Adriana Yepes
En el paseo a Guatapé en el 2016 reconquistó la laguna al son de la música y del ánimo colectivo familiar. Así recuerdo a Nabor, entre cantaleta y carcajada. El Negro, que de negro no tiene nada, tiene un poco caramelizada la piel, entre tantos claros que somos en la familia.
Motivada por tejer los hilos de
mi memoria y revivir lo que me ata a
Medellín, visité de nuevo a los tíos, primos, amigos, y volví a verlo, antes
de que por olvido se nos enreden los recuerdos y todo nos resulte confuso e inconexo.
Seis años después de nuestro último encuentro, estabas sentadito, viendo un programa de televisión a las seis de la tarde, trasnochado, con tu bastón de mando que te apoya en este mundo irregular y complicado, ya sin pelo y un tanto confusa la mirada, te pregunté:
—Me recuerdas?
—No, no sé quién es.
—Soy Adriana, tu sobrina, la de Cali
—No,
cómo la voy a reconocer si está más gorda que nunca.
A tus 96 años, con tanta trocha
recorrida y tantas situaciones vividas, dolores físicos y del alma, que sin
querer o por voluntad propia prefieres olvidar, estás sentado a los pies del Sagrado
Corazón de Jesús, ícono de todo hogar antioqueño antiguo. Mágicamente, uno a uno,
fueron emergiendo del baúl de tus recuerdos las palabras necesarias para conectarte con la realidad, la tuya y la
de nuestra familia. Disfrutamos de una conversación agradable, fluida y amorosa.
Cuando hablaste con mi madre, dijiste haberla encontrado “buena moza y colorada“.
Entonces supe que me habías recordado perfectamente.
No lo había visto así y realmente le doy la razón. El bastón más que una ayuda en problemas de rodilla o cadera es para apoyarse en este mundo tan irregular y complicado.
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