Jesús Rico Velasco
El miércoles 30 de noviembre de 1966 los becarios del Primer Curso Superior de Vivienda nos reunimos en el salón principal del CINVA para realizar el acto de clausura. Habíamos acordado que en nombre de todos realizaría un discurso de despedida que perpetuara nuestra permanencia en esta casa de estudio. Recordé la llegada y la de mis compañeros al CINVA durante la primera semana de enero cuando nos recibió el Dr. Roberto Pineda Giraldo, reconocido antropólogo, con formación en Etnología y ciencias sociales en la Escuela Normal Superior de Colombia y estudios de posgrado en antropología en la Universidad de California, USA. Con investigaciones sobre la población indígena que le dieron gran reconocimiento: “Las Criaturas de Caragabi: indios chocoes, emberaes, catios, chamies, y noanamaes”, publicado por la Editorial Universidad de Antioquia en 1999. Casado con la antropóloga Virginia Gutiérrez, profesora en la Facultad de Sociología, encargada de dictar la excelente catedra sobre “La familia en Colombia”. Una orgullosa socorrana, quién motivó a varios estudiantes a participar como becarios en el Primer Curso Superior de Vivienda.
El CINVA era una
institución de formación internacional que atraía muchos visitantes,
becarios pasantes , e investigadores en el área de la vivienda. El proceso de
entrenamiento era auspiciado por la Secretaria General de la Organización de
Estados Americanos y organizado por el Centro Interamericano de Vivienda y
Planeamiento en sus instalaciones ubicadas en la Universidad Nacional.
Contaba con un laboratorio, centro de desarrollo de materiales, técnicas de construcción y elaboración de metodologías para la construcción de viviendas de interés social. La tecnología de suelo-cemento que se usaba para la fabricación de adobes fue desarrollada durante los años 50 con mucho renombre internacional. En un proceso continuo se mejoró la CINVA RAM ,una prensa manual de fabricación de adobes que ofrecía un ahorro total de más del 50% entre materiales y tiempo de construcción. La vivienda de interés social y ecológica se convertía en una estrategia de interés político en la confrontación de ideologías del lugar de residencia como indicador social.
En este punto
vale la pena abrir una ventana en el tiempo, 10 años después cuando en 1977 realicé mi primer viaje al Africa y durante
la visita a una misión católica en Kinsundu,
población en el bajo Zaire (antiguo Congo Belga) a tres horas de la ciudad de
Kinshasa pude comprobar como se había logrado la construcción de varias aulas de
clase con ayuda de una CINVA-RAM y se adelantaba el proceso de producir adobes
de mayor resistencia en beneficio de la comunidad. Fue entonces cuando comprendí profundamente
la idea de interpretar la vivienda de interés social, no solamente como una
solución de construcción material, sino como una institución comunitaria para
la satisfacción de las necesidades más allá de la concepción simple de un
techo. La residencia como un espacio
para vivir la interacción social, la comunalidad, la comunicación, la familia y
el amor entre las parejas. La idea de que “la vivienda es más que un techo”
movió las estrategias del CINVA a propiciar la formación de “viviendistas”
dentro de un marco general haciendo un llamado a la integración de las ciencias
sociales, las ingenierías, la arquitectura y la construcción.
Después de las palabras del protocolo por parte del Dr. Roberto Pineda Giraldo y varios de los profesores, me correspondió realizar el discurso de despedida. Haciendo uso de la palabra, hice un recorrido por la trayectoria como becarios durante los meses de estudio, las ganancias en el proceso de aprendizaje y las ventajas en el avance en el conocimiento. Deseé a todos un futuro próspero en las actividades profesionales que los esperaban al regresar a sus lugares de procedencia y haciendo un gesto con mi mano, alcé una copa en la imaginación, y brindé por todos.
-¡Que dicha los
almacenes de aquí!. Te pones de todo y no te vigilan.
No resistí la tentación
y les dije:
- ¡Ojo, muchachas!.
Siempre hay alguien vigilando. Recuerden que el “shoplifting” en Estados
Unidos es fuertemente penalizado y castigado.
Tres terminamos
el curso con la vergüenza cargada en nuestros costados del mal comportamiento
de las compañeras. Teniendo capacidad de pago, y sin ninguna necesidad no era
necesario exponerse y bajar el
autoestima. Siempre el camino recto será la mejor dirección para seguir en la
vida.
Mi rumbo ahora se
dirigía hacia la isla de Puerto Rico. La salida al aeropuerto fue muy
temprano en compañía de Nancy una de mis
profesoras, y mi gran amiga Shirley quien me recogía todos los días. Al despedirnos
noté a Nancy muy triste, al acercarse y darme un abrazo de despedida, me
entregó un sobre cerrado que tenía escrito:
-Para Tony Rico.
Favor abrir en el avión.
En el avión la curiosidad
me llevó a mirar el hermoso sobre rosado. Con delicadeza despegué sus puntas,
lo abrí y saqué una carta. Tenía la fecha y un mensaje escrito en una hermosa prosa en
donde con ternura de niña me decía que me quería. No supe qué pensar. ¿Cómo
podría haber adivinado que Nancy, en un tiempo de dos meses, había alimentado en
silencio un cariño por mí?.
Llegué a Puerto
Rico hacia las 7 de la noche . Recogí mi equipaje,
pasé por las oficinas de inmigración y señalé como destino la localidad de
Sabana Grande, tal como me dijo Genaro cuando conversamos:
-Rico. Cuando
llegues a la isla busca un taxi, entrégale esta dirección. Sabes que te estamos esperando.
En ese momento
sonó fácil, pero la dirección estaba a 2 horas de distancia según me dijo el
taxista, y no sabía nada sobre Puerto Rico. Eran las diez de la noche cuando
llegué a Sabana Grande por una carretera completamente pavimentada de doble vía,
bien señalizada. En la plaza central el
taxista se ubicó y en 5 minutos estaba timbrando en la casa. Ana, la mujer de
Genaro, sus dos niños Jorgito y Alvarito y por supuesto, Genaro me recibieron
con gran júbilo.
Me dieron una alcoba en el primer piso con baño y ventana hacia la calle en seguida del local de la floristería. Ana tenía un empresa de arreglos florales, única en la población, en donde con una ayudante hacían coronas para los entierros, adornos para los matrimonios, y ramos de flores para los enamorados. Las flores eran enviadas desde Nueva York cada semana y llegaban al aeropuerto de Mayagüez en donde fui en una ocasión a recogerlas con Genaro.
Me sentía feliz de ver de nuevo a Genaro y compartir con su familia. Lo que sería una corta permanencia en su residencia sin darme cuenta se convirtió en una estadía que sobrepasó su paciencia. Al siguiente día fuimos a las oficinas del Instituto de Vivienda y Renovación Urbana que quedaban en Mayagüez a unos 20 minutos. Los compañeros de Genaro me atendieron y mostraron todos los proyectos que estaban realizando. Se concentraban con mayor atención al saneamiento ambiental una de las mayores preocupaciones en Puerto Rico en ese momento. Y por supuesto un poco de turismo por la ciudad y una visita ineludible a la playa para mi primer chapuzón en el mar.
Genero era un
puertorriqueño a quien no le gustaba asolearse. Era de estatura mediana, cari
redondo y de pelo quieto, con una sonrisa dientona permanente en la boca, y un poquito pasado de
peso. Mi estadía se prolongó hasta las dos
semanas. Tal vez le quité mucho tiempo de su trabajo a Genaro, hombre generoso.
Un día me llevó a visitar la segunda
ciudad más importante de la Isla,
Ponce señorial, un enclave en la costa sur de mar tranquilo y paisajes tropicales, con
palmeras alegres que se menean en las tardes con el suave viento marino, al bajar la temperatura de los
30 grados centígrados. Recorrimos la Isla dando la vuelta por la costa
occidental hasta llegar a la preciosa ciudad de San Juan. Bellos espacios
coloniales con su castillo en el morro, calles estrechas y rincones escondidos
con casas coloniales en pequeñas plazas, y una vista de mar para el infinito
recuerdo de un Puerto Rico del alma. En la localidad de Sabana Grande hice
amistad con los locales que me saludaban rondando una plaza central, en donde
en las tardes al bajar el sol y disminuir el calor, las mujeres caminan en una
dirección opuesta a los varones de una manera entretenida que permite mirarse y conversar entre vuelta
y vuelta.
Un paseo
imperdible era la visita a la bahía fosforescente en la Parguera en la esquina
del suroeste de Puerto Rico. Genaro y su familia me sorprendieron con una elegante cena de despedida y paseo en lancha
por la bahía para observar el resplandor nocturno increíble de diminutos
animalitos que muestran un universo fantástico de una naturaleza privilegiada. Esa noche, Genaro se me acercó y me
dijo:
-¡Oye chico! Te
tengo un regalo.
-Emocionado, lo
miré con los ojos bien abiertos y quedé a la espera. Extendió su brazo hacia mí
y me entregó un tiquete de avión.
Entonces, me dio
risa y pensé: “A buen entendedor pocas palabras”. Lo abracé y le agradecí toda
su hospitalidad.
Como los planes
eran visitar también a Toplitzin Quintanilla en San Salvador pregunté en el mostrador de varias empresas para viajar a San Salvador,
y me ofrecieron un cupo en un vuelo de TACA (Transportes Aéreos Centroamericanos). El
avión hizo escala en San Pedro Sula y luego en corto tiempo aterrizamos en San
Salvador. Allí me esperaba mi amigo
Salvadoreño.
Todos los días me dieron un huevo frito al desayuno
con tortillas y una buena taza de café de gran sabor, uno de los mejores cafés del
mundo. Comía con lentitud para disfrutar
los sabores y aromas de ese delicioso desayuno. Pensaba en la generosidad de mi amigo para darme lo mejor
que tenía.
Topiltzin era un
típico salvadoreño de pelo liso, tez trigueña oscurecida por el sol, bajito
y muy alegre. Con buenos apuntes para
señalar las cosas divertidas de estar vivo y transmitir una actitud de bienestar para pasar el día contento. Su oficina quedaba en
el centro de la ciudad. Después de un recorrido en moto atravesando media
ciudad llegábamos a la plaza central . El se quedaba trabajando mientras yo con todo
el tiempo disponible me dedicaba a caminar por las calles, visitar los pocos
parques del centro, y los lugares que señalaba en el mapa para conocer con
facilidad. El primer fin de semana me llevó al puerto de La Libertad, que
quedaba a una hora de Santa Tecla, una
especie de ciudad intermedia cerca a la
capital. El puerto de pocas cuadras, apretado, y concurrido admitía una
población alegre y festiva que llegaba por todas partes a recorrer las playas y
bañarse en el mar. Un mar tranquilo con amplias playas de arena oscura y olas suaves que
invitaban a jugar, gritar y disfrutar.
Tomamos unos buenos tragos, deliciosa comida de mar con camarones de diversos
tipos, arroz con coco, fríjoles negros y
las inevitables y sabrosas tortillas de
maíz.
Un tiempo de
permanencia bonito y agradable para mi,
pero un poco impositivo en el
transcurrir de la segunda semana de estadía cuando tuve sentimientos de carga sobre mis amigos. Sentía miradas inquietas de algunos miembros de la familia,
y señas repartidas en el ambiente a la espera de mi salida. Toplitzin, como
buen salvadoreño, chistoso y alegre, en esos días me dijo:
-Rico, te voy a
regalar un pasaje en TicaBus para que
regreses a tu país. Está completo saliendo desde San Salvador hasta Panamá. Te
bajas del bus y te quedas en los sitios
que quieras.
De nuevo
comprendía que la amabilidad tiene sus límites. Me llevó a la estación de Tica
Bus, no sin antes despedirme de toda la
familia que se había reunido en la casa y estaban sentados en el anden que rodea
la vivienda. Me di cuenta que eran
bastantes. Unos cuatro o cinco pequeñitos hijos de algunas de las hermanas, la
mamá o la abuela, y tres o cuatro mujeres jóvenes con quienes no tuve la
ocasión de conversar en las noches cuando llegábamos de regreso a la casa . Antes de la cinco de la mañana estaba en la estación
central de Tica Bus de donde salí hacia Managua, capital de la republica de
Nicaragua en un viaje aproximado de doce
horas siguiendo la carretera
panamericana.
Un bus que partió
completamente lleno de pasajeros locales Salvadoreños y algunos extranjeros que
se iban bajando en la medida en que recorríamos la carretera siempre hacia el sur con paradas ocasionales
para desayunar o almorzar en algún sitio con un descanso de 30 minutos y con un
calor ardiente en el exterior del bus. Las temperaturas normales despues de las
primeras horas de la mañana aumentan por encima de los 30 grados Celsius. Fincas
grande y pequeñas sembradas de café y arboles frutales era una vista permanente
en el recorrido por la vía panamericana. La presencia de varios volcanes había
producido una tierra mejorada con lava volcánica excelente para el cultivo del
café considerado como uno de los mejores del mundo. La vida en estos países
centroamericanos estaba dispersa en las zonas rurales con un manejo muy
personalizado de la seguridad demostrada públicamente con el porte legal de
armas: “un revolver al cinto” era una vista normal entre los hombres en los restaurantes, y lugares donde paraba el
bus.
Llegamos a la
ciudad de Managua sin contratiempo. Me
hospedé por una noche en un hotelito que me indicó el chofer. Al día siguiente realicé unas caminatas
por las cercanías del lago y por la zona céntrica. Un anden largo frente a un
gran lago con nombre difícil de recordar
Xolotlan, agua por todas partes, calle arriba y calle abajo. Ciudad bonita con
una plaza grande de la Revolución, la Catedral,
visita rápida al museo nacional y
al palacio de la cultura Al final de la tarde a la central de Tica Bus para asegurar un cupo
en la salida del bus para el día siguiente y continuar el viaje hacia Costa Rica.
Viajamos todo el
día con un grupo nuevo de pasajeros elturistas
que tenían las misma intenciones de llegar hasta Panamá. Desayunamos en alguna
parte, un almuerzo en cualquier lugar
hasta llegar al sitio fronterizo de Peñas Blancas en las proximidades de la
península de Guanacaste en Costa Rica.
Los guardas
fronterizos nos hicieron algunas preguntas sobre los motivos de la visita sin
muchas complicaciones y de paso rápido para la mayoría de los pasajeros. Me hicieron
bajar del bus para mostrar el contenido
de mi maleta. Un poco complicado lograr que entendieran que llevaba un regalo que
había comprado en Indianápolis para mis hermanas: dos abrelatas eléctricos. No podían creerlo, pero esa era la
verdad. Miraron los motorcitos atractivos, un poco pesados, que eran lo máximo
que había salido en el mercado americano
en utensilios para la cocina. Me los entregaron, se rieron mirándose entre sí, y me dejaron pasar.
Los ticos (costarricenses)
en su mayoría cari colorados muy atentos se sentían felices de recibir visitantes. Esta
vez el bus estaba ocupado en su mayoría con turistas jóvenes de origen americano que seguían la ruta hacia el sur. En horas de la tarde llegamos a la ciudad de San
José. El chofer me señaló algunos sitios de visita interesantes en el centro de
la ciudad y un hotel barato en las proximidades de la estación. Salí a recorrer la plaza central. Visité
la catedral, el reconocido Teatro Nacional,
el nombrado “hotel San José de Costa Rica” con una hermosa antesala, la
Plaza de la Cultura, y el museo del oro con entrada gratis. Pasé por el
hospital San Juan de Dios, punto de referencia del centro de San José , y visité las ventas de pejibayes
(chontaduros), de frutas como bananos, aguacates, y las famosas fritangas
populares, y almorzar con el famoso “gallo pinto” de arroz con frijoles negros
que era también el plato nacional en Nicaragua. Como siempre caminé calle arriba y calle abajo
hasta terminar el día agotado en el hotel.
A las cinco de la
mañana estaba en la estación de Tica Bus con cupo totalmente lleno de turistas.
Por coincidencia me tocó viajar con el mismo chofer de Nicaragua lo cual fue
muy grato por el buen saludo y los ánimos que me dio para continuar.
El recorrido por
una carretera difícil, medio destapada, subiendo hacia el “Cerro de la muerte” conocido
así por las personas que murieron en otros tiempos, debido a las bajas temperaturas cuando se cruza el territorio a pie.
Paramos en un lugar agradable a tomar un delicioso café caliente gratuito que
se podía acompañar con pan recién salido del horno. Un frío profundo que se
metía por entre las piernas y subía hasta el pelo nos obligó a abandonar el lugar. Después de varias horas de un viaje duro por carretera
agreste llegamos a la frontera con Panamá, a Paso Canoas. En cuestión de minutos
estábamos al otro lado en nuestro camino
hacia ciudad David y rumbo a la capital de Panamá.
Tal como me indicó
el chofer, me bajé en el “Hotel Central” para tomar una habitación de bajo
costo en el centro de la ciudad. Llamé por
teléfono a mi hermana Libia en Colombia para que me enviara un tiquete en avión
para viajar de Panamá a Cali el sábado 25 de marzo de 1967. Aproveché que tenía un par de días antes del viaje para turistear por el centro de la ciudad y visitar uno de los sitios emblemáticos de este país: el “Puente
de las Américas” inaugurado en 1962 de gran importancia por unir las dos américas y monumental para la época. En las horas de
la noche asistí a una reunión a la que me invitó el chofer del bus. Siguiendo
varias indicaciones de personas que pasaban por mi lado pude dar con la dirección.
La reunión era de amigos, animada con música alegre y acompañada con una bebida
alicorada inquietante medio peligrosa llamada “Pipo” preparada con una combinación
de jugo de manzana, frutas frescas aromatizadas y una mezcla con alcohol antiséptico, que venden en las droguerías, mas otros posibles ingredientes que nadie sabía. Con
un poco de temor, pero con ganas de vivir el momento, aguanté dos horas sin consumir la bebida. La curiosidad me tentó y probé una sola vez.
El sabor era extraño, toxico por el
alcohol, pero matizado por el sabor de las frutas. Sabía que el uso y el abuso del “pipo” en
estas poblaciones marginales costeras
aumentaba la presencia de personas con problemas visuales y ceguera. Los asistentes en su mayoría choferes
de bus querían saber sobre mi ocupación de sociólogo viajero. Pocas palabras en
medio de la fiesta, como vive la gente, su trabajo, las relaciones familiares,
y las manifestaciones de amistad como
invitar a un colombiano para celebrar la vida en estas reuniones. Agradecí las atenciones y con mucho pesar
les indiqué que tenía un vuelo muy temprano para Colombia.
Agotado de los
recorridos y visitas que realicé durante todo el día, me acosté y dormí
profundo. A las 10 de la mañana del sábado salí en un vuelo Panamá Cali. En el
avión me encontré con un amigo Neozelandés que
había conocido en el bus entre
San José y Panamá. Era ingeniero y trabajaba
en una plataforma marina para la explotación de petróleo en Canadá. Contaba con
un tiempo de trabajo de nueve meses en el año y los otros tres meses eran de
vacaciones. Joven soltero de unos 25
años, medio calvo para su edad, descolorido y blanco, poca barba y estatura
mediana. Su intención era llegar por vía terrestre hasta Buenos Aires, Argentina. Le
ofrecí quedarnos en casa de mi hermana en Cali y llevarlo a la estación del ferrocarril . Como no
hablaba español le señalé con claridad
en un papel la ruta despues de
llegar a Popayán. Preguntar por la
estación de buses para Pasto, luego Tulcán y llegar a la frontera con Quito.
Con claridad le expliqué:
-Al sur siempre
al sur, despues de Popayán por vía terrestre hacia la ciudad de Quito en
Ecuador. Siguiendo la vía panamericana algún día llegarás a Buenos Aires en
Argentina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario