Vistas de página en total

miércoles, 15 de octubre de 2025

Naufragio

 Jesús Rico Velasco

 

Apasionado por el mar recorría en su lancha los sitios cercanos a la bahía de Buenaventura.  Sus fines de semana los pasaba navegando en Maguipi, Playa dorada, y se embarcaba en aventuras arriesgadas hasta Juanchaco y Ladrilleros. Amante de los barcos y de las mujeres. Con los barcos soñaba con frecuencia, con las mujeres le iba mejor, llevaba tres matrimonios encima fracasados, pero bien vividos. Los amigos no le faltaban, las  juergas en su finca eran famosas.  Un día conversando con   un amigo se enteró de la existencia de un yate de lujo que tenía  aparcado y a la venta en su  casa campestre cerca de Cali.

- Cuéntame, ¿cómo es el yate?

- Es  monumental   construido en fibra de vidrio con capacidad para 15 pasajeros y dos tripulantes.  Seis metros de eslora, y unos veinte  metros de longitud, dos motores con capacidad de combustible de 300 galones y tanque de agua dulce de 40 galones — le respondió notando la emoción de un comprador convencido.

– ¡Me interesa! Ando buscando hace mucho tiempo exactamente lo que tú tienes.

En sus ojos se leían las ganas de no perder el negocio.

-          ¿Y lo cambiarías por una propiedad?

 Preguntó sin vacilar convencido de que era un buen  negocio para ambos.

-Tengo  un apartamento muy bien ubicado en Cali.  Estoy viviendo en él, pero si me das una semana lo desocupo y te lo entrego.     

Su amigo  aceptó el trato y felicitándolo le dijo:

 - Este es el yate que te va a acompañar de ahora en adelante en tus recorridos por el inmenso mar.  

 -  Entonces es un negocio mano a mano. Te entrego el apartamento con escritura y los  impuestos al día. Tú  me trasladas los documentos de propiedad  y pago de impuestos del Yate.

Se dieron la mano y un abrazo con sonoras palmadas en la espalda.  

 Esa noche mientras intentaba dormir navegó  por la bahía de Buenaventura y llegó a la Bocana, Juanchaco y Ladrilleros. Continuó  hasta  Bahía Málaga, pasando por las costas del Choco y  la desembocadura  del Rio San Juan. Su espíritu arriesgado viajó a  las  islas de San Blass  hasta llegar a  Panamá.

 La parte fácil ya había pasado ahora tenía que transportar el yate  desde la casa de su amigo hasta el puerto de Buenaventura. Los gastos del negocio iban en aumento ahora necesitaba una tractomula, un chofer experto, los permisos para mover el yate por la carretera y un lugar para aparcar en el Club Náutico del muelle.

 Debía poner en orden sus finanzas así que fue al Banco. Una asistente lo atendió y lo dirigió con la nueva subgerente quien le ayudaría con todos los requerimientos.

 -          Buenos días, soy Patricia, ¿en qué puedo ayudarlo?

 Saludó la mujer sentada detrás del escritorio.

 -          Mucho gusto, Me llamo Alfredo. Saludó mientras su mano regordeta y de dedos cortos estrechaba con firmeza la mano de largos y delicados dedos de la mujer.

  De gran trayectoria en el arte de la conquista sentía que la llama de la pasión avivaba su cuerpo. Antes de despedirse y con la galantería que le fue otorgada por la divinidad la invitó a almorzar dispuesto a conquistarla.

 Con dos ayudantes y una grúa subieron el yate al planchón de la tractomula.  Lo sujetaron con fuertes lazos y algunas cadenas. En  el Club Náutico de Buenaventura se realizó el chequeo del yate:  revisión de motores, instalaciones eléctricas, hidráulicas, baño interior, cocineta y alcobas. Logró la actualización de los permisos  para uso de sistemas de comunicación para navegar.

 La cuenta en el Club Náutico creció, pero en la cabeza de Alfredito no importó: sumaba, pero no restaba. Vivía una hazaña económica misteriosa, porque los fines de semana se dedicaba a la conquista y al amor. Las invitaciones a Patricia eran más frecuentes y cada vez más ambiciosas: restaurantes, discotecas y regalos lujosos que la tenían ilusionada.

 Patricia vivía en un apartamento modesto con su mamá y un hermano. Con gran esfuerzo pagaba la cuota mensual del préstamo que la acercaba cada vez más a ser propietaria. Con Alfredo la vida había cambiado a tal punto que en  pocos meses de conocerse ya vivían juntos en un apartamento alquilado en una zona prestigiosa de la ciudad. Patricia estaba viviendo un sueño. Al poco tiempo Alfredo le propuso que renunciara a su trabajo en el banco y trabajara para él en su empresa de reciclaje de plástico como administradora.

 Fantaseaba con su yate, lo imaginaba como una gaviota sobrevolando el tranquilo mar Pacífico desde el cual podía ver  las ballenas jorobadas o Yubartas en la Bahía de Málaga,  los jureles, los atunes dorados, los tiburones variados, el pez espada, la pelada, la corvina y montones de peces sobre la cubierta del barco después de  alegres jornadas de  pesquerías.

 Vislumbraba conseguir un ayudante tripulante  y salir a navegar  para mostrarle a Patricia la Bocana, Juanchaco y Ladrilleros y quedarse  abrazados mirando el firmamento  durante las noches silenciosas en el mar. Le mostraría la desembocadura  del  río San Juan y sus afluentes, visitarían  algunos  asentamientos   indígenas  en las Islas  San Blas  participarían de celebraciones, y  rituales  antes   de llegar a  las aguas del  océano Atlántico surcando  las esclusas  del canal de Panamá.   Soñaba viajando   por el mundo cruzando los mares  en  su Yate de lujo.

 Las deudas habían crecido tanto que  terminó convenciendo a Patricia de vender su apartamento con la promesa de comprar un nuevo apartamento con el negocio de reciclaje   y recuperar su economía. Con el paso del tiempo Patricia cambió los tacones, los vestidos de sastre y las carteras finas por una camiseta, jeans y tenis.  Para ayudar un poco a recuperar ingresos comenzó a vender sus carteras y ropa de marca. Lo último que le quedaban eran algunas joyas que guardaba para tiempos de “vacas flacas” como solía decir.

 El día de la ceremonia de botadura del yate estaban todos: Patricia, los hijos, la mayoría de sus amigos del “Club Lápiz” y su hermano Rosendo  el genio matemático  que trabajaba en la Nasa en la Florida.  

 Una botella de champaña de la viuda  Clicquot aguardaba  en el refrigerador apretada contra las latas de cerveza.  En una mesa muchas botellas de aguardiente    de ron, y sobre otra una lechona cubierta con papel aluminio.

 -          Nos hemos reunido en el día de hoy para celebrar  la botada al agua de este lujoso yate listo para hacerse a la mar.

 Alzó la copa con   amplia sonrisa que encendía su rostro. Patricia había colgado la botella de champaña con cintas rojas y amarillas frente al remolque que soportaba el barco.

 -          ¡A la voz de una, de dos y de tres! 

 Gritaron todos a tiempo que Patricia soltaba las cintas y la botella que se estrellaba contra el casco donde se leía en letras grabadas “Ocean Spirit”. Un capitán improvisado para la ocasión indicó a los ayudantes que empujaran con suavidad. La nave se deslizó mansa, metió la cabeza en el agua y se hundió sin hacer un solo ruido ante las miradas atónitas de los invitados.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario