Vistas de página en total

martes, 29 de septiembre de 2015

Pachamama y la abuela

Alexandra Franco


                    Mientras termino de peinarte, te contaré cómo nosotras todas mujeres, somos quienes adornamos los lugares preciados en nuestro planeta, entregando amor incondicional y vida, enfrentando  ultrajes, abusos, maltratos y no quiero acordarme de más temores para continuar. Todo, solo, por resistirnos a la corrupción, amiga de los astutos y denigrada por los inteligentes de la especie humana. Mi madre o mejor tu bisabuela Caridad, murió cuando nací en una finca, cerca al desierto de la Tatacoa.

Terruño abandonado por amenazas anónimas que fragmentaron y desplazaron  la parentela entera que decidió llamarme Cualidad. De lo poco que hablé con papá, sé que a inicio de los setenta escogió a Cali como nuevo albergue por los Juegos Panamericanos, el clima y las mujeres. Vivimos cerca al río Cauca en tugurios hechos en tres horas con mingas organizadas por gente del pacífico desde Nariño hasta el Chocó.
Dicen que se montaban mínimo treinta por noche. Cuando se terminó el espectáculo se acabó la fiesta y los encuentros culturales se espantaron. Papá, a quien apodaban “cusumbo”, sin consultar, solo con sus dos niños, decidió armar un cambuche fuera de la vida urbana costosa y egoísta. Justamente yo llegué a este paradisíaco lugar. Era solo una bebé y he olvidado detalles de mi infancia. No sé si para bien o para mal, hasta ahora me lo pregunto. Sé de la tierra, de los vientos, las aguas, del fuego y de los bellos testimonios de animales e insectos que me acompañaron en mis juegos infantiles solitarios.
Tengo memoria acústica y es precisamente cómo a inicios de los ochenta, viviendo en el monte de los Farallones, entre mariposas, aves, frutas y flores exóticas, correteando colibríes, chuchas y venados, en un mundo soñado, sucedió lo que a nadie le he contado y muchos tergiversan.
Tales experiencias maravillosas se interrumpieron a mis trece años cuando el silencio del bosque cambió por el estruendo acelerado de camionetas cuatro por cuatro, fuegos artificiales injustificados, equipos de sonido con rancheras o grupos en vivo de mariachis. Gritos, silbidos y vulgaridades espantaban hasta las más pequeñas criaturas. Con esa bulla arribó tu abuelo, un responsable irresponsable, quien aturdió la zona a punta de labia.
Le vi por primera vez afuera de la iglesia del corregimiento un domingo de ramos, donde departía con varias personas bajo la sombra de un carbonero gigante. Con un dedo llamó a mi padre. Era apuesto, viejo para mi edad, mono ojiazul, charlatán, paisa, mujeriego, ambicioso, y quizás con lo peor de los males del hombre que nunca satisfacen: la codicia. Me miró, sonrió y escuchó cuando tu bisabuelo me mandó para la casa sola mientras ellos terminaban con los nuevos inmigrantes una canasta de cerveza entre chistes, tejo, refranes y negocios.
Esa noche el sereno se presentó en forma humana y arrebato de un golpe mi inocencia. Una y otra vez la imagen de esa mirada maliciosa de aquel señor conocido como Número, no me desamparó. Confundida sin conocer qué pasaba, ni qué había pasado, la menstruación no vino, los ojos vidriosos y la constante salivación acompañada de arqueos con vómito, me presionaron para ir con mi inocencia y poca habla a la brigada de salud que se realizaba cada mes,  confirmaron con un examen que estaba embarazada. Médicos, sicólogos, odontólogos y otros no dudaron en señalar a mi padre y a mi único hermano como causantes de mi nuevo estado. Los pocos campesinos que nos conocían se unieron al señalamiento, siendo desterrados por un grito intimidatorio, sin derecho a escucha, ni defensa. Sin despedidas, ni adioses, me volé y caminé por un bosque. Al cabo de  unas semanas, retorné al hogar frío, sin leña y sin voces que me acogía y expulsaba.
De la familia no sé nada, es mejor aparecer muerta que estar desaparecida. Siempre callada, cabizbaja y viviendo en el cambuche que mi familia había organizado no me dejé morir, le pedí trabajo a una señora encantadora, Pachamama, solitaria, propietaria de tres montañas en los Farallones, guerrera, frentera  y muy confiada, quien me acogió, encargándose  de mí para que no me enviaran a un hogar sustituto o  de adolescentes embarazadas que deben dar sus hijos en adopción. Me puso oficios: encomiendas, recados, responsabilidades y me respetó y me escuchó, era lo que necesitaba para no estar pensando en tormentosas experiencias y  en el abandono,  siento que me tenía lástima.
El estilo de vida del mafioso Número se encarnizó con el edénico predio, alquiló  con pago por un año dos de las tres montañas de Pachamama. En menos de dos meses las agujerearon, los ríos se convirtieron en echaderos de químicos, la motosierra, las motos, el helicóptero se unieron a la   contaminación ambiental para arrebatar al viento su armonía y verter el amarillo sobre el verde. La gente hablaba de oro, respiraba oro, olía a oro, las sonrisas de dientes de oro innovaron la imagen de los pocos campesinos que habitaban el corregimiento, la escuela se acabó, los jóvenes querían dinero fácil sin estudiar, hubo robos, atracos, homicidios, secuestros y desapariciones. Entretanto Número  permanecía semanas en las excavaciones para ser el primer y único colono en encontrar la veta de oro inigualable del Pacífico. Con la tala masiva de árboles centenarios cambiaron el clima, secaron quebradas y varios nacimientos de agua. El paisaje cambió al de una desolación y sequía permanentes. El agua solo la usaban para conseguir oro. Aves, animales, insectos abandonaron  las dos montañas. La tercera que es está, donde hoy rememoro para ti mis secretos, nunca se afectó. 
Un día cuando se celebraba el día del campesino y los nuevos ricos invitaban a endeudarse a inocentes bajo el asombro de metales y timbales  orquestados, stripteas, shows, espectáculos y entretenimientos de consumo que reclutaban sin esfuerzo a los adolescentes sin cariño,  Pachamama no aguantó y dispuesta a finalizar el contrato, agarró unas onzas de oro para cancelar el contrato,  llegó a la cancha de fútbol a enfrentar a su aborrecido inquilino. La gente departía, bebía y comía. Alguien preguntó por el micrófono el paradero de Número y una carcajada comunal respondió en silencio.
Pachamama  me miró sin observarme, presa de ira se le acercó Huérfanor, y en el oído le comentó lo que todos ya sabían. Número estaba en la fosa más profunda,  impuso una marcha que anticipaba la muerte. Siendo la baquiana con mayor experiencia en los Farallones, seguí a mi madre gestante de tres meses sin levantar sospecha y evitando que ella me notara. Entró enfurecida en la caverna mortal, no había pasado un minuto de su ingreso, cuando escuché un alarido con un eco subterráneo desgarrador. Entré intempestivamente, orientada por las antorchas titilantes, olía a pelo quemado, combinado con ácidos, los aromas me  impedían concentrarme; la visual, la respiración y la garganta se agotaban cuando aprecié a Número,  quien enloquecido derramó cianuro sobre el cuerpo de Pachamama, que agarrando como águila las onzas, intentó escapar, le di con una porra, con furia, dolor, rabia, alcanzándole su cráneo  por el lado izquierdo, lo dejé inmóvil, me percaté que estuviera inconsciente y cubrí con mi chaqueta su carne efervescente.
Como pude, con fuerza y delicadeza, cargué a Pachamama hasta el puesto de salud que estaba desolado. Entraba la noche y Loaiza, el vigilante me ayudó con los primeros auxilios. Salió a pedir ayuda, la médica rural, con unos tragos  encima, se atrevió a dar un parte médico: mujer de 45 años con quemaduras de tercer grado por ácido en más de la mitad del cuerpo. Llamó con urgencia a una ambulancia para trasladarla a la unidad de quemados del hospital universitario. Llegó a la hora, la acompañé, durante el trayecto me susurraba palabras que me hacían acercarme hacia su irreconocible rostro;  me decía que le ayudara a desalojar la maldad de su propiedad.
La acompañé toda la noche en la sala de urgencias, ella en una camilla oxidada, protegida con un caucho ensangrentado del herido o muerto  anterior, dormitaba esperando a que desocuparan una cama en la unidad. Por fin antes del alba la remitieron a una sala con olor a químico de limpieza y la postraron en un lecho decente, se encontraba aún dopada, reaccionó dos horas después y apenas me vio, intentó agarrarme para que me aproximara a ella,  entre dientes me preguntó qué estaba haciendo allí, que por qué no le había hecho el mandado. Estaba en buenas manos, pero su predio no.
En ayunas, sola, con muchas ideas y una estrategia, volví al corregimiento, hablé con el corregidor, un joven abogado quien prestó atención,  tomó un megáfono y convocó con urgencia a enguayabados y cristianos para informarles lo acontecido y de los propósitos de Pachamama.
Muchos tomaron distancia, agarraron sus pertenencias y emprendieron un éxodo masivo cuando las campanadas que sonaron al medio día, abandonaron las montañas, sin estruendo, como salen los cobardes.
 Nunca volví a ver viva a Pachamama, su corazón dejó de palpitar en el momento en que la campana descargó las doce. Antes de morir recomendó ante un notario que yo, Cualidad, desde ese día, estaba encomendada a ser la dueña y señora de las tres montañas. Ansiosa por contarle lo inimaginable en tan solo unas horas y desconociendo sus últimos deseos, bajé a la ciudad y esa misma tarde como ella lo había manifestado, la enterramos, sin misa, ni flores, ni cánticos, la acompañé hasta la última pala de tierra que cayó sobre su féretro. El enterrador y yo oramos un padrenuestro y tres avemarías por su alma; esa fue mi despedida física. Debí esperar menos de cinco años para que me legitimaran las montañas.
 La felicidad y la tristeza van de la mano. Con pasión, quien aún habitaba en mí, agarró un impulso de sabiduría y prudencia para enfrentar el vivir.
A Número nadie le volvió a ver, nunca se supo si salió o no de aquel hueco maligno que fue tapado con rocas, piedras y palos. La escuela se reabrió, nombraron maestra de planta, una mujer inquieta, generosa y ansiosa por compartir sus saberes.
Por esos días tuve a tu madre en el centro de salud, la profesora me acompañó, se encargó de enseñarme el trato adecuado para la bebé, a quien le dio el  nombre de Pasión, ni sabía qué significaba pero sonaba bien. Anticipé la dieta para salir a trabajar, la maestra demostró mucho afecto por tu madre, quien prefirió durante su niñez y juventud compartir con la profe más que conmigo, o que con sus compañeros de clase. Poco hablé con tu madre por estar pendiente de otros menesteres que distraían mi historia entristecida.
Hay días que me da remordimiento y me digo: “hubiera no existe y a lo hecho pecho”. Hicimos varias acciones con toda la comunidad, mingas productivas que generaron colectivos, tu madre siempre me evitó y nunca quiso participar. Los campesinos intercambiaron semillas nativas con indígenas y afros del otro lado de la montaña mayor, para recuperar el bosque gestor de agua. Tuvimos que esperar cinco años, o más, para volver a sentir las aves, las loras, los ciervos, los guatines, los micos, los osos, los perros de monte o jaguares y para llegar a ser la única propietaria con papeles de tierras que jamás anhelé.
A finales de los ochenta la alegría retorno por completo. La solidaridad, el aprecio y el cariño convirtieron a Pachamama en “hábitat” de paz, donde el diálogo y el consenso son las herramientas que agradan y ambientan la cotidianidad. La maestra me enseñó a aprender con Pasión a quien le brindo especial orientación, hasta que cumplió los dieciséis años.
Cuando ambas en rumbos separados decidieron abandonar a Pachamama y sus alrededores, eso fue ya para finales de los noventa, y solo hoy quince años después, sé que está bien, que estudió biología en Berkeley California, que vive en una de las islas de Hawai, en un hogar verdadero y que no desea volver la mirada atrás, ni a su madre o a tu propia abuela Cualidad. Mirada que tú confrontas para regalarme lo más preciado que la vida me ha otorgado, tu presencia, símbolo de prolongación generacional femenina.
He terminado de peinarte prístina nieta, hoy tu hermosura engalana este paisaje, espero que te amañes para continuar con el legado, te invito a recorrer paso a paso este pedazo de cordillera durante tus vacaciones de verano.



2 comentarios: