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domingo, 30 de junio de 2013

Leoncia

                                   Álvaro Vélez
                                                                    


Yo tenía en mente hacerme a algo o a alguien que pudiera proporcionarme ayuda financiera inicial para la misión que quería emprender  y fue así como después de buscar con la paciencia del santo Job, se hizo el milagro. Leoncia era todo lo que uno de los suyos podría desear: sensual, elegante, distinguida; pero eso sí, su temperamento de fuego, capaz de arrasar con el mundo entero, de ser necesario. Ella con su largo y estilizado cuerpo no pasó nunca inadvertida en la jungla de sus congéneres. Con su andar cadencioso y su mirada coqueta siempre fue la líder, la envidia de todos, jamás pensó que el destino la tendría para llegar al primer país del mundo y ser la admiración de millones de personas que quizá nunca habían visto algo así.

Economía y salud

Miguel Esmeral


Me encuentro sorprendido ante la falta de capacidad de análisis de la situación actual en salud, y más aún, ante la falta de capacidad de acción política del cuerpo médico colombiano. La ignorancia en  ciertas áreas del conocimiento nos impide ver con claridad lo que está ocurriendo y su impacto,  tal como en medicina,  sin conocer a fondo la patología y el estado del paciente, es imposible siquiera realizar un diagnostico, un plan terapéutico y mucho menos un tratamiento correcto que le salve la vida al sistema.

martes, 25 de junio de 2013

El jardín del lago de tinta

                                                  Adriana Potes P  




Mientras llueve, la abuela hace lo que más le gusta, leer. El reloj de la sala marca las tres de la tarde. Acomodándose en el sillón favorito toma el libro viejo que le regalaron,  sin haberlo tocado, se abre, sus hojas pasan rápido y sin control, ante sus ojos.  Parece una ventana. Sin saber qué hacer, pero con curiosidad, se asoma, alcanza a escuchar sonidos, ve un jardín y decide  entrar.

martes, 4 de junio de 2013

¿De quién es esta selva?

                    José Antonio Cortés


De cuando en cuando, y ocultando la selva impenetrable, cúmulos de nubes forman un piso de algodones resplandecientes sobre el cual se deslizaba airoso el Dornier 328, de 32 pasajeros. Luego reaparece el verde espeso y unas enormes cicatrices que surcan brillantes la espesura  ─ como serpientes  de terracota ─ escoltadas por jirones de nubes, reptando serenas hacia el gris inmenso del mar Pacífico. Los ariscos vientos mecen el turbo hélice como una cometa; a ratos el avión tiembla como atacado del mal de sambito. Sentí una presión intensa en las entrañas. Las turbulencias me aterran; igual que el despegue. Es una sensación extraña que me incapacita, porque me siento morir y solo revivo cuando el avión aterriza; entonces hago propósitos de enmienda, prometo cambiar mi vida y sobre todo jamás volverme  a subir a un avión.