Eduardo Toro Gutiérrez
Era un hombre de talla grande, tal vez un metro noventa y
cinco centímetros de estatura; delgado y con músculos largos de basquetbolista;
sus cabellos rojizos y ondulados peinados al desgaire, enmarcaban la forma
cuadrada de su rostro; los ojos de azul
diamantino brillaban sobre su piel de cobre y obligaban a que se le mirara una segunda vez;
su voz neutra y pausada no daba pistas para adivinar su procedencia y las
pronunciadas zanjas que surcaban su frente contaban, sin ocultar nada, que el
forastero de buen trato y educadas maneras, pudo haber llegado de todas partes.
Una tarde de agosto, de hace ya muchos años, llegó hasta la
oficina de Control Administrativo y Presupuestal de la CVC un señor con aspecto
de mensajero de la mitología griega. El Mensajero, así lo llamaremos, no tardó
en exponer con absoluta claridad el motivo de su visita, que no era otra que la
de reclamar para sí el anticipo pactado para la ejecución de un proyecto de Estímulo
de Lluvias, en la región del Darién, sobre las zonas de influencia de la
represa de la Hidroeléctrica de Calima I.
Las obras civiles de la hidroeléctrica avanzaban sin inconvenientes, pero había algo que inquietaba a los ingenieros, consultores y contratistas de la obra y era el de la sequía tan prolongada que azotaba la región. Los cálculos señalaban que las aguas disponibles del río Darién con su caudal histórico promedio, necesitaba por lo menos cinco años para llenar la represa, o por lo menos acercarse al nivel del rebosadero.
Como solución inmediata se emprendieron las obras de desvío
hacia el río Darién de los caudales del rio Bravo y algunas otras quebradas que
nacen sobre la cordillera occidental y luego se precipitan raudas hacia el Pacífico,
alimentando las zonas pantanosas del Bajo Calima. Pronto supieron los expertos
que las aguas que aportaría el desvío de los ríos no era suficiente para el
llenado de la represa en el término requerido. Entonces apareció, como fórmula salvadora, el
proyecto de “Estímulo de lluvias”, bajo la responsabilidad del Mensajero, quien
aprendió de una tribu de ancianos de Costa de Marfil la técnica milenaria de
desatar las lluvias. La práctica resultaba, para entonces, un fuerte contrapeso
a las rogativas que se hacen al Señor de los Milagros de Buga, en pos de que se
aplaquen las lluvias o cese el intenso verano.
Claro que los chistes sobre el Estímulo de Lluvias y el
extraño personaje no se hicieron esperar. Unos inventaban diciendo que el Mensajero
se desnudaba a la luz de la luna cantando el llamado de las lluvias en una
lengua extraña; otros decían que en las noches encendía mecheros y danzaba a la
luz de las antorchas en diabólico ritual; otros juraban haberlo visto construir
una escalera muy larga con el fin de producir cosquillas a las nubes hasta
hacerlas orinar.
Un día, a finales de octubre, las directivas de la CVC., el
equipo de ingenieros y algunos invitados especiales, se desplazaron a Darién
para recibir, de manos del Mensajero, el proyecto de Estímulo de Lluvias en
pleno funcionamiento. Era como una especie de inauguración de los más
tormentosos aguaceros. Esa tarde, ante la expectativa de los invitados, el
cielo se tornó gris, las nubes galopaban feroces, el cielo rugía, cayeron los
primeros goterones que cerraban el ciclo de un largo verano. Los invitados
abrieron sus paraguas. Pero no fue más
que eso: olía a tierra mojada, las nubes se disiparon, el cielo silenció su ira.
el astro rey volvió a mostrar su poderío.
El cielo me engañó, fue todo lo que se le ocurrió decir al
Mensajero, quien habló de un pequeño error de cálculo y se justificó explicando
que las precipitaciones de lluvias inducidas, bien pudieron presentarse un día
antes o tal vez se producirían un día después de lo esperado. Cuarenta y ocho
horas era el margen de error. Así fue.
Al día siguiente empezó a llover a cántaros, no solo en la zona de
influencia de la represa, sino en todo el Valle geográfico. Fue el comienzo de un
severo invierno: los ríos se
desbordaron, los cultivos se inundaron, la represa de Calima I empezó a
parecerse a un apacible lago. Al brujo se le fue la mano, fue el último chiste
que se dijo sobre el tema.
Pasó un tiempo y aún se hacían bromas sobre la monumental
“tumbada” a costa de unos aguaceros contratados que coincidieron con la temporada
invernal. Un día llegó hasta la oficina
de Control Presupuestal, ya no con la figura de un flautista mágico, sino con
unas botas altas, un sombrero alón que lo hacía lucir como un vaquero gigante que semejaba uno de esos Pecos
Bill grandotes que instalan a la entrada de los casinos de Las Vegas. Vengo a
pedirle su colaboración –dijo pausado- extendiendo sobre el escritorio una orden
de trabajo, suscrita con el Departamento Agropecuario, que lo comprometía a
trasladar una manada de búfalos desde República Dominicana hasta las pantanosas
zonas del Bajo Calima. Entonces el misterioso Mensajero también era experto en búfalos,
pues se había familiarizado con el manejo de los nobles animales cuando recorrió
Mozambique y otras regiones de África. Era lo que él contaba.
La manada de doce búfalos fue donada a la CVC, por una fundación
internacional, como siembra para desarrollar la cría, el consumo de su carne, leche
y el aprovechamiento de su fuerza descomunal y mansedumbre en las faenas de
campo. Las zonas pantanosas del Bajo Calima resultaban aptas para el desarrollo
del programa que se llamó “Búfalos”. La donación incluía la condición de que
los animales serían entregados en la nación caribeña y en Colombia no se
conocían expertos en el tema del manejo de búfalos.
Pasaron cinco semanas y apareció nuevamente el Mensajero por
la oficina de presupuesto. Presentó la cuenta de cobro del cincuenta por ciento
restantes del valor de la orden de trabajo, con todos los certificados de ejecución
a satisfacción. Vestía una camisa tropical azul pavo real con flores blancas y
unos pantalones de lino color marfil y zapatos livianos, que le daban el
aspecto de un tremendo y espigado gocetas del Caribe.
Inaugurada la hidroeléctrica de Calima I, la entidad
emprendió de inmediato una acción agresiva sobre la conservación y
aprovechamiento de las edificaciones que sirvieron de albergue a ingenieros y
profesionales calificados durante la construcción del proyecto. Eran los
campamentos, cabañas, además un gran edificio central de tres pisos que en su
parte baja, estaba acondicionado para cocina, comedor, salón de entretención de
los trabajadores y un amplio auditorio para conferencias.
¿Qué hacer con estas costosas edificaciones, que aparte de
haber sido construidas con materiales de primera clase, estaban integradas y
formaban parte de un bellísimo paisaje rodeado de bosques nativos? Pues se
tomaron decisiones rápidas y acertadas: las instalaciones harían parte de un
complejo turístico y se abrirían al servicio del público, bajo la
responsabilidad administrativa de la Oficina de servicios generales.
Nuevamente aparece el Mensajero en escena, se presenta como
un experto administrador de hoteles con énfasis en recreación y alta cocina.
Sus cabellos rojizos han crecido un poco, los recoge en la nuca en “cola de
caballo”; viste de blanco. lleva terciada al hombro una mochila de pita teñida
con los colores de la bandera colombiana; calza sandalias “tres puntá” montadas
en suela de llanta de tractor; su sonrisa convence, es amplia y segura.
Los reconocimientos por la magnífica administración del Hotel
del Lago, no se hicieron esperar. Para ocupar una habitación en las
instalaciones centrales o en alguna cabaña, se requería hacer una reserva hasta
con cuatro meses de anticipación. Las cuentas eran claras, los resultados
económicos estaban por encima de las expectativas.
El Ministerio de Hacienda y el Departamento Nacional de
Planeación, solicitaron a la Dirección de la CVC. organizar un seminario con
una agenda especial para tratar asuntos relacionados con el manejo y control
presupuestal, al cual asistirían delegados de todas las corporaciones descentralizadas
del país, además invitados especiales de Panamá, Venezuela, Ecuador, Perú y
Chile, interesados en desarrollar proyectos similares a los que atendía la CVC.
como objetivo principal.
Se miró hacia el hotel del Lago y se pidió al Mensajero propusiera una agenda que
cubriera toda una semana de actividades: alojamiento para más de cien personas
y un variado menú de platos típicos para cada uno de los siete días del evento.
La propuesta del Mensajero fue aprobada porque, además de los requerimientos
iniciales, incluía una serie de actividades culturales y de entretención que lo
hacían por demás novedoso.
La propuesta gastronómica incluía para cada día desde un
arroz atollado, sancocho de gallina criolla, bandeja paisa, ajiaco santafereño,
tamales resplandor y el último día sorprendería con una deliciosa lechona
tolimense.
Desde muy temprano, después de atravesar a nado las frías
aguas del lago, el Mensajero impecablemente vestido de chaqueta filipina con
gorro alto de pliegues, dirigía desde la cocina la preparación de los desayunos
y vigilaba que los pedidos se cumplieran con la debida oportunidad. Con igual
diligencia atendía las horas de las comidas principales, siempre atento para
que los refrigerios se repartieran en el preciso momento de las pausas o
recreos.
Amenizó las veladas nocturnas e hizo gala de unas capacidades
histriónicas envidiables, haciendo uso del acento misterioso y lejano, que
nunca se pudo descifrar su procedencia, presentó en cada noche funciones de
ilusionismo y magia que conquistaron la audiencia. Para clausurar el seminario
tenía reservada una gran sorpresa: La banda de una población cercana amenizó la
noche. Todos los músicos llevaban chaqueta y pantalón rojo, menos el Mensajero, que vestía todo de
blanco, pañuelo raboegallo atado al cuello y un sombrero vueltiao, que lo hacía
lucir como un auténtico gigante del vallenato.
La sorpresa fue mayor cuando tomó el micrófono entonando con musical
acento extranjero, el porro La Piragua, acompañado por la orquesta invitada y
el rastrillar cadencioso de la guacharaca que ejecutaba con maestría. También
hizo gala de experto timbalero y por último dejó conocer sus cualidades de virtuoso del cencerro.
Tiempo después, el viajero incansable
con apariencia de Mensajero de la Mitología Griega, se montó en sus sandalias “tres
puntá” y se fue para cualquier parte, a uno de esos lugares
imprecisos e ignorados, atendiendo el llamado de su espíritu pirata.
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