Eduardo Toro Gutiérrez
Contaba Nanito a sus primos y amigos,
historias que su abuelo Nano le narraba
sacadas de la mitología criolla. Una de las leyendas que más apasionaba a Nanito, era la de la temida Patasola y la repetía a primos y amigos, asumiendo un
tono misterioso: “Por todos los caminos
y cañadas se aparece a los caminantes, como un fantasma, sin dar aviso alguno, una mujer muy grande que
camina dando saltos en una sola pata y deja marcada sobre la tierra húmeda una
huella gigante con forma de pezuña de tatabra. Tiene brazos larguísimos que le sirven de
apoyo para reemplazar la pata que le falta y para estrangular a los hombres; a
veces es bonita y a veces es horrible; en vez de pelo tiene culebras vivas en
la cabeza, el abuelo Nano dice que parece una Gorgona. Yo no sé qué es una
Gorgona, pero debe ser algo muy miedoso, cuando es bonita tiene ojos azules, labios rojos, cabellera larga y rubia; lleva
la cintura ceñida con una serpiente emplumada
y canta canciones hermosas. Cuando es fea, tiene ojos de fuego, boca
descomunal con dientes de pantera; por cabellera tiene culebras venenosas que
le caminan por todos el cuerpo y lanza alaridos que penetran la obscuridad”.
“Gusta de los hombres ricos, ojalá
mineros y con bastante oro. Los enamora con un canto delgadito que los emboba del todo y hace que la siguen
hasta la cueva que tiene en el monte; allí toma su forma horrible y los
abandona privados de conocimiento, después los devora y deja los huesos
limpios, saca la osamenta a la vera del camino hacia Las Ánimas, y por eso es
que por allá está el denominado Alto de
las Calaveras.”
Lo más verraco de todo es que el
abuelito Nano se le escapó a la Patasola un día
que venía de la mina, con afán porque estaba cogido de la tarde. A estas
alturas de la historia, primos y amigos
estaban aterrados, unidos en un abrazo de pánico, con los ojos desorbitados y las cejas arqueadas. Nanito dueño de la
situación siguió contando. Ustedes conocen lo avispado que es el abuelo Nano, y dicen que es el único que ha
escapado a los embrujos de la Patasola, porque como él es tan inteligente inventó un conjuro, o yo no sé qué cosa, para
quitarle los poderes a la Patasola. Le gritaba en su propia cara: Te vas a
quedar muy sola, tus hechizos no me asustan, demonio de Patasola, tus caricias
no me gustan. La Patasola replicaba con voz angelical y delgadita:
“Yo soy más que la sirena;
En el monte vivo sola;
Y nadie se me resiste
Porque soy la Patasola.
En el camino, en la casa,
En el monte y en el río,
En el aire y en las nubes,
Todo lo que existe es mío.”
Entonces mi abuelito Nano, tranquilo
y sin mostrar nada de miedo, le repetía el conjuro que inventó en el nombre de
Dios, el Anima Sola y todos los Santos. La Patasola se dio por vencida, se
volvió una bola de fuego y se echó a pelotiar falda abajo, dando unos alaridos tan horribles
que hicieron temblar la tierra. Después se encontró con ella varias veces pero
la Patasola le tenía respeto al abuelito Nano, creo que hasta se volvieron
amigos, porque todos los días entra por la ventana al aposento del abuelito
Nano. Terminada la historia, primos y amigos miraron aterrados hacia la puerta del
cuarto del abuelo Nano.
Tras el cuento que Nanito contaba a
primos y amigos, había la segunda intención de alejarlos del cuarto del abuelo Nano. Abuelo y nieto tenían
un pacto de caballeros, desde un día que el nieto entró apurado al cuarto del
abuelo llevando una tórtola cuncuna con
una madeja de hilos enredada en sus
paticas. El abuelo, con paciencia de abuelo, trató de librar las paticas de la
madeja pero cuando lo logró ya era tarde, una de las paticas estaba fracturada
y sin remedio, entonces no hubo más solución que amputarla. La cuncunita fue
curada y alimentada y manifestó su gratitud dando muestras de mansedumbre. El abuelo dijo a Nanito: ya tenemos nuestra
propia patasola y éste será nuestro secreto.
La cuncuna patasola, entraba por la ventana
del cuarto de Nano todas las mañanas, muy temprano; sobre una mesita encontraba
un platillo con su porción de maíz sorgo y agua para tomar y bañarse. El abuelo
Nano era feliz con la compañía de la tórtola y llegaron a tener tal empatía que
la cuncuna patasola se subía a su hombro y revolcaba sus canas con el pico.
Solo Nanito sabía de la estrecha relación entre abuelo y patasola y era Nanito
un segundo amigo para la tórtola de una sola patica.
Pasaron los días y patasola seguía
frecuentando al abuelo. Mientras el abuelo leía historias para luego contar a
Nanito, la cuncuna se daba a la tarea de alborotar sus canas. Un día
observó que patasola entraba y salía en
apurado vuelo y cada vez que entraba traía en su pico una pajita de esparto que
organizaba con esmero en una taza de porcelana que Nano tenía sobre el armario
y dentro de la cual, al cabo de tres
días, construyó un nido, mulléndolo y dándole
el toque de gracia con las canas que arrancó al abuelo.
Nanito y Nano, se preguntaban sobre
el fin de este capricho de patasola, porque en todo el tiempo de la amistosa
relación no se le había conocido noviazgo, pues siempre se desplazaba en
solitario y ahora en su soledad Inflaba el buche y arrullaba enamorada. Un día
puso un huevo y bajó hasta el hombro del abuelo para celebrar su proeza, y, al
día siguiente, repitió la hazaña, otra vez bajó a celebrar y volvió al nido
para quedarse en él, incubando los huevos producto de su pasión furtiva.
Un día fue el regocijo para abuelo y nieto, la antigua taza de porcelana
estaba llena de vida, había allí, cerca de ellos, en el improvisado nido, dos polluelos que abrían sus picos hambrientos.
Otra vez chocaron sus puños, sellaron un pacto de caballeros y juraron, poniendo los dedos en cruz, que
nadie podría saber del secreto de la cuncuna patasola y sus pichones. Para patasola,
la corajuda madre soltera, la faena de llenar los buches descomunales de dos
pichones hambrientos era fatigante, porque cumplía, ella sola, la
tarea que las cuncunas y otras hembras hacen con la ayuda de su compañero.
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