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domingo, 18 de agosto de 2013

Calypso

                                                          José David Tenorio

Entre las diversas actividades cumplidas por el grupo de estudiantes colombianos en 1.960, procedentes de varias universidades del país, por invitación de la Universidad de California (UCLA) y el Departamento de Estado, cuyo objetivo principal era mejorar el conocimiento de la cultura estadounidense, en aras de promover un acercamiento entre nuestros pueblos, nos llevaron a los estudios centrales de una cadena de televisión.

Entonces – cuando no existían todavía todas las posibilidades que ofrecen hoy la comunicaciones satelitales- era supremamente novedoso y de gran audiencia en ese país ciertos programas que se podían ver de “costa a costa”, como se anunciaban. Nos correspondió ver uno muy famoso que se transmitía en vivo “ de costa a costa”. Ese día actuó Harry Belafonte, pero el espectáculo central  estuvo a cargo de un conjunto de músicos y bailarines caribeños intérpretes del ritmo que hacía furor : el calypso.

Fuera de la alegría tropical  que se sentía en ese estudio escuchado los tambores de lata y  la plasticidad y belleza de los bailarines  ( todos negros o mulatos) con sus vistosos trajes , era poder apreciar cómo habían elaborado instrumentos de percusión aprovechando los tambores o barriles metálicos en que se almacenaba o se transportaban combustibles : conservando el fondo de cada barril los habían recortado a distintos tamaños  y eso, más utilizar barriles de capacidades variables  ( básicamente dos tamaños estándar) , al golpearlos con maestría producían esos sonidos tan característicos y peculiares propios de la región Caribe. Escuchar esa música y ver ese folklore era transportarse a una playa y recostado en la blanca arena, en medio de palmeras, deleitarse con el arrullo de las olas .

Pero lo que más me llamó la atención ( quedé francamente “descrestado”) fue ver la actuación de un bailarín : un hombre joven, alto, fornido – musculatura de atleta- que al son de los tambores nos presentó un espectáculo único : colocaron dos parales delgados  con una base solo como para sostenerse precariamente, es decir, que si llegaban a ser tocados, serían fácilmente derribables  y sobre unos soportes colocados a alturas decrecientes , una vara que unía los dos parales. Este hombre , siguiendo la cadencia de la música, inclinado de espalda , sin más apoyo que sus pies, debía pasar por debajo de la vara sin tocarla ni tocar los parales. Y ese paso lo repitió varias veces ; en cada ocasión achicaban el espacio libre, bajando la vara, hasta que finalmente  casi llegaba al piso, a dura penas y arrastrándose una personal normal podría salir al otro lado. Pues bien , éste bailarín , sin alterar sus movimientos, al son de los tambores y siempre de espalda, con las piernas abiertas casi horizontales, venció ese último obstáculo. El aplauso de la concurrencia fue apoteósico.

1 comentario:

  1. Gracias José David por tus remembranzas, siempre traes recuerdos que son valiosos para conocer nuestra historia.

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