Un día los niños llegaron con un
peluche en forma de pájaro. Llamaron a Dos Eme, se lo mostraron y se pusieron a
jugar, uno de los mellizos tiró por entre los libros el peluche, Dos Eme rauda
comenzó a buscarlo: “por aquí si, por aquí no, por aquí si, por aquí no”
ronroneaba hasta regresar donde los niños, trayéndolo, como trofeo. Los niños
reían, la besaban y repetían una y otra
vez el juego.
Una mañana, todo fue diferente para
Dos Eme. Saltó al lugar donde dormían
sus hermanos y, vaya sorpresa: no estaban. Los buscó, maulló por aquí y
por allá y no aparecieron. Buscó a la gata mamá y tampoco estaba. Una sombra,
una cosa rara, un miedo, le aceleró el corazón. Se escondieron en un lugar que
aún no conozco—supuso—. ¿Dónde? Cuando se aburran y me busquen les preguntaré. Los
niños cogieron a Dos Eme y la llevaron a desayunar. Al terminar, cada uno la
besó y se despidieron. Dos Eme agradeció con un ronroneo. Ahora tenía toda la
vivienda para ella. “¿Qué será de mamá y mis hermanos? ¿Dónde estarán? Anoche
no durmieron aquí”—meditaba—. Miaau por aquí, miaau por allá, miaau por la caja
de los juguetes, miaau por el lado de los libros y no pasaba nada. “¿Por qué no
me llevaron? Es raro” y se alertaba ante cualquier ruido. Cansada de tanto ir y
venir, se sentaba junto a la ventana del balcón y veía lo que pasaba afuera, en la
calle. “¿Qué será todo eso?”—se preguntaba una y otra vez—. Lo único bonito
eran los peluches de pájaros que iban y venían de una cuerda a otra, o de una
rama a otra. Sentía ganas de jugar con ellos. La intranquilidad le llegaba al recordar a sus
hermanos y a la gata mamá.
Cuando
retornaban los niños todo cambiaba, Dos Eme se sentía bien. A un lado de la
puerta de entrada, junto a una silla, alistaba el salto y caía sobre ellos, reían felices y la cargaban, saludaban y
acariciaban. Ronroneaba una y otra vez hasta el momento de cenar y luego a
jugar. Así era en el cielo gatuno de donde había venido, según le había dicho
en una ocasión la gata mamá. Un lugar donde los gatos eran felices y se la
pasaban de juego en juego.
Los niños crecían y Dos Eme también.
Ya era una joven y apuesta gata. Una tarde la llevaron donde el veterinario.
“Es lo mejor para ti, Dos Eme”. Ella no entendió por qué lo decían. Cuando
despertó estaba dentro del guacal en la que la transportaban. Le dolía un poco
a un lado del vientre. Dos días después estaba mucho mejor. Los mellizos le
hablaban, la acariciaban y le daban galletas.
Con los cuidados volvió pronto a ser la alegre Dos Eme. Los niños volvieron
al colegio y Dos Eme decidió que era el tiempo de explorar más allá del apartamento.
Vio que la mamá de los mellizos había
dejado la ventana abierta. Observó a los
peluches que iban y venían como invitándola. Miró la sala de la vivienda vacía, sintió el
bullicio afuera y no dudó…
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