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miércoles, 1 de octubre de 2025

El usurpador

Jesús Rico Velasco

 


Era un hombre de piel ennegrecida por el sol que despiadado lo acompañaba durante horas  en su caminar por los cerros buscando chamizas, ramas y pequeños troncos de árboles que marcaba con su machete, dejando heridas sangrantes como marcas que lo guiaban, vendía leña para los fogones.

José era un negro jodido y un poco malhumorado, no saludaba a nadie.  Iba  con su machete amarrado al cinto con una cabuya. Usaba pantalones  oscuros que la mugre tenía curtidos.  Una camisa a cuadros   sin cuello. Sus pies grandes con dedos gruesos recorrían las lomas con rutina parsimoniosa. Por la mañana al levantarse  tomaba café oscuro con un pedazo de pan y se iba al monte.

 Genoveva mostraba las arrugas marcadas  como la tierra resquebrajada por la erosión.   Tenía   dos plazas planas, y  un hijo que pocas veces venía desde la ciudad a visitarla. Un rancho de  paja,  zinc, y  plástico negro, una  puerta de tres tablas cruzadas. Genoveva solía comprarle  leña al negro José. Lo invitaba a seguir para acomodar la leña en el fogón y aprovechaba para ofrecerle un poco de café, agua  de panela o caldo, así fue conquistando su tosco corazón hasta que un día llegó con la leña y un maletín gastado con dos pantalones y dos camisas y se quedó a vivir con ella.