Jesús Rico Velasco
Apasionado por el mar recorría en su
lancha los sitios cercanos a la bahía de Buenaventura. Sus fines de semana los pasaba navegando en
Maguipi, Playa dorada, y se embarcaba en aventuras arriesgadas hasta Juanchaco
y Ladrilleros. Amante de los barcos y de las mujeres. Con los barcos soñaba con
frecuencia, con las mujeres le iba mejor, llevaba tres matrimonios encima fracasados,
pero bien vividos. Los amigos no le faltaban, las juergas en su finca eran famosas. Un día conversando con un amigo se enteró de la existencia de un yate
de lujo que tenía aparcado y a la venta en
su casa campestre cerca de Cali.
- Cuéntame, ¿cómo
es el yate?
- Es monumental construido en fibra de vidrio con capacidad
para 15 pasajeros y dos tripulantes. Seis
metros de eslora, y unos veinte metros
de longitud, dos motores con capacidad de combustible de 300 galones y tanque de agua dulce de 40 galones — le respondió notando la emoción de un comprador convencido.
– ¡Me interesa!
Ando buscando hace mucho tiempo exactamente lo que tú tienes.
En sus ojos se leían las ganas de no
perder el negocio.
-
¿Y lo cambiarías por una propiedad?
Preguntó sin vacilar convencido de que era un
buen negocio para ambos.
-Tengo un apartamento muy bien ubicado en Cali. Estoy viviendo en él, pero si me das una
semana lo desocupo y te lo entrego.
Su amigo aceptó el trato y felicitándolo le dijo:
- Este es el yate
que te va a acompañar de ahora en adelante en tus recorridos por el inmenso mar.
- Entonces es un negocio mano a mano. Te entrego
el apartamento con escritura y los impuestos al día. Tú me trasladas los documentos de propiedad y pago de impuestos del Yate.
Se dieron la mano
y un abrazo con sonoras palmadas en la espalda.
Esa noche mientras intentaba dormir
navegó por la bahía de Buenaventura y llegó
a la Bocana, Juanchaco y Ladrilleros. Continuó
hasta Bahía Málaga, pasando por
las costas del Choco y la desembocadura del Rio San Juan. Su espíritu arriesgado viajó
a las islas de San Blass hasta llegar a Panamá.
La parte fácil ya había pasado ahora
tenía que transportar el yate desde la
casa de su amigo hasta el puerto de Buenaventura. Los gastos del negocio iban
en aumento ahora necesitaba una tractomula, un chofer experto, los permisos
para mover el yate por la carretera y un lugar para aparcar en el Club Náutico
del muelle.
Debía poner en orden sus finanzas así
que fue al Banco. Una asistente lo atendió y lo dirigió con la nueva subgerente
quien le ayudaría con todos los requerimientos.
-
Buenos días, soy Patricia, ¿en qué puedo ayudarlo?
Saludó la mujer
sentada detrás del escritorio.
-
Mucho gusto, Me llamo Alfredo. Saludó mientras su
mano regordeta y de dedos cortos estrechaba con firmeza la mano de largos y
delicados dedos de la mujer.
De gran trayectoria en el arte de la conquista
sentía que la llama de la pasión avivaba su cuerpo. Antes de despedirse y con
la galantería que le fue otorgada por la divinidad la invitó a almorzar
dispuesto a conquistarla.
Con dos ayudantes y una grúa subieron
el yate al planchón de la tractomula. Lo
sujetaron con fuertes lazos y algunas cadenas. En el Club Náutico de Buenaventura se realizó el
chequeo del yate: revisión de motores,
instalaciones eléctricas, hidráulicas, baño interior, cocineta y alcobas. Logró
la actualización de los permisos para
uso de sistemas de comunicación para navegar.
La cuenta en el Club Náutico creció,
pero en la cabeza de Alfredito no importó: sumaba, pero no restaba. Vivía una
hazaña económica misteriosa, porque los fines de semana se dedicaba a la
conquista y al amor. Las invitaciones a Patricia eran más frecuentes y cada vez
más ambiciosas: restaurantes, discotecas y regalos lujosos que la tenían
ilusionada.
Patricia vivía en un apartamento
modesto con su mamá y un hermano. Con gran esfuerzo pagaba la cuota mensual del
préstamo que la acercaba cada vez más a ser propietaria. Con Alfredo la vida
había cambiado a tal punto que en pocos
meses de conocerse ya vivían juntos en un apartamento alquilado en una zona
prestigiosa de la ciudad. Patricia estaba viviendo un sueño. Al poco tiempo
Alfredo le propuso que renunciara a su trabajo en el banco y trabajara para él en
su empresa de reciclaje de plástico como administradora.
Fantaseaba con su yate, lo imaginaba
como una gaviota sobrevolando el tranquilo mar Pacífico desde el cual podía ver
las ballenas jorobadas o Yubartas en la Bahía
de Málaga, los jureles, los atunes
dorados, los tiburones variados, el pez espada, la pelada, la corvina y
montones de peces sobre la cubierta del barco después de alegres jornadas de pesquerías.
Vislumbraba conseguir un ayudante tripulante
y salir a navegar para mostrarle a Patricia la Bocana, Juanchaco
y Ladrilleros y quedarse abrazados
mirando el firmamento durante las noches
silenciosas en el mar. Le mostraría la desembocadura del río
San Juan y sus afluentes, visitarían algunos asentamientos
indígenas en las Islas San Blas
participarían de celebraciones, y rituales
antes de llegar a
las aguas del océano Atlántico surcando
las esclusas del canal de Panamá. Soñaba viajando por el
mundo cruzando los mares en su Yate de lujo.
Las deudas habían crecido tanto que terminó convenciendo a Patricia de vender su
apartamento con la promesa de comprar un nuevo apartamento con el negocio de
reciclaje y recuperar su economía. Con
el paso del tiempo Patricia cambió los tacones, los vestidos de sastre y las
carteras finas por una camiseta, jeans y tenis.
Para ayudar un poco a recuperar ingresos comenzó a vender sus carteras y
ropa de marca. Lo último que le quedaban eran algunas joyas que guardaba para
tiempos de “vacas flacas” como solía decir.
El día de la ceremonia de botadura del
yate estaban todos: Patricia, los hijos, la mayoría de sus amigos del “Club Lápiz”
y su hermano Rosendo el genio
matemático que trabajaba en la Nasa en
la Florida.
Una botella de champaña de la
viuda Clicquot aguardaba en el refrigerador apretada contra las latas
de cerveza. En una mesa muchas botellas
de aguardiente de ron, y sobre otra una lechona cubierta con
papel aluminio.
-
Nos hemos reunido en el día de hoy para celebrar la botada al agua de este lujoso yate listo
para hacerse a la mar.
Alzó la copa con amplia sonrisa que encendía su rostro. Patricia
había colgado la botella de champaña con cintas rojas y amarillas frente al
remolque que soportaba el barco.
-
¡A la voz de una, de dos y de tres!
Gritaron todos a tiempo que Patricia
soltaba las cintas y la botella que se estrellaba contra el casco donde se leía en
letras grabadas “Ocean Spirit”. Un
capitán improvisado para la ocasión indicó a los ayudantes que empujaran con suavidad.
La nave se deslizó mansa, metió la cabeza en el agua y se hundió sin hacer un solo
ruido ante las miradas atónitas de los invitados.
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