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martes, 15 de junio de 2021

Vive

                                                


                                                                      
Adriana Lucía Yepes

    Sería la una de la madrugada de un mes cualquiera en 1995. Yo dormía plácidamente, envuelta en un olor a selva y humedad en medio de una total obscuridad cuya única luz era el reflejo de la luna, lugar entrañable grabado en mi memoria. En pleno aguacero llegó la ambulancia a recogerme en el Puesto Militar, el conductor solo dijo:

 —La neeciitan méica.

Al llegar al pequeño hospital todo era caos, tan solo dos lámparas iluminaban el escenario lo suficientemente dramático: un balde lleno de sangre, una mujer negra con los labios  blancos por la hemorragia, dos de sus venas recibían líquido cristalino a la velocidad posible para completar lo faltante como el agua anhelada en una  tierra árida. Su cuerpo, sin fuerzas extendido en una camilla de partos. La única enfermera corría  buscando un no sé qué, en cualquier parte.

—¿Qué pasó?—pregunté.

    La médica rural que atendía a la mujer me respondió: la  placenta se desprendió, el recién nacido murió y el útero no se contrae. Hemos hecho de todo, pero no para de sangrar. La avioneta la recogerá a las seis de la mañana para llevarla al hospital de  Quibdó. ¡Estamos desesperados! ¿Qué se te ocurre? Tratando de conservar la calma  les dije: no tenemos luz, imposible operarla, nos quedan cinco horas hasta que la avioneta llegue, si es que puede aterrizar con este aguacero. Pero si sigue como va, no sobrevivirá. Debemos transfundirla, solo con los  líquidos no la mantendremos viva. Por Dios, ¡se nos va a morir! ¡Ni pensarlo! exclamaron  los rurales. ¿Cómo se te ocurre? No hacemos pruebas, no hay banco de sangre, no hay luz, no es lo correcto. ¡Claro que no es correcto! ¿Acaso es más correcto que se muera? ¡Tiene cuatro hijos! Compartiendo la misma angustia con los jóvenes médicos, respondí: démosle la opción, la única que le queda. ¿Alguno de ustedes recuerda cómo se clasifica el grupo sanguíneo? Carlos el Médico paisa me dijo con gran seguridad, que él se acordaba y era fácil.

—¡Pues hacele!—dije

 Carlos llegó tras lo que me pareció una eternidad. Es O Positivo, no tengo dudas.

Extendiendo mi brazo le dije: yo también y no sufro de nada. Ponele la mía, mientras consigo unos soldados en el Puesto Militar. Entonces parte de mi sangre hizo que el líquido de sus venas volviera a ser rojo, el color de sus labios se tornó rosado. Ella no parecía percibir el despelote que teníamos.

 Le dejé saber al negro grandote, padre de los cuatro hijos que debía firmar la autorización de transfundir a su negra, estampó su firma en un improvisado papel sin decir palabra alguna.

Sufrimos durante 6 horas más de lo previsto, el aguacero no paraba, insistente como rio desbordado retrasó la llegada de la aeronave. Por fin en el único hueco que dejaban las nubes, vimos descender temblorosa la pequeña avioneta. Sin demora se fue la negra, antes  que la naturaleza se arrepintiera de darnos un respiro.

 El mismo día nos informaron por radio que la habían  operado  en el hospital y había sobrevivido.

 La negra volvió recuperada y altiva como siempre, con más sangre ajena que propia. Con  fuerza para seguir amando su negro, los cuatro hijos  y su Chocó del alma. Continuó fritando pescado y patacón para la venta, en su puesto de trabajo  del aeropuerto, cada vez que despegaba una avioneta sentía el mismo temor de no regresar jamás.

Cuando la volvimos a ver el alma nos daba brincos sin duda no nos equivocamos, estaba viva.

 

                                                                             

 

3 comentarios:

  1. hacer un repaso a las cosas vividas y contarlas desde el corazón y con toda el alma solo pueden dejar páginas inolvidables.- Felicitaciones Adriana, pico y abrazo

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