María
Elena Londoño
El miércoles
acabábamos de almorzar y nos disponíamos a arreglar la cocina, cuando nos
avisaron que el jarillón que protege el conjunto en el que vivimos, Club de
Campo la Morada, se había roto y nos estábamos inundando. Había llovido sin
parar durante 36 horas. Salimos a mirar, ya el agua alcanzaba la calle y al
mirar para atrás vimos cómo venía en cascadas y remolinos. ¿Qué hacer? ¿Para
dónde correr? ¿Será que nos llaga hasta la casa?
El agua así como es
de esencial, es destructora.
Al ver que nos estaba alcanzando, resolvimos sacar los carros para tratar de
salvarlos, pero al tomar la curva, nos alcanzó, así que los aparcamos en la vía
y nos regresamos para la casa.
Ya el agua estaba alcanzando la piscina y por el otro lado estaba entrando al
garaje. Como pudimos, con piedras y tierra sacadas de la entrada, llenamos
bolsas y empezamos a tratar de bloquear las entradas. Pero son muchas y no
alcanzamos, entonces cogimos toallas, talegos plásticos, todo lo que teníamos
al alcance para tapar todas las hendijas y algo logramos. Veíamos subir el agua
fuera de la casa, hasta que se empezó a entrar. Corrimos a subir las cosas que
estaban más bajas, con la esperanza que no subiera mucho, pero no acabábamos de
subir unas cuando había que subir las del peldaño siguiente, porque el agua se
lo había tomado todo. Ya cuando teníamos el agua a las rodillas, y todo flotaba
no pudimos hacer más, así que resolvimos empacar algo de ropa, coger los
computadores y salir. Nos costó mucho trabajo abrir el portón, porque le
habíamos puesto revistas abajo y ya estaban hinchadas. Con esfuerzo salimos y
empezamos a caminar, pero hacia dónde. Todo estaba inundado. Resolvimos ir hacia
la derecha, porque el agua venía de la izquierda.
Nos encontramos con
todos los vecinos saliendo con caras tristes y angustiadas, todos estábamos
aterrados. Algunos inflaron los flotadores y ahí sacaron a los niños y a los
mayores. La vecina salió con unas gemelitas de un mes, metidas en talegos de
basura con las cabecitas afuera. Fue un momento para sacarnos una sonrisa a
todos. Avanzábamos con el agua al pecho, cuando llegó una volqueta de los
bomberos a recogernos. Subidos al carro, nos dimos cuenta de la dimensión del
daño. Quedamos horrorizados.
Los bomberos iban de casa en casa revisando y sacando gente, con mucho
profesionalismo, fueron nuestra mano salvadora.
A medida que salíamos, veíamos todas las casas inundadas, unas más que otras,
todos las abandonaban con sus mascotas. Nos montamos en las volquetas asignadas,
en perfecto orden y sin perder la cordura.
Al salir del conjunto, rumbo a la portería principal nos encontramos cantidades
de carros con familiares esperando, grúas que trataban de entrar a recatar
los carros atrapados. Nadie podía ingresar.
Mi hermana nos estaba
esperando en la portería de la Panamericana, fue como ver una luz de salvación.
Mojados y muy aburridos, nos marchamos a su casa. Apenas llegué me senté a
llorar como hacía mucho tiempo no lo hacía. No sabía por qué no podía parar.
Todos me consolaban, incluidos mis compañeros de infortunio, pero no lograba
calmarme. Solo pensaba en el agua que se me venía encima, en el carro de mi
hermana bajo el agua, en el desconsuelo y la impotencia que sentía.
Ya estoy calmada. Ayer
pudimos ingresar a la casa y vimos un panorama aterrador. El lodo había
cubierto todo, los muebles estaban dañados, los colchones inservibles, los libros,
discos adornos, todo enfangado.
Al mal tiempo buena
cara, manguera y escobas en mano, empezamos a sacar el barro. Nos visitaron de
la gobernación, la Cruz Roja, la CVC, la alcaldía, la aseguradora, todos
tomaron datos y censaron a los damnificados. Las grúas retiraron los carros.
Hoy estamos a la
espera de la evaluación de los daños.
Sigo asilada donde mi hermana y espero que el lunes podamos regresar.
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