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miércoles, 19 de octubre de 2022

Un matrimonio feliz

 

Jesús Rico Velasco

 ¡Frío, mucho frío!. Temperaturas bajo cero. Aceras congeladas difíciles de caminar.  Paradas constantes en cualquier parte. Frotarse las manos buscando un poco de calor y continuar hasta llegar al lugar deseado. Invierno en Wisconsin, fiestas de navidad y estación congelada  en un lunes primero de  enero de 1968.

 Llegué a Madison Wisconsin en un vuelo comercial con varias escalas y cambios de aviones desde el aeropuerto internacional de Miami. Al salir de la aeronave la  luz brillante de una mañana fría me atormentó los ojos. Me tomó un tiempo  abrirlos y darme cuenta que era necesario bajar por unas escaleras pegadas  al costado  del  pequeño avión. Blanco, todo blanco cubierto por la nieve en combinación perfecta con el azul claro del cielo se imponía ante mi mirada fascinada.  Mi cuerpo envuelto en un abrigo color verde con capucha  y guantes de cuero, que use en la navidad anterior en un curso de inglés en Indianápolis, se movilizó soportando el viento helado y las bajas temperaturas durante una caminata  rápida y cuidadosa hasta la sala de espera.   Alguien de admisiones de la universidad sabía de  mi llegada. Me esperaba  con un letrero que decía: “Bienvenido a la Universidad de Wisconsin”.

 El recorrido hacia la ciudad  fue corto.  Al llegar al campus universitario el guía me señaló la entrada a una de las casitas ordenadas en hileras con pequeños antejardines. La sorpresa  fue enorme al encontrar en la verja  de entrada a Humberto Rojas, compañero de estudios de sociología  de la Universidad Nacional.  Un abrazo de bienvenida  y  entramos  al apartamento. Allí estaban Rosita con su  hijo Mauricio, el  Dr. Fals Borda en compañía de Maria Cristina Salazar, Rodrigo Parra, Álvaro Camacho y su esposa Nora. Me recibieron con gran alboroto y cálidos abrazos gracias a la afortunada coincidencia de mi llegada con su encuentro para celebrar el inicio del año 1968. Un día para guardar en la memoria,  un recuerdo extraordinario en mi vida para compartir. Hay una fuerza de la vida que empuja para que los eventos sucedan. El encuentro en particular con el Dr. Fals y María Cristina era inesperado. La cercanía del trato entre ellos indicaba que daban sus primeros pasos de enamoramiento. Causaba ternura y admiración porque se disipaban los rumores  de la inexistencia de atracción femenina de nuestro decano. La relación me produjo alegría y brindé por ellos.

 Todos sabían que había estado en contacto con el Dr. Eugene Havens profesor visitante de la Universidad de Wisconsin en la Facultad de Sociología en Bogotá. Me había ayudado a conseguir la  admisión inmediata en la Universidad de Wisconsin y facilitó el canal de comunicación con la universidad en Colombia.

Humberto me informó que  el Dr. Willquening sería mi consejero durante la maestría. Debía encontrarme con él al siguiente día a las 8:00 am en su oficina  del Departamento de Sociología Rural. Rodrigo Parra se acercó también a conversar sobre los planes que tenía para ayudarme en mi acomodación en Wisconsin.  Rodrigo estaba en un programa avanzado de doctorado y llevaba un poco más de un año viviendo en  un barrio residencial sobre las hermosas playas   del lago Monona. Compartía un lujoso apartamento con el Dr. Alejandro Rodríguez, profesor de la Universidad de Puerto Rico, estudiante de un programa especial de doctorado en Economía. Rodrigo conocía  las limitantes económicas de una beca como la mía para llevar  una vida cómoda  en el exterior,  en especial con los altos costos para residir en Madison.  La propuesta entonces era que ellos pagarían todos los gastos del apartamento y yo ayudaría con la limpieza, compra y preparación de las comidas. Acepté más que gustoso, la idea era perfecta para comenzar esta  nueva vida. El interés demostrado por todos para ayudarme a recorrer mi camino académico y lograr mi bienestar, reconfortaba el espíritu y me hacía sentir querido, y aceptado.

 El apartamento era muy elegante completamente alfombrado con tres alcobas.  Dos con baño privado y la mía un poco más pequeña con acceso al baño social. Una sala comedor amplia con vista panorámica al lago Monona y una cocina con todos sus electrodomésticos dispuestos en forma llamativa. Rodrigo y Alejandro me entregaban cada semana el dinero para la compra de los alimentos, elementos de cocina y aseo,  y  yo me ocupaba del resto.

 Cada mañana a las 7:00  la cafetera estaba prendida y lista. En la nevera había leche, huevos, quesos, mantequilla y jugo de naranja. En el congelador carnes variadas en porciones para facilitar su manejo. En unos de los estantes dejaba el pan tajado para su uso en la tostadora.  Cada uno se encargaba de dejar los platos y cubiertos usados dentro de la lavadora.  Normalmente organizaba la cena despues de las 5 de la tarde al regresar de la universidad. Organicé un menú diario de comida medio rápida: arroz blanco, acompañado con carne de res, cerdo, pechuga de pollo y otras cosas ricas,  ensalada natural o de tarro como fríjol, alverja o garbanzos.   El arroz era el elemento indispensable alrededor del cual se disponía la cena. Lo preparaba casi todos los días de la manera más tradicional posible: una taza de arroz blanco de grano largo, dos tazas de agua, dos cucharaditas de aceite vegetal, una cucharada de sal y  un cuarto de cebolla cabezona cortada en  triángulos. Se pone a hervir todo lo anterior a fuego medio, revolviendo ocasionalmente, con cuchara de palo, para evitar la aglomeración mientras se va secando. Cuando se observa en la superficie  orificios pequeños, se disminuye el fuego a bajo y se deja unos 15 minutos. Luego, se apaga y se revuelve por última vez hasta el momento  de servir. Los fines de semanas eran un poco diferentes pues todos participábamos en la preparación de alguna receta  que acordábamos con anterioridad. En alguna ocasión preparé  un pato a la naranja cuyo sabor exquisito todavía recuerdo. No escribo la receta, sólo dejo constancia de que la vida no era rutinaria, al contrario estaba cargada de elementos que la hacían  feliz e interesante. Con Rodrigo vimos  la necesidad  de comprar un carro usado. Tenía la licencia de conducir internacional.  Podía manejar  en Wisconsin para facilitar las compras de los víveres en el mercado.  El carrito que compramos fue un VW,  un poco viejo pero funcional, que tuvo  un trágico final hacia la mitad del mes de abril.

 La primera noche de mi llegada al apartamento, le pedí a Rodrigo que me permitiera usar el teléfono para llamar a Elsita. Llevaba un año en Columbus Ohio en la maestría de Sociología.

 «Hola, Monita. Feliz año 1968»

 «Flaquito, que alegría oírte. Feliz año también.»

 «Ya estoy en Madison. Aquí esta Maria Cristina, Orlando, Humberto y Rosita, y los Camacho. Me voy a quedar a vivir en el apartamento de Rodrigo.»

 «Mi papá y mi mamá están preparando viaje para venir en Semana Santa. Tenemos que hablar  para  definir nuestro futuro.»

 «Listo Monita. Mañana te envío mi dirección para que discutamos nuestros planes en orden y con suficiente tiempo. Es mejor por correo.  Es más barato y muy seguro. También está aquí en Madison el profesor Eugene Havens. Lo importante es que ya estoy aquí, tengo donde vivir y línea de futuro que te contaré por correo en la próxima semana.»

 «Bueno Flaquito, hablamos en la próxima semana. Saludes a Rodrigo. Te quiero mucho.»

 «Te volveré a llamar. Yo también te quiero mucho.»

 En la oficina del profesor Wilkening  firmamos todos los formatos necesarios para el  proceso de matrícula y organización de cursos. Y me entregó  los papeles que tenía que llevar a la oficina de registro para asentar  el semestre enero-junio.  Conversamos sobre la necesidad de continuar en un curso de inglés  básico que se consideraba necesario  para todos los estudiantes  extranjeros. La mayoría de estudiantes extranjeros provenían de países latinoamericanos en donde la Universidad  de Wisconsin tenía proyectos de desarrollo  y asesorías como  el caso de Colombia con la Universidad Nacional. Las clases estaban programadas tres veces por semana en horas de la mañana y se acordaban con los profesores. Así mismo  sugirió tomar un   curso de introducción a la estadística y  ciencias de la computación  con talleres de programación Fortran IV para completar la carga académica mínima permitida  para el primer semestre.

 Rodrigo y Alejandro pasaban mucho tiempo en el apartamento preparando los “papers” para los cursos  del doctorado. Los trabajos demandaban búsquedas bibliográficas y lecturas detalladas para presentarlos en reuniones de clases programadas. Debían presentar entre dos y tres trabajos en el semestre  mecanografiados de acuerdo con las reglas. Además un avance de los desarrollos teóricos en él área  del conocimiento y referencias específicas a trabajos de investigación reconocidos por los pares, más un resumen, conclusiones y elementos para la discusión.

 Los primeros exámenes  que  presenté de los cursos  no fueron alentadores. Las calificaciones iniciales apuntaban hacia el fracaso . Me tocó cambiar de profesor de estadística porque no le entendía nada. La verbalización matemática tiene una apariencia sencilla pero su expresión en términos reales encierra  alta complejidad  al pensar en  inglés. El nuevo profesor de estadística era un estudiante avanzado en el programa de doctorado. Los asistentes, en su mayoría latinos, nos acomodarnos a su horario en  horas de la noche. Los estudiantes de ese curso de introducción a la estadística terminamos todos exitosos. Al final del semestre aprobé el curso con una nota “B” .

 En la introducción a las ciencias de la computación con la programación Fortran IV, en el curso de inglés y  la introducción a la sociología obtuve al final de semestre una calificación de B.  Para esta última asignatura preparé  un trabajo basado en los resultados de la tesis de licenciatura que había realizado en el municipio de Cota Cundinamarca sobre la relación sincrética entre la imaginería campesina utilizada en los cultivos agrícolas y los pensamientos absorbidos de la religión católica. Una acotación teórica de los pensamientos de Max Weber en sus trabajos sobre la ideología protestante y el desarrollo del capitalismo moderno.

 Al iniciar la primavera acordé con Elsita reunirnos en un sitio intermedio entre Madison y Columbus. El momento fue preciso por la celebración de los Playoffs de la ABA de 1968 que tuvo lugar en Pittsburg (Indiana)   a unas ciento cincuenta millas de Madison y algo parecido desde  Columbus. Salí muy temprano un viernes del mes de marzo  conduciendo el carrito con autorización de Rodrigo.   Hacia el medio día ya estábamos juntos dándonos los abrazos y besos que la distancia no nos permitió darnos antes. La felicidad en los ojos de Elsita al hablar sobre nuestro futuro y la decisión de unir nuestras vidas en matrimonio, después de un noviazgo que sobrevivía cinco años, hizo que la ilusión de formar una pareja con ella me colmara de  felicidad. La soltería para mi estaba terminaba. Los padres de Elsita, toda su familia en Columbus  y en Colombia se unieron para organizar la celebración de nuestro matrimonio al final de la primavera.

 Esa noche nos quedamos en Pittsburgh en las residencias estudiantiles. Al siguiente día tuvimos tiempo para almorzar y  visitar un parque muy próximo al centro de la ciudad. Un espectáculo de colores naturales cubría todo el paisaje. Las hojas de los árboles se veían verdecitas,  y las flores brotando en el jardín, formaban un verdadero arcoíris terrenal. Caminando por primera vez como futuros esposos por el borde del  lago,  nos sentamos debajo de la arboleda en una tarde fresca. Multitud de patos canadienses se zambullían en sus aguas a su llegada. Los  pajaritos cantaban entre las ramas de los arbustos.  El comienzo de la primavera alentaba los espíritus llenando de alegría los corazones  enamorados. Una tarde para recordar, hacer planes y soñar  nuestro matrimonio que se programó para la tercera semana de primavera en Columbus Ohio. Esa noche salimos a una taberna.  Se inauguraba la  proyección de los “video-discos” en una pantalla gigante ubicada en una  pared. El sistema funcionaba como las pianolas tradicionales en donde se selecciona el disco que uno desea y sale una proyección de la orquesta en una pantalla.  Un poco cansón y monótono. Nos dimos  una bonita despedida de besitos y abrazos para vernos, hasta la próxima ocasión, en nuestro matrimonio. Regresé a Madison y regué  la noticia entre mis amigos los colombianos.

 Las vacaciones de semana santa en la universidad de Wisconsin estaban programadas  del día viernes 11 de abril  hasta  el 21. Antes de viajar, me esforcé  por dejar el apartamento arreglado,  con algunas comidas preparadas para mis  amigos Rodrigo y Alejandro. Se me ocurrió la genial idea de irme en el carrito viejo para aprovechar el poco tráfico de la noche del domingo.  Llegando a Columbus  el carrito empezó a sonar un poco raro y la velocidad disminuyó hasta el punto de apagarse el motor, por fortuna me dio tiempo de ubicarlo en la calzada de emergencia. Traté de solicitar ayuda, pero la verdad, nadie paraba estaba retirado de las dos calzadas principales. De motores, no sabía, nada. Sin embargo conservando algo de esperanza abrí la tapa del motor , lo miré y aceptando que poco podía hacer, la cerré y regresé al asiento. En contra de la angustia e impotencia que sentía,  el frío y la oscuridad me fui quedando dormido. Al amanecer escuché y me di cuenta que alguien en un busecito VW se paró detrás de mi carro. Era un señor que trabajaba en la VW e iba para su trabajo. Le solicité que me ayudara.  Con entusiasmo abrió la tapa del motor. Pronto se dio cuenta que no funcionaba la bomba del agua y otros elementos del motor. Hizo algunos ajustes y logró que encendiera. La tranquilidad  regresó a mi corazón.  Hacia las 7 de la mañana, muy despacio llegué a Broad Street cerca del apartamento de Elsita. Ella me acompañó al taller y allí dejamos el carrito.  Luego me comunicaron que no valía la pena arreglarlo. Me propusieron comprarlo y acepté. Con este dinero alquilé un automóvil por el tiempo que iba estar en la ciudad, y por supuesto, nuevecito para no quedar otra vez varado.

 Los papás de Elsita realizaron todos los arreglos del matrimonio en la iglesia de San Timoteo que atendía el padre Robert Dale.  Se esperaba una buena asistencia a la iglesia.  Las mejores amigas de universidad de Elsita, su familia y  de mi parte  mis amigos: Humberto, Rosita, Rodrigo, Álvaro Camacho  y Nora nos acompañarían. Alquilé un traje de ceremonia  completo, tipo saco leva, muy elegante para la ocasión. Antes  de las once de la mañana Elsita entraba a la iglesia con un vestido de boda blanco con cola y  un velo que le cubría la cara acompañada de mi suegro, Antonio Maria Gómez. Yo la esperaba un poco nervioso en el altar mayor. La  iglesia estaba adornada con flores blancas y moños decorando las bancas. La celebración se llevó a cabo en  un salón muy  cercano alquilado costeada en su totalidad por los padres de Elsita. Estuvo muy elegante: pastel de novios, brindis con  copa de champaña, buenos vinos  y comida de banquete. Para esta ocasión, yo puse mi cuerpo y mi amor.

 Para la noche de bodas reservamos una habitación matrimonial en un hotel cercano a Columbus. Allí nos recibieron con una botella de champaña. Nos sentíamos aturdidos y agotados. Con varios tragos en la cabeza, intentamos, por primera vez tener una  relación sexual completa, pero el sueño nos venció a los dos. A la mañana siguiente, ya avanzadas las horas, disfrutamos de un apetitoso desayuno en la cama.  Luego de un almuerzo ligero para regresar al apartamento en la noche. Debía salir al otro día temprano en Bus hacia Madison para continuar con  el semestre y completar los créditos que me hacían falta para pedir el traslado a la Universidad  de Ohio.  Era una vida frenética que no facilitaba, en algunas ocasiones, el deleite de vivir las horas y minutos despacio para poder saborearlos de a sorbos como un buen vino.   

 En las primeras semanas del mes de junio al término de la primavera un estado de inconformidad reinaba entre el estudiantado. Los estudiantes rechazaban el sistema de reclutamiento forzado por la guerra en Vietnam. Considerada por la mayoría injusta. Las protestas empezaron en muchos campos universitarios con la  quema de las tarjetas de reclutamiento. Muchos hogares sufrían la pérdida de sus hijos. Parejas de recién casados eran separadas de manera obligada. Los hombres  debían enlistarse en una guerra en la que no creían. Madres con un hijo único quedaban solas, sin apoyo para su sustento. Muchos estudiantes desesperados escaparon de manera clandestina por la frontera con Canadá. .  El presidente Lindón B Johnson aparecía constantemente en la televisión en  una especie de propaganda política acusando a los líderes opositores de izquierdistas, comunistas y contrarios a los interés de la democracia americana. El líder social y religioso, Martin Luther King, defensor incansable de los derechos humanos y civiles fue cruelmente asesinado en un motel el 4 de abril de 1968 en Memphis, Tennessee. Sus bases filosóficas y cristianas se basaron en “la desobediencia civil sin violencia”.  Aún se sentía entre la población el dolor por el asesinato del presidente Kennedy ocurrido en noviembre 22 de 1963. Su  hermano Robert “Bobbie” candidato a la presidencia por el partido demócrata también fue asesinado el 6 de junio de 1968 en los Ángeles, California. Una sensación de abandono, tristeza  y dolor se sentía por todas partes. La manifestación de la violencia de esa manera tan cruda era increíble. Pero así sucedió, y me tocó estar ahí, en un país ajeno, pero con una situación de  sufrimiento de una población estudiantil que me tocó por dentro. Era un estado señalador,   no respetaba los pueblos del mundo, como Vietnam, y arrugaba la democracia. Los movimientos populares fueron creciendo por todas partes como el “Black Power”, y el “movimiento hippie”. Adornaban con sus maneras particulares de vestir, comer, bailar y vivir  la vida comunitaria. Impregnaban la sociedad definiendo líneas de pensamiento político, artístico, literario, y maneras diferentes de  vida, incluyendo  el  lenguaje popular.

 En medio de la desesperanza política la vida debía continuar. Los primeros vientos cálidos anunciaban el descongelamiento de  los lagos se sentían en Madison.  La vida del apartamento continuó. Ya sin carrito tuve que regresar al uso de taxis y buses para ir  al mercado. La atmósfera de entusiasmo por la cercanía  del verano, y las ganas de despedirse de la nieve y el frío, motivó a Rodrigo y Alejandro a organizar una reunión en el apartamento. Se programó despues de las cinco de la tarde un viernes en el mes de junio. Llegaron tantos estudiantes que no cabían en el apartamento, así que se ubicaron en las escaleras del edificio. La situación era incontrolable. El ruido de la algarabía y la música sobrepasaron los límites de convivencia. Así que los vecinos llamaron a la policía. No valieron las excusas y explicaciones de Rodrigo y Alejandro. Los arrendadores del apartamento les dieron el ultimátum de un plazo de tres días para desocuparlo. Para ellos no fue muy complicado pues manejaban buenos recursos  financieros. Para mí no era tan fácil. Resolví  conseguir una habitación en la YMCA ubicada en la calle Madison cerca del campus universitario. Era una  habitación con baño privado en el cuarto piso que ocuparía por unas dos semanas mientras finalizaba el semestre.

 Logré unas calificaciones aceptables que me permitieron el traslado de la Universidad de Wisconsin a la del estado de Ohio. El profesor Wilkening me ayudó en este proceso. Los comentarios sobre mi matrimonio era el tema del momento. Los profesores no podían creerlo. Era poco usual que alguien se casara durante su carrera universitaria. Sin embargo, me felicitaban hasta en las clases. Durante la última semana de junio debía dejar la ciudad de Madison para viajar en un bus interestatal y dar  inicio a una nueva vida de casado al lado de Elsita,  mientras  sufría las desgracias de la vida, el desalojo desafortunado que acabó con la buena  vida que llevaba con Rodrigo y Alejandro,  y un accidente que tuve jugando fútbol, obligándome a llevar un yeso en el pie y usar muletas.  Lo peor de todo era moverse de la YMCA al campus en donde permanecía desde las primeras horas de la mañana hasta mas o menos las nueve de la noche cuando regresaba a la habitación. Al final soportar un trayecto de más de seis  horas viajando desde Madison hasta Columbus Ohio.

 Después del matrimonio, Matucha y el Dr. Gómez  regresaron a Colombia. Elsita quedó sola en el apartamento mientras yo terminaba mi semestre en Wisconsin. Tomó algunos cursos de verano en el Departamento de Sociología que le permitían seguir disfrutando de su status de asistente de docencia. A mi llegada y para recibir el verano conseguimos un apartamento más grande con dos alcobas en las vecindades del campus. Encontramos uno muy cómodo y bonito, en un  segundo piso con parqueadero. Compramos algunos muebles que nos hacían falta.  Notamos algo muy importante:  no teníamos  un Televisor  a colores.

 Las finanzas estaban un  poco frágiles. El cheque que me llegaba a través del ICETEX no alcanzaba. Usábamos, los dineros de la beca de Elsita y de su trabajo como asistente para poder continuar. Decidí conseguir un  trabajo durante el verano. Encontré una solicitud de trabajadores en una empresa fabricante de mallas de alambre (“Lenix Fences”).  Me aceptaron para trabajar como ayudante en la instalación de una gran malla en unas instalaciones carcelarias. El trabajo consistía en  manejar un par de alicates,  guantes de cuero  fuerte  para las manos,  y un protector de ojos de plástico. Estas herramienta se descontaban de la primera nómina semanal y le quedaban a cada empleado. El trabajo exigía atención permanente manejando los alicates en parejas de trabajadores, uno frente al otro, retorciendo el alambre que armaba la malla  entre postes de tubos situados a espacios de dos metros de distancia. La actividad era al aire libre en pleno verano, con un calor sofocante, descansos intermedios y buen consumo de agua. Esa  semana al recibir el pago de mi primer cheque, la felicidad no cabía en mi cuerpo. Fui con Elsita a un centro comercial y compramos un  TV a color RCA de tamaño mediano con un costo equivalente a ese sueldo. Luego de tres semanas la malla quedó terminada y quedé desempleado. Comencé de nuevo a buscar. Encontré un trabajo nocturno en una “ granja de ferias” muy cercana. Me recogían a las 8 de la noche y regresaba al apartamento entre las tres y cuatro de la mañana. Llegaba oliendo a mierda de vaca y caballo.  Me bañaba de pies a cabeza para sacudirme esa hediondez. Debía limpiar los establos durante la noche con los animales encerrados  en ellos. Transportar el heno en carretillas y acomodar amablemente a los animales. Demasiado duro y agobiante, pero aprendí que la necesidad tiene cara de perro y el trabajo hecho con amor y  con ánimo alimenta el espíritu  y fortalece  la voluntad. 

 Una mañana no me sentía con fuerzas para trabajar. Decidí entonces,  salir a conocer el campus de la Universidad de Ohio.  Me quedaba a tiro de piedra de nuestro apartamento. Me impresionó el “oval”  entrando por la avenida de North High.  Me dirigí al edificio en donde estaba el Departamento de Sociología “Hagerthy Hall”. Unos cinco metros después de la puerta principal  en un corredor amplio, noté un pórtico que se abre en la dirección de la oficina del director del Departamento de sociología. Entonces sucedió algo sorprendente. El encuentro de las miradas de dos personas en un instante sincrónico impulsado por  una energía de percepción extrasensorial. Fue un encuentro  con un personaje notable que marcó  mi vida para siempre. Han pasado los años y no dejo de asombrarme al recordar ese instante de comunicación mental que partió mi vida, en un antes y después, de conocer al profesor Hans Lennart Zetterberg (1927-2014),sociólogo sueco, cuyos libros eran reconocidos por la comunidad científica.  Es importante mencionar sus textos en “ On theory and verification in sociología” (tercera edición en 1966) y “Social theory and social practice” (1962). Tradujo del alemán al inglés el libro de Max Weber conocido en español como “Economía y sociedad” el más influyente en el desarrollo de la teoría sociológica en toda su historia. Este profesor, de manera didáctica con ayuda de sábanas y dirigiendo mis manos con las suyas, me enseñó cómo trasformar un programa de computo en realidades intelectuales en el campo de la sociología. Un punto existencial que marca la convergencia de eventos en el pasado, y señala la separación de las puntas de un compas que se va abriendo para mostrar los caminos recorridos como resultado de  esa causalidad en tiempo y espacio de dos mentes sincrónicas.

 Tantas personas en el mismo momento, estudiantes, profesores,  y soy yo quien se encuentra de frente en el pasillo con el Dr. Hans Zetterberg justo cuando salía de su oficina. Estando parado frente a él,  se quedó mirándome y me dijo:

 «¿Usted es el esposo de Elsa Gómez?.  ¿Que se acaba de casar?»

 Qué grata sorpresa me llevaba. Yo sabía quien era él. Era el Director del departamento de Sociología. Algo nervioso le respondí:

 «Si,  Dr. Zetterberg. Me trasladé de la Universidad de Wisconsin para estudiar en la maestría de sociología rural. »

 «¿Y qué esta haciendo? »

 «Estoy realizando algunos trabajos en una feria ganadera cuidando  animales. »

 «¿Como así? Eso no es un trabajo adecuado para un estudiante de esta universidad. No es posible que desperdicie su tiempo. Necesito a alguien para trabajar en un  proyecto de computación llamado CUMULUS. Si quiere puede empezar el lunes. Aquí en mi oficina de la dirección a las 8 de la mañana. Va a trabajar directamente conmigo. ¿Sabe manejar las máquinas Perforadoras y Verificadoras de la IBM.?»

 « Claro, Dr. Zetterberg. Acabo de terminar un  curso en Madison en  ciencias de la computación y un poquito de programación  en Fortran IV.»

 «Perfecto. Exactamente lo que necesito.  Se va a ganar un buen dinero.»

 Las cosas pueden cambiar de un momento a otro en direcciones desconocidas e imprevisibles. Con inmensa alegría avisé al administrador de la feria ganadera que no iba a regresar al trabajo. Ahora con Elsita cambiábamos de nuevo el rumbo de nuestras vidas. Al lunes siguiente muy temprano antes de las 8:00 a.m estaba en la oficina del Dr. Zetterberg. Empezó por enseñarme manualmente el manejo de los formatos de CUMULOS. Hice un gran esfuerzo por aprender y en pocas horas ya estaba programando. Me indicó cómo solicitar una cuenta firmada por él  para el uso de los computadores y las máquinas IBM que estaban en el sótano del edificio. Poco a poco me familiaricé con los procesos administrativos que tenía que seguir para llevar a cabo el nuevo trabajo. En el sótano estaba instalado un pequeño computador IBM 1130 que servía de intermedio para enviar los trabajos de cómputo elaborados con tarjetas IBM al  computador central IBM 370 ubicado en el Departamento de Ingeniería  en un edificio de varios pisos con acceso restringido para los especialistas encargados de su funcionamiento.

 En unas dos o tres semanas de ese verano me convertí en experto en el manejo de los programas del paquete CUMULUS. Avancé con rapidez en el uso de otros  para el procesamiento de datos como “BMD package”, OMNITAB y otros muy útiles para el manejo de estadísticas multivariadas. Fue un comienzo sólido, de gran utilidad para el trabajo académico. A partir del primer trimestre de otoño,  ingresé como estudiante en el programa de Sociología Rural, ubicado en el Colegio de Agricultura al otro lado del río que atraviesa  el campus.  Para llegar era necesario tomar el bus de la Universidad que funcionaba cada 15 minutos  o usar  las bicicletas públicas o comunitarias que se encontraban libremente parqueadas en los racks.  Con el Dr. Han Zetterberg trabajé todo el verano.  Me pagó como parte de un proyecto personal dirigido por él. En ese  mes gané mis primeros mil dólares . Abrí una cuenta en el “City Bank” y fui con Elsita a comprar por cuotas nuestro primer carro nuevecito un  “VW modelo 69”.

Hacia el mes de  septiembre, conocí  en persona  al Dr. Howard Phillips, director del Departamento de Sociología Rural en el Colegio de Agricultura. Me recibió como si me hubiera conocido desde siempre. Me nombró “asistente de investigación” para los proyectos de la escuela y los estudios que se estaban desarrollando con el Centro de Desarrollo de Ohio. Además me exoneró de la matrícula  durante  el programa de maestría y me facilitó una oficina permanente en este lado del Campus. En el transcurso  del primer trimestre  de Otoño presenté un “paper” dirigido por el Dr. Phillips sobre “El crecimiento creciente de la población rural en el Estado de Ohio” publicado en el Ohio Report. Trataba de identificar algunas variables que mostraban   un posible aumento de la población rural “inesperado” en algunos condados por variaciones en la fecundidad, la mortalidad y los procesos migratorios.

 A finales del invierno, como resultado de los avances teóricos en la Sociología en las construcción  de Durkheim, presenté un trabajo sobre el suicidio y el estado marital en el cual se planteó la hipótesis en la dirección durqueniana de la solidaridad “mecánica” que distingue a la sociedad industrial,  basada en la complejidad de la división del trabajo, la cooperación contractual ,y la interdependencia  funcional. En este tipo de sociedades ocurre la “anomia” que se caracteriza por reacciones patológicas en los seres humanos y colectividades como el suicidio, la violencia y la criminalidad. Esta investigación  se publicó en el “Journal of marriage and de family” con Lizbeth Minko quien participó  como asistente en el proceso de la investigación, manejo de las microfichas con los certificados de las   defunciones clasificadas como suicidios en el estado de Ohio en un período  10 años. La conclusión no fue muy evidente pero contribuyó a soportar las ideas de Durkheim sobre el impacto que tiene la textura de las relaciones familiares como componente protector contra las conductas suicidas.

 Elsita tenía como consejero al Dr. Kent Schwirian, un sociólogo muy conocido en el campo de la sociología urbana quien reemplazó luego de un tiempo al Dr. Zetterberg en la dirección del Departamento de Sociología. Pronto nos hicimos buenos amigos y  compartíamos la vida por fuera de la universidad. Congeniamos mucho como familia.  Nos invitó a su casa varias veces. Lo agradable y armoniosa de  nuestra relación  que con el tiempo nos escogiera, a Elsita y a mi, como padrinos de su primer hijo en los actos católicos del  bautismo.

 Con Elsita llevamos una vida apacible y grata. Con una distribución natural del trabajo en casa, equilibrado  en función de la disponibilidad y las habilidades de cada uno. Me gustaba cocinar desayunos rápidos para salir hacia la universidad temprano. Al regresar preparaba una buena cena, siempre con el arroz como protagonista. Elsita era una estudiante muy dedicada y reconocida por sus compañeros en el campo de la sociología femenina, los derechos y desigualdades de género.  Pero era negada para la cocina y quehaceres del hogar. Además no le gustaba. No sabía manejar carro, ni hacia el intento por aprender. Yo tenía que llevarla a los centros comerciales a realizar algunas compras o reunirse con sus amigas. La dejaba en los lugares, mientras yo esperaba en el apartamento o en la universidad. Algunas veces la animaba a que intentara cocinar algo sencillo, pero sucedían las cosas más insospechadas. En una ocasión me dijo que prepararía unas truchas, yo muy emocionado las saqué del congelador y las dejé en el lavaplatos. Me despedí para ir a la universidad. Ella se quedó en casa cocinando para los dos. Al regresar con gran curiosidad por lo que iba a cocinar, la busqué por el apartamento. La encontré llorando y horrorizada me dijo:

 

«¡Esas truchas que dejaste tienen los ojos abiertos!. Yo no sé como prepararlas. Allí están en el lavaplatos.»

 

Acepté que algunas personas no nacieron para cocinar. Sentí un  poco de disgusto y no tuve más remedio que improvisar una cena rápida con las truchas. Durante nuestra vida compartida Elsita evitaba las actividades culinarias y del hogar. No le agradaban y yo debía ocuparme de hacerlas. Un viernes invitamos a cenar al Dr. Howard Phillips con su señora a nuestro nuevo apartamento en North High. Quería impresionarlos con una comida casera con pollos tipo perdices
con la idea de poner en el plato dos animales bien  asados por persona, con una buena ensalada verde. Pero justo unos minutos antes de que llegaran se incendió el horno y el apartamento se llenó de humo . Les pedimos que dieran una vuelta
 mientras aireábamos el apartamento. Abrimos todas las ventanas, y soplábamos por todas partes hasta que regresaron. Fue una cena accidentada.  Ellos muy tranquilos se acomodaron a las circunstancias.  Con unos buenos vinos  y unos pollos (perdices) de sabor ligeramente amargo  pasamos un momento inolvidable para recordar.

 

Nuestro estado financiero estaba robustecido y sólido gracias a los ingresos del trabajo como asistentes en la universidad, y las mesadas de nuestras becas . La movilidad la teníamos asegurada con nuestro nuevo automóvil. Así que decidimos solicitar a la compañía de arriendos la posibilidad de cambiar a una residencia  más grande. Nos ofrecieron un apartamento en un suburbio no muy lejano de la universidad en el mismo sentido norte a unos 20 minutos del campus con buenas vías de acceso.  Para esa navidad estábamos estrenando habitación  en un conjunto habitacional suburbano de dos alcobas completamente alfombrado, parqueadero numerado,  y una súper piscina con calefacción que se abría en la mitad de la primavera.   

 

Ambos nos esforzábamos  en nuestro entrenamiento académico. En la primavera de 1968 presenté el proyecto para la realización de la tesis de maestría aprobada por el comité del departamento. Con el Dr. H. Phillips solicité una ayuda al Centro de Desarrollo de Ohio para realizar un estudio de caracterización de los procesos de “Acomodación e identificación de los inmigrantes de la región de los Apalaches (Virginia Occidental) a la  vida urbana en Columbus, Ohio”. La solicitud fue aprobada.  En junio estaba empezando la recolección de datos en algunos enclaves de la ciudad en donde se habían identificado las residencias de una muestra  de familias migrantes  de la región de los Apalaches. Acompañaba a los entrevistadores con regularidad para comprender  la vida de estas familias que se movían hacia la ciudad en busca de mejores oportunidades de vida. Como yo no comprendía el inglés de los campesinos, el Centro contrató los entrevistadores y simplemente los asistía en algunas de las visitas. El estudio se realizó.  Sirvió para mostrar como el mapa mental de los migrantes se acomoda con rapidez a la  vida urbana con un  territorio mucho más amplio que el de los nativos del lugar. Sus niveles de acomodación  e identificación a la vida urbana  se desarrollan progresivamente hasta mostrar patrones de comportamiento acordes con el estilo de vida ciudadano. La tesis fue aprobada como satisfactoria y obtuve   la maestría en sociología rural el 29 de agosto de 1969 en una ceremonia  de un verano caliente en la mitad del “oval” .

 

Para esta ocasión de grado tuvimos la visita de mi hermana Libia proveniente de Colombia. Elsita y yo la recibimos en  el aeropuerto. Nos sentíamos contentos de ternarla con nosotros. En el aeropuerto al verla salir con su equipaje  hacia la sala de espera en la que me encontraba, corrí a abrazarla y darle un  gran recibimiento. Después de varios años al recordar junto a ella este encuentro, me cuenta que cuando me vio se sorprendió al verme los jeans rotos, las sandalias de franciscano, la barba  roja de muchos meses y la pinta medio descachalandrada.  Y pensó para sus adentros, que estábamos en la cochina calle, muy pobres, y susurro con dolor:  « pobrecito mi hermano ».

 

La verdad era que estábamos en el mejor momento de nuestra economía, en un ambiente amable rodeado de mucha juventud. Una juventud , desacomodada en su comportamiento, díscolos, pero muy alegres. En el conjunto todos éramos parejas jóvenes,  solteros y sin niños.   Se tomaba mucho trago, se escuchaba música, y la moda de algunas mujeres en “topless” en la piscina. Se compartía un poco de marihuana, la cual de manera paradójica, nunca consumí.   

 

El día del grado nos acompañó.  Para graduarse sólo se usaba el vestido largo con  toga y  birrete. Por debajo está el cuerpo enfundado en los mismos  jeans rotos, una camiseta descolorida  y sandalias de cuero abiertas. La ceremonia se torna un poco larga y tediosa pues van pasando todos los graduandos para recibir su diploma delante de todo la burocracia universitaria que rodea al presidente de la universidad  el Dr. Novice J. Fawcett . Mientras tanto todos sentados con la toga  aguantando  un calor infernal, por encima de los 35 grados Celsius. Al  final  con   la fuerza que brota de los pulmones y de la alegría del logro alcanzado, se toma el birrete en la mano,  y se lanza con vigor al aire en medio de gritos de júbilo y triunfo.

 

 

 

 

 

 

 

 

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