Jesús Rico Velasco
“Muchos años después” de la publicación por primera vez en 1967 de “Cien años de soledad” y un año del premio Nobel de literatura, leí desprevenidamente la novela más por entretención y pasatiempo que como una verdadera obra de arte. Me fueron necesarias varias lecturas juiciosas cada vez más entretenidas, profundas e investigativas para entender el sentido profundo y verdadero mensaje de cien años de soledad.
La realidad mágica de un país que se transforma y
se desborda en violencia, y se construye en el diario vivir del ir
y venir de la historia. El Nobel nos dejó una selva literaria en la cual es
indispensable mirar detenidamente cada árbol y analizar sus hojas en las cuales
se muestra de manera prodigiosa el principio y fin de la humanidad.
Son miles los trabajos y documentos que se han
escrito sobre el sentido mentado de Cien años de soledad. En algún momento
quise escribir una serie de “apuntes” que ayudaran a los lectores para el buen
manejo de la lectura. Sin embargo, muy pronto descubrí que ya habían pasado más
de 50 años desde su primera publicación y que para este momento ya existen
igualmente una enorme cantidad de “apuntes” no sólo sobre la obra maestra sino
sobre su vida y casi todas las publicaciones realizadas en el transcurso de su
existencia.
“Sorpresas te da la vida, la vida te da sorpresas”. En 1983 llegó a mis manos una edición no abreviada publicada por el “Círculo de lectores” impresa y encuadernada en Bogotá. Me la regaló una hermana en una visita que le hice a su casa en el exterior. Últimamente por curiosidad revisé esta versión y encontré algo maravilloso para mi: al final del libro aparece un “Epilogo” escrito por Nicolás Suescún (1937-2017), un agregado gráfico de la genealogía de Los Buendía y una pequeña biografía de García Márquez ( “Hasta cien años”).
Extraordinario. Nicolás Suescún casi de la misma
edad, fue mi profesor en el Departamento de Sociología de la Universidad
Nacional en 1961-1963. Para nosotros era
un bogotano elegante que se se
presentaba a clases con una gabardina caqui y una bufanda de seda azul turquí.
Poeta increíble y diferente, profesor, librero,
diseñador, traductor, cuentista, editor, periodista, un verdadero navegante literario y algo de
sociólogo, observador y profundo analista de la sociedad colombiana.
En pocas palabras en su “Epilogo” ubica la obra de
García Márquez con elegancia y maestría:
“Estamos en el principio de una intrincada metáfora que en los múltiples
matices de su interpretación, en la inagotable riqueza de sus sugerencias y por la realidad de su fantasía no es otra
cosa que la crónica entera, exacta y verídica, de una estirpe mestiza, y de un
pueblo – una región, un país – tropical”.
“Aparecen en ella, según el orden cronológico de
su nacimiento, los Buendía, llamados todos los hombres José Arcadio o Aureliano, para desesperación
e irritación de los lectores perezosos; y sus mujeres Úrsula, Amaranta,
Remedios, Rebeca, Remedios, la bella, Pilar Ternera, Santa Sofía de la Piedad,
Fernanda del Carpio, Renata, Meme, Amaranta Úrsula. Toda una familia”. “Macondo
es palabra que evoca un reino en las profundidades del inconsciente, el reino
de la memoria, no solo de la memoria de un hombre, sino de la memoria colectiva
de una región…” .
Macondo es el comienzo de la aldea global entre esterillas
y barro que representa una sociedad en donde se sintetizan los orígenes de
nuestro hábitat universal.
Su gran avance fue trasformar las historias
recogidas en muchas años de su vida en una sola obra en donde hay de todo para
ponerlo en un marco de novela con una narrativa fuera de lo común. Al final Nicolás
termina su escrito concluyendo que en
esta obra de arte literario se juntan la imaginación y la realidad para darle
vida a un mundo mágico en donde los Buendía “híbridos de imaginación y de realidad
no mueren de enfermedad como el resto de los mortales, sino de soledad”.
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