Nubia Amparo Ramirez
Una casa… ¿Nuestra casa? Nunca hubo una casa nuestra, una casa propia.
Hubo si, muchas casas, que nos dieron cobijo, que nos albergaron, que
nos cautivaron, con su fascinante entorno, con maravilloso hechizo y nos dejaron
imperecederos recuerdos, de aromas, de
flores, de fragancias y de calor de hogar.
No hubo una casa exclusivamente nuestra, tal vez no fue necesario…porque
hubo sí, un hogar, un fogón, una lumbre, donde reinaron el amor, el respeto,
los valores, la paz.
Y aunque en nuestros recuerdos no exista la imperecedera imagen de una
casa material, con gozo construimos nuestra unión familiar: la presencia de un
padre diligente y asiduo, la guía de una madre laboriosa y solícita, y nuestro
siempre presente amor fraternal.
Y es que fuimos una familia, tal vez trashumante, que de cada casa
arrastró los recuerdos, envueltos en su inconfundible y propia esencia,
conformando con ellos nuestro propio patrimonio invaluable, nuestra
pertenencia, nuestra posesión, nuestra hacienda, nuestro capital, sin
inscripciones ni títulos…
Nuestra casa, nuestro hogar, intangible e inmaterial. Sin paredes, sin
techo, sin patios ni jardines, un acervo imborrable de memorias, de luchas, de
mudanzas, de cambios y de ires, de sinsabores, de angustias y de desazones. Así
que también de ventura, de éxitos, de prosperidad.
Una casa…Nuestra casa…No existió una sola casa, existieron muchas casas,
nos albergaron muchas casas y cada una marcó nuestras vidas para bien o para
mal. Unas casas, muchas casas, sin el rótulo de propiedad, solo con la
bendición de proteger a una familia que provino del respeto, de la aceptación,
del amor…
Pero la carencia de una casa propia, no nos privó de la existencia de un
hogar feliz, que cuando lo evocamos nos lleva a muchos sitios, nos llena la
memoria de emociones infinitas, porque de todas esas casas que un día nos acogieron, quedaron
imborrables recuerdos y añoranzas, que nunca, nunca, nunca, se podrían olvidar…
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