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viernes, 11 de julio de 2014

La patasola entra por la ventana

Eduardo Toro Gutiérrez


Contaba Nanito a sus primos y amigos,  historias que su abuelo Nano le narraba sacadas de la mitología criolla. Una de las leyendas  que más apasionaba  a Nanito, era la de la temida Patasola y  la repetía a primos y amigos, asumiendo un tono  misterioso: “Por todos los caminos y cañadas se aparece a los caminantes, como un fantasma,  sin dar aviso alguno, una mujer muy grande que camina dando saltos en una sola pata y deja marcada sobre la tierra húmeda una huella gigante con forma de pezuña de tatabra.  Tiene brazos larguísimos que le sirven de apoyo para reemplazar la pata que le falta y para estrangular a los hombres; a veces es bonita y a veces es horrible; en vez de pelo tiene culebras vivas en la cabeza, el abuelo Nano dice que parece una Gorgona. Yo no sé qué es una Gorgona, pero debe ser algo muy miedoso, cuando es bonita tiene ojos azules,  labios rojos, cabellera larga y rubia; lleva la cintura ceñida con una serpiente emplumada  y canta canciones hermosas. Cuando es fea, tiene ojos de fuego, boca descomunal con dientes de pantera; por cabellera tiene culebras venenosas que le caminan por todos el cuerpo y lanza alaridos que penetran la obscuridad”.

“Gusta de los hombres ricos, ojalá mineros y con bastante oro. Los enamora con un canto delgadito  que los emboba del todo y hace que la siguen hasta la cueva que tiene en el monte; allí toma su forma horrible y los abandona privados de conocimiento, después los devora y deja los huesos limpios, saca la osamenta a la vera del camino hacia Las Ánimas, y por eso es que por allá está el denominado  Alto de las Calaveras.”
Lo más verraco de todo es que el abuelito Nano se le escapó a la Patasola un día  que venía de la mina, con afán porque estaba cogido de la tarde. A estas alturas de la historia,  primos y amigos estaban aterrados, unidos en un abrazo de pánico, con los ojos desorbitados  y las cejas arqueadas. Nanito dueño de la situación  siguió contando.  Ustedes conocen lo avispado que es el   abuelo Nano, y dicen que es el único que ha escapado a los embrujos de la Patasola, porque como él es tan inteligente  inventó un conjuro, o yo no sé qué cosa, para quitarle los poderes a la Patasola. Le gritaba en su propia cara: Te vas a quedar muy sola, tus hechizos no me asustan, demonio de Patasola, tus caricias no me gustan. La Patasola replicaba con voz angelical y delgadita:
“Yo soy más que la sirena;
En el monte vivo sola;
Y nadie se me resiste
Porque soy la Patasola.
En el camino, en la casa,
En el monte y en el río,
En el aire y en las nubes,
Todo lo que existe es mío.”
Entonces mi abuelito Nano, tranquilo y sin mostrar nada de miedo, le repetía el conjuro que inventó en el nombre de Dios, el Anima Sola y  todos los  Santos. La Patasola se dio por vencida, se volvió una bola de fuego y se echó a pelotiar  falda abajo, dando unos alaridos tan horribles que hicieron temblar la tierra. Después se encontró con ella varias veces pero la Patasola le tenía respeto al abuelito Nano, creo que hasta se volvieron amigos, porque   todos los días  entra por la ventana al aposento del abuelito Nano. Terminada la historia, primos y amigos miraron aterrados hacia la puerta del cuarto del abuelo Nano.
Tras el cuento que Nanito contaba a primos y amigos, había la segunda intención de alejarlos del  cuarto del abuelo Nano. Abuelo y nieto tenían un pacto de caballeros, desde un día que el nieto entró apurado al cuarto del abuelo llevando  una tórtola cuncuna con una madeja de hilos enredada en  sus paticas. El abuelo, con paciencia de abuelo, trató de librar las paticas de la madeja pero cuando lo logró ya era tarde, una de las paticas estaba fracturada y sin remedio, entonces no hubo más solución que amputarla. La cuncunita fue curada y alimentada y manifestó su gratitud dando muestras de mansedumbre.  El abuelo dijo a Nanito: ya tenemos nuestra propia patasola y éste será nuestro secreto.
La cuncuna patasola, entraba por la ventana del cuarto de Nano todas las mañanas, muy temprano; sobre una mesita encontraba un platillo con su porción de maíz sorgo y agua para tomar y bañarse. El abuelo Nano era feliz con la compañía de la tórtola y llegaron a tener tal empatía que la cuncuna patasola se subía a su hombro y revolcaba sus canas con el pico. Solo Nanito sabía de la estrecha relación entre abuelo y patasola y era Nanito un segundo amigo para la tórtola de una sola patica.
Pasaron los días y patasola seguía frecuentando al abuelo. Mientras el abuelo leía historias para luego contar a Nanito, la cuncuna se daba a la tarea de alborotar sus canas. Un día observó  que patasola entraba y salía en apurado vuelo y cada vez que entraba traía en su pico una pajita de esparto que organizaba con esmero en una taza de porcelana que Nano tenía sobre el armario y dentro de  la cual, al cabo de tres días,  construyó un nido, mulléndolo y dándole el toque de gracia con las canas que arrancó al abuelo.
Nanito y Nano, se preguntaban sobre el fin de este capricho de patasola, porque en todo el tiempo de la amistosa relación no se le había conocido noviazgo, pues siempre se desplazaba en solitario y ahora en su soledad Inflaba el buche y arrullaba enamorada. Un día puso un huevo y bajó hasta el hombro del abuelo para celebrar su proeza, y, al día siguiente, repitió la hazaña, otra vez bajó a celebrar y volvió al nido para quedarse en él,  incubando  los huevos producto de su pasión furtiva.
Un día fue el regocijo para  abuelo y nieto, la antigua taza de porcelana estaba llena de vida, había allí, cerca de ellos, en el improvisado nido,  dos polluelos que abrían sus picos hambrientos. Otra vez chocaron sus puños, sellaron un pacto de caballeros  y juraron, poniendo los dedos en cruz, que nadie podría saber del secreto de la cuncuna patasola y sus pichones. Para patasola, la corajuda madre soltera, la faena de llenar los buches descomunales de dos pichones hambrientos era fatigante, porque cumplía, ella sola,   la tarea que las cuncunas y otras hembras hacen  con la ayuda de su compañero.

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