Carmenza Ocampo
-Por favor dese prisa.
- ¿Vamos llegando, a qué salida se dirige?
-Internacional- dijo Daniel.
En el counter preguntó por los vuelos a Europa.
-Tengo un vuelo que sale a Barcelona con conexión a Niza-le
dijo la dependiente-¿a dónde desea ir?
-Me sirve, deme un tiquete a Niza en primera clase, viajero
frecuente a nombre de Daniel Páez.
Daniel fue al baño y tomó una de las pastillas recetadas por el Doctor Valdés, se miró al espejo, vio su cara pálida y sudorosa. Pensó en que tomaría una pastilla para dormir. Se sentía agotado. Anunciaron su vuelo y Daniel pasó a bordo. Su cómodo asiento de primera clase le permitía estirar las piernas y acomodarse. Pidió un vaso de agua, le ofrecieron vino o champaña, pero declinó.
Durante el viaje durmió a ratos, despertaba sobresaltado, las
horas le parecieron eternas. Sentía ahogo y angustia, no podía concentrarse en
nada. Los minutos pasaban lentamente y las horas las sentía eternas. Apagaron
las luces, pero ni así pudo dormir.
Barcelona, aduanas, largos pasillos, salas de conexión. El
vuelo duró una hora y minutos. Al salir del avión, se encontró con: SALLE DE RECUPERATION DES BAGAGES
Tal vez es lo mejor ir a Mónaco allá nadie me buscará. Se dirigió al servicio de
helicópteros, la modernidad de una ciudad se mide por su transporte, pensó. Sin
hablar, siguió rumbo a las escaleras. Recordaba unas y otra vez la última
visita al doctor Valdés. “Vamos a colocar una orden de compra en estas
acciones textiles devaluadas, al ver esto, otros corredores harán igual, mañana
vendemos y nos ganamos una suma importante”. La frase de Enríquez
martillaba su conciencia y así se lo hizo saber al Dr. Valdés.
-La verdad yo también siento deseos de castigo, pero no
encuentro al culpable, el único es Enríquez-repetía una y otra vez-mire lo que
hizo con mis clientes.
-¿Podría usted haber dicho que no?-preguntó Valdés.
-Yo no, a Enríquez no se le lleva
la contraria, o tal vez sí, pero nadie lo ha hecho nunca.
-Usted Páez, coloque la orden y utilice los dineros de las cuentas
PP, de perfil conservador.
-Esas cuentas no deben tomar riesgos, la mayoría de
ahorradores son jubilados- le advertí.
-Tranquilo, mañana reversamos la operación y nadie se dará
cuenta.
-No fue mi culpa, yo no hice nada,
quedé paralizado, pero eso sí, advertí que no estaba de acuerdo. ¿Y usted qué
hizo? - me preguntaba el imbécil.
La escena se le repetía una y otra vez, mientras pensaba en
su vida y vislumbraba un sujeto que nunca tuvo voz, que no estudió música como
hubiera querido, porque su papá dijo que necesitaban un financiero en la
familia, que dejó que expulsaran del colegio a Rojas por hacer trampa, cuando
ambos habían robado el examen, que le oía relatos interminables a la abuela,
porque siempre soltaba billete. Y ahora, el recuerdo de esa tarde, en las
oficinas de VALORES S.A.S., la firma de Bolsa de la que se sentía tan
orgulloso, le pesaba en su cargo de Gerente Junior, en el que había manejado las
cuentas especiales de personas que le habían confiado los ahorros de toda una
vida.
Ese día no supo qué hacer, ni adonde ir. Temblaba, creía que en la calle todos lo
miraban, evadía los policías. Cogió un taxi, para no usar su carro, pasó por un
cajero y casi al borde de un ataque de pánico llegó donde Valdés. Lo atendió,
pero de nada sirvió, no sirvió de nada,
cuando uno los necesita de
verdad no lo ayudan a pesar de todo el dinero que le he dejado por su terapia.
Me encerré en el apartamento, no contesté llamadas y salí temprano al día
siguiente. Corrí al aeropuerto y tomé el primer vuelo que salía. Resultó ser
Barcelona-Niza. Nadie me buscaría allá y tenía fondos suficientes. Los viajes
a Europa, o algún resort del Caribe a jugar golf, eran frecuentes. Hablaba inglés
sin acento y su maleta siempre estaba lista. Recordó el orgullo de sus padres
cuando entró a la gerencia, todos celebraron los éxitos de Danielito, tías,
primos y hermanos. Muchos llegaran a él con sus ahorros a suplicar que los
manejara. Las personas que no lo querían lo tachaban de petulante y avivato,
pero siempre estuvo dispuesto a atender la gente que tenía dinero para invertirlo
en la Bolsa. A los que no quería, simplemente no les recibía el dinero, con
alguna excusa. “El fondo se cerró”, “el monto es insuficiente”. Se sentía
poderoso observando la mirada de ruego en ojos ajenos. Las cosas se dieron muy rápido, colocó la orden de compra en el
mercado, al principio todo iba bien, muchos creyeron en la información
privilegiada que manejaba VALORES y corrieron a comprar, así me acosté pensando
que mañana todo se arreglaría, pero no sé qué pasó. El what’s up advirtió y fue
creciendo el rechazo, nos dejaron solos, con unas acciones inservibles, que
entraron al con un valor ficticio y nosotros fuimos los únicos perjudicados.
Bueno no solo yo, ahora qué le diré a mi tía Eugenia, al Fondo de ahorro de los
pensionados, a las monjitas de la caridad, que me visitaron para confiarme los
milloncitos de las Misiones, a los amigos de mi papá que trajeron sus ahorros,
a papá.
No logró dormir, tenía una sensación desagradable en mitad del
estómago, no podía concentrarse. ¿Que estará haciendo el desagraciado de
Enríquez? Ojalá la policía actúe pronto. El helicóptero aterrizó
en Mónaco, tomó un taxi al hotel Hermitage, monumento histórico, a 2100 metros del
Casino de Montecarlo, habitaciones decoradas en forma individual, vista a la
ciudad, jardín al mar, terrazas y especialidades gastronómicas. Ocupó la
habitación 313, suite junior, donde todo era a lujo y confort. Le regalaron cien
euros en fichas de casino. Intentó descansar en la mullida cama, llena de
almohadones y cojines, con suave olor a lavanda, pero no pudo dormir. Llevaba
más de treinta horas despierto. Pero tampoco era bueno quedarse solo con sus
pensamientos.
Se bañó, se cambió y salió al casino, pensando que el
obsequio era poco compro quinientos euros con tarjeta de crédito. En la mesa de
Black Jack, perdió, cuando vio sus fichas menguadas volvió a la Caja. La
exigencia del bacará era alta, allí se terminaron sus fondos. Daniel se sentía
mareado, no solo por el licor, sino por una sensación que lo ahogaba y le
impedía respirar bien. Mi rostro se desvanece, ya no sé ni quién soy. Así es
mejor, porque puedo desaparecer sin dejar rastro. Ahora soy otro, ya no tengo
que enfrentar a mi papá, ni a mi familia, ni a nadie. Odio el dinero…
En la ruleta el crupier cantó y todos lo miraron a él mientras
aplaudían. Los guardias vinieron a acompañarlo de nuevo a la Caja, donde una
señorita sonriente le hizo entrega del efectivo. Daniel parecía no entender, se
limitaba a repetir, yo no hice nada. Se dirigió a la
puerta, traspasó la salida, quiso respirar fuerte el aire cálido, vio el muro que
rodeaba el mirador, se acercó al borde y saltó.
Las noticias locales del día siguiente comentaron el extraño suceso
de un colombiano que se suicidó después de ganar un millón de euros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario