Hugo León Zapata
Universidad Nacional 1949. La Facultad de Farmacia funcionaba en la calle diez con carrera 19, en el corazón de San Victorino. Por los años 40 las farmacias, o boticas, eran manejadas por farmacéuticos licenciados, y titulados, por prácticos o ayudantes de farmacia, que a veces se independizaban. Las farmacias se limitaban a vender medicamentos en general. Solo unas cuantas despachaban fórmulas magistrales: papeletas, jarabes, lociones, cremas, solo con autorización de licenciados, o por un farmacéutico titulado. La carrera de farmacéutico tenía una duración de cuatro años. En ese entonces comenzaron a florecer los depósitos de drogas y se empezaron a abrir farmacias, y por tanto, se necesitaba de quien las pudiera dirigirlas.
Los interesados reunieron
capitales y gestionaron ante el Congreso para que se legislara a propósito.
Fluyó la plata y el Congreso presuroso y ávido de dinero, empezó a tramitar el
asunto, así llegó a la comisión cuarta el proyecto de regidores de farmacia. Cuando nos dimos cuenta el proyecto estaba muy
adelantado. Así que los estudiantes nos fuimos a la loca a huelga, apoyados por
las directivas de la facultad.
El primer lunes de huelga
entramos a la facultad y nos encontramos con que en un salón estaba un grupo de
muchachos recibiendo instrucciones sobre medicamentos. Preguntamos ¿Qué es eso?
Están dando instrucciones a los presuntos regentes de farmacia. ¿Cómo así? José
María. ¿Qué vamos a hacer? Hombre León ¿Por qué no saboteamos esto? ¿Cómo es
posible este atropello? De acuerdo, pero con solo gritos y las manos en los
bolsillos, no vamos a ningún Pereira.
José María y León eran
compañeros de estudio, tenían buena amistad, uno caldense y el otro antioqueño.
Vivíamos en casa de un primo de José
María. La alimentación la tomábamos en una casa especial para estudiantes. Los
estudios los realizábamos, cosa común en ese entonces, en un café, donde nos
dejaban mesas para estudiantes, como atención especial.
Chepe ¿Recordás la
bomba lacrimógena que tenemos? Manos a la obra. Ese día
nos dedicamos a preparar el artefacto. Nos fuimos al laboratorio de
química, en un vaso de precipitados, colocamos un poco de ácido nítrico,
hicimos tiritas de algodón que introducimos en ácido, las cuales se convirtieron
en algodón pólvora, que utilizaríamos como mecha en el artefacto que fabricaríamos. Una papeleta triangular de
papel con un poco de polvo lacrimógeno
en su interior, el cual al entrar en contacto con la mecha encendida entraba en
combustión y explotaba. Lógico, la carga no debería ser muy grande para que no fuera
muy explosivo y peligrosa, solo gas lacrimógeno que se extendería por el aire,
y haría llorar.
En medio de la huelga,
estábamos amparándonos en un zaguán de una casa y una bomba lacrimógena - un
cilindro de unos 20 centímetros y 10 de
diámetro - nos cayó cerca sin explotar. La cogí y nos la llevamos para la casa.
La destapamos y encontramos un polvo amarillento combinado con diferentes
sustancias. Comentamos con el profesor - el Pote Calderón - sobre lo encontrado. Sacamos a colación que al
mezclar ácido clorídrico con algodón se forma el algodón pólvora.
Así que una mañana en
que no había nadie, entramos a la facultad y disimuladamente colocamos la
papeleta en la puerta, prendimos la mecha, y esperamos, estalló la papeleta y todos
a correr y a llorar. Nadie sospechó
nada. Esa misma tarde nos trasladamos al Congreso en la plaza de Bolívar, entramos
al capitolio, pasamos frente a la estatua
de Cipriano Mosquera, entramos al
recinto de la comisión cuarta que estaba sesionando, un salón amplio, donde
había una mesa en forma de herradura en la que los congresistas discutían
el proyecto de regentes de farmacia, saboreando la buena tajada que les daría aprobar el
proyecto. La plata era mucha y el afán mucho más. De pronto unos pasos, una aseadora pasaba
furtivamente, nos escondimos, entró un
joven, dejó un fardo de hojas y salió nuevamente. Esperamos. Nadie a la vista;
prendimos la mecha y dejamos la papeleta al
pie de la puerta y nos apresuramos
a alejarnos del lugar. Oímos el estallido, las voces de auxilio y el
corretear asustado de los congresistas. La
sesión se disolvió. Aviso inmediato a las autoridades, movimientos de tropa y policía. El proyecto terminó
aprobándose, se acabó la huelga y a estudiar con la cola entre el rabo.
Pero dígase lo que se
quiera , gracias a la huelga se produjeron cambios en la legislación para el sector
farmacéutico. La Facultad y la Universidad tuvieron que cambiar el pensum y
crear nuevas ramas: bioquímica, toxicología, farmacología y otras afines a la salud. Se abrieron nuevas facultados en
diferentes ciudades. Se abrieron nuevos campos para el químico farmacéutico, en la salud, los laboratorios y
la industria.
El Congreso cumplió con
su acostumbrado proceder, sus miembros recibieron su tajada, sus torcidos
fueron recompensados. Sí algún día hubiera honradez en Colombia, ya no seríamos
felices, nos haría falta el escándalo.
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