Alvaro Mejía López
Mientras la señora Zhang
Xuni descendía las escaleras que llevan a la primera planta de su casa,
una empleada había orientado a la visitante al salón de recibo.
–Soy
Xiaomei, señora Zhang Xuni. Gracias por recibirme.
Se trataba de una mujer joven y
hermosa, con blanco traje de pedrerías ceñido hasta la media pierna. Bajo
el brazo portaba una pequeña cartera y combinaba el conjunto de su porte con la
reiterada repetición de una caricia coqueta al anillo de brillantes que lucía
en su mano derecha. La dueña de casa sonrió con amabilidad y la invitó a
sentarse. Al tiempo, con un chasquido de dedos pidió a la empleada
que se acercara.
– ¿Té o café?
La visitante prefirió café, y, sin
muchos adornos, comenzó por contar a la señora Zhang Xuni quién era y
cuál el motivo de su visita.
–Soy china pero estudié en Kuala
Lumpur. Soy políglota. Además del malayo aprendí otros dialectos. Estudié traducción
simultánea en la Universidad de Malasia y en Beijing me especialicé en economía
asiática. Su esposo, a quien conocí en la Universidad Imperial de Pekín, fue
uno de mis profesores más apreciados.
La señora Xuni la escuchaba con
especial atención. Recordó entre tanto que la había visto en el coctel de la
Cámara de Comercio de Kuala Lumpur, dos años atrás en las Torres Petronas. Su
marido había sido conferencista principal de algún evento y la traducción al
malayo había sido hecha por ella.
–Hace un mes coincidí con su esposo en
un vuelo de Beijing a Kuala Lumpur. En esa ocasión nos correspondieron sillas
contiguas.
La señora Zhang
Xuni escuchaba en silencio y acentuaba su atención. Su marido frisaba los
cincuenta y era, sin duda, un hombre serio, como también parecía seria la
muchacha. En lo dicho, al menos, la joven cuidaba sus palabras evitando generar
dudas sobre sus comportamientos y los del profesor. La forma respetuosa como
Xiaomei había aludido a su interacción con el académico solo daba para pensar
en dos personas que coincidían por motivos de trabajo.
–Los organizadores del certamen
dispusieron un automóvil para el profesor, quien, cuando salíamos del
aeropuerto, se ofreció gentilmente para llevarme hasta mi hotel. Por cierto que
fue el mismo donde él se hospedaría. Y no solo acepté su
ofrecimiento sino que agradecí también la invitación que me hizo para cenar
juntos esa noche.
Con tranquila serenidad la joven le
contó también que, una vez terminado el evento, los organismos gremiales de
Malasia le pidieron prolongar su permanencia en Kuala Lumpur para asesorar la
publicación de las memorias del certamen. Esa fue la razón por la que no
regresó a Beijing en el mismo vuelo con el profesor, aunque sí le
acompañó para la despedida en el aeropuerto.
– ¿Cuál es su vuelo profesor? - quiso
saber ella mientras tomaban un café.
– El MH370 de Malasya Airlines.
Y enseguida él le preguntó.
-¿Nos veremos en Beijing?
- Creo que sí –respondió ella.
-“Creo que sí” no es suficiente… Quiero
verte otra vez.
Entonces se sacó la argolla y se
la entregó.
–Me la devuelves cuando nos veamos en
Beijing.
La señora Zhang Xuni se quedó
mirándola fijamente, sin saber qué pensar.
Xiaomei corrió el cierre de su cartera y, con el índice y el pulgar de
la mano derecha, extrajo una argolla matrimonial algo usada, pero dorada
todavía, y con incrustaciones de diamantes.
–Es suya señora…hace veinte días él me la entregó en Kuala Lumpur…pero siempre ha sido suya.
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