Sería la una de la madrugada de un mes cualquiera en 1995. Yo dormía plácidamente, envuelta en un olor a selva y humedad en medio de una total obscuridad cuya única luz era el reflejo de la luna, lugar entrañable grabado en mi memoria. En pleno aguacero llegó la ambulancia a recogerme en el Puesto Militar, el conductor solo dijo:
—La neeciitan méica.
Al llegar al pequeño hospital todo era caos, tan solo
dos lámparas iluminaban el escenario lo suficientemente dramático: un balde
lleno de sangre, una mujer negra con los labios blancos por la hemorragia, dos de sus venas recibían
líquido cristalino a la velocidad posible para completar lo faltante como el
agua anhelada en una tierra árida. Su
cuerpo, sin fuerzas extendido en una camilla de partos. La única enfermera
corría buscando un no sé qué, en
cualquier parte.
—¿Qué pasó?—pregunté.
La médica rural
que atendía a la mujer me respondió: la
placenta se desprendió, el recién nacido murió y el útero no se contrae.
Hemos hecho de todo, pero no para de sangrar. La avioneta la recogerá a las
seis de la mañana para llevarla al hospital de
Quibdó. ¡Estamos desesperados! ¿Qué se te ocurre? Tratando de conservar
la calma les dije: no tenemos luz,
imposible operarla, nos quedan cinco horas hasta que la avioneta llegue, si es
que puede aterrizar con este aguacero. Pero si sigue como va, no sobrevivirá.
Debemos transfundirla, solo con los líquidos no la mantendremos viva. Por Dios,
¡se nos va a morir! ¡Ni pensarlo! exclamaron los rurales. ¿Cómo se te ocurre? No hacemos
pruebas, no hay banco de sangre, no hay luz, no es lo correcto. ¡Claro que no
es correcto! ¿Acaso es más correcto que se muera? ¡Tiene cuatro hijos! Compartiendo
la misma angustia con los jóvenes médicos, respondí: démosle la opción, la
única que le queda. ¿Alguno de ustedes recuerda cómo se clasifica el grupo
sanguíneo? Carlos el Médico paisa me dijo con gran seguridad, que él se acordaba
y era fácil.
—¡Pues hacele!—dije
Carlos llegó
tras lo que me pareció una eternidad. Es O Positivo, no tengo dudas.
Extendiendo mi brazo le dije: yo también y no sufro de
nada. Ponele la mía, mientras consigo unos soldados en el Puesto
Militar. Entonces parte de mi sangre hizo que el líquido de sus venas volviera
a ser rojo, el color de sus labios se tornó rosado. Ella no parecía percibir el
despelote que teníamos.
Le dejé saber
al negro grandote, padre de los cuatro hijos que debía firmar la autorización
de transfundir a su negra, estampó su firma en un improvisado papel sin decir
palabra alguna.
Sufrimos durante 6 horas más de lo previsto, el
aguacero no paraba, insistente como rio desbordado retrasó la llegada de la
aeronave. Por fin en el único hueco que dejaban las nubes, vimos descender
temblorosa la pequeña avioneta. Sin demora se fue la negra, antes que la naturaleza se arrepintiera de darnos
un respiro.
El mismo día
nos informaron por radio que la habían operado
en el hospital y había sobrevivido.
La negra volvió
recuperada y altiva como siempre, con más sangre ajena que propia. Con fuerza para seguir amando su negro, los cuatro
hijos y su Chocó del alma. Continuó fritando
pescado y patacón para la venta, en su puesto de trabajo del aeropuerto, cada vez que despegaba una
avioneta sentía el mismo temor de no regresar jamás.
Cuando la volvimos a ver el alma nos daba brincos sin
duda no nos equivocamos, estaba viva.
me encanta
ResponderEliminarMagnífico !!
ResponderEliminarhacer un repaso a las cosas vividas y contarlas desde el corazón y con toda el alma solo pueden dejar páginas inolvidables.- Felicitaciones Adriana, pico y abrazo
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