Aura Ramirez
Hijo… no sé por qué insistes en
que te cuente con mis propias palabras el trágico amanecer del siete de agosto
de 1956…pues es triste y doloroso, pero solo puedo narrártelo de la siguiente
manera: tus abuelos y yo vivíamos en un barrio a las afueras de Cali. Siendo la
una y cinco de la mañana, y cumplidos
apenas mis diez años, mientras la ciudad
dormía, se escuchó de repente un estallido brutal… la tierra se estremeció con
un temblor intenso dejándonos a todos aterrados. Mientras yo corría en busca
del refugio de tus abuelos; ellos me condujeron a la calle, donde encontramos a nuestros vecinos, algunos de los cuales se
encontraban igual de aterrados que nosotros, pues desconocían el motivo del
estruendo. Así, llenos de dudas y sin saber qué pasaba, todos nos acompañamos
en nuestro miedo… me preguntas qué fue lo que más me impacto en esa fatídica madrugada, lo que
me llenó de un miedo y un pánico visceral…fue ver llorar a hombres y mujeres
como niños, pues en mis pocos años
vividos no había visto tal cosa. En los albores del amanecer, todos seguíamos
desinformados… con tanta ansiedad y tantas dudas. Tu abuelo entró de nuevo a la
casa, en busca de la única fuente de información…su viejo radio,
desesperadamente sintonizó “Radio Reloj”, las voces familiares de los locutores
sonaban asustadas, y de manera desordenada, reiteradamente solicitaban donantes
de sangre de todo tipo. La angustia percibida a través de nuestra tradicional
fuente de esparcimiento y diversión, no hizo más que aumentar nuestras dudas,
nuestro miedo…