante: no teníamos un Televisor
a colores.
Las finanzas
estaban un poco frágiles. El cheque que
me llegaba a través del ICETEX no alcanzaba. Usábamos, los dineros de la beca
de Elsita y de su trabajo como asistente para poder continuar. Decidí conseguir
un trabajo durante el verano. Encontré
una solicitud de trabajadores en una empresa fabricante de mallas de alambre
(“Lenix Fences”). Me aceptaron para
trabajar como ayudante en la instalación de una gran malla en unas instalaciones
carcelarias. El trabajo consistía en manejar un par de alicates, guantes de cuero fuerte
para las manos, y un protector de
ojos de plástico. Estas herramienta se descontaban de la primera nómina semanal
y le quedaban a cada empleado. El trabajo exigía atención permanente manejando
los alicates en parejas de trabajadores, uno frente al otro, retorciendo el alambre
que armaba la malla entre postes de tubos
situados a espacios de dos metros de distancia. La actividad era al aire libre
en pleno verano, con un calor sofocante, descansos intermedios y buen consumo
de agua. Esa semana al recibir el pago
de mi primer cheque, la felicidad no cabía en mi cuerpo. Fui con Elsita a un
centro comercial y compramos un TV a
color RCA de tamaño mediano con un costo equivalente a ese sueldo. Luego de
tres semanas la malla quedó terminada y quedé desempleado. Comencé de nuevo a
buscar. Encontré un trabajo nocturno en una “ granja de ferias” muy cercana. Me
recogían a las 8 de la noche y regresaba al apartamento entre las tres y cuatro
de la mañana. Llegaba oliendo a mierda de vaca y caballo. Me bañaba de pies a cabeza para sacudirme esa
hediondez. Debía limpiar los establos durante la noche con los animales
encerrados en ellos. Transportar el heno
en carretillas y acomodar amablemente a los animales. Demasiado duro y
agobiante, pero aprendí que la necesidad tiene cara de perro y el trabajo hecho
con amor y con ánimo alimenta el espíritu y fortalece
la voluntad.
Una mañana no me
sentía con fuerzas para trabajar. Decidí entonces, salir a conocer el campus de la Universidad
de Ohio. Me quedaba a tiro de piedra de
nuestro apartamento. Me impresionó el “oval” entrando por la avenida de North High. Me dirigí al edificio en donde estaba el Departamento
de Sociología “Hagerthy Hall”. Unos cinco metros después de la puerta
principal en un corredor amplio, noté un
pórtico que se abre en la dirección de la oficina del director del Departamento
de sociología. Entonces sucedió algo sorprendente. El encuentro de las miradas
de dos personas en un instante sincrónico impulsado por una energía de percepción extrasensorial. Fue
un encuentro con un personaje notable
que marcó mi vida para siempre. Han
pasado los años y no dejo de asombrarme al recordar ese instante de
comunicación mental que partió mi vida, en un antes y después, de conocer al
profesor Hans Lennart Zetterberg (1927-2014),sociólogo sueco, cuyos libros eran
reconocidos por la comunidad científica.
Es importante mencionar sus textos en “ On theory and verification in
sociología” (tercera edición en 1966) y “Social theory and social practice”
(1962). Tradujo del alemán al inglés el libro de Max Weber conocido en español
como “Economía y sociedad” el más influyente en el desarrollo de la teoría
sociológica en toda su historia. Este profesor, de manera didáctica con ayuda
de sábanas y dirigiendo mis manos con las suyas, me enseñó cómo trasformar un
programa de computo en realidades intelectuales en el campo de la sociología.
Un punto existencial que marca la convergencia de eventos en el pasado, y
señala la separación de las puntas de un compas que se va abriendo para mostrar
los caminos recorridos como resultado de esa causalidad en tiempo y espacio de dos mentes
sincrónicas.
Tantas personas
en el mismo momento, estudiantes, profesores, y soy yo quien se encuentra de frente en el pasillo
con el Dr. Hans Zetterberg justo cuando salía de su oficina. Estando parado
frente a él, se quedó mirándome y me dijo:
«¿Usted es el
esposo de Elsa Gómez?. ¿Que se acaba de
casar?»
Qué grata
sorpresa me llevaba. Yo sabía quien era él. Era el Director del departamento de
Sociología. Algo nervioso le respondí:
«Si, Dr. Zetterberg. Me trasladé de la Universidad
de Wisconsin para estudiar en la maestría de sociología rural. »
«¿Y qué esta
haciendo? »
«Estoy realizando
algunos trabajos en una feria ganadera cuidando
animales. »
«¿Como así? Eso
no es un trabajo adecuado para un estudiante de esta universidad. No es posible
que desperdicie su tiempo. Necesito a alguien para trabajar en un proyecto de computación llamado CUMULUS. Si
quiere puede empezar el lunes. Aquí en mi oficina de la dirección a las 8 de la
mañana. Va a trabajar directamente conmigo. ¿Sabe manejar las máquinas
Perforadoras y Verificadoras de la IBM.?»
« Claro, Dr.
Zetterberg. Acabo de terminar un curso
en Madison en ciencias de la computación
y un poquito de programación en Fortran
IV.»
«Perfecto. Exactamente
lo que necesito. Se va a ganar un buen
dinero.»
Las cosas pueden
cambiar de un momento a otro en direcciones desconocidas e imprevisibles. Con
inmensa alegría avisé al administrador de la feria ganadera que no iba a
regresar al trabajo. Ahora con Elsita cambiábamos de nuevo el rumbo de nuestras
vidas. Al lunes siguiente muy temprano antes de las 8:00 a.m estaba en la
oficina del Dr. Zetterberg. Empezó por enseñarme manualmente el manejo de los
formatos de CUMULOS. Hice un gran esfuerzo por aprender y en pocas horas ya estaba
programando. Me indicó cómo solicitar una cuenta firmada por él para el uso de los computadores y las
máquinas IBM que estaban en el sótano del edificio. Poco a poco me familiaricé
con los procesos administrativos que tenía que seguir para llevar a cabo el
nuevo trabajo. En el sótano estaba instalado un pequeño computador IBM 1130 que
servía de intermedio para enviar los trabajos de cómputo elaborados con
tarjetas IBM al computador central IBM
370 ubicado en el Departamento de Ingeniería en un edificio de varios pisos con acceso restringido
para los especialistas encargados de su funcionamiento.
En unas dos o tres
semanas de ese verano me convertí en experto en el manejo de los programas del
paquete CUMULUS. Avancé con rapidez en el uso de otros para el procesamiento de datos como “BMD
package”, OMNITAB y otros muy útiles para el manejo de estadísticas
multivariadas. Fue un comienzo sólido, de gran utilidad para el trabajo
académico. A partir del primer trimestre de otoño, ingresé como estudiante en el programa de
Sociología Rural, ubicado en el Colegio de Agricultura al otro lado del río que
atraviesa el campus. Para llegar era necesario tomar el bus de la
Universidad que funcionaba cada 15 minutos o usar las bicicletas públicas o comunitarias que se
encontraban libremente parqueadas en los racks. Con el Dr. Han Zetterberg trabajé todo el
verano. Me pagó como parte de un
proyecto personal dirigido por él. En ese
mes gané mis primeros mil dólares . Abrí una cuenta en el “City Bank” y
fui con Elsita a comprar por cuotas nuestro primer carro nuevecito un “VW modelo 69”.
Hacia el mes de septiembre, conocí en persona
al Dr. Howard Phillips, director del Departamento de Sociología Rural en
el Colegio de Agricultura. Me recibió como si me hubiera conocido desde siempre.
Me nombró “asistente de investigación” para los proyectos de la escuela y los
estudios que se estaban desarrollando con el Centro de Desarrollo de Ohio. Además
me exoneró de la matrícula durante el programa de maestría y me facilitó una
oficina permanente en este lado del Campus. En el transcurso del primer trimestre de Otoño presenté un “paper” dirigido por el
Dr. Phillips sobre “El crecimiento creciente de la población rural en el Estado
de Ohio” publicado en el Ohio Report. Trataba de identificar algunas variables
que mostraban un posible aumento de la
población rural “inesperado” en algunos condados por variaciones en la
fecundidad, la mortalidad y los procesos migratorios.
A finales del
invierno, como resultado de los avances teóricos en la Sociología en las
construcción de Durkheim, presenté un
trabajo sobre el suicidio y el estado marital en el cual se planteó la
hipótesis en la dirección durqueniana de la solidaridad “mecánica” que
distingue a la sociedad industrial, basada
en la complejidad de la división del trabajo, la cooperación contractual ,y la
interdependencia funcional. En este tipo
de sociedades ocurre la “anomia” que se caracteriza por reacciones patológicas
en los seres humanos y colectividades como el suicidio, la violencia y la
criminalidad. Esta investigación se
publicó en el “Journal of marriage and de family” con Lizbeth Minko quien
participó como asistente en el proceso
de la investigación, manejo de las microfichas con los certificados de las defunciones clasificadas como suicidios en
el estado de Ohio en un período 10 años.
La conclusión no fue muy evidente pero contribuyó a soportar las ideas de
Durkheim sobre el impacto que tiene la textura de las relaciones familiares
como componente protector contra las conductas suicidas.
Elsita tenía como
consejero al Dr. Kent Schwirian, un sociólogo muy conocido en el campo de la
sociología urbana quien reemplazó luego de un tiempo al Dr. Zetterberg en la
dirección del Departamento de Sociología. Pronto nos hicimos buenos amigos y compartíamos la vida por fuera de la
universidad. Congeniamos mucho como familia.
Nos invitó a su casa varias veces. Lo agradable y armoniosa de nuestra relación que con el tiempo nos escogiera, a Elsita y a mi,
como padrinos de su primer hijo en los actos católicos del bautismo.
Con Elsita llevamos
una vida apacible y grata. Con una distribución natural del trabajo en casa, equilibrado
en función de la disponibilidad y las
habilidades de cada uno. Me gustaba cocinar desayunos rápidos para salir hacia
la universidad temprano. Al regresar preparaba una buena cena, siempre con el
arroz como protagonista. Elsita era una estudiante muy dedicada y reconocida
por sus compañeros en el campo de la sociología femenina, los derechos y
desigualdades de género. Pero era negada
para la cocina y quehaceres del hogar. Además no le gustaba. No sabía manejar
carro, ni hacia el intento por aprender. Yo tenía que llevarla a los centros
comerciales a realizar algunas compras o reunirse con sus amigas. La dejaba en
los lugares, mientras yo esperaba en el apartamento o en la universidad.
Algunas veces la animaba a que intentara cocinar algo sencillo, pero sucedían las
cosas más insospechadas. En una ocasión me dijo que prepararía unas truchas, yo
muy emocionado las saqué del congelador y las dejé en el lavaplatos. Me despedí
para ir a la universidad. Ella se quedó en casa cocinando para los dos. Al
regresar con gran curiosidad por lo que iba a cocinar, la busqué por el
apartamento. La encontré llorando y horrorizada me dijo:
«¡Esas truchas que
dejaste tienen los ojos abiertos!. Yo no sé como prepararlas. Allí están en el
lavaplatos.»
Acepté que
algunas personas no nacieron para cocinar. Sentí un poco de disgusto y no tuve más remedio que
improvisar una cena rápida con las truchas. Durante nuestra vida compartida Elsita
evitaba las actividades culinarias y del hogar. No le agradaban y yo debía
ocuparme de hacerlas. Un viernes invitamos a cenar al Dr. Howard Phillips con
su señora a nuestro nuevo apartamento en North High. Quería impresionarlos con
una comida casera con pollos tipo perdices
con la idea de poner en el plato dos animales bien asados por persona, con una buena ensalada
verde. Pero justo unos minutos antes de que llegaran se incendió el horno y el apartamento
se llenó de humo . Les pedimos que dieran una vuelta
mientras aireábamos el apartamento.
Abrimos todas las ventanas, y soplábamos por todas partes hasta que regresaron.
Fue una cena accidentada. Ellos muy
tranquilos se acomodaron a las circunstancias. Con unos buenos vinos y unos pollos (perdices) de sabor ligeramente
amargo pasamos un momento inolvidable
para recordar.
Nuestro estado
financiero estaba robustecido y sólido gracias a los ingresos del trabajo como
asistentes en la universidad, y las mesadas de nuestras becas . La movilidad la
teníamos asegurada con nuestro nuevo automóvil. Así que decidimos solicitar a
la compañía de arriendos la posibilidad de cambiar a una residencia más grande. Nos ofrecieron un apartamento en
un suburbio no muy lejano de la universidad en el mismo sentido norte a unos 20
minutos del campus con buenas vías de acceso.
Para esa navidad estábamos estrenando habitación en un conjunto habitacional suburbano de dos
alcobas completamente alfombrado, parqueadero numerado, y una súper piscina con calefacción que se
abría en la mitad de la primavera.
Ambos nos
esforzábamos en nuestro entrenamiento académico.
En la primavera de 1968 presenté el proyecto para la realización de la tesis de
maestría aprobada por el comité del departamento. Con el Dr. H. Phillips
solicité una ayuda al Centro de Desarrollo de Ohio para realizar un estudio de
caracterización de los procesos de “Acomodación e identificación de los
inmigrantes de la región de los Apalaches (Virginia Occidental) a la vida urbana en Columbus, Ohio”. La solicitud
fue aprobada. En junio estaba empezando
la recolección de datos en algunos enclaves de la ciudad en donde se habían
identificado las residencias de una muestra de familias migrantes de la región de los Apalaches. Acompañaba a los
entrevistadores con regularidad para comprender
la vida de estas familias que se movían hacia la ciudad en busca de
mejores oportunidades de vida. Como yo no comprendía el inglés de los campesinos,
el Centro contrató los entrevistadores y simplemente los asistía en algunas de
las visitas. El estudio se realizó. Sirvió
para mostrar como el mapa mental de los migrantes se acomoda con rapidez a
la vida urbana con un territorio mucho más amplio que el de los
nativos del lugar. Sus niveles de acomodación
e identificación a la vida urbana
se desarrollan progresivamente hasta mostrar patrones de comportamiento
acordes con el estilo de vida ciudadano. La tesis fue aprobada como
satisfactoria y obtuve la maestría en sociología rural el 29 de
agosto de 1969 en una ceremonia de un
verano caliente en la mitad del “oval” .
Para esta ocasión
de grado tuvimos la visita de mi hermana Libia proveniente de Colombia. Elsita
y yo la recibimos en el aeropuerto. Nos
sentíamos contentos de ternarla con nosotros. En el aeropuerto al verla salir con
su equipaje hacia la sala de espera en
la que me encontraba, corrí a abrazarla y darle un gran recibimiento. Después de varios años al
recordar junto a ella este encuentro, me cuenta que cuando me vio se sorprendió
al verme los jeans rotos, las sandalias de franciscano, la barba roja de muchos meses y la pinta medio
descachalandrada. Y pensó para sus
adentros, que estábamos en la cochina calle, muy pobres, y susurro con dolor: « pobrecito mi hermano ».
La verdad era que
estábamos en el mejor momento de nuestra economía, en un ambiente amable
rodeado de mucha juventud. Una juventud , desacomodada en su comportamiento,
díscolos, pero muy alegres. En el conjunto todos éramos parejas jóvenes, solteros y sin niños. Se tomaba mucho trago, se escuchaba música,
y la moda de algunas mujeres en “topless” en la piscina. Se compartía un poco de marihuana, la cual de manera paradójica,
nunca consumí.
El día del grado
nos acompañó. Para graduarse sólo se
usaba el vestido largo con toga y birrete. Por debajo está el cuerpo enfundado
en los mismos jeans rotos, una camiseta
descolorida y sandalias de cuero
abiertas. La ceremonia se torna un poco larga y tediosa pues van pasando todos
los graduandos para recibir su diploma delante de todo la burocracia
universitaria que rodea al presidente de la universidad el Dr. Novice J. Fawcett . Mientras tanto todos
sentados con la toga aguantando un calor infernal, por encima de los 35 grados
Celsius. Al final con la
fuerza que brota de los pulmones y de la alegría del logro alcanzado, se toma
el birrete en la mano, y se lanza con
vigor al aire en medio de gritos de júbilo y triunfo.
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