Don Pablo Rico como lo llamaban sus trabajadores,
sus vecinos y amigos, murió de una herida con arma de fuego por una bala de
revolver que le penetró por el hombro izquierdo. Entró casi rozando su corazón
y le destrozó los intestinos, parte del estomago y fue a terminar incrustada en
su riñón derecho, en la tarde del domingo
7 de marzo cuando fue trasladado con diligencia, desde el pueblo de Timba (Valle) por su esposa Aida Micaela y su hijo José Eusebio de 12 años, en una odisea por las carreteras destapadas de Guachinte y Jamundí hasta la clínica de Occidente en la ciudad de Cali, en donde fue operado de urgencias y cuyo intento de recuperación duró aproximadamente diez días, hasta su fallecimiento el martes 16 de marzo acompañado por su familia a las tres de la tarde de 1948.
Había nacido en Titiribí un pueblo antioqueño situado
en la ladera de una montaña de la cordillera
central de los Andes. Esta población había sido fundada en 1775 por el “liberto” Benito del Rio quien decidió con
un grupo de familias, organizar un pequeño pueblo alrededor de una plaza en donde se construiría una capilla y en sus costados estarían las casas de sus
dirigentes y personas importantes, y en sus alrededores los demás pobladores. Inicialmente se construyó en un sitio
denominado Pueblo Viejo y posteriormente se reubicó en el lugar que ocupa en la
actualidad.
Es poco lo que se conoce acerca de su fundador y
de su estado como “liberto” pero las intenciones y sus relaciones con el medio ambiente
eran clarísimas, porque en los territorios de los indios Nutabes
dirigidos por el cacique Titiribí, se sabía de la existencias de grandes e
importantes yacimientos de oro de veta, plata, cobre , carbón y otros minerales, que habían sido señalados por los viajeros
desde principios de la colonización española en las primeras de décadas del
siglo XVII.
El origen y
características de la cultura Nutabe se enreda con las demás etnias que existían a la llegada de
los españoles. Eran agricultores del
maíz, el frijol y algunos frutales, quienes habitaban la región amplia del
cañón del rio Cauca y Amagá. Posiblemente
mineros que manejaban la explotación del oro extraído del rio Cauca y del río Medellín, y del oro de veta o de minas que se conocían
en la región de Titiribí.
Los Nutabes no eran guerreros pero defendieron su
territorio cuando llegaron los conquistadores encendidos por los rumores del
dorado que motivaba las conciencias de
los recién llegados, para terminar posteriormente en la época de la colonia
algunos recluidos y controlados por encomenderos, y encerrados en resguardos
que en esta región alejada y montañosa no progresaron. Casi todos los indígenas
de la región del río Cauca desde el sur
del Valle del Cauca hasta las regiones de la Costa caribe, fueron sacrificados en las luchas por la
tierra defendiendo sus orígenes. Los Nutabes prácticamente desaparecieron de la
región de Titiribí y fueron
posteriormente reemplazados por los esclavos negros traídos de África para reforzar la explotación de las minas.
La ocupación de los territorios, el manejo y
control político , social económico y religioso de las regiones, estaba
matizado por el sistema semi feudal que se manejaba en la España conquistadora
(1492-1550), que arrasó con todo lo
humano que se encontró y despojó al indígena de sus valores sociales, sus
estilos de vida, sus creencias, sus mujeres, sus familias y sus riqueza
materiales entre ellas el “oro o el dorado” que empujaba su codicia. Escondido
en su estructura social la religión católica
fue uno de los sistemas más importante para el manejo de la población
indígena conquistada en nombre de Dios y los reyes de España.
Próximo a
Titiribí y en las riberas del río Cauca ocurrió la fundación de Santa Fe de Antioquia, el 4 de diciembre de 1541 por el Mariscal Jorge
Robledo cuya motivación fue la
exploración y explotación del oro que se conocía en la región. Sin embargo, con los años y debido al poco desarrollo tecnológico para su
explotación y procesamiento, más la lejanía de los centros de gobierno fue decayendo
su poder de administración y comercio del negocio minero. Inicialmente
continuaron las minas artesanales y la
búsqueda del oro con aprovechamiento y participación de la población liberta,
que propiciaba una estrategia de auto
subsistencia (“Mazamorreo”) que fueron creciendo gracias a las iniciativas
particulares.
La
población y migración
En los primeros 150 años de la colonización
española en la región antioqueña entre
1600 y 1750 la concentración de la propiedad en manos de terratenientes
colonizadores, fue significativa hasta tal punto que presionó sobre el
crecimiento de la población y empezó a sentirse en desplazamientos de familias migrantes, hacia otros territorios vecinos en busca de
posibles riquezas especialmente de oro en las regiones de Titiribí. La lejanía territorial de las regiones
antioqueñas en función de los sitios de poder de la colonia, más el crecimiento poblacional que resultó de
un aumento significativo de la fecundidad en las familias patriarcales
antioqueñas, sirvieron como factores
determinantes de la movilidad espacial en busca de oportunidades de trabajo.
Muchas familias comenzaron a desplazarse hacia
territorios vecinos y a manejar sus economías familiares con una mano de obra
propia, en pequeñas y medianas fincas
que generaba la apertura de
nuevas tierras. La pequeña y mediana propiedad campesina surgió como una manera de vivir, para las numerosas familias
que migraron hacia los territorios ubicados en las laderas de la
cordillera hacia los ríos Cauca, y
Amagá. La explotación minera en la región ya conocida de Titiribí atrajo muchas
familias antioqueñas, que se vincularon
a ese tipo de ocupación de la cual con
el tiempo por decadencia administrativa, cambios tecnológicos , y
necesidades laborales también dieron origen a un movimiento migratorio, hacia
regiones del antiguo Caldas y norte del Valle del Cauca en propiedades que se
centraron en la producción agrícola especialmente del cultivo del café.
El
aprendizaje
En Titiribí las minas fueron creciendo como resultado de la
colonización de la región por migrantes provenientes de Medellín que fundaron
la sociedad de la mina El Zancudo en 1848 por personajes emprendedores como don
José María Uribe Restrepo y posteriormente de la “Otramina” que fueron espacios
muy conocidos entre los emprendedores y colonizadores antioqueños de la época. Durante más de un
siglo el desarrollo minero en Colombia estuvo marcado por la aplicación de los
adelantos científicos en la explotación
auro argentífera, de reconocido nivel mundial y los desarrollos en la
administración de la empresa minera de
El zancudo y la Otramina que se conocieron en Europa y en otros países que tenían empresas mineras en
el África, Asia y en los Estados Unidos.
La sociedad de El Zancudo duró más de 100 años desde su fundación
hasta 1946 cuando dejó totalmente de
funcionar. Su historia muestra varias
etapas en la economía de la minería que impactó la economía nacional con las innovaciones de tipo bancario
con una moneda nacional, administración solida, innovaciones en los sistemas de
procesamiento del oro y la plata con las procesos de fundición de renombre
mundial y participación de técnicos y científicos extranjeros. Los empresarios
de la época demostraron alta calidad en el procesamiento de los minerales y
aplicaciones de tecnología, que facilitó el manejo del material producido de
las minas que estaba amarrado a la
movilidad de los socavones y llevado a lomo de mula a la fábrica. Se construyó
por primera vez un sistema de trasporte con
cable aéreo que facilitó un manejo más
rápido del material extraído. La
sociedad el Zancudo era una empresa de exploración y explotación minera con una
área de más de 800 hectáreas.
La aplicación de la ciencia y la tecnología traída
a las minas de Titiribí por los empresarios antioqueños, produjo un gran auge
en la región, pujanza y rentabilidad en la producción minera. La riqueza de los
socios iniciales aumentó muy rápidamente. Con los años las cosas se fueron deteriorando
y la presencia de nuevos empresarios fue creando dificultades en la dirección administrativa,
tanto qué en una segunda generación de socios demasiado ricos, despilfarraron las fortunas en sus viajes a Europa, ostentosas
edificaciones, y su vida en
manifestaciones externas. Hacia finales del siglo 19 ya se percibían destellos
de la decadencia de las minas en las áreas
administrativas y la aplicación de tecnologías, y la insuficiencia rentable del
dinero que ya no alcanzaba para satisfacer las
necesidades de la administración, ni la codicia de los nuevos administradores
que fueron vendiendo sus participaciones accionarias.
El éxodo
En las primeras décadas del siglo XX la vida en
Titiribí se hacía cada vez más difícil. Las minas para trabajar más conocidas
como la mina de El Zancudo a escasos dos
kilómetros del pueblo y “Otramira” habían bajado significativamente su
producción como resultado del descenso del intercambio comercial con Medellín, y la decadencia en los sistemas de
administración, que se manejaban por las
socios herederos de un pasado trabajado
por sus antepasados y como coletazos de la situación de depresión económica que
se sentía a nivel mundial.
Un factor limitante muy significativo fue la
insuficiencia en los sistemas de comunicación y de transporte con la capital Bogotá y en general con todas las otras poblaciones.
No habían fuentes de empleo más allá de las minas de producción de oro de veta
y plata, y la explotación artesanal del carbón mineral que ponía en peligro la vida de los mineros por los
accidentes que ocurrían con alguna frecuencia. Los pocos caminos
vehiculares se hacían intransitables en
las épocas del invierno. Casi todo se movía a lomo de mula desde cualquier
sitio de la región de Titiribí y las
montañas antioqueñas. En esos primeros años del siglo pasado muchas familias antioqueñas especialmente
campesinos, mineros y trabajadores agrícolas migraron hacia otras regiones
vecinas como el viejo Caldas y el norte del Valle. Algunas familias de Titiribí
llegaron hasta la ciudad de Cali hacia los años 30 en busca de trabajo en las
minas que se empezaban a explotar en los cerros de la ciudad de Cali y el municipio de Jamundí.
La tierra
prometida
La disminución en la producción minera en Titiribí
empezó a cambiar la vida de sus habitantes especialmente en la familia Rico
Villa. Se tomó la decisión de explorar nuevos horizontes entre los miembros de
la familia y buscar el apoyo tradicional
entre los parientes que todavía vivían en la capital antioqueña. Para Medellín
salieron las tías y mi tío Joaquín que era el más joven. Para el resto se
organizó un viaje de no retorno hacia la
pujante ciudad de Cali que ya había conocido mi papá en una visita previa .
Salieron de Titiribí los abuelos, mi tío
Manuel con su mujer Asunción y sus hijos, y mi papá quienes a lomo de mula y con estadías en algunos
sitios reconocidos, se dirigieron hacia
las antiguas tierras del vecino departamento de Caldas y descendieron por las
laderas de Cartago en el norte del Valle
hasta llegar despues de varias semanas de recorrido a la ciudad de Cali, en donde se
alojaron en unas residencias provisionales en
el barrio San Nicolás muy próximo al centro de la ciudad.
Mi papá
había nacido el 20 de septiembre de 1903 en la localidad de Titiribí y
fue bautizado a los ocho días en la iglesia principal del pueblo. Era el tercer
hijo barón de antiguos titiríbeños cuyos abuelos habían nacido y fueron criados
en el mismo pueblo con algunos parientes lejanos que todavía residían en la
ciudad de Medellín. El abuelo se llamaba Manuel Salvador Rico y la abuela era
María del Carmen Villa que se ocupaba de la casa y el cuidado y manejo de sus
pequeñas hijas Marta y Consuelo y de sus hijos
José Pablo, Joaquín y Manuel. El abuelo
y los tíos jóvenes Joaquín y el mayor Manuel trabajaban en varias minas artesanales de la época,
de las pocas que iban quedando en
los primeros años de principios del siglo XX. Pablo Rico en su juventud se
destacó entre los mineros por su imaginación y desarrollo en la explotación de las minas de oro y principalmente en la utilización
del carbón mineral, que tenía un gran
impulso por las primeras apariciones e indicios de algún alcance industrial en
Medellín, y los adelantos en la construcción y desarrollo de los ferrocarriles
en Cundinamarca y el ferrocarril del
Pacífico en el Valle del Cauca.
Mi papá conocía en Cali a Don Gregorio Vélez
reconocido en el mundo de los
negocios especialmente de la
explotación, mercadeo y trasporte del
carbón en las proximidades del cerro de las tres cruces. El era propietario de
un terreno en las orillas del río Aguacatal, en donde se
situaba el carbón mineral explotado
artesanalmente en las minas locales,
bajado de los cerros a lomo mula y colocado en pequeños lotes identificados por
nombres de sus propietarios, y de donde
se trasladaba en volquetas principalmente a las carboneras del ferrocarril
del pacifico ubicadas en el vecino
municipio de Yumbo al norte de la ciudad de Cali. Él fue su primer amigo
y contacto comercial con quién empezó a trabajar en la explotación de las minas de carbón en los cerros de Cali.
Finca La
Ferreira
Con el dinero que tenia la familia en Titiribí Pablo Rico compró una finca en el corregimiento
de Timba, en las laderas de la cordillera en donde se sabía de la existencia de
posibles yacimientos de carbón mineral. Se salía del pueblo al lado de la
Estación del ferrocarril por una carretera destapada o camino de herradura
paralelo a los rieles del tren, hasta un punto denominado el “kilometro
catorce” a mitad de camino para tomar un desvío hacia la derecha con la cordillera al frente, hasta
llegar a la portada de la finca. La finca se llamaba “La Ferreira” bastante
grande para la época de aproximadamente unas 1,000 hectáreas, de las cuales
unas 150 estaban localizadas en la parte plana
en las orillas del río Timba, y el resto se desparramaban sobre la
cordillera en la subida hacia las recién empezadas minas de carbón en las
proximidades del sitio denominado La Liberia.
La portada de la finca estaba construía con guadua
que cerraba con un “golpe” armonioso sobre un tronco fuerte o polín de madera, que se usa en la construcción y
soporte de los rieles por donde pasa el tren. A corta distancia al entrar había
una enorme roca que parecía inmensa, de
dos o tres metros de ancho por dos de
alto desde donde divisábamos de
niños las vacas y los caballos
en los potreros más cercanos. A unos cien metros sobre la izquierda estaba el corral para el
ordeño con una pequeña puerta de acceso, y una enramada de techo de zinc para
protegerse de la lluvia y el sol, y un bramadero en el centro cortado de algún árbol de madera
fina grueso en forma de Y, para amarrar y sostener a las vacas, los terneros y
los caballos. El cerco del corral en dirección a la casa de la finca
estaba marcado por un bonito vallado levantado en piedra de río desde
tiempos desconocidos.
La casa de la finca era hermosa en forma de L construida con paredes de bahareque y techo de teja de barro, con un Samán grandísimo al frente que tenía un
tronco de más de un metro de ancho y un dosel
amplísimo, que en cierta época del año se llenaba de flores color rosado,
y producía una sombra tranquila en las tardes a la caída del sol donde se reunían los trabajadores en los días
de pago los sábados cuando iba mi papá. Varios samanes se repetían en algunos
potreros regalando la fresca sombra al ganado en los días calurosos de los
fuertes veranos en Timba.
Había un corredor amplio que bordeaba la casa con
pisos de madera con una puerta relativamente amplia que invitaba al comedor y
la cocina. Sobre el ala izquierda estaba la entrada a las alcobas, una grande
principal y la otra pequeña, que salían
a un corredor interno con acceso sobre las áreas de los cultivos de pan coger,
como las matas de plátano, yuca, la caña de azúcar, el cafetal, algunos
frutales en un lote que era bastante
grande. A un lado estaba la letrina a la cual se podía llegar igualmente por
una puerta pequeña de la cocina en donde llegaba el agua en canoas de guadua
cortada que venía de un nacedero del
otro lado de la quebrada, y descargaba en el lavadero que también se usaba para
lavar los platos, y darse una ducha en un cuarto de madera con una puerta hacia los cultivos y los potreros cercanos.
En una de las esquinas de la casa había un cuarto pequeño con ventana hacia afuera
que era el lugar para los aperos y
monturas de los caballos, los frenos y las guruperas colgados del techo, las herramientas, y muchos otros enseres que se usan en las fincas: Azadones,
palas, picos, rastrillos y otros. Cuartico que también se usaba en algunas
ocasiones como dormitorio provisional.
Mi papá tenía predilección por una mula alta , de
paso fino, color rojizo que utilizaba para llegar a la finca cuando viajaba en
el tren de pasajeros, o en el autoferro,
cuando tenía dificultades de transporte con su
volqueta, o en algunas ocasiones como diversión de finquero para recorrer el
pueblo y divertirse . También gustaba de un precioso caballo bayo bermejo que
marcaba diversos tipos de paso señalados por el jinete. Un mundo campesino
agradable y tranquilo hacía de La Ferreira un lugar acogedor, alegre y
romántico.
Los primeros coqueteos de juventud se le
alborotaron en sus andanzas en el pueblo
de Timba, cuando conoció a una
hermosa pastusa de 15 años de nombre Tulia, quien quedó embarazada dando a luz una bella niña que nació el 13 de agosto de 1928 y fue
bautizada con el nombre de Blanca Irma,
cuando Pablo Rico recién llegado a la región tenía aproximadamente unos 25 años. Con el
nacimiento de la niña, Tulia Palacios y
algunos de sus familiares se fueron a vivir a la Ferreira en la finca recién
comprada en compañía de Manuel Salvador Rico y María del Carmen Villa quienes
eran los padres de Pablo Rico.
En los cerros de la ciudad de Cali mi papá con mi tío Manuel construyeron una
casa de madera muy próxima a los socavones de las minas, con dos alcobas
grandes y una pequeña cocina para ser habitada por su hermano Manuel, la mujer
y sus hijos Mario, Alberto y tres niñas pequeñitas que eran parte de la familia
que vivía en San Nicolás. El camino de herradura dio paso a una carretera
destapada que subía hasta las minas y los campamentos de los trabajadores, que facilitaba el trasporte del carbón al sitio de
recolección en el lote de la Aguacatal. El negocio del carbón mineral se veía
favorecido por el crecimiento acelerado
en la construcción del Ferrocarril, acompañado del proceso de industrialización
que se vivía con nuevas empresas en la ciudad, y el apogeo de los ingenios azucareros en los municipios vecinos a la ciudad de Cali, con un aumento
considerable en la utilización del carbón de piedra como combustible para el
uso domestico, y las pujantes fábricas que comenzaban a crecer en algunos
lugares de la ciudad.
Uno de los grandes proyectos iniciales de Pablo
Rico fue la construcción del cable para
el trasporte aéreo del carbón, que se explotaba en la parte alta de las lomas
de la Ferreira muy cerca de los socavones de las minas cuya producción
aumentaba considerablemente. La estación inicial del cable aéreo y su
construcción se guiaba por el aprendizaje en Las minas de El Zancudo en
Titiribí donde había trabajo Pablo Rico
y sus hermanos cuando eran muchachos. El proyecto se realizó con el apoyo
financiero y ayuda técnica proporcionada por la Hullera del Valle, que apareció
como socia en la construcción del cable y en la cual se reservó el derecho
comercial por diez años, que empezaron al finalizar la década de 1930 e iban a terminar precisamente un año antes de que fuera
asesinado en 1948.
De todas maneras el cable aéreo se terminó y
cambió el panorama montañoso del transporte del carbón a lomo mula, que disminuyó
ostensiblemente los costos a pesar del
deterioro pasajero de la vida de los arrieros, que vivían en parte de descender
con sus bestias por las laderas y lomas de la Ferreira hasta el Valle en donde
quedaba la Estación del Cable, y las tolvas de carga para el trasporte
vehicular que llevaba el carbón hasta el
“kilometro catorce” para ser trasportado
en los vagones de carga del Ferrocarril del Pacifico. La estación del cable estaba situada al frente de la casa de la finca pasando el
camino de la entrada a unos cien metros,
con una cubierta amplia de techo de zinc
y un piso fuerte de concreto sobre un muro muy alto en donde iban llegando las
góndolas pareadas con carbón, y eran
vaciadas por un operario a unas tolvas
en donde se juntaba el carbón para facilitar su transporte en las volquetas. En
el centro de la estación existía una rueda acanalada metálica gigantesca que
facilitaba el movimiento giratorio del cable, y de las góndolas accionado por
un motor de gasolina y una palanca
para parar y mover el sistema giratorio permanente. Este sistema
de llegada y salida de las góndolas se repetía en la parte alta cerca de los
socavones de la mina, también dirigido y controlado por un operario.
La vida conectada a la finca de La Ferreira con el
crecimiento de la pequeña Blanca Irma, y
la decadencia en las relaciones amorosas con Tulia y su familia, fueron
cambiando con todos las variaciones que
sucedieron como producto del desarrollo de las minas con los socavones en la
parte alta. Se construyó una pequeña casa cerca
del terminal del cable aéreo en la parte alta, de tres alcobas mirando
al Valle con acceso directo a un espacioso corredor que conducía a un amplio
comedor de tablas de madera gruesas y dos bancas, una a cada lado para sentar en
total a ocho comensales, y que colindaba
con la cocina a donde llegaba el agua al nivel de la ventana para un
lavadero de platos, y se dejaba caer libre al borde de la casa para que continuara desprevenidamente por la
ladera. Había una letrina de hoyo a un lado retirada del comedor y muy
frecuentada por los mineros cuando iban al almorzar, y ser asistidos por Tulia durante todos los días de la semana.
Para bañarse se había escavado, muy cerca en la
caída del agua en un barranco, una especie de poceta amplia con una chorrera
que fue uno de los disfrutes más exquisitos y apreciados cuando visitábamos a
Tulia quien ya había encontrado un amor
pastuso que conocíamos con el nombre de Rubio. Un hombre encantador, muy amable
con todo el mundo, cariñoso con los niños, apreciado por todos los mineros y
trabajadores que curiosamente terminó siendo el brazo derecho de Pablo Rico
para el manejo de sus trabajadores, y el responsable de la seguridad en la
construcción de los socavones de las minas que requerían de conocimientos
especiales, para la construcción de los soportes de madera, las distancia en
los techos y en algunas paredes, los desagües de la capa rosa, y ubicación de
los rieles de los pequeños coches para el trasporte del carbón mineral picado al interior de las
minas.
La vida en
las minas
En todas las minas de carbón en los cerros de
Cali, en Timba y en El palmar, la mayoría de los mineros usaban botas de cuero
altas, o alpargatas de suela de caucho y
muchos simplemente trabajaban descalzos. Algunos usaban pantalones de drill
caqui, pero la mayoría se cruzaban la
cadera con delantales de tela blancos con
un bolsillo amplio a nivel de la cintura, que con el tiempo parecían sucios y
se coloreaban y quedaban amarillos. Casi no usaban camisas al interior de los
socavones, pero todos utilizaban un dulce abrigo o trapo rojo o de cualquier otro color,
terciado sobre la cabeza y alrededor de una correa para sostener amarrada la
obligatoria lámpara de carburo graduable sobre la frente, para iluminarse en
los socavones durante el tiempo que permanecieran encerrados, picando el
mineral y cargando el carbón en los vagones de madera en donde cabían
aproximadamente unos 100 kilos de material por viaje empujado hacia la boca del
socavón .
Todas las tareas y el trabajo en las minas artesanales era extremadamente duro y
requería dedicación y esfuerzo. Unos se encargaban del manejo de las
herramientas como picos de doble punta, palas de varios formatos, barras de
hierro de varios tamaños con punta y
ancha al final y también taladros de corte ancho, de puntas, pequeños y largos que eran afilados con frecuencia en los fraguas calentadas al carbón mineral y
con insuflador de aire manual, con un yunque al lado para doblar, sacar filo,
definir puntas, anchos y dimensiones. El arte de la forja era un expertismo
especial desarrollado por algunos mineros que con el tiempo eran reconocidos
por todos. Algunos bajo la supervisión
de un capataz de grupo cortaban y pulían los troncos de madera para los
soportes de los techos y algunas paredes de los socavones. Estas tareas de
carpintería eran casi permanentes en la medida en que se avanzaba hacia el
interior en las minas.
Se estaba empezando la exploración, y explotación
de algunas minas de carbón en El Palmar al otro lado del río Timba en el
Departamento del Cauca. Unos pocos mineros experimentados estaban empezando la
dirección y tamaño del socavón inicial y definiendo la carpintería, para ir
avanzado lentamente y extrayendo el carbón que era transportado a lomo de mula
a un lote de acopio cerca de la estación-casa del ferrocarril, al otro lado del
río en Timba Cauca y que se juntaban al otro lado del río con la mayoría de los
mineros los días de pago en la finca de la Ferreira.
Empezando la primera década de 1930 los negocios
con la exploración y explotación del carbón mineral era pujante y
alentador. El negocio del carbón había
dado excelentes resultados. Había logrado una explotación razonable de la minas
en las Tres Cruces con acceso por una carretera destapada construida por él
donde subía con su volqueta a recoger el carbón. Los pequeños vagones cargados
al interior con el carbón mineral vaciaban sus cargas sobre unas tolvas de
madera, para ser evacuado fácilmente sobre la volqueta y también sobre su
camión Fargo de estacas que recibía una
seis toneladas por viaje. Todo el trasporte se hacía directo de las minas a la
carbonera del ferrocarril en Yumbo, o directamente a los clientes en las fabricas que estaban
trabajando utilizando el carbón mineral
como combustible para las calderas. Siempre se dejaba algo del carbón
producido en el lote de la Aguacatal para pequeños comerciantes del material
para uso doméstico.
A mi corta edad acompañaba en algunas ocasiones a
mi papá para visitar a mi tío Manuel que vivía con Asunción y los hijos en la casa de madera que habían construido
desde hacia algunos años.
Un día cualquiera recuerdo que subimos en el
camión Fargo hasta la mina. Había llovido y la carretera estaba lisa y de
difícil manejo. Despues de estar cargado el camión en los primeros intentos al
descender por la loma, mi tío Manuel un poco asustado por lo peligroso que
estaba el camino decidió que debíamos bajarnos del camión y dejar que solamente
mi papá manejara, y el resto de los trabajadores ayudantes y otros que
decidieron bajar a apoyar el descenso del camión cargado con seis toneladas
de mineral, nos hiciéramos detrás
jalonando una soga muy gruesa para ayudar al descenso del vehículo. En una de las
curvas bajando, hubo una aceleración que necesitó la ayuda de todos los
participantes, y el camión comenzó a acelerar su velocidad y demandar mayor
fuerza de todos los asistentes, pero
cogió vuelo hacia abajo con
gritos exagerados de mi pobre tío Manuel que gritaba: “mi hermanito, mi
hermanito” y todos los demás ayudantes. Presencié como el camión aumentó su
velocidad y salió como volando hacia abajo, arrastrando arbustos y pequeños
arboles que quedaban desarraigados a su
paso hasta rodar bien abajo y chocar contra varios arboles que detuvieron el
camión. Gran susto y muchos gritos que terminaron en alegría al ver el camión
parado, mi papá saliendo asustado del Fargo
que quedó un poco estrellado y
averiado.
El
sacramento del matrimonio
En la búsqueda de posibles yacimientos de
minerales entre ellos el carbón, mi papá hizo contacto con los propietarios de
la Hacienda La Rivera en Pance de la familia Velasco Borrero con muchas mujeres
bonitas entre ellas Aida Micaela de 16
años con quien se enamoró y se casaron
pronto con matrimonio en la Iglesia de San Nicolás el 2 de enero de 1937 cuando
Pablo Rico tenía aproximadamente unos 34 años. En el primer aniversario de su
boda nació Libia nuestra hermana mayor el 14 de diciembre de ese año. De allí en
adelante mi mamá siempre estuvo embarazada y cuidando recién nacidos mínimo cada dos años. Mi
hermano José Eusebio nació en septiembre de 1939. El 10 de abril de 1948 iba a cumplir ocho años de existencia sobre
la tierra cuando asesinaron a mi papá.
Un tiempo
truncado para el recuerdo que trato de reconstruir en la empezada
memoria de los primeros años, cuando todavía lo veo como un hombre grande y
alto, corpulento, de hombros anchos y brazos musculados, pelo semi castaño
liso, peinado con carrera de medio lado,
de piernas largas y fuertes, y pies anchos, robustos, largos y grandes con
dedos enormes de gigante. Tenía una mirada tierna y amorosa
pero muy fuerte y brusco en la manera de relacionarse con los demás. Era un
minero antioqueño de piel blanca medio
colorado acostumbrado al trato duro y directo con las personas, sus trabajadores y con los
miembros de la familia.
Mi hermana menor Irma nació el 25 de agosto de
1942 y el más pequeño de la familia Pablo, que guarda el nombre de mi papá,
nació el 28 de noviembre de 1945 con apenas cuatro añitos a la muerte de nuestro papá.
Precisamente el día viernes 5 de marzo de 1948, un
poco hacia el atardecer despues de regresar de las minas de las tres cruces,
como siempre agotado descansó tranquilo y decidió tomar un baño despues de
quitarse sus botas protegidas gruesas de
cuero y sus polainas también de cuero grueso y con hebillas cruzadas para
proteger las piernas. Relajado se sentó
en su escritorio en la penumbra que
estaba alejado de nuestra bulla, y se dedico a escuchar su radio Philco de onda
corta para conocer las noticias de lo que sucedía en Europa durante la segunda
guerra mundial. Por alguna razón premonitoria Irma se atrevió a pasar a la
oficina donde estaba mi papá escuchando la radio, se acercó y le dijo:
-Papito es mejor que mañana no vayas a la Ferreira
por que te van a matar.
Mi papá había programado salir madrugado a la
estación del Ferrocarril que quedaba en la calle 25 con carrera primera porque
la volqueta estaba en el taller para alguna reparación. No fue muy agradable la
respuesta de mi papá pues mi hermana recibió una pequeña palmada que todavía
recuerda acompañada de un regaño que se esparció por todas partes y en toda la
casa.
El barrio
Vivíamos en el barrio de El Peñón en la carrera
tercera oeste en una casa de adobe de techo de teja ancha de barro, con dos ventanales sobre la
calle, una puerta de entrada de madera de dos naves pequeñas que conducía a un
zaguán con puerta hacia el comedor y acceso directo a la oficina de mi papá.
Era una casa relativamente amplia con tres alcobas grandes y dos pequeñas, que
se integraban alrededor del patio principal. Sobre un castado estaban las dos
alcobas mayores que tenían ventanas con sentadero para mirar a la calle.
Enseguida del comedor estaba la pieza de mi hermano mayor, y la mía en un
costado frente a la pieza de la empleada. El primer patio en donde estaba el
comedor, era el centro de la vida de la casa, con una mesa cuadrada muy grande
suficiente para ocho personas con un seibó de cuatro puertas y un escaparate para
guardar el mercado, y en donde estaba el
único lavamanos que todos usábamos para lavarnos las manos antes de las
comidas, peinarnos frente al espejo principal, y cepillarnos los dientes
por lo menos dos veces al día. Teníamos un pequeño congelador de tapa en donde
se guardaban las carnes, la leche y otros productos perecederos, y una pequeña
gaveta de hacer hielo que era lo máximo para todos nosotros. De vez en cuando se
hacían helados, y disfrutábamos de los jugos de frutas tropicales.
Inicialmente la
casa era muy grande y esquinera que
mi papá había dividido en dos y alquilaba la esquina. En el solar ya había
empezado la construcción de una casa de dos pisos para rentar y que terminó
hacia 1945 al final de la Segunda Guerra Mundial.
Pasando la calle por la cuarta oeste quedaba el
colegio de La Sagrada Familia de las Hermanas de la Providencia y la Sagrada
Concepción en una manzana completa con
el portón central dando frente al hermoso parque, que estaba siendo remodelado
y que recuerdo de muy pequeño cuando le construyeron una pila al centro, con
dos niveles de agua con figuras de un cacique indígena por cuyas bocas salían
los chorros. Le colocaron bancas de cemento
terminado en algunos sitios para
el descanso de los habitantes del barrio adornado con palmeras bien ubicadas
que aumentaban la hermosura diamantina del lugar.
En la cuadra todos nos conocíamos y éramos buenos
vecinos. En la esquina diagonal a nuestra casa vivían los Vinazcos que
colindaban por detrás con la escuela
pública Isaías Gamboa que daba sobre la Avenida Colombia. Nuestros vecinos al
frente eran los Dussán, su mamá la viuda y sus hijos Diego, Hernán, Joaquín y
Nancy que ya estaba empezando a coquetear y usaba falda cortica por encima de
las rodillas. En la casa de enseguida vivían los Bonilla, un hombre que para mi
ya era un poco viejo con su hijo el “gordo” quien siempre todos los fines de
semana iba a bañarse al río y jugar futbol descalzo en el sector de Santa Rita.
Seguían los Patiño, Iván y su hermana muy poco comunicativos. Luego el padre
Jesús Efrén Romero muy importante en la diócesis de Cali quien salía a caminar todas las
tardes hasta el barranco de la loma que
divisaba .El vivía con su hermana la
señorita María que nos regalaba pedacitos de torta, bananos o cualquiera otra
fruta cuando le metíamos el tarro de la basura a la casa. Finalmente estaban
los Cucalón que eran nuestros parientes con Doña Berta , su hijo Carlos Alberto
“Papeto” y sus lindas hijas Florencia la mayor y Carmenza la menor. De ese lado
terminaba la cuadra en un lote abierto en
cuyo rincón había un rancho en donde vivían los hermanos Sierra: Miguel y
Álvaro con su mamá y su abuelo discapacitado
debilitado por la artritis y los años.
Esa manzana por la Avenida Colombia tenía al
frente del Obelisco la casa de la
familia de Marino Calero con su mujer
Conchita y sus hijos Diego, Gustavo y María Eugenia. En la última casa próxima
a la orilla del río que daba hacia el charco del burro vivía Doña María con su
hijo Eduardo que peleaba con todos los niños del barrio. Ella vendía barquillos
y obleas que se avisaban en un letrero sobre la
puerta de la casa pero eran solicitados y entregados por la ventana. Sufría mucho con las crecidas del río que en varias ocasiones le inundó la casa. Nuestros vecinos inmediatos
por la carrea tercera oeste eran Don Tomás Rojas casado con Doña Mercedes que
tenían cinco hijos: Humberto el mayor y Fernando el menor de mi misma edad .Doña Mercedes preparaba las mejores arepas con queso que
todos gustábamos y adorábamos en un horno de barro que se calentaba con leña.
Además en la compañía de las hermosas
hijas Clemencia, Estela y Myriam que adornaban la vida en el Peñón con su belleza, su alegría en la
participación de los juegos infantiles y la presencia del negro Eleazar, un
bantú del Congo africano de casi dos metros de alto, que vivía y compartía la
vida desde siempre con los Rojas y era considerado como un verdadero guardián y protector de todos
nosotros en el barrio y en las tardes acuática en el charco del burro. Seguían los Monedero que
eran muy pinchados y no se metían con
nadie. En seguida vivía Don Alfredo Camacho acompañado de su esposa Elvia
Castro con un hijo varón “Alfredito” de mi misma edad y de sus hijas Gloria,
Gladis, Doris, Silvia, y Elvia. Su vecino era Don Serafín Arango y su mujer Elvira Correa con un hijo Henry de mi edad y las hijas Yeni,
Edi y Lucía. La cuadra terminaba en la calle de la loma en donde vivía don
Guillermo Caicedo y su familia, y al frente en una hermosa quinta Don Joaquín
Losada con sus hijos de los cuales apenas me acuerdo de su pequeño hijo de mi misma edad. En el barranco
sobre la derecha y mirando de lado al rio estaban los Rojas Quiliche, Oscar y
su hermano y su vecino era el mirador de lunas Calonge que tenía la cara
quenada de tanto mirar en la noches el cielo. Estás eran apenas dos cuadras de punta
a punta en nuestro barrio en donde todos nos conocíamos y compartíamos un
estilo similar de vida, de grata convivencia, solidaridad en los momentos difíciles de la
vida y las alegrías de los eventos familiares y de la vecindad.
La vida da tantas vueltas que una de las casas que
alquilaba mi papá fue ocupada por los
Sepúlveda que tenían un taller de reparación de carros en el barrio Obrero y en donde quedaron para ser reparados la volqueta y el camión Fargo despues de la
muerte de Pablo Rico. Uno de ellos José Sepúlveda, curiosamente con el tiempo
enamoró a la viuda con sus cinco hijos y se casaron. Fue nuestro padrastro por
muchos años, nos acompañó, nos ayudó a crecer
a los tres varones con respeto y cariño con normas rígidas de
comportamiento, disciplina y buenas relaciones con los demás. Vivió con mi
mamá por muchos años en soledad por que
todos nos fuimos hasta que finalmente no pudo mas vivir en este mundo y se
suicidó.
La casa era la herencia que tenía mi mamá despues
de la muerte de mi abuelo Eusebio
Velasco Borrero perteneciente a una de las más prestigiosas familias de la
comarca. Mi mamá era uno de los nueve hijos que había tenido el abuelo casado
con Julia Ema García hija del doctor Evaristo García Piedrahita, renombrado
personaje en las ciencias medicas a nivel mundial y en la política social de
principios del siglo XX en la pequeña ciudad de Cali. Los tíos del lado materno
eran tres varones y seis mujeres. Habían heredado una gran hacienda “La Rivera”
en las llanuras del río Pance con
extensión hasta casi la entrada sur de la ciudad de Cali. Como herencia a cada uno le tocó una extensión considerable
de varias docenas de plazas. Uno de los tíos, el más avanzado en los negocios,
en el manejo agrícola y la ganadería con el tiempo y mucha audacia se apoderó
de toda la hacienda menos una parte heredada por uno de ellos que toda su vida
se negó a negociar su herencia , pero que al final de cuentas se la robaron
otros. Por supuesto que estas relaciones familiares y distribuciones injustas
propiciaron rencores, odios y rechazos al interior de las familias y repercutieron en la buenas relaciones que deberían existir
entre los miembros de los hogares. Para mi papá las relaciones con los cuñados
especialmente con el apoderado de todo se hicieron cada más agrias y
repulsivas.
Anécdotas
Recuerdo una tarde tranquila de verano cuando el
sol se iba ocultando y el viento suave soplaba la calle, apareció mi tío en su
flamante carro nuevo y lo estacionó en las proximidades de nuestra casa para ir
a visitar a Bertha una parienta muy
querida que vivía a unas tres o cuatro casas de la nuestra. Mi papá había
regresado de su trabajo de explotación de las minas de carbón que quedaban en
las laderas del cerro de las tres cruces en la ciudad de Cali. Se enteró de la
presencia de su cuñado y de su desafiante automóvil nuevecito estacionado casi al pie de nuestra casa. Entró en cólera y lleno de ira se fue al
cuarto de las herramientas y en medio de todo
con gran audacia y velocidad construyó un taco de dinamita de esos que
estaba acostumbrado a manejar en las minas de carbón. Tomó la gelatina para la
dinamita, encontró un fulminante que colocó encima del taco y luego cortó medio
metro de mecha. Como pudo se metió debajo del carro, prendió la mecha y en
cuestión de unos pocos minutos sonó el estallido y volaron por el aire partes del carro nuevo
de mi tío que había parqueado muy próximo a nuestra casa. El rencor volaba en
átomos por todo el barrio. Todo pasó, mi tío mandó a que recogieran lo que
había quedado del auto, pero no se
salvaron todos las tristezas, los dolores y los rechazos que perduraron
por todo la vida.
Santiago de Cali era una ciudad pequeña con su centro
en la plaza de Caicedo en memoria al protomártir de la independencia colombiana
Joaquín de Caicedo y Cuero y en un
costado la catedral católica principal sede religiosa de la ciudad. La
plaza de mercado “El calvario” a unas dos o tres cuadras del centro era un sitio muy concurrido para la compra de
los víveres necesarios para la vida cotidiana de todos los habitantes en la
ciudad. La población no pasaba de unos 300,000 habitantes distribuidos por
barrios bien identificados en el mapa popular. Partiendo del centro de la
ciudad hacia el norte su extensión terminaba en las talleres del ferrocarril
en chipichape. Sobre la margen izquierda
del río Cali reconocíamos algunos barrios
como el Barrio Versalles, el barrio Granada, Centenario y el Peñón. Siguiendo el río nuestras vidas
se llenaban de agua en las oportunidades de ir a nadar a los diferentes charcos
como el de la Estaca que era para nosotros
el primero en la línea hacia Santa Rita
de mucha atracción popular los fines de semana. Cerca de nuestra casa a unos
200 metros estaba el “charco del burro”, en donde pasó nuestra adolescencia acuática. Otros barrios próximos
hacia el occidente estaban San Antonio, San Cayetano, Libertadores, San
Fernando, Miraflores, y Siloé. La ciudad hacia el sur para la época terminaba
en el Templete que se construyó para las celebraciones religiosas católicas del
Congreso Eucarístico en 1949. En el sur oriente y para nosotros la ciudad
terminaba en los barrios populares
alrededor de la estación del Ferrocarril y en la vía que conducía al río Cauca
que en ocasiones se inundaban.
Para nosotros como niños en el barrio de El Peñón la
vida cotidiana era relativamente tranquila. Recorríamos la ciudad a pie. Todos
los días íbamos caminando al colegio en
un pequeño grupo de alumnos que vivíamos en las proximidades del parque. La vida comunitaria era apacible y relativamente
buena, rodeada de juegos infantiles creados por nosotros mismos, carritos de
madera con balineras, llantas de caucho empujadas con palitos de madera, trompos, juegos de bolas de cristal, carreras y competencias,
muchas distracciones inventadas por nosotros mismos. Juegos amorosos, con besos
furtivos, poemas y canciones, con pequeñas caricias empezando el amor. Sin
embargo, en términos sociales la actividad política ensombrecía la vida con una violencia que
azotaba las zonas rurales en donde se
asesinaban godos y liberales.
Una tarde de domingo cualquiera de esas que había
vivido en algunas ocasiones cuando acompañaba a mi papá para el pago de los
trabajadores, las cosas sucedían como de costumbre. Un día de mercado caluroso y animado del mes de
marzo cuando la mayoría de los habitantes de la población
de Timba (Valle) de la cultura afro y mestizos
en su mayoría con muy pocos venidos de algunos lejanos pueblos
indígenas, iban y venían de la plaza de mercado que quedaba a unas dos
cuadras de la estación del Ferrocarril del Pacífico. Ese día una alegría caminante se sentía en el ambiente, bulla y
vendedores por todas partes que animaban con sus voces las ventas de sus
productos de pan coger, mercancías, baratijas y cachivaches anunciando las
velas para el alumbrado, las agujas para tejer, los hilos de todos los colores,
linternas y sus pilas, lámparas, sombreros, hamacas y muchas mercancías sobre mesas de madera o en el suelo debajo de
toldos blancos distribuidos por costumbres en sectores que mostraban los
productos de la tierra como legumbres y
vegetales, plátanos, yuca y varias
clases de papa. El maíz cosechado en las
fincas de los alrededores, frijoles de varias clases, animales domésticos como
pollos, gallinas , conejos, y una que
otra tortuga atrapada en las orillas del hermoso rio Timba. La venta de carnes
de uno o dos cerdos cortados al destajo y
de dos o tres vacas flacas que pesaban los carniceros reconocidos del pueblo. Un mercado bullicioso, cantado y
anunciado por todas partes cuya algarabía aumentaba con la llegada del tren a
vapor con su caldera y humareda alimentada con carbón mineral también conocido
como carbón de piedra, y su trac a
tras que sonaba y comenzaba a pitar antes de llegar a la estación, en donde se
anunciaba con unas campanadas el arribo proveniente de la ciudad de Cali, hacia
las horas del medio día y cuyo destino final era Popayán, con escalas en Robles y otros
poblados semi rurales antes de llegar a
la histórica ciudad.
Pandebono caliente, dulces de diversas clases
entre ellas el manjar blanco preparado en casa, frutas como las naranjas y
mandarinas colgadas en gajos individuales cortados de las ramas de los árboles,
y sobre las cabezas de las morenas y
vendedores en canastos y bateas de madera que anunciaban a voz en grito sus
productos. Los pasajeros sacaban sus cabezas por las ventanillas del tren y negociaban su compra. Un jolgorio pueblerino se desparramaba por
todas partes. Música con altoparlante salía de las cantinas, y mucha gente
entraba y salía de las tiendas, los graneros y misceláneas que estaban
privilegiadamente situados a unos 100 metros frente de la estación del
ferrocarril.
La mayoría de los días sábados se realizaba el
pago de los trabajadores de mi papá, que se hacían frente a la casa de la finca
de la Ferreira, bajo la sombra de un Samán
que llevaba muchos años en el
lugar . Pablo Rico con sus minas de carbón artesanales ubicadas en la
cima de la cordillera en un sitio
denominado la Liberia y las minas de El Palmar, proveía de empleo a más de un
centenar de trabajadores en su
mayoría afro descendientes y mestizos, y
uno que otro paisa aventurero que
llegaba entusiasmado a trabajar para su
familia, y orgulloso venia dirigido de
los pueblos mineros de Antioquia en
donde había crecido mi papá, especialmente de las áreas y lomas mineras de
Titiribí, Amagá, y de las riberas del rio Cauca.
Mi papá era un hombre alegre, festivo y toma
trago. Los fines de semana que era el día de pago de sus trabajadores y
mineros, los remataba tomando cerveza con algunos de ellos en las misceláneas
de Timba, o en Cali en la tienda de Locadio que quedaba en una de las calles
frente al parque del Peñón. Normalmente
era acompañado por unos tres o cuatro de sus mejores trabajadores o capataces,
que iban colocando los envases de cerveza a un lado de la mesa hasta que
quedara completamente llena. Por supuesto que muchos mineros dejaban parte de
su sueldo en cerveza y en ocasiones terminaban borrachos armando tremendas peleas
que alborotaban el ambiente tranquilo del barrio y en Timba tremendos
escándalos y peleas que terminaban dándose machete o peleas a cuchillo limpio
hasta que aparecía la policía.
Con mi papá siempre ocurrían cosas que cambiaban
la vida cotidiana y ponían un color festivo a nuestras vidas de niños. Un día
cualquiera al regresar de la finca se apareció con una enorme tortuga que
habían encontrado en las orillas del río Timba, en el cual en pocas ocasiones
fuimos a bañarnos porque era considerado peligroso. Las aguas eran frías y
cristalinas con un fondo de piedras pequeñas, con una corriente fuerte de aguas
que bajaban de la cordillera reunidas en pequeñas quebradas, que formaban una
corriente peligrosa al llegar a la parte plana, aparentemente tranquila pero
que en su interior alcanzaba fuerza y velocidad capaz de arrastrar a cualquier
adulto. De una orilla a la otra podrían ser siete a ocho braseadas con mucha
velocidad, así que permanecíamos orillados del lado de la finca para evitar
acercarse al lado opuesto, en donde caía la loma con un barranco peligroso. La
tortuga era inmensa y la traía en un costal, tanto que cuando mi papá la bajó
de la volqueta se la puso en los hombros y entró en la casa alegre, contento y
bulloso, la colocó sobre la mesa del comedor y la madera traqueó, dejando una
rajadura que estuvo allí hasta despues de su muerte. La sacó del costal y la
puso a caminar en el piso con el juego
de nosotros encima. El momento más difícil y que todavía recuerdo fue el
martirio de la tortuga para su sacrificio, cuando mi papá nos trató de mostrar
como matar una tortuga. Tampoco sabía, pues hizo el intento varias veces de
cortarle la cabeza, pero el animal la escondía por debajo de su caparazón
cuando mi papá con el machete trataba de cortársela sobre un tronco de madera
que había encontrado para la ocasión. Despues de varios intentos decidió
mostrarnos otro manera de hacerlo con un cuchillo de la cocina que se lo introdujo
por entre el cuero duro que tenía en el pecho. Finalmente le penetró el corazón
y el animal dejó de existir. El proceso fue muy lento mientras nos iba
mostrando las partes que componían el cuerpo de la tortuga y los diversas
presas y sabores que saldrían del enorme animal. Fue tan intenso el proceso que
todavía recuerdo cuando nos mostró el corazón,
lentamente latiendo afuera de su anatomía. Años mas tarde buscando algo
en el soberado de la casa que daba hacia la terraza encima de la cocina,
encontré el caparazón de la tortuga intacto impregnado con el recuerdo de un
papá diferente, que se quedó corto en el tiempo pero que perdurará para siempre
en todos los rincones de mi memoria.
Cualquier día apareció con un chivo negro capón grandísimo
vivo con unos cachos enormes que había
comprado en Timba, y deseaba que lo viéramos y lo gozáramos en la casa antes de
su sacrificio. Otro cuento grande cuando delante de todos nosotros decidió
matarlo al lado de la cocina. No era algo muy agradable pero uno de niño
acompañando a su papá disfruta de cualquier cosa. El chivo negro cachón cayó al
suelo en el patio de la cocina despues de una cuchillada en el pecho muy
certera que le propinó mi papá. Se recogió la sangre con intenciones de
preparados que se mencionaban en la conversación, pero que la verdad nunca probé.
Le quitó el cuero que consideraba muy hermoso, y fue despresando el animal pieza
por pieza hasta guardarlo condimentado en el refrigerador, para comérselo asado
con todos nosotros un domingo cualquiera. La cocina era inmensa con una
parrilla de hierro de seis boquillas que se tapaban o habrían de acuerdo con el
tamaño de la olla que se alimentaba con fuego de carbón mineral que nunca se
apagaba, siempre se dejaba un rescoldo para incitar el fuego y facilitar el
trabajo en la cocina. En la casa siempre se estaba cocinando algo especialmente
los frijoles rojos que no faltaban en la mesa de mi papá, al almuerzo, a la
comida y al desayuno.
La muerte trágica
y anunciada
La historia imaginada de la muerte de mi papá podría
presentarse como una tragedia que
ocurrió hacia las 6 de la tarde el domingo 7 de marzo, como resultado del
jolgorio y las celebraciones en un día de mercado en medio de los tragos, las
cervezas, la música y los alegatos y discusiones políticas, Pablo Rico recibió
un disparo de un tiro de revolver como
resultado de una pelea casada entre él como jefe liberal del pueblo y su
contendor Carlos Jiménez comerciante conservador político dirigente conservador.
El sábado día anterior mi papá lo había pasado pagando a sus trabajadores en
los predios de su finca La Ferreira.
Esa noche lluviosa del mes de marzo de 1948 tocaron
con furor sobre una de las ventanas de madera de la casa. Gritaban con fuerza:
“ Doña Aida hirieron a Don Pablo en la población de Timba”. Mi mamá se levantó
asustada abrió la ventana de la alcoba que daba sobre la calle y allí frente a
ella estaba Ceballos “el sereno”, que todas las noches recorría las calles del
barrio como seguridad y protección. Bastante conmocionado y en una voz profunda
y ronca le dijo: “Don Pablo está herido y necesita ayuda en la población de
Timba”. Con mi hermano José salió como loca a la calle y como pudo consiguió un
Taxi que contrató para ir a
buscarlo a la finca. Fue necesaria una
autorización de la policía pues estaba decretado el estado de sitio por la
situación política en que se vivía.
La historia me la contaron y como la recuerdo trato de
traerla del pasado al presente. Salieron mi mamá y José de Cali como a las 9 de
la noche por una carretera abierta llena
de barro y muchas dificultades por la
lluvia, cuya travesía duraba aproximadamente tres a cuatro horas. Llegaron a
Timba en la madrugada y mi papá se encontraba en el suelo semidesnudo
ensangrentado y pedía ayuda. Un tal Carlos Jiménez líder conservador del pueblo
se enfrentó a tiros con Pablo Rico reconocido jefe liberal de la población.
Como siempre todos los domingos la juerga terminaba en pleitos y peleas, unas
veces a bala y otras a machete y cuchillo limpio. Mi mamá solicitó ayuda al director de la
estación del ferrocarril para trasladarlo a Cali, sin embargo sus solicitudes
fueron negadas. Con la ayuda del chofer
del taxi y mi hermano José regresaron por la carreta pantanosa, con
dificultades cuando se encunetaba el
carro y con la ayuda de mi papá herido empujan el automóvil, hasta llegar a la
ciudad de Cali en donde fue internado en la Clínica de Occidente para su manejo
de urgencias. Aparentemente la operación fue
un éxito y comenzó el proceso de recuperación de las heridas que
requirieron la extirpación de unos de los riñones y el manejo de la vías
biliares por donde pasó la bala.
Todo iba bien
hasta un día que se encontraba solo y
decidió levantarse de la cama porque se sentía bien. Por supuesto se le abrieron
las heridas de la cirugía y tuvo que ser sometido nuevamente a una operación de
urgencias de la cual terminó supremamente debilitado. Hacia el martes16 de marzo de 1948 Pablo Rico dejó de existir rodeado de toda su
familia en un proceso de digna recordación.
Hacia la una de la tarde de ese día nos llevaron a
todos los miembros de la familia a la
clínica de Occidente porque mi papá se
encontraba grave. Mi mamá con Pablito nuestro hermano menor se
encontraba en la clínica desde algunas horas de la mañana. Yo estaba
recomendado en la casa de la familia de Don Serafín Arango desde el día en que
comenzó nuestra trágica historia. Don Serafín quien tenía un almacén de calzado
en el centro, muy amablemente hacia el medio día me dejó en la clínica. Pienso
que pasé unas tres o cuatro semanas en la casa de los Arango mientras se
arreglaban las cargas en la casa, se disminuía poco a poco la incertidumbre y
se empezaban a desdibujar los acontecimientos de Timba. Mi hermano José fue hospedado
en la casa vecina a la nuestra de Don Tomás Rojas.
Mi tío Alonso quien era el albacea o el encargado
inmediato como cabeza de la familia Velasco, le hizo frente a las
circunstancias iniciales del manejo de las casas, la Finca de La Ferreira, las
minas de carbón en las Tres cruces, y las minas de la Liberia y El Palmar en
Timba. Como él era el dueño de una colchonería nos compró colchones nuevos a
todos. Mi hermana mayor Libia se había quedado todo el tiempo en donde mi tía
Rafaela (“Fica”) quien llegó igualmente en esa primera hora de la tarde en
compañía de algunos familiares que fueron apareciendo y que habían recogido a
Irma en la casa de las Reinales Velasco. En la medida en que fuimos llegando
nos acomodaron alrededor de la cama mientras se sentía el calor en la
habitación, y el dolor flotaba en el aire. Algunas flores adornaban una mesa
alta que estaba sobre un costado de la pequeña alcoba, y en un frasco de vidrio
en alcohol completo se mostraba el riñón
que le habían sacado a mi papá, con el hueco por donde había entrado y quedado
la bala. Una mariposa negra bastante grande sobrevoló la alcoba y salió
aleteando por la estrecha puerta
mientras algunas de las personas asistentes se echaban la bendición.
Cerca de las tres de la tarde, en la cama con un
cristo en el pecho de esos que usaban los hermanos maristas se encontraba mi
papá. Con una cara entristecida nos miró lentamente a cada uno de nosotros que
estábamos alrededor de la cama; una mirada profunda de dolor que penetró en mi
corazón y se alojó en mi alma. Que poco tiempo tuve para haberlo conocido,
estar a su lado, compartir esos escasos años que nos dio, gozar de sus logros y
sus éxitos, y comprender como el trabajar por los demás y enseñar el coraje y
la disciplina que se necesita para vivir por los demás con alegría. Se despidió
con su mirada profunda de todos los
miembros de la familia, y en especial hizo una ultima recomendación hablada -
“hay que cuidar al niño”, haciendo especial
atención sobre mi hermano Pablito
que tenía escasos 4 años y estaba acostado sobre los pies de la cama. Nos dio
la bendición, nos miró tiernamente y en un
movimiento suave hacia el costado derecho asentó la cabeza y suspiró.
La velación del cadáver se hizo en el comedor de la
casa en donde colocaron el ataúd, con cuatro velones grandes en cada esquina
rodeado de muchas flores. En el ataúd se podía ver la cara de mi papá a través
de un pequeño vidrio, con una tapa de limón en la boca que nunca supe para que
servía. Algunas horas pasaron entre los asistentes y regresé a la casa de los
Arango un poco tarde en la noche. Por la mañana temprano a eso de las 10 de la
mañana un carro fúnebre llegó a la casa
y con una corta ceremonia sacaron el ataúd
y lo colocaron en el vehículo mortuorio para llevarlo al cementerio
central de Cali, que quedaba en la
carrera primera muy cerca de la estación del ferrocarril, en donde se hizo una
corta celebración religiosa antes de colocarlo en una bóveda, que ya estaba preparada para
colocar el féretro. Solamente recuerdo que unos minutos antes de subir el ataúd
a la bóveda le colocaron unos sacos de
cal tapando completamente el cadáver. Cerraron la tapa de la cripta que quedó para siempre en el
recuerdo de un papá de corto tiempo sobre la tierra.
La muerte de mi papá fue trágica. Nos marcó
profundamente. Los vecinos y familiares que
nos acogieron fueron personas hermosas, benevolentes y generosas que nos
facilitaron la vida en esos meses de abandono, de dolor y de tristeza. Todo se
disolvió y fue quedando el dolor arrastrado poco a poco por el olvido. Las vacas, los caballos, y todas las bestias
desaparecieron, la finca fue abandonada y las minas dejaron de producir. La
cesantía fue total para todos los trabajadores y mineros que se quedaron sin
nada, completamente desamparados en las minas de la Liberia, el Palmar y en la
loma de las tres cruces en Cali. La
volqueta de trabajo de mi papá y su camión Fargo se quedaron en el taller de
los Sepúlveda. Con el tiempo mis hermanas, Libia la hermana mayor la internaron
en el colegio de María Auxiliadora, Irma mi hermana pequeña la dejaron en un
convento de monjas, solamente quedamos los tres varones de los cuales Pablo era
el menor y necesitaba especial atención de
mi mamá. José lo metieron a la escuela publica de Isaías Gamboa que
quedaba a la vuelta de la casa y yo terminé en el corto plazo viajando hacia
Popayán para continuar mis estudios primarios en el seminario de los hermanos
maristas en Popayán. La vida nos
sorprendió a todos muy temprano cuando apenas estábamos empezando a volar. (Q.E.P.D
Pablo Rico).
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