Jesús Rico Velasco
Herminia se casó a temprana edad con Marino Salazar, un agricultor ocasional a quien no le gustaba trabajar. Era conocido por la gente del pueblo como un hombre mujeriego, parrandero y jugador. Quizás por esto estuvo muy poco en la vida de sus dos pequeños hijos, Jorgito de 3 años y Alicia de cinco años. Marino salió un sábado, día de mercado en el pueblo, muy temprano con su ropa de postín. Pero antes de despedirse en el portón de la casa, Herminia le dijo:
- ¡Cuídate Marino! Hoy es un día de mucho alboroto
en el pueblo. No vaya ser que te pase algo.
Marino le contestó con grosería:
- No me joda. Yo me cuido solo. Ya vuelvo.
Ese día lo vieron alegre conversando con las
muchachas en los bares, jugando billar y
tomando trago en las cantinas hasta bien
avanzada la noche. Las malas lenguas cuentan que se fue caminando por las calles de Firulay, un
barrio de dudosa reputación, perdiéndose en medio de la oscuridad de la noche,
entre el barro, la niebla, y la lluvia que caía con fuerza. Otros lo vieron en
medio de una densa niebla, caerse y levantarse varias veces preso de una gran
borrachera. Al llegar a la quebrada de Cordobitas
se cayó. Sin poder controlar sus movimientos, se golpeó la cabeza con una gran piedra
de la orilla de la cañada y quedó tendido sobre el agua barro ensangrentada que
corriendo rápida y torrentosa, le entró por la nariz y boca hasta morir asfixiado.
Un fin de semana trágico para Herminia y sus dos pequeños
hijos. Después de resolver el proceso de defunción en la inspección de policía
y recibir el cadáver de su esposo en horas de la tarde, acordó con el párroco
de la iglesia realizar una ceremonia el
lunes por la mañana para luego trasladarlo al cementerio.
Doña Herminia, como la siguieron llamando en el
pueblo, pese a ser una mujer muy joven, se acostumbró a su estado de viudez. En
las mañanas se refugiaba en su labor de maestra de escuela elemental.
Desbordándose en mimos y cuidados para los niños que asistían al jardín infantil que había organizado en su propia
casa con mucho esfuerzo. Sus dos hijos contaron con la fortuna de crecer
rodeados de estos niños, de aprender a jugar, leer y escribir en el jardín
infantil en donde su mamá era la profesora.
Esto les ayudó a mitigar un poco la ausencia de la figura paterna.
Desde el medio día cuando los niños retornaban a sus
hogares Doña Herminia quedaba desocupada lo cual la llevó a buscar actividades para
entretenerse, hasta que encontró la que realmente la apasionaba: la elaboración
de muñecas de trapo. Al principio las hizo sola, pero luego contó con la ayuda
de su hermana Ercilia, una solterona,
que vivía muy cerca de su casa. Con
vestidos que ya no usaba y retazos armaba un cuerpito abollonado con relleno de
algodón al cual cosía pequeñas piernas y brazos también de tela, que permitían
un ligero y alegre movimiento a las muñecas. Los ojos eran pequeños botones de colores. Una línea en hilo
de color rojo era la boca. Una puntada en hilo de color negro la nariz. En las
orejas inexistentes de algunas colgaba pequeños areticos o candongas y en
otras una pulserita adornaba uno de sus
brazos. Pero había un detalle que Doña Herminia no lograba definir: el pelo.
Así que todas eran lampiñas.
Una mañana mientras acariciaba la cabecita de una
de sus alumnas, se le ocurrió la idea de conseguir una tijera y recortar un
poco de su cabello con la excusa de haberle encontrado piojos y lo guardó en
una bolsa. Esa misma tarde con gran emoción se dispuso a coser el pelo
recortado en la cabeza de una de sus muñecas. La presencia de ese pelo
natural producía un efecto de realidad inimaginable
en su muñeca. Se dedicó tardes enteras a perfeccionar la técnica de pegar el
pelo junto con su hermana. Así cuando ingresaba una alumna nueva pelirroja,
rubia o morena a su escuela la emoción era mayor pues la mayoría de las muñecas
tenían el pelo lacio que era el más común
entre las niñas.
Hacer su primera muñeca negra fue todo una
revelación: la boca roja carnosa, los rizos ensortijados y definir el color de
la tela para la piel fue todo un reto.
Al principio sus alumnas jugaban con algunas de las
muñecas, pero en calidad de préstamo. Lo que más las sorprendía era el pelo que
tenían pero sin sospechar que se trataba de su propio pelo.
Poco a poco las muñecas de Doña Herminia ganaron
fama en el pueblo y comenzaron a ser muy apreciadas por visitantes que llegaban
de vez en cuando a La Cumbre por información de voz a voz, como se riegan los chismes,
a buscarlas. Cuando alguien preguntaba por ellas la gente señalaba siempre con
el dedo hacia el techo de la casa de las muñecas de Doña Herminia. Pero las muñecas que más vendía tenían el
pelo de lana de cientos de colores, las de pelo de verdad eran exclusivas, no
se vendían y no las mostraba al público. Con el tiempo la venta de muñecas se
convirtió en una buena fuente de ingresos extra para ella y su hermana.
El tiempo pasó, tal vez, pasó demasiado tiempo y
los hijos de Doña Herminia crecieron y
se alejaron para estudiar en la gran ciudad. Alicia se convirtió en una
emprendedora con una fábrica de calzado femenino muy apreciado en el mercado
local. Jorgito por su parte se graduó de abogado y se vinculó con la fiscalía.
Doña Herminia se quedó sola viviendo en la casa con
su hermana Ercilia. La escuela se cerró y ya viejas, cansadas y aburridas continuaron
elaborando las demandadas muñecas de trapo en la Cumbre. Ya no tan bonitas, ni tan
delicadas pero al fin y al cabo muñecas. Quedando las dos mujeres solas en la
casa que se veía cada vez más abandonada.
Cierto día me llegó el rumor de que la estaban
vendiendo. Un vecino me consiguió el teléfono fijo de Doña Herminia y al
preguntarle por la casa me dijo bruscamente que no la estaba vendiendo. Así que
con tristeza supuse que era uno más de
los chismes del pueblo. Pasaron algunos
años y alguien me comentó que a Doña Herminia le habían descubierto un tumor canceroso en el cerebro que le acortaría
su existencia sobre la tierra. Y así fue, al año moriría en la más tremenda
miseria. Al igual que su hermana Ercilia quien un par de años más tarde también
falleció en la soledad de esa casa.
La casa la heredó su hija Alicia quien según
comentarios de vecinos se había olvidado de la existencia de su mamá al igual
que su otro hijo. Al parecer ella le compró la parte de la casa que le
correspondía a su hermano y así tomo posesión total de la propiedad.
Después de algunos años los vecinos volvieron a
informarme sobre la venta de la de esta propiedad pues conocían de mi real
interés. Así que me dirigí hasta el lugar donde estaba la casa lote, me paré
frente a la reja de varillas de hierro
soportadas por dos columnas de color rojo de unos dos metros de alto, miré el
jardín completamente olvidado, un letrero desdibujado que decía: “Perros bravos”, un árbol de carbonero
solemne abandonado en la mitad de la
parcela, algunos árboles desgreñados de limones y todas las matas descuidadas que algún día seguramente fueron bellas.
Llamé al número de teléfono que aparecía en el
letrero fijado con alambre a la reja. Me contestó Alicia Vergara quien era en
este momento la titular de derecho real de dominio del inmueble. Al final de la
conversación acordamos los términos y
el proceso de compraventa para realizar
los documentos notariales en la semana siguiente.
La casa de
Doña Herminia estaba ubicada en el barrio central conocido como “La manzana” en la calle 1ª a unos 30 metros
de la iglesia principal. El lote estaba sobre un terreno que desciende aceleradamente
hacia un zanjón profundo que Doña Herminia tenía prohibido a sus alumnos
visitar. En el centro del lote se encuentra
la casa, que desde la calle deja entrever su techo de teja de barro
antiguo. Tenía en su entrada un pequeño estadero con una baranda
de balaustres de madera pintados de rojo. Una puerta a la altura de la cintura con dos naves
pequeñitas que se abrían para dar paso a
la sala comedor y cocina. El jardín en
sus tiempos fue hermoso. Albergaba tres alcobas cada una con una ventana. Todo
el piso era de tablas de madera en muy mal estado que traqueaban al paso de las
personas, y en ocasiones con suficiente espacio para dejar ver el sótano que
estaba por debajo, al cual se llegaba por una escalera de madera destartalada
que estaba al final de la cocina. La vejez se veía por toda la casa. Las
paredes eran de tablas de madera con tapa luces que en alguna época fueron bien presentadas y que con los años mostraba el vaho que se escurría por todas partes, las paredes, las puertas y las ventanas.
Cuando Doña Herminia y Ercilia murieron la casa
fue saqueada por los vándalos de la Cumbre que dormían y utilizaban
inicialmente el estadero para reunirse a fumar marihuana, meter bazuco, drogas, y tener relaciones sexuales.
Posteriormente franquearon la puerta principal y se robaron todo lo que era
posible vender: el inodoro, las llaves y las instalaciones hidráulicas, los cables de la electricidad. Quedó
completamente en ruinas. Pero para mí, que la había visto cuando era una casa
bonita en el pueblo de la Cumbre, su diseño pueblerino, sus ventanitas, su
atractivo estadero y pequeño corredor, pensé que sería posible repararla para volver a ser la casa de madera
de paredes color blanco azulado, y puertas y ventanas rojas, que tanto me gustaba.
Contraté maestros expertos en trabajos de madera que
vivían en la Cumbre, pero cuando la
examinaban les parecía muy difícil reconstruir la casa. La carcoma había
triunfado y el comején estaba por todas
partes. El piso no soportaba las caminadas de nuestras propias pisadas y las
paredes ya no estaban dando el plomo vertical que facilitara su arreglo.
También me comentaban sobre los rumores que
corrían por el pueblo de que del sótano de la casa salían voces y se
escuchaban risas de niños cantando y
jugando. Decían que en algunas noches se veían
sombras que de pronto aparecían como proyecciones en las paredes a la entrada de la casa. Y se mostraban un poco nerviosos, pero no he
sido supersticioso y no le prestaba atención a este tipo de comentarios.
Finalmente, decidí contratar un profesional
ingeniero para valorar el estado estructural de la casa. Revisó cuidadosamente
todos los espacios y al final me dijo:
-Creo que hay que sacrificar la casa. Los pisos no
resisten, la madera está podrida, y los
soportes de madera que están en el sótano no aguantarían la construcción de un
nueva casa encima.
Sin más remedio, sobre el mismo espacio, se
construyó una casa de cemento y madera al estilo cumbreño con ventanas en
colores verdes y naranja en madera, paredes de ladrillo y techo en color verde tratando de imitar ligeramente
la casa antigua. La nueva casa cuenta con
espacios un poco más amplios y un par de terrazas en forma de L para airear la
vida: un jardín al frente conservando el árbol carbonero en la mitad, y los dos
árboles de limones. Las matas que poseía
desparecieron para dar lugar a un hermoso y exuberante jardín de
bromelias, buganvilias, y heliconias que
adornan el espacio en armonía, transmiten paz y tranquilidad al entorno.
El sótano
era un espacio muy pastoso, grande y oscuro al cual se llegaba utilizando una escalera de palitos muy frágil, abandonada por
el tiempo, peligrosa para descender. Allí se botaban muebles viejos, sillas, cajones
y cosas que no servían. Un trabajador al comenzar a excavar en un rincón del
depósito, a una profundidad aproximada de medio metro encontró una pequeña caja de cartón humedecido
con mal de tierra y carcomido con dos muñequitas de trapo. Estaban bien envueltas en una tela de color rojo. Una
muñequita era más grande que la otra. Y tenían cada una pelo entrecano largo
hasta los pies. Sus cuerpos de tela sucios y agujereado aterrorizaban a la vista . Me estremecí al verlas como se
parecían a Doña Herminia y Ercilia. Y hasta llegué a pensar que era su pelo
envejecido y alargado . Decidimos con mi esposa e hija ponerlas a secar al sol y luego quemarlas para que no
quedara el recuerdo. Las cenizas las enterramos y en el entorno sembramos una
bellas hortensias.
Con este hallazgo desaparecieron los rumores de
los fantasmas y remanentes. La nueva casa construida encima borró el tiempo
pasado y derritió la historia de los fantasmas de las muñecas y los ruidos de los niños jugando y cantando en el
jardín que circulaba en La Cumbre. Sin embargo, hay que recordar que en la
memoria colectiva de la gente los fantasmas si existen, son una creación de la
imaginación hasta tal punto que el que quiera mirar que vea, el que quiera
escuchar que oiga y el que quiera tocar que sienta.
Siempre se ha dicho en el argot popular que las
brujas “no existen pero que las hay las hay”. Son fenómenos paranormales que se
asocian con componentes mentales que son realidades en la memoria comunal. Ya
han pasado siete años después de la construcción de la nueva casa y no tenemos todavía
evidencia de las sombras en las paredes y los cielos rasos, o ruidos, cantos y música en jardín infantil de
Doña Herminia.
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