Andrea Barona
I
–¡Lo sabía!– dijo Gabriella enjugando sus lágrimas.
Se dirigió hacia su dormitorio deteniéndose frente al guardarropa. Buscó el
vestido que mejor le ajustaba. El negro resaltaba su busto y la falda era del
largo perfecto para dejar a la vista sus tonificados muslos sin perder
elegancia. No ibas en el avión Robert, pero estás muerto, dijo para sí
Gabriella, embalsamando sus labios de un color tan rojo como la sangre.
—Walter. Voy camino a tu oficina, por favor contacta
el investigador privado que trabaja para ti.
Gabriella entró en la oficina de Walter, donde ya
estaba el investigador privado. Se saludaron acomodándose en la mesa de
reuniones.
—Señores los cité porque requiero de un
trabajo serio, que debe comenzar de inmediato. Los pongo en conocimiento. Hoy
descubrí que mi esposo nunca abordó el vuelo que se encuentra desaparecido y
que debería haberlo llevado a una conferencia en Pekín. No tengo la menor duda
de que se encuentra con su amante. Walter quiero que comiences a redactar los papeles del divorcio, mientras que usted
señor…
—Yoo
Seung-ho, pero dígame Smith.
—Ok. Señor Smith, usted me convertirá en una
mujer soltera y rica. Sí mi marido no quiso dar la cara, es porque sabía que era
mejor para él haber estado en ese avión.
—No se preocupe señora Collins, mañana
mismo le daré noticias. —dijo Smith retirándose sin despedirse ni dar más
explicaciones.
Walter
se sentó más cerca de Gabriella.
—Hay algo que no entiendo. Me
habías dicho que Robert te pidió que lo acompañaras en ese viaje.
—El
estaba seguro que me negaría a ir. ¡Ya está muerto para mí Walter! Fue un
sacrificio muy grande, dejar todo en los Estados Unidos para que me hiciera esto.
—Quédate tranquila que Smith es el
mejor. Y lo siento por Robert, era un
gran cliente, pero esta guerra la tienes ganada tu.
Entre el spa y las reuniones con
Walter, Gabriella buscó mitigar la ansiedad. Dos días pasaron desde la reunión,
cuando una llamada interrumpió su masaje matutino.
—Señora Collins, soy Smith. Hubo
alguna demora porque su esposo la estaba haciendo bien. Inteligente el señor.
Encontré la residencia de la amante. La frecuenta desde hace unos seis meses,
la conoció en Pekín. Es la mano derecha de un industrial en Malasia. ¿Quiere
que nos reunamos para darle los detalles?
—No
—Contestó Gabriella ¿Tienes pruebas contundentes?
—Si
señora Collins.
—Entonces
solo dame la dirección y encárguese de llevarle las pruebas a Walter.
—Como
usted ordene.
Condujo casi doscientos kilómetros por
una carretera que bordea la playa hasta una casa rodeada de palmeras. Las gafas
de sol cubrían sus ojos tan profundos como el odio que albergaba. No había
gesto que pudiera dibujarse en su rostro, como si la rabia fuera saciada por la
certeza de una inminente venganza. Llamó a la puerta. Una mujer asiática, de
largas piernas, figura esbelta y cabello negro hasta la cintura atendió. Había
bajado corriendo como si esperara a alguien.
—Hola
¿Le puedo servir en algo?—dijo la mujer desconcertada.
—No.
Y aunque el hombre que hospedas en tu casa tampoco me sirva de nada, necesito
hablar con él.
—¿Qué
dice?
—Sabes
de que hablo. Soy la esposa del “difunto”
Robert Collins.
—¿Robert murió?
—No lo oculte…ya no es necesario.
—No comprendo lo que quiere, habla con
incoherencia. Hace mucho no sé de Robert y no me interesa saber. Por favor
váyase de mi propiedad o llamo a la policía.
La mujer cerró la puerta. Gabriella
quedó inmóvil.
Cuando regresó a casa se acomodó
para hacer dos llamadas. Una a la policía para informar sobre la desaparición
de su esposo y la otra a Smith para despedirlo.
II
Cuatro horas pagó la rubia
“buenona” que llegó con el hombre del cuarto siete, pero salió sola media hora
después.
—Me da mala espina — dijo Crestaegallo dirigiéndose con la llave
maestra al cuarto. Se habían cumplido ocho horas y el hombre no daba señal — ¡Mierda!
¿Y ahora?
Encontró al tipo rígido, tendido en
la cama y al lado en la mesita su billetera vacía. Revisó el pulso y nada,
trajo un espejo para ver la respiración y nada. Volvió a decir ¡Mierda! ¿Y
ahora? Un muerto en el motel significa policías. Ese muerto es de la “Mona”, a mí ni que me
esculquen —
se dijo echándose
el cuerpo al hombro para llevarlo hacia la nave en construcción del edificio.
En
el burdel “La Ronda Gay” la rubia se había quitado la peluca, los lentes de
contacto y el exceso de maquillaje con el que había ocultado su piel trigueña.
—¡Cleo! Qué maquillaje tan espantoso,
estás muy pálida - dijo el joven que entraba al vestier mientras comenzaba a
rasurar su rostro — Se me hizo tardísimo, casi no llego querida.
—El maquillaje ya me lo quité pendeja,
estoy pálida de verdad. Collins se metió en la grande querida. Le dijo a su
mujer que estaba en el avión ese, el que salió en las noticias, el desaparecido.
—Tan
bobo, y para qué si está desaparecido.
—No sea tonta, antes de desaparecer. ¡Pon
atención! Eso no es nada. El asunto es que me hizo ayudarlo. Pues tú sabes, tan
buen cliente y todo lo que nos ha ayudado. Tocó. Imagínate que la mujer se
entere que se inventó ese viaje y le dé por investigar dónde anda metido. Se
enloquece donde descubra su gusto tan variado.
—Me
imagino, sino murió en el avión, ella lo mata. ¿Y cómo lo ayudaste bruta?
—Pues
me conseguí una escopolamina con la Rebeca… tú sabes que ella tiene sus mañas
raras.
—¡Ay
no! Que peligro ¿Y para qué?
—Pues mija, para decirle a la mujer que
no se subió al avión porque lo secuestraron para robarlo. Se tomó esa cosa y lo
dejé atolondrado en un motel de mala muerte al otro lado de la ciudad. Me pagó
con toda la plata que traía y me dijo que desapareciera las tarjetas para que
no las rastreen. Pero la verdad amiga, lo que me tiene asustada, es que han
pasado más de ocho horas y ese güevon nada
que avisa cómo le fue.
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