Jesús Rico Velasco
La filosofía del café
es un tratado lleno de humanidad que condensa siglos de vivencias de muchos intelectuales que tomaron café para adornar su existencia. Comenta Nicolás Artusi, reconocido periodista
argentino por sus libros sobre la historia del café, que el café fue la primera
bebida social que un hombre podía beber sin emborracharse en libertad, sin
producir variaciones significativas en su comportamiento más allá de poder
pensar, hablar, escribir, y conectarse con su mente sin molestar a nadie.
La cafeína componente
esencial del café es un estimulante alcaloide que excita el cerebro y puede ser
adictiva; no te hace más creativo, ni puede escribir por su propia cuenta, pero
te ayuda a pensar. No sé si será verdad,
pero cuentan que Honore Balzac tomaba cincuenta tazas de café por día como estímulo
para su producción literaria, Voltaire 80 tazas por día, y Goethe 60. Es
posible que sean exageraciones, pero por debajo hay un mensaje para enredar el
café a la producción intelectual de pensadores como Marx quien también gustaba
el café, y bebedores compulsivos como Hegel, Lincoln, Rousseau. La mayoría de
intelectuales occidentales tomaron café como facilitador para la producción literaria y filosófica.
Curiosamente, en la
antigüedad, en los tiempos de Aristóteles, Platón, Sófocles Séneca y muchos otros
filósofos se reunían a pensar en las academias tomando vinos fermentados
con las uvas cosechadas en los campos griegos. Maestros, alumnos y amigos construían las ideas que le
daban fuerza a los pensamientos y los placeres basados en las virtudes de la
amistad y la felicidad. “Sin amigos nadie escogería vivir, aunque tuviese todos
los bienes restantes” decía Aristóteles en su Ética Nicomaquea. Sin embargo, el
vino a diferencia del café es una bebida alcohólica que no te deja pensar, pero sirve como catalizador de los placeres más
exquisitos.
Un breve recorrido de la
historia del café muestra que se originó en Etiopia en Kaffa una aldea en el
rincón más oriental del norte de África en donde se consumía en infusiones o
masticando las hojas de un arbusto llamado cafeto. Fueron los árabes los
responsables de su expansión al llegar a
Turquía en 1554. Entró a Europa por el puerto de Venecia en el siglo XVII y
pronto se empezó a consumir como una bebida
estimulante que ayudaba a destrabar los pensamientos y animar la
conversación en los grupos de discusión
filosófica. En las Américas, especialmente en Colombia y Brasil, llegó hace unos
trescientos años en el siglo XVII como cultivo de producción especial para el
consumo en fincas grandes. Pero la gran acogida presionó para su siembra en parcelas de pequeños campesinos llegando a
la mesa de todos los grupos sociales.
El café se compra y
se vende en todas partes y no necesita de ninguna prescripción médica o conocimientos
profesionales especializados. Las maneras
de consumirlo han crecido con la modernidad,
al igual que sus valores comerciales y el desarrollo de
tecnologías para su difusión, mercadeo y uso. Es la bebida más consumida en el
mundo, millones de hogares alrededor del planeta tierra toman café
al desayuno, para iniciar el día con una taza de café caliente y levantar
el espíritu, después de un buen
almuerzo, cena o en cualquier momento del día. Es una bebida
social que acompaña la vida en cualquier circunstancia de personas solas o acompañadas. Para tomarse
un café sólo se necesita una taza no importa su material : vidrio, porcelana, madera, cartón. Hay un
deseo interior que impulsa a tomarlo
caliente disfrutando de su exquisito aroma, sin embargo, en la novedad también
se toma frío con hielo, granizado o de maneras más exóticas endulzadas con
crema chantilly, crema de leche o más fuertes adicionando licor.
El café se cultiva en los climas medios en muchos
lugares del planeta, es “el oro negro” que ha salvado de la quiebra a
muchos países. El comercio internacional del café ha sostenido las economías de
Colombia, Brasil, Costa rica y otros países centroamericanos con suelos o
tierras volcánicas que hoy en día producen las mejores marcas de café y se
negocian en las bolsas de valores más cotizadas en el mercado internacional.
No obstante, nadie se
toma una taza de café para luego ir a hacer el amor, pero se puede tomar en la
cama. No hay nada mejor en el mundo que tomarse una taza de café cuando te
levantas por la mañana. “Tomémonos un tinto” es un decir colombiano en muchas de sus regiones: un pintado es
un café con leche, un expreso es un café
grueso, un perico es un tinto pequeño con leche, oscuro profundo, o liviano al
paladar. Cuando tomas café se puede pensar mejor y te reconforta con la vida.
Las primeras experiencias
con el café las tuve en el seminario de Villa Marista en Popayán hace mucho
tiempo cuando estaba chiquito. Participaba en grupos para la siembra de
hortalizas, su mantenimiento, y la
limpieza de las áreas dedicadas al cultivo del café. Las plantas de café
estaban sembradas a una distancia promedio de dos metros cuadrados por mata para
permitirles crecer y reproducirse. En
las tardes después de las labores escolares cada estudiante recogía una
canastilla de mimbre, se la amarraba a
la cintura con lacitos e iban colocando
en ella los frutos recién recogidos.
Algunos usábamos unas pequeñas escaleras para alcanzar las ramas con los frutos maduros seleccionando de un color rojo carmesí, y algunos
amarillentos que podían cosecharse para empezar la recolección. Unas dos o tres
canastillas por recolector era una buena dosis de trabajo. Luego se depositaban en un tanque de concreto para
ser llevados a la despulpadora y separar las cáscaras de los granos cosechados.
El material orgánico producido por las cáscaras
se ponía a secar para elaborar un abono o compost que se regaba alrededor de
las plantas en los cafetales. Estas experiencias fueron
los primeros galanteos para irme
enamorando del café.
Tiempo después, cuando
era un adolescente en la ciudad de Cali al
salir a caminar por el centro terminaba solo o acompañado tomando café en
el tradicional Café Colombia, el Gambrinus o en el Astor. Acomodadas en el
salón abierto mesitas de cuatro puestos atendidas
por lindas jóvenes eran los lugares
predilectos para tomar café en pocillos de porcelana con uno o dos cubitos de
azúcar. Un café profundo negro bien caliente servido de una greca, tomado despacio
de a sorbos para respirar y aguantar el sabor en la boca y en algunos casos acompañar
con un pandebono caliente o pan recién horneado.
Recuerdo los últimos veranos en el bachillerato en Santa Librada cuando pasé en una de las fincas de mi primo Alfredo
en Lomitas, un corregimiento en el municipio
de La Cumbre. Yo era un adolescente alborotado y empujado por mi
primo nos divertíamos, tomábamos trago,
y probábamos suerte con las mujeres. Pero también trabajábamos, y esa era la
idea hacer algo productivo ayudando en las tareas de la finca. De manera
curiosa, una de ella se relacionaba con el manejo de un cafetal de 25 plazas, una parte
conocida como el cafetal de Campo Elías, el mayordomo. Tenía un lote al lado de la zona cafetera al otro lado de la
línea del ferrocarril por donde pasaba el tren partiendo la finca en dos.
En los potreros de la
finca llamados la Esmeralda pastaban unas cien reces entre vacas y terneros. Me
levantaba temprano siempre con un tinto bien caliente, asistía al ordeño, para tomar una taza de leche caliente
recién ordeñada. Luego desayunaba con una arepa de maíz blanco producido en la
finca, en algunas ocasiones molido por
nosotros mismos en un molino marca Corona, café con leche y huevos revueltos. El
café que tomábamos con mi primo provenía de la producción local. Sobre el fogón
de leña se colocaba una lata con una cantidad suficiente de granos de café
pasilla, se comenzaban a dorar en
un proceso demorado removiendo los granos
de manera constante hasta que fueran tomando
un color oscuro, casi negro, y se agregaban unos pedacitos de panela raspada sobre los granos de café. Luego con ayuda de
los los molinos Corona con varias pasadas íbamos logrando la textura deseada
para la filtración en los coladores de tela. En algunas ocasiones llegábamos a estar entre diez a doce personas en la finca y podía
aumentar durante los fines de
semana.
Ayudaba a mi primo a
coordinar los recolectores de café. Se anotaba con los nombres de los trabajadores el número
de canastillas recolectadas, luego se llevaba
el café cogido a la despulpadora empotrada al lado de una de las Tolvas usadas para el secado de los granos. Una
pequeña quebrada que pasaba por la finca abastecía de agua
limpia la trilladora que separaba la cáscara de los frutos y los depositaba a
un lado mientras los granos salían limpios en la corriente de agua al tanque en donde se empezaba el proceso de
limpieza. El fruto ya pelado y limpio se tendía sobre unas tolvas de madera
lisa con techo corredizo en donde se ponía a secar el café. Es una tarea larga
de secamiento al sol y preselección de los granos para ir separando la pasilla
o café de baja calidad de granos más oscuros. Esta tarea la hacíamos los lunes
para pasar la resaca o des enguayabe después
de los fines de semana de bailes y tomadas
de trago en el pueblo, en las cantinas y
en las casas de los vecinos amigos.
Después del secado y
preselección en las tolvas se escogían algunos
granos para medir a la mano una aproximación del nivel de humedad antes de
llevar a vender en la Federación de Cafeteros y compradores ocasionales que
llegaban preguntando por la producción de la cosecha. El grado de humedad en
los granos era un indicador muy importante para determinar el precio de
venta. Hay unos límites entre los 10 y 15 grados de humedad que determinan su calidad para poder pasar a
la etapa de tostado del café.
Con los años tuve la
oportunidad de visitar varias procesadoras de café en Costa Rica en donde los
procesos están muy desarrollados con el
uso de tostadoras computarizadas para
definir los niveles específicos de humedad, color esperado del café antes de pasar al proceso de molido que tiene diferentes puntos de acuerdo con la densidad
preferida para su preparación. Hay tostadoras de uso doméstico eléctricas americanas, inglesas,
mejicanas, para manejar hasta una
producción de cinco kilos con marcadores cronometrados que facilitan los
niveles deseados del café tostado.
El café en el mercado
para su consumo se puede adquirir en granos ya tostados para ser molidos por el
usuario o en polvo cuyo nivel de densidad determina el tipo de preparación. La densidad del polvo
del café define el tipo de procesamiento para su uso. Por ejemplo, un café al
estilo turco, o colado a la francesa
requiere un grano grueso molido en una
densidad mayor que uno chorreado como en
Costa Rica o el colado en talegas de
tela a la colombiana que se hace con un café cualquiera de los que venden en las tiendas o supermercados. Los gustos y los estilos para
su preparación son muchos, las claves teóricas abundan hoy día y alimentan a
los gomosos con maquinitas hermosas caseras para preparar un buen expreso, un
capuchino, un café au lait, con suficientes complementos tecnológicos para
descrestar a los amigos. Las cafeteras corrientes eléctricas permiten la preparación de varias tazas de
café, con sólo una encendida y un apagado automático. En este caso, la verdad
no importa mucho la calidad del café sino
la cantidad de tazas para que alcance
para todos.
La idea sobre la
filosofía del café estaba en mi cabeza desde un viaje realizado a Kenia hace más de veinte años.
Cerca al sitio en donde estaba hospedado en la ciudad de Nairobi había una
cafetería famosa “Java House” con una pared de vidrio que dejaba ver a los clientes,
mientras degustaban su café, una hermosa procesadora de granos de café en cobre
dorado que molía unos cinco kilos de café. Adornaba de manera distinguida el ambiente y
lo hacía muy acogedor. En las otras paredes de la cafetería se observaban fotografías que
iluminaban la mente con los diversos
procedimientos para procesar el café: café en coladores de tela, percolado en
cafeteras de aluminio, estilo turco prensado o suelto en el agua
caliente, estilo francés , de pronto una cafetera eléctrica para un expreso, y
un paisaje de café por todas partes con acompañamiento de pastelitos y sabores
próximos al oro negro de los kenianos.
El proceso de tostado
a la vista es una verdadera entretención para los comensales, un negro corpulento revolviendo los granos de café en una gran
paila buscando ese color precioso que llega al ojo del comprador y el aroma que
embriaga el sentido del olfato. Los granos recién tostados se pasan al
molino para sacar tres niveles de
densidad: alto, mediano y grueso para empacar
en bolsas de media libra, una libra y un kilo. Esta definición es clave para el
cliente al momento de comprar y debe
estar asociado con el tipo de grano y su preparación.
En algún momento de
la existencia tuve también una finquita cafetera en la cumbre y con la ayuda de
la Federación de Cafeteros comencé a sembrar y conocer la alegría de tener mis
propias matas de café. En ese momento
sembré café Caturra, 4,000 matas en unas dos plazas de terreno acompañadas con algunos plantas de bananos,
plátanos, Yarumos, Guamos chancleta y de vara larga, aguacates, flor amarillos, y unos pocos arbustos de corta altura para la sombra. Hice algunos ensayos desde
la plántula más pequeña del tamaño de una mano, sembradas en bolsas
de plástico negras con tierra mejorada para un período de dos a tres
meses. Aprendí a cultivar, leer las nubes para las lluvias,
controlar las pocas plagas que las afectan, y esperar entre tres a cuatro años
para observar las primeras pepas de color amarillento que se van tornando hacia
el rojo carmesí. Desafortunadamente la dicha duró muy poco pues una invasión de
personas desplazadas me obligó a vender la propiedad.
Ya en mis años
maduros conocí un vecino del barrio, comenzamos a
montar en bicicleta y compartir momentos
familiares en mi casa algunos fines de semana. Tocaba la guitarra a
pesar de tener una mano con limitaciones de movilidad a causa de un accidente.
Disfrutábamos sus conciertos improvisados, su voz gangosa cantaba en tono bajo
la canción de Atahualpa Yupanqui:
«Porque no engraso
los ejes
Me llaman abandona ‘o
Si a mí me gusta que
suenen
¿Pa qué los quiero
engrasao? »
Nos hicimos grandes
amigos en poco tiempo, compartíamos varias aficiones entre ellas el amor al
café. Dió la casualidad que él era un economista aguerrido y trabajador, ya jubilado, en la comercialización
del café en la Federación Nacional de Cafeteros. Así que se nos ocurrió la maravillosa
idea de incursionar en el negocio, él averiguó una tostadora a gas que vendían por los lados de la galería de Santa
Helena. Era de una empresa ubicada en la parte trasera de un garaje
comercial con una capacidad para tostar cinco
kilos de café. La procesadora muy linda,
no recuerdo la marca, era fabricada en
Méjico. El dueño nos la mostró funcionando y la idea nos quedó dando vueltas en
la cabeza.
Recuerdo que la tostadora procesaba siempre el mismo café, pero salía en
bolsas de 250 gramos, una libra y un kilo con empaques de distintas marcas. En el fondo lo más significativo era la bolsa con marcas distintivas
vendida en los supermercados pero en el interior llevaba el mismo café. La materia prima era
de café disponible en el mercado comprado al ojo de acuerdo con una cierta
calidad en los granos. Así las cosas,
aprendí que hay una cierta trama en la compra y venta del café popular: la materia
prima es la misma, no importa de dónde venga, los tiempos de quemado , ni el proceso artesanal para determinar tipo tamaño , color y humedad del grano.
Con mi amigo
decidimos que era posible hacer el negocio. Pero una enorme dificultad era que
la tostadora y los colaterales para producir
el café tostado estaban amarrados a la tenencia del local. Consultamos el posible costo de traslado de la máquina a otro lugar y la sola
desmontada sumaba varios millones.
Nuestras ilusiones se las llevó el viento, tuvimos que renunciar al gran
sueño de tener una tostadora bonita con
una pared de vidrio para montar una buena cafetería, panadería y repostería en
algún barrio residencial de Cali. Sólo nos quedó darle las gracias al propietario por dejarnos soñar
un poco y calmar la curiosidad. Con mi amigo nos seguimos viendo cada vez menos. Un año después
de todo este alboroto supe que falleció
en un viaje al Amazonas colombiano en la
isla de los micos de un infarto.
En los últimos años,
con mi familia visitamos una finca
cafetera El Otoño ubicada en la región de Salento en el Quindío, de gran atractivo
para turistas colombianos y extranjeros.
La excelente acomodación en una casa estilo paisa con seis alcobas en el
segundo piso y grandes puertas en madera
que abren hacia unos corredores amplios,
y acceso al comedor en un estilo de comida campesina sencilla apetitosa:
chocolate, arepa de maíz blanco, huevos revueltos y queso cuajada . Los turistas van llegando a
las atracciones de la finca hacia las
nueve de la mañana.
Con ayuda de guías hombres y mujeres jóvenes de la región
comenzaban el recorrido y explicaciones sobre la producción de café de alta
calidad realizado en la finca. Se muestra el proceso en vivo desde la selección
de la semilla, el manejo de la tierra abonada, la germinación y el tiempo de
permanencia en bolsas para pasar al proceso de siembra directa en el terreno. El
recorrido por unos cafetales en plena
producción con participación de todos metidos entre las matas seleccionando
frutos rojos y amarillos para llevarlos a una despulpadora
y experimentar el contacto con el agua separando los granos y las
cáscaras. Los granos limpios entre las manos dejaban una sensación babosa
agradable al tacto.
En el primer piso se encuentra un amplio salón abierto con
bancas de madera para una práctica de la
preparación tradicional del café a la colombiana en talegas de tela y olletas
de aluminio para el manejo en parejas de visitantes. En las paredes se observan pinturas con los diferentes
métodos de preparar el café. Los
asistentes participamos en la preparación de un buen tinto y lo degustamos en conversación en el grupo.
Un día entretenido
con participación de maestros catadores de café de la región y la participación
de la gente. También hay un servicio tipo “coffe shop” en donde se toma un buen
tinto, un expreso o un café au lait para saborear la producción de la finca con
la siembra de los árboles de café como panorámica de ensoñación. En las horas de la tarde hicimos en familia un
recorrido para descender una cuesta que
conduce al río. Un adorno de la naturaleza con aguas frías en medio de árboles
de clima medio y un puente color amarillo para pasar hacia otras fincas con
caminos que señalan diversos recorridos en tiempos de una a dos horas. Un
atardecer feliz para regresar a la casa en donde te esperan con un abrazo y un
tinto recién colado. Un excelente fin de semana para continuar con un recorrido
por la población de Salento a unos dos kilómetros de la hacienda cafetera El Otoño
que vale la pena visitar.
Hace pocos días, en
la acogedora casa que tengo en la Cumbre, antes de llegar a la cafetería central
a una cuadra de la casa me encontré con mi
amigo Alberto, dueño de una hermosa finca de producción de hortalizas
hidropónicas y cafetales.
Eran las 10 de la
mañana las nubes oscuras amenazaban lluvia. Apenas me vio, me dio un abrazo y dijo:
«Tomémonos un tinto
para calentarnos que está haciendo mucho frío.»
«¡Qué bueno verte! vamos
tomémonos ese tinto, y aprovechamos para organizar un poco la charla que me invitaste
a dar con los procesadores de café en Bitáco sobre la filosofía del café ». Le respondí
sintiendo el aroma profundo y delicioso del café recién colado.
Epílogo: «El café no
te hace más creativo, pero te ayuda a pensar.»
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