María Lucía Muñoz G.
El asombro ante lo inexplicable, mi mayor impacto en situación de
pandemia. La percepción consciente del tremendo trastorno causado por ese
enigmático ser microscópico denominado SARS-CoV-2, o Covid 19, cuyo vector proviene de posible origen chino, según
noticias, de un murciélago en un mercado de animales, era la noticia más exótica
del momento.
Al asombro inicial se sumó otra sensación más potente, la incertidumbre. La muerte empezó a merodear muy cerca y parecía que escapaba de la ficción de cuentos de terror o de alguna novela negra. Ahora estaba más cercana, presente y real, no pudimos despedir un primo, médico internista, ni amigas y amigos, ni varios conocidos lejanos
La
incertidumbre crecía con el tiempo ante las imágenes de centenares de ataúdes y
fosas, en algunos países más que en otros. La perplejidad total llegó con las inimaginables
posturas de importantes líderes políticos que contrastaban con explicaciones y
evidencias científicas. Se develaba un arbitrario manejo económico en algunos gobiernos
como también en clínicas y hospitales. A diario se alimentaban hipótesis de especulaciones
desmedidas aliadas a los intereses financieros de farmacéuticas multinacionales.
En el ámbito
privado el impacto lo causaba la ultrahigienización de todo el entorno hogareño.
Ese tal ser microscópico era una amenaza que vivía en cualquier lugar o podía llegar adherido a la suela de los
zapatos, en la ropa, en los víveres, en el abrazo o el beso cotidiano. Por
primera vez éramos conscientes de un extremo cuidado para sobrevivir. Por esto
nos desinfectábamos varias veces al día y con rigor lavábamos cada parte de nuestras
manos como lo ilustraban numerosos carteles en lugares públicos.
Este
inevitable uso del agua abrió el ventanal del hambre como una realidad económica,
social y política. Era inocultable el desamparo estatal y la pobreza extrema por
el desempleo en que viven muchísimos ciudadanos de los países menos
desarrollados del planeta, abundaban las imágenes cadavéricas de niños y
adultos, ya no eran sólo los de África. Acá, en Colombia, impactaban la gran
cantidad de barrios pobres y trapos rojos colgados en las ventanas anunciando
su imperiosa necesidad de ayuda solidaria, en contraste con los gastos
desmedidos de entidades estatales y el apoyo a algunas empresas privadas en
nombre de la emergencia sanitaria.
Pero,
la realidad también es dialéctica y emergían
impactos positivos en medio de todo este panorama. De un momento a otro la
escuela y la academia entraron a los hogares; afloró la creatividad de maestras
y maestros asumiendo esta transformación de la cotidianidad escolar y, desde mi
condición de docente felizmente jubilada,
entreví que es eso de la resiliencia. En
un diverso y colorido abanico de situaciones muy particulares, era visible el compromiso
de enseñar y aprender y, desde cada casa, las familias afrontaban el
acompañamiento de los aprendizajes escolares y académicos.
Los
medios de comunicación eran voceros de los tremendos contrastes entre el
impacto de las tecnologías y lo que es el bienestar. Algunos estudiantes se
daban el lujo de tener su celular con cámara cerrada para no afectar la señal y
grabar las clases mientras seguían durmiendo. Otros estudiantes, en zonas
rurales y en zonas urbanas, sólo tenían señal de internet si se subían a los
árboles o se pegaban a la señal de
internet de una cantina o un local comercial más cercano. Y cómo dejar de pensar
en la jornada escolar remota en aquellas casas donde sólo los adultos tenían un
celular y con éste trabajaban. A los estudiantes les tocaba esperar que lo
desocuparan o que regresaran a casa para conectarse con sus profes, en horario
extraescolar, para que les explicaran lo que habían visto ese día.
Esta caótica
realidad en medio de la peste nos obligó a otro uso del tiempo, mientras se hacían algunas actividades
cotidianas se abrían espacios para la escucha de podcasts y videos, podría
afirmar que nunca fui una oyente más atenta que en esta época. Con un grupo por
zoom disfrutamos la lectura en voz alta de la novela El ensayo sobre la ceguera de José Saramago, pero a la mayoría les
pudo el cansancio de las pantallas y el grupo se disolvió como una bruma en el
espacio.
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