José Antonio Cortés
Qué dios detrás de Dios impulsa la tramoya…
JL Borges
El destello de un relámpago
iluminó toda la casa. Las gotas de una lluvia obstinada se deslizaban por los
cristales mientras el viento batía las ventanas. Margot regresaba del patio
posterior.
─Qué noche tan fría ─se dijo mientras se
quitaba la ropa húmeda, los guantes de jardinería y las botas embarradas.
Después de limpiar todo cuidadosamente,
fue hasta su habitación, sentía los pies helados, tomó una toalla y se los
frotó varias veces, luego se puso la pijama. Cuando pasó frente al tocador se
miró un instante en el espejo y se tocó un moretón en el pómulo izquierdo.
Aunque estaba agotada en sus ojos había un brillo de satisfacción.
Antes de irse a la cama se sirvió un
vaso de Baileys. Pero no alcanzó a probarlo, el timbre de la puerta sonó
insistente. El alivio que sentía minutos antes se trocó en una corriente
glacial que la recorrió hasta la espalda. Un miedo oscuro la estremeció. El
timbre seguía sonando, dudaba, pero llevada por un fatalismo inevitable fue
hasta la puerta y con una voz que le salió ahogada, preguntó: “¿Quién es?” ¡Soy
yo…! La voz de Dania le devolvió la calma, casi la alegró. Apenas abrió Dania
entró apurada. Tenía el rostro desencajado, el cabello mojado, el maquillaje
corrido y tiritaba a pesar de que llevaba un abrigo negro de hombre que le
quedaba holgado. Sin decir nada se sentó en un sillón.
─¡Qué noche de perros! ─dijo.
─Voy a preparar café. ¿Quieres? ─dijo
Margot.
Dania
hizo un movimiento afirmativo, mientras buscaba ansiosa algo en el abrigo.
Margot observó unas gafas de lentes gruesos, que habían quedado sobre la mesa
de centro y sin que la otra lo notara, las cogió y se las guardó en la bata.
Después de rebuscar en los bolsillos, Dania sacó un encendedor y una cajetilla
de cigarrillos, tomó uno, lo encendió y empezó a fumar echando grandes bocanadas
de humo.
Mientras
se dirigía a la cocina, Margot pensaba en la intempestiva llegada de Dania.
Aunque estaba acostumbrada a sus visitas sorpresa, especialmente cuando tenía
problemas, esta vez no la esperaba. “No, esta noche no.” ─pensó. La apreciaba mucho
pero ya estaba cansada de que la involucrara en sus problemas. “Qué se le va a hacer”─se dijo. Y se dispuso
a poner buena cara y mostrarse amistosa.
Cuando
Margot regresó a la sala traía una bandeja con dos tazas de café y galletas.
Dania, que se había quitado el abrigo, seguía fumando y distraída, botaba
círculos de humo en espirales. De pronto miró a Margot sorprendida.
─¿Qué
te pasó en la cara? ¡Te pegó otra vez! ¿Hasta cuándo vas a permitirlo? ¡No
deberías tolerar más abusos!
─No
es nada. No volverá a pasar ─dijo Margot tratando de ocultar la cara.
─Y
a propósito, ¿Dónde está el imbécil?
─Se
ha ido, y creo que no volverá.
─“Los
hombres van hasta donde una les permite” ─tú misma me lo dijiste un día, no se
me olvida.
─Y tú,
¿Cómo vas? ─dijo Margot tratando de desviar el tema.
─¿Cómo
puedes permitir eso?
Dania
se cruzó de brazos y quedó en silencio. Sabía que Margot era una mujer
tranquila pero de mucho carácter; no entendía por qué dejaba que su marido la
golpeara. Era muy reservada y poco dada a hablar de sus cosas. “No me va a
contar nada.”, pensó. Tomó dos sorbos de la tasa y volvió a mirar a Margot,
luego al reloj arriba del armario; eran las diez y cinco minutos.
“Qué
zorra más insolente”, se dijo Margot. “Siempre lloriqueando, contando historias
de sus puercos amantes y de cómo la maltratan. Ahora se siente la mujer más
sabia y valiente del mundo”. Pero suavizando el gesto, dijo:
─Me sorprendió tu visita. ¿Qué te trae por acá?
Dania miraba
hacia la ventana; la lluvia había amainado y los relámpagos eran cada vez más
espaciados y lejanos. Se notaba afectada y tenía los ojos húmedos. Antes de
contestar tomó un sorbo de café y aspiró el cigarrillo.
─Esta
noche es distinta ─dijo.
Margot
se quedó reflexionando en lo que había sido su propia vida hasta ahora y quiso
contarle, que a partir de esta noche su vida daría un vuelco definitivo, pero
ella no era mujer de confidencias. Pensó mejor ser sincera y decirle que ya no
le importaba su amistad, que no veía la hora en que se marchara para retomar su
Baileys, acostarse y pensar lo que sería su vida en adelante. Pero lo que dijo
fue:
─Es
una noche como tantas otras, solo que con mal tiempo.
─No,
esta noche es distinta ─dijo Dania.
─¿Por
qué?
─Esta
noche no vine a las diez, vine a las nueve, por eso es distinta.
─Cuando
tu llegaste eran casi las diez.
─No,
hace más de una hora que estoy aquí; es que no vine a las diez, vine a las
nueve.
Margot
se acercó a ella y mirándola de frente, le dijo:
─¿Qué
te pasa? ¿Has estado bebiendo?
─Tú
sabes que ya no tomo.
─A
mí no me engañas.
─Bueno,
me tomé dos tragos, con mi jefe. ¡El muy cretino!
─Sigo
sin entender.
─No
tienes nada que entender. Solo que hace más de una hora estoy aquí.
─Bueno,
si eso es lo que quieres. Después de todo, en una noche como esta, ¿A quién le
importa una hora más o una hora menos?─dijo Margot encogiendo los hombros.
─Sí,
es importante ─dijo Dania. Luego sin dejar de mirar el reloj continuó:
─Y
no es porque yo lo quiera, es que es así.
Margot
pensó decirle que ya era suficiente con todo lo que le pasaba para estar
mortificándose y perdiendo el tiempo con una idiota como ella. En vez de eso,
le dijo:
─Te
regalo una hora, un día completo para que estés contenta. Sabes que te quiero
mucho.
Dania
absorta, pareció no oír.
─¿Quieres
comer algo?
─No
tengo hambre ─dijo Dania. Y continuó mirando en silencio hacia la ventana y
luego al reloj. Después de un largo rato, pareció despertar de un letargo y
habló con voz muy sentida:
─¿Es
verdad que me quieres mucho?
─Es
verdad ─dijo Margot.
─¿Entonces
me quieres?
─Sí.
Por supuesto.
De
nuevo se produjo una pausa. Dania siguió fumando y jugando con sus espirales de
humo.
─¿Aunque
no sea una buena amiga y solo te traiga problemas?
─Parece
que la vida que llevas te está sorbiendo el seso ─dijo Margot.
─¿Me
quieres tanto que matarías a cualquiera que me hiciera daño?
─Creo
que no estás bien de la cabeza. Mejor, por qué no te vas para tu casa, te das
un duchazo antes de acostarte, te tranquilizas y dejas de pensar cosas raras.
Dania
ahora estaba seria y pensativa.
─¿Dejarías
que alguien me hiciera daño?
─No,
claro que no.
─¿Lo
matarías?
Margot
no supo qué decir, la pregunta la sorprendió. Estaba pensando en la situación
cuando Dania, continuó:
─Y
si fuera yo, ¿Me protegerías si lo hiciera?
─¿Si
hicieras qué?
─¿Me
protegerías?
Margot
se volvió a mirarla. Una idea confusa, que le produjo inquietud, se le atravesó
en la mente.
─-¿En
qué lío te has metido?
─En
ninguno ─dijo Dania ─Sólo estaba charlando.
De
pronto sonó el timbre. Ambas se miraron sorprendidas. El timbre volvió a sonar
mientras ellas, en silencio, no atinaban qué hacer. Al fin, Margot,
reponiéndose un poco, se encaminó hacia la puerta, Dania iba detrás.
─¿Quién
es?
Una
voz fuerte de hombre, brusca, rompió la calma.
─¡La
policía!
Las
dos se miraron espantadas. El miedo asomó en sus rostros y dos incertidumbres,
dos presentimientos diferentes, hicieron brincar sus corazones. Ellas no se
movían. La misma voz recia acompañada de unos fuertes golpes:
─¡Policía!
¡Abra la puerta!
Cuando
Margot, entregada, abrió la puerta, el frío viento le dio en plena cara. Dos
oficiales de policía frente a ella la miraron con desconfianza.
─¿Sí?
─apenas pudo balbucear.
Dania
parecía a punto de las lágrimas y del desmayo, Margot tuvo que tomarla del
brazo con disimulo. Los dos agentes intercambiaron miradas.
Uno
de los dos policías, al parecer el que había hablado, escrutó a las dos
mujeres, después fijó su atención en Margot que no podía esconder su
turbación.
─¿Todo
está bien? ─preguntó receloso.
Luego
se asomó por encima del hombro de ella para mirar hacia el interior de la casa.
Después de un silencio breve, que a ellas les pareció de siglos, el policía
señalando con el brazo hacia un auto blanco parqueado en el sendero, que tenía
abierta la puerta del conductor y todas las luces encendidas, dijo con
aspereza:
─¿Es de alguna
de ustedes ese auto?
─Sí. Es mío
─dijo Dania aprensiva.
─Debe
tener más cuidado señorita. Hace mucho rato está así, además la batería se
puede agotar.
─Qué
pena oficial. Muchas gracias ─dijo Margot.
El
policía reparó en el moretón que Margot tenía en el pómulo.
─¿Qué
le pasó en la cara?
─Un
pequeño accidente, no es nada.
─Bueno.
Qué pasen buena noche ─dijo el policía llevándose la mano a su gorra. Antes de
marcharse miró de nuevo a las mujeres y volvió a preguntar:
─¿Todo
está bien?
─Sí,
Oficial ─dijeron ellas.
─Hágase
ver eso de un doctor.
Mientras
Margot esperaba en la puerta Dania fue hasta el auto; cuando regresó se
abrazaron instintivamente y respiraron aliviadas. Sintiéndose libres de sus
propios presagios, ambas tenían un nuevo semblante.
─¿Serías
capaz de decir una mentira por mí? ─dijo Dania.
─Sí.
─¿Aún
si fuera la policía quien te interrogara?
Margot no supo qué decir.
─Tal
vez no tengas que matar a nadie ─dijo Dania.
─¿Qué
quieres decir con eso?
─Que
ya no me va a joder nadie. Nunca más.
Margot
la miró frunciendo el ceño, intrigada.
─
Mañana me voy, no volveré a molestarte ─dijo Dania melancólica.
Margot
quiso decirle: “Qué bueno que no vuelvas
a importunarme” y “Lo que hagas con tu vida es asunto tuyo”. Pero no fue capaz,
lo que dijo fue:
─¿Y
de dónde te salió esa calentura?
─¡Cretino
de mierda! ¿No te parece que un tipo que humilla y maltrata a una mujer se
merece cualquier cosa?
─Sí
─dijo Margot, pensativa.
─¿Incluso
que le corten la garganta? ─dijo Dania con un brillo extraño en la mirada.
Margot
se sobresaltó, quiso decir algo pero Dania, suelta, siguió hablando:
─Si
un tipo, después de estar con una mujer, la maltrata, le dice que es una perra,
que nunca la quiso, que solo la usó, que nunca estuvo a su altura, y ella, que
siempre pensó que la amaba… Eso no lo hace un hombre correcto. Pero si lo hace
─dijo exasperada─, si lo hace y la mujer siente que solo cortándole la garganta
alivia al mundo de una alimaña, nadie tiene por qué joderla; así el tipo haya
estado borracho, deben dejarla tranquila. ¿Acaso no es defensa propia? ¿Dirías
una mentira para defender a una mujer que haga algo así?
─Depende
de la mujer ─dijo Margot.
Dania
la miró, luego se quedó en silencio, con expresión taciturna como si de repente
se hubiera hundido en un estanque de aguas oscuras lleno de animales extraños.
Y estuvo así un rato con los ojos abiertos, concentrada, hasta que parpadeó
como si volviera de un sueño.
─¿En
serio te vas a ir? ─preguntó Margot.
─Sí,
ya lo tengo decidido.
─¿Para
dónde?
─Para
otra ciudad, tal vez otro país. Donde no haya tipos que quieran hacerle daño a
las mujeres. ─dijo Dania resuelta.
“¿Qué
se puede hacer?” se dijo Margot alzándose de hombros.
Dania
se levantó. Dirigiéndose a la salida abrazó a Margot y le dio un beso en la
mejilla.
─Cuídate,
por favor ─dijo Margot
─Gracias,
eres un ángel. Acuérdate que vine antes de las nueve.
Cuando
Margot salió a despedirla, no pudo evitar pensar en el montículo de tierra, en
el patio posterior, donde había plantado unos geranios.
Me gusta ahora mas.
ResponderEliminarSí, interesante.
ResponderEliminarJosé Antonio nos regala excelentes cuentos.
Mis respetos.