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martes, 28 de junio de 2022

La Parca siempre avisa


Jesús Rico Velasco

Don Pablo Rico como lo llamaban sus trabajadores, sus vecinos y amigos, murió de una herida con arma de fuego por una bala de revolver que le penetró por el hombro izquierdo. Entró casi rozando su corazón y le destrozó los intestinos, parte del estomago y fue a terminar incrustada en su riñón derecho, en la tarde del domingo

7 de marzo cuando fue trasladado con diligencia, desde el pueblo de Timba (Valle) por su esposa Aida Micaela y su hijo José Eusebio de 12 años, en una odisea por las carreteras destapadas de Guachinte y Jamundí hasta la clínica de Occidente en la ciudad de Cali, en donde fue operado de urgencias y cuyo intento de recuperación duró aproximadamente diez días, hasta su fallecimiento el martes 16 de marzo acompañado por su familia a las tres de la tarde de 1948.

Había nacido en Titiribí un pueblo antioqueño situado en la ladera de una  montaña de la cordillera central de los Andes. Esta población había sido fundada en 1775 por el “liberto” Benito del Rio quien decidió con un grupo de familias, organizar un pequeño pueblo alrededor de una plaza  en donde se construiría una capilla  y en sus costados estarían las casas de sus dirigentes y personas importantes, y en sus alrededores los demás pobladores.  Inicialmente se construyó en un sitio denominado Pueblo Viejo y posteriormente se reubicó en el lugar que ocupa en la actualidad.

Es poco lo que se conoce acerca de su fundador y de su estado como “liberto” pero las intenciones   y sus relaciones con el medio ambiente eran  clarísimas, porque en  los territorios de los indios Nutabes dirigidos por el cacique Titiribí, se sabía de la existencias de grandes e importantes yacimientos de oro de veta, plata, cobre , carbón  y otros minerales,  que habían sido señalados por los viajeros desde principios de la colonización española en las primeras de décadas del siglo XVII.

 El origen y características de la cultura Nutabe se enreda con  las demás etnias que existían a la llegada de los españoles. Eran agricultores  del maíz, el frijol y algunos frutales, quienes habitaban la región amplia del cañón del rio Cauca y Amagá. Posiblemente  mineros que manejaban la explotación del oro extraído del rio Cauca y  del río Medellín,  y del oro de veta o de minas que se conocían en la región de Titiribí.

Los Nutabes no eran guerreros pero defendieron su territorio cuando llegaron los conquistadores encendidos por los rumores del dorado  que motivaba las conciencias de los recién llegados, para terminar posteriormente en la época de la colonia algunos recluidos y controlados por encomenderos, y encerrados en resguardos que en esta región alejada y montañosa no progresaron. Casi todos los indígenas de la región  del río Cauca desde el sur del Valle del Cauca hasta las regiones de la Costa caribe,  fueron sacrificados en las luchas por la tierra defendiendo sus orígenes. Los Nutabes prácticamente desaparecieron de la región de Titiribí y  fueron posteriormente reemplazados por los esclavos negros traídos de África  para reforzar la explotación de las minas.

La ocupación de los territorios, el manejo y control político , social económico y religioso de las regiones, estaba matizado por el sistema semi feudal que se manejaba en la España conquistadora (1492-1550),  que arrasó con todo lo humano que se encontró y despojó al indígena de sus valores sociales, sus estilos de vida, sus creencias, sus mujeres, sus familias y sus riqueza materiales entre ellas el “oro o el dorado” que empujaba su codicia. Escondido en su estructura social la religión católica  fue uno de los sistemas más importante para el manejo de la población indígena conquistada en nombre de Dios y los reyes de España.

Próximo  a Titiribí y en las riberas del río Cauca ocurrió la  fundación de Santa Fe de Antioquia,  el 4 de diciembre de 1541 por el Mariscal Jorge Robledo cuya  motivación fue la exploración y explotación del oro que se conocía en la región. Sin embargo,  con los años y debido  al poco desarrollo tecnológico para su explotación  y procesamiento, más  la lejanía de los centros de gobierno fue decayendo su poder de administración y comercio del negocio minero. Inicialmente continuaron las  minas artesanales y la búsqueda del oro con aprovechamiento y participación de la población liberta, que propiciaba una estrategia  de auto subsistencia (“Mazamorreo”) que fueron creciendo gracias a las iniciativas particulares.

 

La población y migración

En los primeros 150 años de la colonización española en la región antioqueña  entre 1600 y 1750 la concentración de la propiedad en manos de terratenientes colonizadores, fue significativa hasta tal punto que presionó sobre el crecimiento de la población y empezó a sentirse en  desplazamientos de familias migrantes,  hacia otros territorios vecinos en busca de posibles riquezas especialmente de oro en las regiones de Titiribí.  La lejanía territorial de las regiones antioqueñas en función de los sitios de poder de la colonia,  más el crecimiento poblacional que resultó de un aumento significativo de la fecundidad en las familias patriarcales antioqueñas,  sirvieron como factores determinantes de la movilidad espacial en busca de oportunidades de trabajo.

Muchas familias comenzaron a desplazarse hacia territorios vecinos y a manejar sus economías familiares con una mano de obra propia, en pequeñas y medianas fincas  que generaba  la apertura de nuevas tierras. La pequeña y mediana propiedad campesina surgió como una  manera de vivir, para las numerosas familias que migraron hacia los territorios ubicados en las laderas de la cordillera  hacia los ríos Cauca, y Amagá. La explotación minera en la región ya conocida de Titiribí atrajo muchas familias antioqueñas,  que se vincularon a ese tipo de ocupación de la cual con  el tiempo por decadencia administrativa, cambios tecnológicos , y necesidades laborales también dieron origen a un movimiento migratorio, hacia regiones del antiguo Caldas y norte del Valle del Cauca en propiedades que se centraron en la producción agrícola especialmente del  cultivo del café.

 

El aprendizaje

En Titiribí las minas  fueron creciendo como resultado de la colonización de la región por migrantes provenientes de Medellín que fundaron la sociedad de la mina El  Zancudo  en 1848 por personajes emprendedores como don José María Uribe Restrepo y posteriormente de la “Otramina” que fueron espacios muy conocidos entre los emprendedores y colonizadores  antioqueños de la época. Durante más de un siglo el desarrollo minero en Colombia estuvo marcado por la aplicación de los adelantos científicos en la explotación  auro argentífera, de reconocido nivel mundial y los desarrollos en la administración  de la empresa minera de El zancudo y la Otramina que se conocieron en Europa y en  otros países que tenían empresas mineras en el África, Asia y en los Estados Unidos.

La sociedad de  El Zancudo duró más de 100 años desde su fundación  hasta 1946 cuando dejó totalmente de funcionar. Su historia muestra  varias etapas en la economía de la minería que impactó la economía  nacional con las innovaciones de tipo bancario con una moneda nacional, administración solida, innovaciones en los sistemas de procesamiento del oro y la plata con las procesos de fundición de renombre mundial y participación de técnicos y científicos extranjeros. Los empresarios de la época demostraron alta calidad en el procesamiento de los minerales y aplicaciones de tecnología, que facilitó el manejo del material producido de las minas  que estaba amarrado a la movilidad de los socavones y llevado a lomo de mula a la fábrica. Se construyó por primera vez  un sistema de trasporte con cable aéreo que facilitó  un manejo más rápido del material extraído.  La sociedad el Zancudo era una empresa de exploración y explotación minera   con una área de más  de 800 hectáreas.

La aplicación de la ciencia y la tecnología traída a las minas de Titiribí por los  empresarios antioqueños, produjo un gran auge en la región, pujanza y rentabilidad en la producción minera. La riqueza de los socios iniciales aumentó muy rápidamente. Con los años las cosas se fueron deteriorando y la presencia de nuevos empresarios fue creando dificultades en la dirección administrativa, tanto qué en una segunda generación de socios demasiado ricos, despilfarraron  las fortunas en sus viajes a Europa, ostentosas edificaciones, y su vida  en manifestaciones externas. Hacia finales del siglo 19 ya se percibían destellos de la decadencia de las  minas en las áreas administrativas y la aplicación de tecnologías, y la insuficiencia rentable   del dinero que   ya no alcanzaba para satisfacer las necesidades de la administración, ni la codicia de los nuevos administradores que fueron vendiendo sus participaciones accionarias.

 

El éxodo

En las primeras décadas del siglo XX la vida en Titiribí se hacía cada vez más difícil. Las minas para trabajar más conocidas como la mina de El Zancudo a  escasos dos kilómetros del pueblo y “Otramira” habían bajado significativamente su producción como resultado del descenso del intercambio comercial con Medellín,  y la decadencia en los sistemas de administración,  que se manejaban por las socios herederos de un  pasado trabajado por sus antepasados y como coletazos de la situación de depresión económica que se sentía a nivel mundial.

Un factor limitante muy significativo fue la insuficiencia en los sistemas de comunicación y de transporte con  la capital  Bogotá y en general con todas las otras poblaciones. No habían fuentes de empleo más allá de las minas de producción de oro de veta y plata, y la explotación artesanal del carbón mineral que ponía  en peligro la vida de los mineros por los accidentes que ocurrían con alguna frecuencia. Los pocos caminos vehiculares  se hacían intransitables en las épocas del invierno. Casi todo se movía a lomo de mula desde cualquier sitio de la región  de Titiribí y las montañas antioqueñas. En esos primeros años del siglo pasado muchas  familias antioqueñas especialmente campesinos, mineros y trabajadores agrícolas migraron hacia otras regiones vecinas como el viejo Caldas y el norte del Valle. Algunas familias de Titiribí llegaron hasta la ciudad de Cali hacia los años 30 en busca de trabajo en las minas que se empezaban a explotar en los cerros de la ciudad de Cali y  el municipio de Jamundí.

 

La tierra prometida

La disminución en la producción minera en Titiribí empezó a cambiar la vida de sus habitantes especialmente en la familia Rico Villa. Se tomó la decisión de explorar nuevos horizontes entre los miembros de la familia y buscar  el apoyo tradicional entre los parientes que todavía vivían en la capital antioqueña. Para Medellín salieron las tías y mi tío Joaquín que era el más joven. Para el resto se organizó un viaje de no retorno  hacia la pujante ciudad de Cali que ya había conocido mi papá en una visita previa . Salieron de Titiribí  los abuelos, mi tío Manuel con su mujer Asunción y sus hijos, y mi papá quienes a   lomo de mula y con estadías en algunos sitios reconocidos,  se dirigieron hacia las antiguas tierras del vecino departamento de Caldas y descendieron por las laderas de Cartago  en el norte del Valle hasta llegar despues de varias semanas  de recorrido a la ciudad de Cali, en donde se alojaron en unas residencias provisionales en  el barrio San Nicolás muy próximo al centro de la ciudad.

Mi papá  había nacido el 20 de septiembre de 1903 en la localidad de Titiribí y fue bautizado a los ocho días en la iglesia principal del pueblo. Era el tercer hijo barón de antiguos   titiríbeños  cuyos abuelos habían nacido y fueron criados en el mismo pueblo con algunos parientes lejanos que todavía residían en la ciudad de Medellín. El abuelo se llamaba Manuel Salvador Rico y la abuela era María del Carmen Villa que se ocupaba de la casa y el cuidado y manejo de sus pequeñas hijas Marta y Consuelo y de sus hijos  José Pablo, Joaquín y Manuel. El abuelo  y los tíos jóvenes Joaquín y el mayor Manuel   trabajaban en varias minas artesanales  de la época,  de las  pocas que iban quedando en los primeros años de principios del siglo XX. Pablo Rico en su juventud se destacó entre los mineros por su imaginación y desarrollo en la  explotación de  las minas de oro y principalmente en la utilización del carbón mineral, que tenía un  gran impulso por las primeras apariciones e indicios de algún alcance industrial en Medellín, y los adelantos en la construcción y desarrollo de los ferrocarriles en Cundinamarca y el  ferrocarril del Pacífico en el Valle del Cauca.

Mi papá conocía en Cali a Don Gregorio Vélez reconocido en  el mundo de los negocios  especialmente de la explotación, mercadeo y trasporte  del carbón en las proximidades del cerro de las tres cruces. El era propietario de un terreno    en las orillas del río Aguacatal,  en donde se  situaba  el carbón mineral explotado artesanalmente  en las minas locales, bajado de los cerros a lomo mula y colocado en pequeños lotes identificados por nombres de sus propietarios,  y de donde se trasladaba en volquetas  principalmente a las carboneras del ferrocarril del pacifico ubicadas en el vecino  municipio de Yumbo al norte de la ciudad de Cali. Él fue su primer amigo y contacto comercial   con quién empezó a trabajar en la explotación  de las minas de carbón en los cerros de Cali.

 

Finca La Ferreira

Con el dinero que tenia la familia en Titiribí  Pablo Rico compró una finca en el corregimiento de Timba, en las laderas de la cordillera en donde se sabía de la existencia de posibles yacimientos de carbón mineral. Se salía del pueblo al lado de la Estación del ferrocarril por una carretera destapada o camino de herradura paralelo a los rieles del tren, hasta un punto denominado el “kilometro catorce” a mitad de camino para tomar un desvío hacia la derecha  con la cordillera al frente,   hasta llegar a la portada de la finca. La finca se llamaba “La Ferreira” bastante grande para la época de aproximadamente unas 1,000 hectáreas, de las cuales unas 150 estaban localizadas en la parte plana  en las orillas del río Timba, y el resto se desparramaban sobre la cordillera en la subida hacia las recién empezadas minas de carbón en las proximidades del sitio denominado La Liberia.

La portada de la finca estaba construía con guadua que cerraba con un “golpe” armonioso sobre un tronco fuerte o polín de  madera, que se usa en la construcción y soporte de los rieles por donde pasa el tren. A corta distancia al entrar había una enorme  roca que parecía inmensa, de dos o tres metros  de ancho por dos de alto desde donde divisábamos  de niños  las vacas  y los caballos  en los potreros más cercanos. A unos cien metros  sobre la izquierda estaba el corral para el ordeño con una pequeña puerta de acceso, y una enramada de techo de zinc para protegerse de la lluvia y el sol, y un bramadero  en el centro cortado de algún árbol de madera fina grueso en forma de Y, para amarrar y sostener a las vacas, los terneros y los caballos. El cerco del corral en dirección a la casa de la finca estaba  marcado por un bonito   vallado levantado en piedra de río desde tiempos desconocidos. 

La casa de la finca era hermosa en forma de L  construida con paredes de   bahareque y techo de teja de barro, con  un Samán grandísimo al frente que tenía   un tronco de más de un metro de ancho y un dosel  amplísimo, que en cierta época del año se llenaba de flores color rosado, y producía una sombra tranquila en las tardes a la caída del sol  donde se reunían los trabajadores en los días de pago los sábados cuando iba mi papá. Varios samanes se repetían en algunos potreros regalando la fresca sombra al ganado en los días calurosos de los fuertes  veranos en Timba.

Había un corredor amplio que bordeaba la casa con pisos de madera con una puerta relativamente amplia que invitaba al comedor y la cocina. Sobre el ala izquierda estaba la entrada a las alcobas, una grande principal  y la otra pequeña, que salían a un corredor interno con acceso sobre las áreas de los cultivos de pan coger, como las matas de plátano, yuca, la caña de azúcar, el cafetal, algunos frutales en un lote que  era bastante grande. A un lado estaba la letrina a la cual se podía llegar igualmente por una puerta pequeña de la cocina en donde llegaba el agua en canoas de guadua cortada que  venía de un nacedero del otro lado de la quebrada, y descargaba en el lavadero que también se usaba para lavar los platos, y darse una ducha en un cuarto de madera con una puerta  hacia los cultivos y los potreros cercanos. En una de las esquinas de la casa había un cuarto pequeño con ventana hacia afuera  que era el lugar para los aperos y monturas de los caballos, los frenos y las guruperas colgados del techo,  las herramientas, y muchos otros  enseres que se usan en las fincas: Azadones, palas, picos, rastrillos y otros. Cuartico que también se usaba en algunas ocasiones como dormitorio provisional.

Mi papá tenía predilección por una mula alta , de paso fino, color rojizo que utilizaba para llegar a la finca cuando viajaba en el tren de pasajeros, o en el autoferro,  cuando   tenía dificultades de transporte con su volqueta, o en algunas ocasiones como diversión de finquero para recorrer el pueblo y divertirse . También gustaba de un precioso caballo bayo bermejo que marcaba diversos tipos de paso señalados por el jinete. Un mundo campesino agradable y tranquilo hacía de La Ferreira un lugar acogedor, alegre y romántico.

Los primeros coqueteos de juventud se le alborotaron en sus  andanzas en el pueblo de Timba,  cuando conoció  a una  hermosa pastusa de 15 años de nombre Tulia, quien quedó  embarazada dando a luz una bella  niña que nació el 13 de agosto de 1928 y fue bautizada con el nombre de  Blanca Irma, cuando Pablo Rico recién llegado a la región tenía  aproximadamente unos 25 años. Con el nacimiento de la niña, Tulia Palacios  y algunos de sus familiares se fueron a vivir a la Ferreira en la finca recién comprada en compañía de Manuel Salvador Rico y María del Carmen Villa quienes eran los padres de Pablo Rico.

En los cerros de la ciudad de Cali  mi papá con mi tío Manuel construyeron una casa de madera muy próxima a los socavones de las minas, con dos alcobas grandes y una pequeña cocina para ser habitada por su hermano Manuel, la mujer y sus hijos Mario, Alberto y tres niñas pequeñitas que eran parte de la familia que vivía en San Nicolás. El camino de herradura dio paso a una carretera destapada que subía hasta las minas y los campamentos de los trabajadores, que  facilitaba el trasporte del carbón al sitio de recolección en el lote de la Aguacatal. El negocio del carbón mineral se veía favorecido por el crecimiento  acelerado en la construcción del Ferrocarril, acompañado del proceso de industrialización que se vivía con nuevas empresas en la ciudad, y el apogeo de los ingenios   azucareros en los municipios vecinos a  la ciudad de Cali, con un aumento considerable en la utilización del carbón de piedra como combustible para el uso domestico, y las pujantes fábricas que comenzaban a crecer en algunos lugares de la ciudad.

Uno de los grandes proyectos iniciales de Pablo Rico fue la construcción del  cable para el trasporte aéreo del carbón, que se explotaba en la parte alta de las lomas de la Ferreira muy cerca de los socavones de las minas cuya producción aumentaba considerablemente. La estación inicial del cable aéreo y su construcción se guiaba por el aprendizaje en Las minas de El Zancudo en Titiribí  donde había trabajo Pablo Rico y sus hermanos cuando eran muchachos. El proyecto se realizó con el apoyo financiero y ayuda técnica proporcionada por la Hullera del Valle, que apareció como socia en la construcción del cable y en la cual se reservó el derecho comercial por diez años, que empezaron al finalizar  la década de 1930 e iban a terminar  precisamente un año antes de que fuera asesinado en 1948.

De todas maneras el cable aéreo se terminó y cambió el panorama montañoso del transporte del carbón a lomo mula, que disminuyó ostensiblemente los costos  a pesar del deterioro pasajero de la vida de los arrieros, que vivían en parte de descender con sus bestias por las laderas y lomas de la Ferreira hasta el Valle en donde quedaba la Estación del Cable, y las tolvas de carga para el trasporte vehicular que llevaba el carbón  hasta el “kilometro catorce” para ser  trasportado en los vagones de carga del Ferrocarril del Pacifico. La estación  del cable estaba situada  al frente de la casa de la finca pasando el camino de la entrada a  unos cien metros, con una cubierta amplia  de techo de zinc y un piso fuerte de concreto sobre un muro muy alto en donde iban llegando las góndolas pareadas con   carbón, y eran vaciadas por un  operario a unas tolvas en donde se juntaba el carbón para facilitar su transporte en las volquetas. En el centro de la estación existía una rueda acanalada metálica gigantesca que facilitaba el movimiento giratorio del cable, y de las góndolas accionado por un  motor de gasolina y una palanca para  parar y mover  el sistema giratorio permanente. Este sistema de llegada y salida de las góndolas se repetía en la parte alta cerca de los socavones de la mina, también dirigido y controlado por un operario.   

La vida conectada a la finca de La Ferreira con el crecimiento de la pequeña Blanca Irma, y  la decadencia en las relaciones amorosas con Tulia y su familia, fueron cambiando con todos las variaciones  que sucedieron como producto del desarrollo de las minas con los socavones en la parte alta. Se construyó una pequeña casa cerca  del terminal del cable aéreo en la parte alta, de tres alcobas mirando al Valle con acceso directo a un espacioso corredor que conducía a un amplio comedor de tablas de madera gruesas y dos bancas, una a cada lado para sentar en total a ocho comensales, y que colindaba   con la cocina a donde llegaba el agua al nivel de la ventana para un lavadero de platos, y se dejaba caer libre al borde de la casa  para que continuara desprevenidamente por la ladera. Había una letrina de hoyo a un lado retirada del comedor y muy frecuentada por los mineros cuando iban al almorzar, y ser asistidos  por Tulia durante todos los días de la semana.

Para bañarse se había escavado, muy cerca en la caída del agua en un barranco, una especie de poceta amplia con una chorrera que fue uno de los disfrutes más exquisitos y apreciados cuando visitábamos a Tulia  quien ya había encontrado un amor pastuso que conocíamos con el nombre de Rubio. Un hombre encantador, muy amable con todo el mundo, cariñoso con los niños, apreciado por todos los mineros y trabajadores que curiosamente terminó siendo el brazo derecho de Pablo Rico para el manejo de sus trabajadores, y el responsable de la seguridad en la construcción de los socavones de las minas que requerían de conocimientos especiales, para la construcción de los soportes de madera, las distancia en los techos y en algunas paredes, los desagües de la capa rosa, y ubicación de los rieles de los pequeños coches para el trasporte del  carbón mineral picado al interior de las minas.

La vida en las minas

En todas las minas de carbón en los cerros de Cali, en Timba y en El palmar, la mayoría de los mineros usaban botas de cuero altas, o alpargatas de suela de caucho  y muchos simplemente trabajaban descalzos. Algunos usaban pantalones de drill caqui, pero la mayoría se cruzaban  la cadera con  delantales de tela blancos con un bolsillo amplio a nivel de la cintura, que con el tiempo parecían sucios y se coloreaban y quedaban amarillos. Casi no usaban camisas al interior de los socavones, pero todos utilizaban un dulce abrigo o  trapo rojo o de cualquier otro color, terciado sobre la cabeza y alrededor de una correa para sostener amarrada la obligatoria lámpara de carburo graduable sobre la frente, para iluminarse en los socavones durante el tiempo que permanecieran encerrados, picando el mineral y cargando el carbón en los vagones de madera en donde cabían aproximadamente unos 100 kilos de material por viaje empujado hacia la boca del socavón .

Todas las tareas y el trabajo en las  minas artesanales era extremadamente duro y requería dedicación y esfuerzo. Unos se encargaban del manejo de las herramientas como picos de doble punta, palas de varios formatos, barras de hierro de varios tamaños  con punta y ancha al final y también taladros de corte ancho, de puntas, pequeños y largos  que eran afilados con frecuencia  en los fraguas calentadas al carbón mineral y con insuflador de aire manual, con un yunque al lado para doblar, sacar filo, definir puntas, anchos y dimensiones. El arte de la forja era un expertismo especial desarrollado por algunos mineros que con el tiempo eran reconocidos por todos.  Algunos bajo la supervisión de un capataz de grupo cortaban y pulían los troncos de madera para los soportes de los techos y algunas paredes de los socavones. Estas tareas de carpintería eran casi permanentes en la medida en que se avanzaba hacia el interior en las minas.

Se estaba empezando la exploración, y explotación de algunas minas de carbón en El Palmar al otro lado del río Timba en el Departamento del Cauca. Unos pocos mineros experimentados estaban empezando la dirección y tamaño del socavón inicial y definiendo la carpintería, para ir avanzado lentamente y extrayendo el carbón que era transportado a lomo de mula a un lote de acopio cerca de la estación-casa del ferrocarril, al otro lado del río en Timba Cauca y que se juntaban al otro lado del río con la mayoría de los mineros los días de pago en la finca de la Ferreira.

Empezando la primera década de 1930 los negocios con la exploración y explotación del carbón mineral era pujante y alentador.  El negocio del carbón había dado excelentes resultados. Había logrado una explotación razonable de la minas en las Tres Cruces con acceso por una carretera destapada construida por él donde subía con su volqueta a recoger el carbón. Los pequeños vagones cargados al interior con el carbón mineral vaciaban sus cargas sobre unas tolvas de madera, para ser evacuado fácilmente sobre la volqueta y también sobre su camión  Fargo de estacas que recibía una seis toneladas por viaje. Todo el trasporte se hacía directo de las minas a la carbonera del ferrocarril en Yumbo, o directamente  a los clientes en las fabricas que estaban trabajando utilizando el carbón mineral  como combustible para las calderas. Siempre se dejaba algo del carbón producido en el lote de la Aguacatal para pequeños comerciantes del material para uso doméstico.

A mi corta edad acompañaba en algunas ocasiones a mi papá para visitar a mi tío Manuel que vivía con Asunción y los hijos  en la casa de madera que habían construido desde hacia algunos años.

Un día cualquiera recuerdo que subimos en el camión Fargo hasta la mina. Había llovido y la carretera estaba lisa y de difícil manejo. Despues de estar cargado el camión en los primeros intentos al descender por la loma, mi tío Manuel un poco asustado por lo peligroso que estaba el camino decidió que debíamos bajarnos del camión y dejar que solamente mi papá manejara, y el resto de los trabajadores ayudantes y otros que decidieron bajar a apoyar el descenso del camión cargado con seis toneladas de  mineral, nos hiciéramos detrás jalonando una soga muy gruesa para ayudar al descenso del vehículo. En una de las curvas bajando, hubo una aceleración que necesitó la ayuda de todos los participantes, y el camión comenzó a acelerar su velocidad y demandar mayor fuerza de todos los asistentes, pero  cogió vuelo hacia  abajo con gritos exagerados de mi pobre tío Manuel que gritaba: “mi hermanito, mi hermanito” y todos los demás ayudantes. Presencié como el camión aumentó su velocidad y salió como volando hacia abajo, arrastrando arbustos y pequeños arboles que quedaban  desarraigados a su paso hasta rodar bien abajo y chocar contra varios arboles que detuvieron el camión. Gran susto y muchos gritos que terminaron en alegría al ver el camión parado, mi papá saliendo asustado del Fargo  que quedó  un poco estrellado y averiado.

 

 

 

El sacramento del matrimonio

En la búsqueda de posibles yacimientos de minerales entre ellos el carbón, mi papá hizo contacto con los propietarios de la Hacienda La Rivera en Pance de la familia Velasco Borrero con muchas mujeres bonitas entre ellas Aida Micaela de  16 años  con quien se enamoró y se casaron pronto con matrimonio en la Iglesia de San Nicolás el 2 de enero de 1937 cuando Pablo Rico tenía aproximadamente unos 34 años. En el primer aniversario de su boda nació Libia nuestra hermana mayor el 14 de diciembre de ese año. De allí en adelante mi mamá siempre estuvo embarazada y cuidando  recién nacidos mínimo cada dos años. Mi hermano José Eusebio nació en septiembre de 1939. El 10 de abril de 1948  iba a cumplir ocho años de existencia sobre la tierra cuando asesinaron a  mi papá.

Un tiempo  truncado para el recuerdo que trato de reconstruir en la empezada memoria de los primeros años, cuando todavía lo veo como un hombre grande y alto, corpulento, de hombros anchos y brazos musculados, pelo semi castaño liso,  peinado con carrera de medio lado, de piernas largas y fuertes, y pies anchos, robustos, largos y grandes con dedos  enormes  de gigante. Tenía una mirada tierna y amorosa pero muy fuerte y brusco en la manera de relacionarse con los demás. Era un minero antioqueño de piel blanca  medio colorado acostumbrado al trato duro y directo con  las personas, sus trabajadores y con los miembros de la familia.

Mi hermana menor Irma nació el 25 de agosto de 1942 y el más pequeño de la familia Pablo, que guarda el nombre de mi papá, nació el 28 de noviembre de 1945 con apenas cuatro añitos  a la muerte de nuestro papá.

Precisamente el día viernes 5 de marzo de 1948, un poco hacia el atardecer despues de regresar de las minas de las tres cruces, como siempre agotado descansó tranquilo y decidió tomar un baño despues de quitarse sus botas protegidas  gruesas de cuero y sus polainas también de cuero grueso y con hebillas cruzadas para proteger las piernas.  Relajado se sentó en su escritorio en la penumbra  que estaba alejado de nuestra bulla, y se dedico a escuchar su radio Philco de onda corta para conocer las noticias de lo que sucedía en Europa durante la segunda guerra mundial. Por alguna razón premonitoria Irma se atrevió a pasar a la oficina donde estaba mi papá escuchando la radio, se acercó y le dijo:

 

-Papito es mejor que mañana no vayas a la Ferreira por que te van a matar.

 

Mi papá había programado salir madrugado a la estación del Ferrocarril que quedaba en la calle 25 con carrera primera porque la volqueta estaba en el taller para alguna reparación. No fue muy agradable la respuesta de mi papá pues mi hermana recibió una pequeña palmada que todavía recuerda acompañada de un regaño que se esparció por todas partes y en toda la casa.

 

El barrio

Vivíamos en el barrio de El Peñón en la carrera tercera oeste en una casa de adobe de techo de teja  ancha de barro, con dos ventanales sobre la calle, una puerta de entrada de madera de dos naves pequeñas que conducía a un zaguán con puerta hacia el comedor y acceso directo a la oficina de mi papá. Era una casa relativamente amplia con tres alcobas grandes y dos pequeñas, que se integraban alrededor del patio principal. Sobre un castado estaban  las dos  alcobas mayores que tenían ventanas con sentadero para mirar a la calle. Enseguida del comedor estaba la pieza de mi hermano mayor, y la mía en un costado frente a la pieza de la empleada. El primer patio en donde estaba el comedor, era el centro de la vida de la casa, con una mesa cuadrada muy grande suficiente para ocho personas con un seibó de cuatro puertas y un escaparate para guardar el mercado, y  en donde estaba el único lavamanos que todos usábamos para lavarnos las manos antes de las comidas, peinarnos frente  al  espejo principal, y cepillarnos los dientes por lo menos dos veces al día. Teníamos un pequeño congelador de tapa en donde se guardaban las carnes, la leche y otros productos perecederos, y una pequeña gaveta de hacer hielo que era lo máximo para todos nosotros. De vez en cuando se hacían helados, y disfrutábamos de los jugos de frutas tropicales.

Inicialmente la  casa era muy grande  y esquinera que mi papá había dividido en dos y alquilaba la esquina. En el solar ya había empezado la construcción de una casa de dos pisos para rentar y que terminó hacia 1945 al final de la Segunda Guerra Mundial.

Pasando la calle por la cuarta oeste quedaba el colegio de La Sagrada Familia de las Hermanas de la Providencia y la Sagrada Concepción  en una manzana completa con el portón central dando frente al hermoso parque, que estaba siendo remodelado y que recuerdo de muy pequeño cuando le construyeron una pila al centro, con dos niveles de agua con figuras de un cacique indígena por cuyas bocas salían los chorros. Le colocaron bancas de cemento  terminado en algunos sitios  para el descanso de los habitantes del barrio adornado con palmeras bien ubicadas que aumentaban la hermosura diamantina del lugar.

En la cuadra todos nos conocíamos y éramos buenos vecinos. En la esquina diagonal a nuestra casa vivían los Vinazcos que colindaban por detrás con  la escuela pública Isaías Gamboa que daba sobre la Avenida Colombia. Nuestros vecinos al frente eran los Dussán, su mamá la viuda y sus hijos Diego, Hernán, Joaquín y Nancy que ya estaba empezando a coquetear y usaba falda cortica por encima de las rodillas. En la casa de enseguida vivían los Bonilla, un hombre que para mi ya era un poco viejo con su hijo el “gordo” quien siempre todos los fines de semana iba a bañarse al río y jugar futbol descalzo en el sector de Santa Rita. Seguían los Patiño, Iván y su hermana muy poco comunicativos. Luego el padre Jesús Efrén Romero muy importante en la diócesis  de Cali quien salía a caminar todas las tardes  hasta el barranco de la loma que divisaba .El  vivía con su hermana la señorita María que nos regalaba pedacitos de torta, bananos o cualquiera otra fruta cuando le metíamos el tarro de la basura a la casa. Finalmente estaban los Cucalón que eran nuestros parientes con Doña Berta , su hijo Carlos Alberto “Papeto” y sus lindas hijas Florencia la mayor y Carmenza la menor. De ese lado terminaba la cuadra en un  lote abierto en cuyo rincón había un rancho en donde vivían los hermanos Sierra: Miguel y Álvaro con su mamá y su abuelo discapacitado  debilitado por la artritis y los años.

Esa manzana por la Avenida Colombia tenía al frente del Obelisco la casa de  la familia de Marino Calero  con su mujer Conchita y sus hijos Diego, Gustavo y María Eugenia. En la última casa próxima a la orilla del río que daba hacia el charco del burro vivía Doña María con su hijo Eduardo que peleaba con todos los niños del barrio. Ella vendía barquillos y obleas que se avisaban en un letrero sobre la  puerta de la casa  pero eran  solicitados y entregados  por la ventana.  Sufría mucho con  las crecidas del río que en varias ocasiones  le inundó la casa. Nuestros vecinos inmediatos por la carrea tercera oeste eran Don Tomás Rojas casado con Doña Mercedes que tenían cinco hijos: Humberto el mayor y Fernando el menor de mi misma edad .Doña Mercedes  preparaba las mejores arepas con queso que todos gustábamos y adorábamos en un horno de barro que se calentaba con leña. Además en la compañía  de las hermosas hijas Clemencia, Estela y Myriam que adornaban la vida en el Peñón  con su belleza, su alegría en la participación de los juegos infantiles y la presencia del negro Eleazar, un bantú del Congo africano de casi dos metros de alto, que vivía y compartía la vida desde siempre con los Rojas y era considerado como un  verdadero guardián y protector de todos nosotros en el barrio y en las tardes acuática en el charco del burro. Seguían los Monedero que eran muy pinchados  y no se metían con nadie.  En seguida vivía  Don Alfredo Camacho acompañado de su esposa Elvia Castro con un hijo varón “Alfredito” de mi misma edad y de sus hijas Gloria, Gladis, Doris, Silvia, y Elvia. Su vecino era Don Serafín Arango  y su mujer Elvira Correa con  un hijo Henry de mi edad y las hijas Yeni, Edi y Lucía. La cuadra terminaba en la calle de la loma en donde vivía don Guillermo Caicedo y su familia, y al frente en una hermosa quinta Don Joaquín Losada con sus hijos de los cuales apenas me acuerdo de su  pequeño hijo de mi misma edad. En el barranco sobre la derecha y mirando de lado al rio estaban los Rojas Quiliche, Oscar y su hermano y su vecino era el mirador de lunas Calonge que tenía la cara quenada de tanto mirar en la noches el cielo. Estás eran apenas dos cuadras de punta a punta en nuestro barrio en donde todos nos conocíamos y compartíamos un estilo similar de vida, de grata convivencia,  solidaridad en los momentos difíciles de la vida y las alegrías de los eventos familiares y de la vecindad.  

La vida da tantas vueltas que una de las casas que alquilaba mi papá  fue ocupada por los Sepúlveda que tenían un taller de reparación de carros en el barrio Obrero  y en donde quedaron para ser reparados  la volqueta y el camión Fargo despues de la muerte de Pablo Rico. Uno de ellos José Sepúlveda, curiosamente con el tiempo enamoró a la viuda con sus cinco hijos y se casaron. Fue nuestro padrastro por muchos años, nos acompañó, nos ayudó a crecer  a los tres varones con respeto y cariño con normas rígidas de comportamiento, disciplina y buenas relaciones con los demás. Vivió con mi mamá  por muchos años en soledad por que todos nos fuimos hasta que finalmente no pudo mas vivir en este mundo y se suicidó.

La casa era la herencia que tenía mi mamá despues de  la muerte de mi abuelo Eusebio Velasco Borrero perteneciente a una de las más prestigiosas familias de la comarca. Mi mamá era uno de los nueve hijos que había tenido el abuelo casado con Julia Ema García hija del doctor Evaristo García Piedrahita, renombrado personaje en las ciencias medicas a nivel mundial y en la política social de principios del siglo XX en la pequeña ciudad de Cali. Los tíos del lado materno eran tres varones y seis mujeres. Habían heredado una gran hacienda “La Rivera” en las llanuras del río Pance  con extensión hasta casi la entrada sur de la ciudad  de Cali. Como herencia  a cada uno le tocó una extensión considerable de varias docenas de plazas. Uno de los tíos, el más avanzado en los negocios, en el manejo agrícola y la ganadería con el tiempo y mucha audacia se apoderó de toda la hacienda menos una parte heredada por uno de ellos que toda su vida se negó a negociar su herencia , pero que al final de cuentas se la robaron otros. Por supuesto que estas relaciones familiares y distribuciones injustas propiciaron rencores, odios y rechazos al interior de las   familias y repercutieron  en la buenas relaciones que deberían existir entre los miembros de los hogares. Para mi papá las relaciones con los cuñados especialmente con el apoderado de todo se hicieron cada más agrias y repulsivas.

Anécdotas

Recuerdo una tarde tranquila de verano cuando el sol se iba ocultando y el viento suave soplaba la calle, apareció mi tío en su flamante carro nuevo y lo estacionó en las proximidades de nuestra casa para ir a visitar a Bertha una   parienta muy querida que vivía a unas tres o cuatro casas de la nuestra. Mi papá había regresado de su trabajo de explotación de las minas de carbón que quedaban en las laderas del cerro de las tres cruces en la ciudad de Cali. Se enteró de la presencia de su cuñado y de su desafiante automóvil nuevecito  estacionado casi al pie de nuestra casa.  Entró en cólera y lleno de ira se fue al cuarto de las herramientas y en medio de todo  con gran audacia y velocidad construyó un taco de dinamita de esos que estaba acostumbrado a manejar en las minas de carbón. Tomó la gelatina para la dinamita, encontró un fulminante que colocó encima del taco y luego cortó medio metro de mecha. Como pudo se metió debajo del carro, prendió la mecha y en cuestión de unos pocos minutos sonó el estallido  y volaron por el aire partes del carro nuevo de mi tío que había parqueado muy próximo a nuestra casa. El rencor volaba en átomos por todo el barrio. Todo pasó, mi tío mandó a que recogieran lo que había quedado del auto, pero no se  salvaron todos las tristezas, los dolores y los rechazos que perduraron por todo la vida.

Santiago de Cali era una ciudad pequeña con su centro en la plaza de Caicedo en memoria al protomártir de la independencia colombiana Joaquín de Caicedo y Cuero y en un  costado la catedral católica principal sede religiosa de la ciudad. La plaza de mercado “El calvario” a unas dos o tres cuadras del centro  era un sitio muy concurrido para la compra de los víveres necesarios para la vida cotidiana de todos los habitantes en la ciudad. La población no pasaba de unos 300,000 habitantes distribuidos por barrios bien identificados en el mapa popular. Partiendo del centro de la ciudad hacia el norte su extensión terminaba en las talleres del ferrocarril en  chipichape. Sobre la margen izquierda del río Cali reconocíamos algunos barrios  como el Barrio Versalles, el barrio Granada, Centenario  y el Peñón. Siguiendo el río nuestras vidas se llenaban de agua en las oportunidades de ir a nadar a los diferentes charcos como el de la Estaca  que era para nosotros el  primero en la línea hacia Santa Rita de mucha atracción popular los fines de semana. Cerca de nuestra  casa a unos  200 metros estaba el “charco del burro”, en donde pasó nuestra  adolescencia acuática. Otros barrios próximos hacia el occidente estaban San Antonio, San Cayetano, Libertadores, San Fernando, Miraflores, y Siloé. La ciudad hacia el sur para la época terminaba en el Templete que se construyó para las celebraciones religiosas católicas del Congreso Eucarístico en 1949. En el sur oriente y para nosotros la ciudad terminaba  en los barrios populares alrededor de la estación del Ferrocarril y en la vía que conducía al río Cauca que en ocasiones se inundaban.

Para nosotros como niños en el barrio de El Peñón la vida cotidiana era relativamente tranquila. Recorríamos la ciudad a pie. Todos los días  íbamos caminando al colegio en un pequeño grupo de alumnos que vivíamos en las proximidades del parque. La  vida comunitaria era apacible y relativamente buena, rodeada de juegos infantiles creados por nosotros mismos, carritos de madera con balineras, llantas de caucho empujadas con  palitos de madera, trompos, juegos de  bolas de cristal, carreras y competencias, muchas distracciones inventadas por nosotros mismos. Juegos amorosos, con besos furtivos, poemas y canciones, con pequeñas caricias empezando el amor. Sin embargo, en términos sociales la actividad política  ensombrecía la vida con una violencia que azotaba las zonas rurales  en donde se asesinaban godos y liberales.

Una tarde de domingo cualquiera de esas que había vivido en algunas ocasiones cuando acompañaba a mi papá para el pago de los trabajadores, las cosas sucedían como de costumbre. Un día de mercado  caluroso y animado  del mes de  marzo  cuando  la mayoría de los habitantes de la población de Timba (Valle) de la cultura afro y mestizos  en su mayoría con muy pocos venidos de algunos lejanos pueblos indígenas,  iban y venían  de la plaza de mercado que quedaba a unas dos cuadras de la estación del Ferrocarril del Pacífico. Ese día una alegría caminante se sentía en el ambiente, bulla y vendedores por todas partes que animaban con sus voces las ventas de sus productos de pan coger, mercancías, baratijas y cachivaches anunciando las velas para el alumbrado, las agujas para tejer, los hilos de todos los colores, linternas y sus pilas, lámparas, sombreros, hamacas y muchas mercancías  sobre mesas de madera o en el suelo debajo de toldos blancos distribuidos por costumbres en sectores que mostraban los productos de  la tierra como legumbres y vegetales, plátanos,  yuca y varias clases de  papa. El maíz cosechado en las fincas de los alrededores, frijoles de varias clases, animales domésticos como pollos, gallinas ,  conejos, y una que otra tortuga atrapada en las orillas del hermoso rio Timba. La venta de carnes de uno o dos cerdos cortados al destajo y  de dos o tres vacas flacas que pesaban los carniceros reconocidos  del pueblo. Un mercado bullicioso, cantado y anunciado por todas partes cuya algarabía aumentaba con la llegada del tren a vapor con su caldera y humareda alimentada con carbón mineral también conocido como carbón de piedra,  y su trac a tras  que sonaba y comenzaba a pitar  antes de llegar a la estación, en donde se anunciaba con unas campanadas el arribo proveniente de la ciudad de Cali, hacia las horas del  medio día y  cuyo destino final era   Popayán, con escalas en Robles y otros poblados semi rurales antes de   llegar a la histórica ciudad.

Pandebono caliente, dulces de diversas clases entre ellas el manjar blanco preparado en casa, frutas como las naranjas y mandarinas colgadas en gajos individuales cortados de las ramas de los árboles, y sobre las cabezas de las  morenas y vendedores en canastos y bateas de madera que anunciaban a voz en grito sus productos. Los pasajeros sacaban sus cabezas por las ventanillas  del tren y negociaban su compra.   Un jolgorio pueblerino se desparramaba por todas partes. Música con altoparlante salía de las cantinas, y mucha gente entraba y salía de las tiendas, los graneros y misceláneas que estaban privilegiadamente situados a unos 100 metros frente de la estación del ferrocarril.

La mayoría de los días sábados se realizaba el pago de los trabajadores de mi papá, que se hacían frente a la casa de la finca de la Ferreira,  bajo la sombra de un Samán  que llevaba muchos años  en el  lugar . Pablo Rico con sus minas de carbón artesanales ubicadas en la cima de la cordillera en un  sitio denominado la Liberia y las minas de El Palmar, proveía de empleo a más de un centenar  de trabajadores  en  su mayoría afro descendientes  y mestizos, y uno que otro paisa aventurero  que llegaba entusiasmado  a trabajar para su familia, y orgulloso venia   dirigido de los pueblos mineros  de Antioquia en donde había crecido mi papá, especialmente de las áreas y lomas mineras de Titiribí, Amagá, y de las riberas del rio Cauca.

Mi papá era un hombre alegre, festivo y toma trago. Los fines de semana que era el día de pago de sus trabajadores y mineros, los remataba tomando cerveza con algunos de ellos en las misceláneas de Timba, o en Cali en la tienda de Locadio que quedaba en una de las calles frente al  parque del Peñón. Normalmente era acompañado por unos tres o cuatro de sus mejores trabajadores o capataces, que iban colocando los envases de cerveza a un lado de la mesa hasta que quedara completamente llena. Por supuesto que muchos mineros dejaban parte de su sueldo en cerveza y en ocasiones terminaban borrachos armando tremendas peleas que alborotaban el ambiente tranquilo del barrio y en Timba tremendos escándalos y peleas que terminaban dándose machete o peleas a cuchillo limpio hasta que aparecía la policía.

Con mi papá siempre ocurrían cosas que cambiaban la vida cotidiana y ponían un color festivo a nuestras vidas de niños. Un día cualquiera al regresar de la finca se apareció con una enorme tortuga que habían encontrado en las orillas del río Timba, en el cual en pocas ocasiones fuimos a bañarnos porque era considerado peligroso. Las aguas eran frías y cristalinas con un fondo de piedras pequeñas, con una corriente fuerte de aguas que bajaban de la cordillera reunidas en pequeñas quebradas, que formaban una corriente peligrosa al llegar a la parte plana, aparentemente tranquila pero que en su interior alcanzaba fuerza y velocidad capaz de arrastrar a cualquier adulto. De una orilla a la otra podrían ser siete a ocho braseadas con mucha velocidad, así que permanecíamos orillados del lado de la finca para evitar acercarse al lado opuesto, en donde caía la loma con un barranco peligroso. La tortuga era inmensa y la traía en un costal, tanto que cuando mi papá la bajó de la volqueta se la puso en los hombros y entró en la casa alegre, contento y bulloso, la colocó sobre la mesa del comedor y la madera traqueó, dejando una rajadura que estuvo allí hasta despues de su muerte. La sacó del costal y la puso a caminar en el piso  con el juego de nosotros encima. El momento más difícil y que todavía recuerdo fue el martirio de la tortuga para su sacrificio, cuando mi papá nos trató de mostrar como matar una tortuga. Tampoco sabía, pues hizo el intento varias veces de cortarle la cabeza, pero el animal la escondía por debajo de su caparazón cuando mi papá con el machete trataba de cortársela sobre un tronco de madera que había encontrado para la ocasión. Despues de varios intentos decidió mostrarnos otro manera  de hacerlo  con un cuchillo de la cocina que se lo introdujo por entre el cuero duro que tenía en el pecho. Finalmente le penetró el corazón y el animal dejó de existir. El proceso fue muy lento mientras nos iba mostrando las partes que componían el cuerpo de la tortuga y los diversas presas y sabores que saldrían del enorme animal. Fue tan intenso el proceso que todavía recuerdo cuando nos mostró el corazón,  lentamente latiendo afuera de su anatomía. Años mas tarde buscando algo en el soberado de la casa que daba hacia la terraza encima de la cocina, encontré el caparazón de la tortuga intacto impregnado con el recuerdo de un papá diferente, que se quedó corto en el tiempo pero que perdurará para siempre en todos los rincones de mi memoria.

Cualquier día apareció con un chivo negro capón grandísimo vivo con unos cachos enormes  que había comprado en Timba, y deseaba que lo viéramos y lo gozáramos en la casa antes de su sacrificio. Otro cuento grande cuando delante de todos nosotros decidió matarlo al lado de la cocina. No era algo muy agradable pero uno de niño acompañando a su papá disfruta de cualquier cosa. El chivo negro cachón cayó al suelo en el patio de la cocina despues de una cuchillada en el pecho muy certera que le propinó mi papá. Se recogió la sangre con intenciones de preparados que se mencionaban en la conversación, pero que la verdad nunca probé. Le quitó el cuero que consideraba muy hermoso, y fue despresando el animal pieza por pieza hasta guardarlo condimentado en el refrigerador, para comérselo asado con todos nosotros un domingo cualquiera. La cocina era inmensa con una parrilla de hierro de seis boquillas que se tapaban o habrían de acuerdo con el tamaño de la olla que se alimentaba con fuego de carbón mineral que nunca se apagaba, siempre se dejaba un rescoldo para incitar el fuego y facilitar el trabajo en la cocina. En la casa siempre se estaba cocinando algo especialmente los frijoles rojos que no faltaban en la mesa de mi papá, al almuerzo, a la comida y al desayuno.

 

La muerte trágica y anunciada

La historia imaginada de la muerte de mi papá podría presentarse como una tragedia  que ocurrió hacia las 6 de la tarde el domingo 7 de marzo, como resultado del jolgorio y  las celebraciones en  un día de mercado en medio de los tragos, las cervezas, la música y los alegatos y discusiones políticas, Pablo Rico recibió un disparo de un  tiro de revolver como resultado de una pelea casada entre él como jefe liberal del pueblo y su contendor Carlos Jiménez comerciante conservador político dirigente conservador. El sábado día anterior mi papá lo había pasado pagando a sus trabajadores en los predios de su finca La Ferreira.

Esa noche lluviosa del mes de marzo de 1948 tocaron con furor sobre una de las ventanas de madera de la casa. Gritaban con fuerza: “ Doña Aida hirieron a Don Pablo en la población de Timba”. Mi mamá se levantó asustada abrió la ventana de la alcoba que daba sobre la calle y allí frente a ella estaba Ceballos “el sereno”, que todas las noches recorría las calles del barrio como seguridad y protección. Bastante conmocionado y en una voz profunda y ronca le dijo: “Don Pablo está herido y necesita ayuda en la población de Timba”. Con mi hermano José salió como loca a la calle y como pudo consiguió un Taxi que contrató  para ir a buscarlo  a la finca. Fue necesaria una autorización de la policía pues estaba decretado el estado de sitio por la situación política en que se vivía.

La historia me la contaron y como la recuerdo trato de traerla del pasado al presente. Salieron mi mamá y José de Cali como a las 9 de la noche por una carretera abierta  llena de barro y muchas dificultades  por la lluvia, cuya travesía duraba aproximadamente tres a cuatro horas. Llegaron a Timba en la madrugada y mi papá se encontraba en el suelo semidesnudo ensangrentado y pedía ayuda. Un tal Carlos Jiménez líder conservador del pueblo se enfrentó a tiros con Pablo Rico reconocido jefe liberal de la población. Como siempre todos los domingos la juerga terminaba en pleitos y peleas, unas veces a bala y otras a machete y cuchillo limpio.  Mi mamá solicitó ayuda al director de la estación del ferrocarril para trasladarlo a Cali, sin embargo sus solicitudes fueron negadas. Con la ayuda  del chofer del taxi y mi hermano José regresaron por la carreta pantanosa, con dificultades cuando se  encunetaba el carro y con la ayuda de mi papá herido empujan el automóvil, hasta llegar a la ciudad de Cali en donde fue internado en la Clínica de Occidente para su manejo de urgencias. Aparentemente la operación fue  un éxito y comenzó el proceso de recuperación de las heridas que requirieron la extirpación de unos de los riñones y el manejo de la vías biliares por donde pasó la bala.

Todo iba  bien hasta un día  que se encontraba solo y decidió levantarse de la cama porque se sentía bien. Por supuesto se le abrieron las heridas de la cirugía y tuvo que ser sometido nuevamente a una operación de urgencias de la cual terminó supremamente debilitado. Hacia  el martes16 de marzo de 1948  Pablo Rico dejó de existir rodeado de toda su familia en un proceso de digna recordación.

Hacia la una de la tarde de ese día nos llevaron a todos los miembros de la familia  a la clínica de Occidente porque mi papá se  encontraba grave. Mi mamá con Pablito nuestro hermano menor se encontraba en la clínica desde algunas horas de la mañana. Yo estaba recomendado en la casa de la familia de Don Serafín Arango desde el día en que comenzó nuestra trágica historia. Don Serafín quien tenía un almacén de calzado en el centro, muy amablemente hacia el medio día me dejó en la clínica. Pienso que pasé unas tres o cuatro semanas en la casa de los Arango mientras se arreglaban las cargas en la casa, se disminuía poco a poco la incertidumbre y se empezaban a desdibujar los acontecimientos de Timba. Mi hermano José fue hospedado en la casa vecina a la nuestra de Don Tomás Rojas.

Mi tío Alonso quien era el albacea o el encargado inmediato como cabeza de la familia Velasco, le hizo frente a las circunstancias iniciales del manejo de las casas, la Finca de La Ferreira, las minas de carbón en las Tres cruces, y las minas de la Liberia y El Palmar en Timba. Como él era el dueño de una colchonería nos compró colchones nuevos a todos. Mi hermana mayor Libia se había quedado todo el tiempo en donde mi tía Rafaela (“Fica”) quien llegó igualmente en esa primera hora de la tarde en compañía de algunos familiares que fueron apareciendo y que habían recogido a Irma en la casa de las Reinales Velasco. En la medida en que fuimos llegando nos acomodaron alrededor de la cama mientras se sentía el calor en la habitación, y el dolor flotaba en el aire. Algunas flores adornaban una mesa alta que estaba sobre un costado de la pequeña alcoba, y en un frasco de vidrio  en alcohol completo se mostraba el riñón que le habían sacado a mi papá, con el hueco por donde había entrado y quedado la bala. Una mariposa negra bastante grande sobrevoló la alcoba y salió aleteando  por la estrecha puerta mientras algunas de las personas asistentes se echaban la bendición.     

Cerca de las tres de la tarde, en la cama con un cristo en el pecho de esos que usaban los hermanos maristas se encontraba mi papá. Con una cara entristecida nos miró lentamente a cada uno de nosotros que estábamos alrededor de la cama; una mirada profunda de dolor que penetró en mi corazón y se alojó en mi alma. Que poco tiempo tuve para haberlo conocido, estar a su lado, compartir esos escasos años que nos dio, gozar de sus logros y sus éxitos, y comprender como el trabajar por los demás y enseñar el coraje y la disciplina que se necesita para vivir por los demás con alegría. Se despidió  con su mirada profunda de todos los miembros de la familia, y en especial hizo una ultima recomendación hablada - “hay que cuidar al niño”, haciendo especial  atención sobre  mi hermano Pablito que tenía escasos 4 años y estaba acostado sobre los pies de la cama. Nos dio la bendición, nos miró tiernamente y en un  movimiento suave hacia el costado derecho asentó la cabeza y suspiró.

La velación del cadáver se hizo en el comedor de la casa en donde colocaron el ataúd, con cuatro velones grandes en cada esquina rodeado de muchas flores. En el ataúd se podía ver la cara de mi papá a través de un pequeño vidrio, con una tapa de limón en la boca que nunca supe para que servía. Algunas horas pasaron entre los asistentes y regresé a la casa de los Arango un poco tarde en la noche. Por la mañana temprano a eso de las 10 de la mañana  un carro fúnebre llegó a la casa y con una corta ceremonia sacaron el ataúd  y lo colocaron en el vehículo mortuorio para llevarlo al cementerio central  de Cali, que quedaba en la carrera primera muy cerca de la estación del ferrocarril, en donde se hizo una corta celebración religiosa antes de colocarlo en  una bóveda, que ya estaba preparada para colocar el féretro. Solamente recuerdo que unos minutos antes de subir el ataúd a la bóveda le colocaron unos sacos  de cal tapando completamente el cadáver. Cerraron la tapa de  la cripta que quedó para siempre en el recuerdo de un papá de corto tiempo sobre la tierra.

La muerte de mi papá fue trágica. Nos marcó profundamente. Los vecinos y familiares que  nos acogieron fueron personas hermosas, benevolentes y generosas que nos facilitaron la vida en esos meses de abandono, de dolor y de tristeza. Todo se disolvió y fue quedando el dolor arrastrado poco a poco por el olvido.  Las vacas, los caballos, y todas las bestias desaparecieron, la finca fue abandonada y las minas dejaron de producir. La cesantía fue total para todos los trabajadores y mineros que se quedaron sin nada, completamente desamparados en las minas de la Liberia, el Palmar y en la loma de las  tres cruces en Cali. La volqueta de trabajo de mi papá y su camión Fargo se quedaron en el taller de los Sepúlveda. Con el tiempo mis hermanas, Libia la hermana mayor la internaron en el colegio de María Auxiliadora, Irma mi hermana pequeña la dejaron en un convento de monjas, solamente quedamos los tres varones de los cuales Pablo era el menor y necesitaba especial atención de  mi mamá. José lo metieron a la escuela publica de Isaías Gamboa que quedaba a la vuelta de la casa y yo terminé en el corto plazo viajando hacia Popayán para continuar mis estudios primarios en el seminario de los hermanos maristas en Popayán.  La vida nos sorprendió a todos muy temprano cuando apenas estábamos empezando a volar. (Q.E.P.D Pablo Rico).


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