Vistas de página en total

martes, 25 de junio de 2013

El jardín del lago de tinta

                                                  Adriana Potes P  




Mientras llueve, la abuela hace lo que más le gusta, leer. El reloj de la sala marca las tres de la tarde. Acomodándose en el sillón favorito toma el libro viejo que le regalaron,  sin haberlo tocado, se abre, sus hojas pasan rápido y sin control, ante sus ojos.  Parece una ventana. Sin saber qué hacer, pero con curiosidad, se asoma, alcanza a escuchar sonidos, ve un jardín y decide  entrar.


La abuela camina lentamente, el paisaje es extraño, las hojas de los árboles son  papel para escribir, hay un lago de ¡tinta! que cambia de colores en una constante danza. Le parece escuchar unos sonidos, apenas si logra oír, es un lamento: ay...ay, ay. Pone atención, busca saber de dónde llegan, rodea el lago pero no  salen, camina hacia el bosque y de nuevo escucha el quejido, esta vez está más cerca. Junto a una banca, recostado en una piedra, un libro, ella se acerca lentamente, se inclina y ver que es de cuentos infantiles,  tiene las tapas desgarradas,  las ilustraciones descoloridas, las hojas rotas, unas sin puntas, otras dobladas y de color ocre. Cuando lo va a alzar, el libro con voz  fuerte dice…
 - ¡No me toques!
 -  Solo quiero mirar y saber cómo te puedo ayudar.
Con cuidado lo levanta, el libro se queja: ¡ay!, ¡yai!
 - Tranquilo, tranquilo, no te haré daño.
 - ¿Tu?  ¡Qué va!  Seres parecidos a ti me dejaron así.
 - ¡No señor, como ella no! - dice un pincel viejo y largo casi sin barbas -  no ves que es grande y tiene la cabeza blanca. Eran unos más corticos, gordos o flacos.
 - ¿Los niños?
 - Sí, creo que así los llaman, esos con el pelo alborotado y las manos sucias o llenas de algo pegajoso, muy fastidioso.
 - ¡Ay!, ¡ay! por favor abre donde tengo una hoja muy arrugada que se está desprendiendo,  por favor es la que más me lastima, ya no soporto.
 - Te lo dije, los corticos tienen la idea que no sentimos, nos  tiran  o  arrancan las hojas, a mí  me arrancaron muchas… 
A ella le duele ver dañado el libro que dio alegría a alguien, está tan  roto que parece deshacerse, huele mal y a cada momento su color es más indefinido.
 - No estás bien libro.
 - ¡Ay! ¡Ay! , por favor despacio  que ya no tengo aliento para que  me muevas.

La abuela siente la agonía del libro.
 - No me muevas tan fuerte - se queja el libro-.
 - ¿Dices que me puedes ayudar?
– Sí puedo, pero hay que buscar algunas cosas: tijeras,  pegante, lápices de color, plumas, temperas, lijas, hilo, agujas, toallitas, cartulina, cinta de papel, goma de pegar, acuarela, pinceles.
 - ¿Todo eso?
 - Me temo que sí, estás muy maltrecho, creo que  puedo demorar bastante para intentar reconstruirte.
 - os niños, cuando me leían, dejaban caer arenitas, me hacían cosquillas,  después se pegaban a mis hojas, luego unos animales de patas peludas llegaban a despegarlas, royeron  mis palabras, tengo muchas que no se ven o están rotas. Estoy muriendo de abandono, nadie me leerá, ¡huelo a humedad! Sabes un día fui bonito, todos querían tenerme en sus manos y siempre reían con mis historias, o soñaban cosas hermosas, (snif, snif,snif).
 - No llores. Te quiero ayudar, debo mirarte para saber qué  necesito para arreglarte.
 - Dime ¿quién eres?
- …una abuela,  amo las libros, me gusta leer y leerles a los que me quieran oír.
La abuela cierra los ojos.
-¡Traeré los materiales para arreglarte!
- ¡No puedes salir!  
- ¿Por qué no?
- ¡Porque  te olvidarás de mi!
- Eso no es cierto.
- ¡Ay!, ¡ay! - un suspiro más leve sale de entre las hojas-.
Ella deja el libro en la banca y sale del jardín, recoge de un armario todos los materiales que necesita, pasa por el botiquín y busca crema para el dolor y  un poco de algodón, sin percatarse que Valeria - su nieta - la está mirando.
- ¿Abuela para que son esas cosas?
- Para hacer un arreglo.
- ¿De qué?
- Mmmm, de un libro
- ¿Te acompaño? ¿Me  dejas mirar?
- No puedo ahora, estoy de prisa.
- ¡Abuela, quiero ir contigo!
- Tengo prisa.
Ella mira hacia el sillón donde está el libro, le parece muy oscuro. Algo no está bien en el jardín.
- ¿Puedes venir después? Hoy no chiquita.
- Abuela tu estas muy rara hoy.

Con la bolsa de materiales, la abuela se acomoda en el sillón, toma el libro y abre la ventana. Ligera llega hasta el libro.
- Aquí estoy - el libro no responde -. ¡Contesta por favor!
Solo  silencio, quiere pasar las hojas pero están pegadas y muy duras, ya no hay lamentos.
-  Tenías razón, no ¡volverías!
Agachando las pocas barbas el pincel, suspira y mira con tristeza. Aprieta el libro a su corazón, las lagrimas corren, y una idea surge. Si  leo en voz alta alguna de sus hojas. Puede ser que de vida. Intenta abrirlo nuevamente, comienza a soplarlo con fuerza en medio de las hojas pegadas,  al fin una se desprende y ella comienza a leer en voz alta… “Erase una vez un rey que tenia doce hijas, todas muy hermosas, las quería mucho, un día…” un quejido muy bajito sale del libro. Siguió leyendo sin parar,  y poco a poco las hojas se fueron desprendiendo.
- ¡Ha vuelto  - gritan pincel y la abuela-.
Con cuidado ella comienza por sacudir el polvo, lijar los bordes, rellenar el lomo con algodón, poner cinta, aplicar crema, finalmente pega. Los árboles y el lago entregan hojas y tinta,  
- ¡Barbitas por favor!  Dirija, estos materiales y todos los pinceles.
- Estoy sin barbas, pero intentaré hacer lo mejor.
- Tú puedes, por favor,  hay que dar nuevo color a las imágenes.

La abuela reparó hojas rotas con pluma y  tinta. Reconstruyó palabras y escribió nuevamente las que faltaban, hasta que el libro estuvo como nuevo, bonito y feliz. - ¡Nada me duele!  ¡Nada me duele! - repetía y pasaba sus hojas con nueva fuerza - soy un gran libro.  
La abuela abre los ojos, mira el reloj, son las tres de la tarde.

Hoy, cuando el libro se abre en primera página, se lee una sola palabra en letras rojas: amor. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario