El
Beto Negrete tenía la costumbre de invitarnos a Ciénaga de Oro cuando se
casaba. No tenía inconveniente en casarse dos o tres veces al año. Al principio
los amores eran escondidos. La muchacha solo exigía una máquina de coser Singer,
una cama de lona con patas de tijera y
una lámpara de gasolina.
Si
la casa era de bahareque y tenía un solo dormitorio, la ceremonia se posponía
hasta cuando se construía una segunda
habitación. Beto nos avisaba con suficiente anticipación la fecha de la boda.
Los
invitados éramos los mismos y sabíamos que la fiesta empezaba al medio día con
un sancocho de cinco carnes: gallina, ternero mamón, cerdo, guartinaja y
morrocoy.
Mientras
nos tomábamos el primer ron le preguntamos por qué tanta elegancia en esta
ocasión.
-Es
que la muchacha es trigueña clara, ojiverde y no se le ha conocido novio.
También se merece la Compra
de la Virgen
por seis horas, aprovechando que esta noche hay fandango aquí.
-Vamos
para allá.
-Debemos
esperar al padre Manuel.
La
compra de la Virgen
sería sencilla. El padre Manuel era amigo personal de la gallada y nunca
habíamos tenido problema con el precio. Lo importante era que la pequeña
estatua apareciera en el atrio de la iglesia cuando sonara el bombo acompañado
de redobles de tambor que anunciaban el inicio del fandango.
El
músico Mayor daba la orden tan pronto llegaba suficiente gente para rodear la
tarima donde estaría instalada la banda. Los bailadores eran organizados por
Maria Varilla, bautizada Maria de los Ángeles Varilla y Tapón, según aseguraba ella,
tan pronto caminó.
El
arreglo de los cumbiamberos lo dominaba María con la experiencia que da un
oficio practicado toda la vida. Cuado tocaban su fandango a las doce de la
noche, todos la rodeaban mientras bailaba sola en el centro del redondel.
Maria
tenía en cuenta la estatura,
corpulencia, partido político, color y olor de la piel para formar cada pareja.
Si alguno de los dos perdía el paso, lo sacaba de la rueda hasta que encontrara
el compás. Vigilaba el consumo del paquete de velas, que reponía a medida que
se derretían hasta llegar al codo de los bailadores.
¡La Virgen no está en el atrio!
Gritó alguien y de inmediato la banda de música se detuvo. Miramos el reloj de
la iglesia y faltaban dos horas para terminar el contrato. Los músicos se
quedaron tocando en la tarima mientras el público se dirigió a la iglesia.
-¡Padre!
¿Dónde está la Virgen ?
-En
los pliegues de mi sotana. Se las
devuelvo cuando me paguen lo que me deben del fandango pasado y lo que va de
este.
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