Eduardo Toro Gutíerrez
Camelia consumía el tentempié de la
tarde acompañada de sus dos hijos, Fabián y Juliana, de diez y nueve
años. Era lunes, distraída por el tintineo musical de la lluvia tras la
vidriera, miró a sus hijos y les extendió la mano. Timbró el
teléfono sobre la mesita con incrustaciones de marfil. Camelia se apresuró a
responder y después de escuchar dijo: gracias Rosemary, pronto lo tendrás de
vuelta. Se tomó el mentón con el pulgar y el índice y saboreó un
poco de pasado.Volvió al comedor al lado de sus hijos,
sin palabras para expresar el sentimiento que la agobiaba y solo tuvo una
sonrisa breve, que floreció en sus labios como un coral partido.
Jacobo Marín había partido tres semanas
antes. El lunes en la tarde marcaba su regreso. Sus viajes eran habituales.
Viajó a Sao Pablo para promocionar una línea de productos de belleza.
Llamaron a la puerta, Camelia se
apresuró a abrir, se encontró con los brazos abiertos de Jacobo, quien
festejaba su regreso con alborozo, abrazando a sus hijos, que
corrieron a encontrarlo. Notó Jacobo que en Camelia no había la efusividad de
otros regresos, su gesto era frío y distante, pero lo que más lo
inquietaba era la sonrisa insondable y nueva en Camelia. Quiso tomarla entre
sus brazos, pero Camelia lo alejó con un “¿quieres tomar algo?” y con un gesto
de cansancio envió los niños a sus habitaciones. ¿Qué tal tu viaje de
regreso? –Preguntó Camelia con un tono frio y seco- --Fue un retorno perfecto,
mi amor. Rara vez las aerolíneas son tan cumplidas con sus itinerarios, además
estuve favorecido por el buen tiempo a pesar del invierno que campea en todo
Brasil. Dejé muy buenos contactos. Nuestro próximo destino de vacaciones
con los niños puede ser Rio. –Agregó un poco turbado en busca de
una reacción más emotiva-
Jacobo se dispuso a tomar una ducha, en
tanto ella sacó del bolsillo de su chaqueta el talón del tiquete aéreo que
confirmaba la fecha del regreso. ¡Yo lo sabía! -exclamó
susurrando- regresó el lunes pasado. En su rostro se
dibujó una sonrisa triunfante. Lo tenía en sus manos, por fin Jacobo
había caído en los hilos de su propia trampa.
Camelia atacó de frente—Creo que
te referiste al vuelo del lunes pasado, porque el de hoy no fue
tranquilo, las noticias dicen que tu vuelo se siniestró sobre la
selva amazónica y que no hubo sobrevivientes. Es una lástima – agregó con
ironía- que hayas anticipado tu viaje una semana, porque de no ser así
ahora estaría viviendo el digno papel de viuda entristecida y no el de
una mujer engañada.
El rostro de Jacobo se petrificó por la
sorpresa. Se quedó sin armas para iniciar una batalla que ya tenía perdida.
Camelia aprovechó la impotencia de su marido y dijo: supe de fuentes que
ameritan confianza que me engañas desde hace tres años; supe desde el
lunes pasado como te las has ingeniado para viajar cada dos meses al lado de tu
amante.
Jacobo miró suplicante a Camelia y le
dijo: ¿me perdonas? Camelia sentenció: todas tus pertenencias están empacadas,
apúrate, Rosemary te está esperando. Camelia miró tras la vidriera, escuchó
el tintineo de la lluvia y no tuvo valor para agregar una palabra más, porque
la voz se le volvió añicos entre el coral partido de sus labios.
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