Jesús Rico Velasco
El trabajo inicial fue responder rápidamente a una serie de dificultades de deslizamientos en Pereira y Manizales en donde se necesitó una caracterización de las familias. Al igual que avanzar en la organización comunitaria en un barrio de vivienda de interés social en Valledupar. Se disponía de poco tiempo para trabajar en equipo y dar soluciones a los problemas sociales en las grandes ciudades, acelerados por el fenómeno de la violencia política enraizada en las zonas rurales, acompañada de una fuerte repulsión del campesinado y una atracción urbana robustecida.
El proyecto que tenía para continuar con mi aprendizaje del idioma inglés
quedó aplazado. Logré asistir a algunos cursos cortos en el instituto de
idiomas Colombo Americano, pero el
trabajo obstaculizaba mi
desempeño. Hacia finales del mes de mayo decidí presentar el examen de clasificación de inglés TOFLE
para estudios en el exterior y solicitar una visa I-20. A duras penas logré
pasarlo con ayuda de una profesora del instituto y las clases que me daba en el
poco tiempo que asistía.
En la Universidad Nacional el proceso de la beca para estudios de posgrado
en el exterior no había avanzado mucho.
En la Secretaría General de la universidad me informaron que debía darle tiempo
a la individualización de la resolución del Consejo Académico.
Llevaba varias semanas del mes de junio en la ciudad de Washington viviendo
con mi cuñado, mi hermana y mi sobrino de unos tres meses de nacido. El área
reducida de un apartamento de Arlington nos hacía arrinconar espacial y
mentalmente. A la espera de que algo extraordinario sucediera en mi vida, me limitaba a quedarme en el sofá hasta
tarde, haciéndome el dormido, a la espera de que mi cuñado se fuera a trabajar. Para luego salir desprevenido,
como cualquier turista, a recorrer durante largas horas los alrededores del
vecindario. Mi cuñado, estricto y de
temperamento volado contrastaba con la dulzura y dedicación religiosa de mi
hermana. Un día jueves, antes de salir para
su oficina, miró hacia el sofá cama y con un hondo suspiro como inhalando el
aire suficiente para lo que tenía que decirme, gritó:
«!Aquí no venís a
joder, grandísimo güevón!. ¡No quiero vagos en mi casa! ¡Cuando regrese esta
tarde de la oficina no quiere verte más aquí!. No me importa lo que pase con tu
vida. El trabajo es una condición necesaria para poder vivir. »
El sufrimiento aumentaba el dolor que sentía. No
tenía respuestas para responder ante las
circunstancias de lo que estaba
pasando. No tenía suficiente dinero
para irme a un hotel o residencia de
bajo costo. En el tiempo que había
transcurrido no había hecho nada para
buscar una ocupación. Había visitado las oficinas de la seguridad social en
donde me dieron un número para contabilizar los aportes cuando empezara a
trabajar. Pero no me preguntaron nada, ni me dieron información especifica,
simplemente me clasificaron y me expidieron el carnet que todavía guardo como
recuerdo.
Mi
hermana se había casado hacia unos dos años con Tony, un colombiano con estudios de economía en la Universidad del
Estado de Nueva York. Veterano de la guerra de Corea que al término de su
jornada militar se quedó a vivir en la ciudad.
Allí llegó mi hermana muy joven
en busca de mejores horizontes y conoció a Tony.
Se habían trasladado
a Washington D.C. por el trabajo como ayudante en el manejo de diseños de nuevas rutas áreas para la Eastern Airlines.
Ya tenían un hijo de escasos tres meses de nacido. Me aproveché de las circunstancias laborales
de mi cuñado y decidí viajar nuevamente
a los Estados Unidos con una visa de estudiante. Mi cuñado me ofreció un pasaje Miami Washington como
familiar a muy bajo costo que el mismo
pagó. Me recibieron en el aeropuerto felices de verme ya graduado con titulo de
sociólogo de la Universidad Nacional.
Ese día jueves un poco pasadas las cuatro de la
tarde no tenía resulta mi situación. Deprimido,
angustiado y desconcertado no sabía que
hacer. Las horas finales del día se iban agotando y pronto regresaría mi cuñado
de la oficina. De vez en cuando salía mi hermana del apartamento a buscarme y
trataba de hablarme pero de la angustia no podía. Estaba sentado en el ultimo escalón de la escalera del
edificio con la espalda contra la pared
pensando.
Al caer de la tarde el viento de primavera refrescaba el aire de las colinas de
Arlington ( Virginia) en las proximidades del Rio Potomac. Una sensación
agradable sentí al ver que de un carro
se bajaba la vecina del segundo piso. Me miró sorprendida con cara de pregunta
y me dijo:
«Soy hermano de Irma. Llegué de Colombia hace varias semanas y no he logrado continuar estudiando ingles, o trabajar en algo. Por ahora no he conseguido para donde irme antes de que llegue Tony»
En el apartamento
nos sentamos a conversar sobre nuestras
vidas, en ese inglés de principiante extranjero que no había avanzado mucho. En
torno a algunas cervezas que me ofreció
y una comida ligera consistente en
sanduches de jamón y queso, muy al estilo americano, fueron pasando
minutos y horas que reconfortaron la angustia. Hacia las 7 de la noche alcancé
a escuchar la llegada de Toni cuando mi hermana le contaba que Pat me había dado posada.
En la conversación con Pat fui descubriendo una
mujer suave y muy sensible. Su manera de
hablar y el tono de su voz eran como un suspiro en el aire, como notas
musicales de un concierto al que sólo yo estaba invitado. Conversaba de
manera suelta y tranquila. Un
comportamiento como si me hubiera
conocido desde hacía mucho tiempo. De
manos delgadas, cuerpo frágil pero
resistente. Rápida y veloz como una hermosa lagartija de senos pequeños, pies
de niña y pelo largo a media espalda.
Ya avanzada la
noche, organizamos el sofá-cama. Consiguió sábanas limpias para que me
acostara. No salía de mi sorpresa. Su
trato bondadoso y sin reproches. Desconcertado
pero con inmensa gratitud me acosté a
dormir deseándole una feliz noche. Traté
de reconstruir este día. La cabeza me daba vueltas, todo el sufrimiento y
desesperación había quedado resuelto por la genuina expresión de amor
desinteresado de un ser humano por otro.
Al siguiente día
se levantó temprano, hizo el café y salió como de costumbre para el Hospital
que quedaba cerca despues de cruzar el “Key Bridge” en el área del distrito de
Washington D.C.. Hice mi desayuno e
impulsado por un sentimiento de agradecimiento que crecía dentro de mi, comencé
a arreglar el apartamento. Limpieza
total de la sala comedor cocina, el baño, y la alcoba. Esperé a que Tony se
marchara y bajé a conversar con mi hermana. Ella aprovechó para contarme que
ese fin de semana les entregarían la casa nueva
que habían comprado hace un tiempo en un sector de viviendas
unifamiliares a unos 30 minutos de donde estábamos. Para ella esto era como un
milagro pues me decía que para Tony se había convertido en un sufrimiento saber
que yo continuaba en el segundo piso con Pat. Los vi salir el sábado muy
temprano con todo el trasteo, no ofrecí mi ayuda para evitar los roces con mi
cuñado. Me quedé con Pat tranquilo por
varios meses, compartiendo una vida sencilla, repleta de ternura, alimentando
un amor
que fue creciendo en el tiempo.
Mientras las
cosas iban pasando intentaba concretar
el proceso de la beca con la Universidad Nacional. Las comunicaciones
telefónicas eran difíciles y costosas. En dos ocasiones logré conversar con la
secretaria encargada y me aseguró que todo iba por buen camino que no me
preocupara. El sistema de correspondencia era también muy lento. Una
comunicación por carta además de ser
costosa tomaba casi un mes entre carta enviada y respuesta recibida.
Me matriculé en
el ELS (English Language Center) en el
programa local de la Universidad Católica para tomar clases de inglés.
Transcurría ya el mes de julio. En varias ocasiones conversé con las directivas
del programa para postularme en el posgrado en “Planeamiento Urbano y Regional”
de la universidad dirigido por el Padre House. Con los documentos que tenía de
la Universidad Nacional, el grado de Licenciado en sociología, y de experto en
vivienda de interés social (CINVA) me matriculé para empezar en el semestre que
iniciaba en el mes de septiembre, mientras terminaba mi curso de inglés.
Parecía que los
ángeles estaban todos de mi lado. Los días felices estudiando y con un nuevo
amor en el segundo piso, sustentado con
suavidad, ternura y dedicación
hacían parte de cada uno de los días de mi vida. Las relaciones con Patricia
iban creciendo tranquilas, avanzaba en la conversación y el idioma. Un amor
con espacio para contarnos nuestros
sentimientos más profundos. La existencia de Elsita, mi novia de Bogotá, no me
abandonaba. Ella había adelantado bastante en su aprendizaje del inglés en la universidad de Ohio y comenzaría
las clases definitivas en la maestría en Sociología. Esto lo sabía, porque
había hablado con ella, unas dos veces en el semestre.
Logré iniciar las
clases en la universidad Católica con la documentación de la beca. Hacia finales del mes de septiembre, el
padre House me citó a su oficina para
comentarme que la beca no se había hecho efectiva y que la Universidad
Nacional le había comunicado que era necesario que regresara a Colombia para tramitarla personalmente.
Esta noticia me tomó por sorpresa pues no estaba entre mis planes regresar tan
pronto a Colombia. Salí apesadumbrado de esta reunión. Pensar en que debía
abandonar algo que me hacía tan feliz, que llenaba mis expectativas a corto plazo
y lo más difícil renunciar a Pat, después de todo lo que había hecho por mí.
¿Cómo se lo diría? ¿Cómo reaccionaría ella? ¿Podría el amor aceptar los
avatares de la vida con resignación? Pasé una tarde de cavilaciones que me producían pesar y tristeza. En horas de la noche cuando llegó Pat al
apartamento, le conté lo sucedido y sobre
mi regreso inminente a Colombia.
Llevábamos casi cinco meses viviendo juntos. Compartiendo el cariño en una
relación armoniosa, y sin disgustos, enfrentando
las dificultades y encontrando soluciones en conjunto para salir adelante. Esta
noticia nubló un poco el panorama límpido que nos acompañaba cada nuevo día.
Hasta que a finales del mes de octubre, cuando el otoño avanzaba y los árboles
se despojaban de sus hojas de color ocres y amarillos, muy cariñosa, se me acercó me abrazó y me
dijo:
«“Baby, let`s get
married.»
Ante su propuesta
de matrimonio los sentimientos y recuerdos de este tiempo bonito vivido a su
lado llegaron de golpe a mi mente. Comprendí
que el amor no es uno sólo, que hay muchas maneras de amar a alguien. Que el
sentimiento por Pat era un amor agradecido
pero libre y desparpajado. Fue así como
de una manera sencilla y clara le dije que no podía mientras la abrazaba fuerte
contra mi cuerpo. La verdad casarme no estaba entre mis deseos. El momento
tampoco era oportuno. Mis anhelos estaban amarrados al proyecto de continuar
mis estudios superiores en el exterior y a un amor inconcluso en Colombia,
Elsita. Pensé: hay que darle tiempo a la vida.
El último mes se
convirtió en una convivencia con pocas palabras de dolor compartido, de vivir
el desmoronamiento de un amor que ahora estaba al borde del precipicio con un
futuro incierto. El buen corazón de Pat arropó con ternura al mío, me ayudó a continuar nuestras relaciones y
alejar la tristeza. Me acogió como pudo hasta el día de mi regreso. Me facilitó
algunos recursos para tomar un bus desde Washington D.C. a Miami. Llegué a Colombia con un pasaje que había
comprado cuando ingresé a USA. Empezando el mes de noviembre me encontraba en Bogotá
tramitando personalmente la beca, tal como se requería, y que siempre desconocí, en las oficinas del
ICETEX.
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