Era la navidad de 2020. Veníamos desde marzo con el contagio del Covid19. Estábamos encerrados y llevábamos al extremo nuestros cuidados. Todas las compras se hacían a través de mensajeros. El 10 de diciembre nuestro hijo dio positivo para Covid. No nos paralizó el miedo. Él se refugió en un hotel y cómo llevábamos muchos días de contacto nos hicimos la prueba y dimos positivo todos, incluida la empleada que hacía los oficios de la casa. La alojamos en un aparta hotel cercano a la casa, para estar atentos a su evolución.
Enero 2021: segundo examen después de la cuarentena y seguíamos dando
positivo. Mi verdadero dolor fue saber que venía mi hija Marcela con
su esposo y mi nieto y no podían llegar a la casa. El dolor no
era solo mío. La otra abuela de mi nieto que había estado meses y meses
acompañando a su hija en la agonía, y ya había fallecido, tampoco podía
abrirles su casa, no podía fundirse en un abrazo con su
hijo y su nieto David, quienes quizás la hubieran llenado de calor y
fortaleza. Yo la llamaba y ante la imposibilidad de consolarla me unía a
su llanto. Dos eventos dolorosos para las dos familias.
Finalmente David entró primero donde su abuela paterna y encontró
la caja de las cenizas de su tía-madrina, pasaban en la tarde por
nuestra casa y desde el carro el niño nos saludaba y movía su manito....adiós
abuela Yo Yo. Cuánto, amor, dolor, desasosiego, y ansiedad teníamos. Solo
nos sostenía la espera del día que pudiéramos abrazarnos.
...y un día un sol iluminó la casa...
Todavía hoy resuenan en nuestras vidas las
risas y los ecos de las voces
de nuestros
hijos y de ese pequeño ser que
nos llena de luz y esperanza.
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