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viernes, 3 de enero de 2014

La huelga

Hugo León Zapata


   
















Universidad Nacional 1949. La Facultad de Farmacia funcionaba en la calle diez con carrera 19, en el corazón de San Victorino. Por los años 40 las farmacias, o boticas, eran manejadas por farmacéuticos  licenciados, y titulados, por prácticos o ayudantes de  farmacia, que a veces se independizaban. Las farmacias se limitaban a vender medicamentos en general. Solo unas cuantas despachaban fórmulas magistrales: papeletas, jarabes, lociones, cremas, solo con autorización de licenciados, o por un farmacéutico titulado. La carrera de farmacéutico tenía una duración de cuatro años. En ese entonces comenzaron a florecer los depósitos de drogas y se empezaron a abrir farmacias, y por tanto, se necesitaba de quien las pudiera dirigirlas.
  Los interesados reunieron capitales y gestionaron ante el Congreso para que se legislara a propósito. Fluyó la plata y el Congreso presuroso y ávido de dinero, empezó a tramitar el asunto, así llegó a la comisión cuarta el proyecto de regidores de farmacia.  Cuando nos dimos cuenta el proyecto estaba muy adelantado. Así que los estudiantes nos fuimos a la loca a huelga, apoyados por las directivas de la facultad.

El primer lunes de huelga entramos a la facultad y nos encontramos con que en un salón estaba un grupo de muchachos recibiendo instrucciones sobre medicamentos. Preguntamos ¿Qué es eso? Están dando instrucciones a los presuntos regentes de farmacia. ¿Cómo así? José María. ¿Qué vamos a hacer? Hombre León ¿Por qué no saboteamos esto? ¿Cómo es posible este atropello? De acuerdo, pero con solo gritos y las manos en los bolsillos, no vamos a ningún Pereira.
José María y León eran compañeros de estudio, tenían buena amistad, uno caldense y el otro antioqueño. Vivíamos en casa  de un primo de José María. La alimentación la tomábamos en una casa especial para estudiantes. Los estudios los realizábamos, cosa común en ese entonces, en un café, donde nos dejaban mesas para estudiantes, como atención especial.
Chepe ¿Recordás la bomba lacrimógena que tenemos? Manos a la obra. Ese  día  nos dedicamos a preparar el artefacto. Nos fuimos al laboratorio de química, en un vaso de precipitados, colocamos un poco de ácido nítrico, hicimos tiritas de algodón que introducimos en ácido, las cuales se convirtieron en algodón pólvora, que utilizaríamos como mecha en el artefacto que  fabricaríamos. Una papeleta triangular de papel con un poco de polvo  lacrimógeno en su interior, el cual al entrar en contacto con la mecha encendida entraba en combustión y explotaba. Lógico, la carga no debería ser muy grande para que no fuera muy explosivo y peligrosa, solo gas lacrimógeno que se extendería por el aire, y haría llorar.
En medio de la huelga, estábamos amparándonos en un zaguán de una casa y una bomba lacrimógena - un cilindro de unos  20 centímetros y 10 de diámetro - nos cayó cerca sin explotar. La cogí y nos la llevamos para la casa. La destapamos y encontramos un polvo amarillento combinado con diferentes sustancias. Comentamos  con el profesor  - el Pote Calderón - sobre  lo encontrado. Sacamos a colación que al mezclar ácido clorídrico con algodón se forma el algodón pólvora. 
Así que una mañana en que no había nadie, entramos a la facultad y disimuladamente colocamos la papeleta en la puerta, prendimos la mecha, y esperamos, estalló la papeleta y todos a correr y a llorar. Nadie   sospechó nada. Esa misma tarde nos trasladamos al Congreso en la plaza de Bolívar, entramos al capitolio, pasamos frente a la estatua  de Cipriano  Mosquera, entramos al recinto de la comisión cuarta que estaba sesionando, un salón amplio, donde había una mesa en forma de herradura en la que los congresistas discutían el  proyecto de regentes de farmacia, saboreando  la buena tajada que les daría aprobar el proyecto. La plata era mucha y el afán mucho más. De  pronto unos pasos, una aseadora pasaba furtivamente,  nos escondimos, entró un joven, dejó un fardo de hojas y salió nuevamente. Esperamos. Nadie a la vista; prendimos la mecha y dejamos la papeleta al  pie de la puerta y nos apresuramos  a alejarnos del lugar. Oímos el estallido, las voces de auxilio y el corretear asustado de los congresistas. La  sesión se disolvió. Aviso inmediato a las autoridades,  movimientos de tropa y policía. El proyecto terminó aprobándose, se acabó la huelga y a estudiar con la cola entre el rabo.
Pero dígase lo que se quiera , gracias a la huelga se produjeron cambios en la legislación para el sector farmacéutico. La Facultad y la Universidad tuvieron que cambiar el pensum y crear nuevas ramas: bioquímica, toxicología, farmacología y otras afines  a la salud. Se abrieron nuevas facultados en diferentes ciudades. Se abrieron nuevos campos para el químico  farmacéutico, en la salud, los laboratorios y la industria.
El Congreso cumplió con su acostumbrado proceder, sus miembros recibieron su tajada, sus torcidos fueron recompensados. Sí algún día hubiera honradez en Colombia, ya no seríamos felices, nos haría falta el escándalo.


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