Jorge Enrique Villegas M.
Las voces de quienes jugaban en el parque, el movimiento de las ramas y
la claridad del día lo distrajeron. Por eso no vio ni escuchó al auto que lo
tiró contra la cuneta. Gustó el sabor de la sangre y percibió distante los
cobres y tamboras de la música que ponían en la radio de la tienda cerca de
donde estaba: “…Plantación adentro
camará, es donde se sabe la verda…”. Con movimientos torpes se aflojó la
bufanda que lo ahogaba. Se arrastró y recostó junto al único árbol de guayabo
que quedaba por ese lado del parque. Se pasó una mano por la boca y limpió la
sangre que no pudo evitar. Creyó ver en ráfagas, escuchó en resonancia y sintió
un entumecimiento que lo alejaba de todo. Así comenzó la entrada a lo inefable. Cerró
los ojos. “…Y lo enterraron sin llorá…”