Eduardo Toro Gutiérrez
Era un hombre de talla grande, tal vez un metro noventa y
cinco centímetros de estatura; delgado y con músculos largos de basquetbolista;
sus cabellos rojizos y ondulados peinados al desgaire, enmarcaban la forma
cuadrada de su rostro; los ojos de azul
diamantino brillaban sobre su piel de cobre y obligaban a que se le mirara una segunda vez;
su voz neutra y pausada no daba pistas para adivinar su procedencia y las
pronunciadas zanjas que surcaban su frente contaban, sin ocultar nada, que el
forastero de buen trato y educadas maneras, pudo haber llegado de todas partes.
Una tarde de agosto, de hace ya muchos años, llegó hasta la
oficina de Control Administrativo y Presupuestal de la CVC un señor con aspecto
de mensajero de la mitología griega. El Mensajero, así lo llamaremos, no tardó
en exponer con absoluta claridad el motivo de su visita, que no era otra que la
de reclamar para sí el anticipo pactado para la ejecución de un proyecto de Estímulo
de Lluvias, en la región del Darién, sobre las zonas de influencia de la
represa de la Hidroeléctrica de Calima I.
Las obras civiles de la hidroeléctrica avanzaban sin
inconvenientes, pero había algo que inquietaba a los ingenieros, consultores y
contratistas de la obra y era el de la sequía tan prolongada que azotaba la
región. Los cálculos señalaban que las aguas disponibles del río Darién con su
caudal histórico promedio, necesitaba por lo menos cinco años para llenar la
represa, o por lo menos acercarse al nivel del rebosadero.