Eduardo Toro Gutíerrez
Camelia consumía el tentempié de la
tarde acompañada de sus dos hijos, Fabián y Juliana, de diez y nueve
años. Era lunes, distraída por el tintineo musical de la lluvia tras la
vidriera, miró a sus hijos y les extendió la mano. Timbró el
teléfono sobre la mesita con incrustaciones de marfil. Camelia se apresuró a
responder y después de escuchar dijo: gracias Rosemary, pronto lo tendrás de
vuelta. Se tomó el mentón con el pulgar y el índice y saboreó un
poco de pasado.Volvió al comedor al lado de sus hijos,
sin palabras para expresar el sentimiento que la agobiaba y solo tuvo una
sonrisa breve, que floreció en sus labios como un coral partido.