Carlos Arango
En el ocaso de sus vidas se encontraron. Se
veían en un almacén de cadena.
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Qué hombre tan elegante –
pensó Lucía.
-
Qué mujer tan linda – pensó
Antonio.
Sin darse cuenta
llegaron a conocer los horarios del otro, los lunes, miércoles y viernes, eran
inexplicablemente puntuales. Los hijos – de ambos – no entendieron por qué de un
tiempo para acá, las citas médicas, las visitas de pésame o las salidas de
compras, no podían ser ninguno de esos días entre nueve y once de la mañana.
-
Me voy para la playa y
volveré el próximo lunes - dijo Antonio
a un dependiente del supermercado, sin ningún motivo aparente y con un tono
bastante alto, cuando Lucía pasó por su lado.
-
Mañana operan a mi nieta de
las amígdalas. Voy a acompañarla en la cirugía y probablemente el viernes no
pueda venir – dijo Lucía a la cajera, cuando Antonio estaba haciendo fila
detrás de ella para pagar un par de cosas que no le hacían falta.
Siempre la misma caja,
a la misma hora, siempre mensajes cuando se iban a ausentar. Llegaron incluso a
conocer la composición de sus familias y parte de sus historias personales en
los diálogos con los cajeros.
-
Tengo mañana un examen
médico en el piso 14 de la Clínica Metropolitana, últimamente no me he sentido
bien – dijo Lucía al cajero – Iré sola, pues no he querido comentarle nada a
mis hijos para no preocuparlos.
Muy puntual, Antonio
llegó a la clínica, se sentó en un rincón alejado y esperó a que Lucía entrara
a su examen, saliera del consultorio y luego la siguió discretamente hasta su
departamento situado a tres cuadras.
-
Mi hijo y su esposa llegan
del exterior el viernes y deseo invitarlos a cenar en mi casa, pero no sé qué
prepararles – le comentó Antonio al supervisor del almacén.
Esa misma tarde
recibió por debajo de su puerta, una oferta del supermercado con una receta
deliciosa y fácil de preparar, para tres personas, con un teléfono por si tenía
alguna duda. La hoja indicaba, adicionalmente, el sitio del supermercado donde
encontraría cada ingrediente.
Antonio decidió que
ya no quería vivir más en esa casa grande, donde nacieron y se criaron sus tres
hijos y donde murió su esposa ocho años atrás. Sus hijos lo entendieron y le
compraron el apartamento que tanto le gustó a tres cuadras de la Clínica Metropolitana.
-
Ayer le conté a mi hija que tengo
el lavaplatos averiado, pero mi yerno solo puede conseguirme la pieza de
reemplazo cuando vuelva de un viaje la semana entrante – dijo Lucía al cajero,
teniendo cuidado de colocar el grifo descompuesto a la vista de todos los que
estuvieran haciendo fila en esa caja. Repitió tres veces, con una pronunciación
muy clara, el código y marca del producto.
En la tarde, Lucía
recibió la llamada de una ferretería, anunciándole una promoción de grifos de
la marca exacta que incluía la instalación sin ningún costo.
Ese juego hizo muy
fácil la vida de ambos. Cualquier necesidad que tuvieran se comentaba con el
cajero y esa misma tarde, o en la mañana siguiente, recibían llamadas u ofertas
de soluciones ajustadas a su necesidad, en algunas ocasiones con precios
especiales y entrega a domicilio. Antonio, después de ocho años volvió a vestir
prendas cuyos colores combinaban bien y ningún electrodoméstico de la casa de
Lucía volvió a fallar.
-
El próximo domingo es el día
de la madre, y el mejor regalo para una nuera joven es un perfume – anunció
Lucía a la cajera, incluyendo el lugar donde comprarlo, la marca y el precio de
su recomendación.
Antonio, para
sorpresa de su familia, comenzó a tener detalles en todas las ocasiones
especiales. No había evento familiar en el cual no se hiciera presente con el
mejor regalo posible. Naturalmente contó a los cajeros las fechas de
cumpleaños, edad y datos importantes de cada miembro de su familia. Lucía nunca
volvió a necesitar a sus hijos o yernos para ninguna labor de plomería, mecánica
o electrónica. El televisor y la señal por cable nunca volvieron a fallar, las
puertas siempre estaban engrasadas y los baños y la cocina tenían el mejor
mantenimiento.
-
A veces me aburro por las
noches en medio de mi soledad – le comentó Antonio un día al cajero.
-
¿Por qué no compra un
computador y usa internet?
-
No lo sé usar.
El joven le dio el nombre de un profesor que le enseñaría
todo lo necesario. El nombre y teléfono del profesor fueron anotados en dos
papeles por dos manos diferentes. El profesor les enseño a chatear, y por
sugerencia del cajero, como parte de la práctica, convirtió en amigos a Antonio31
y Luchi38. Nunca revelaron sus nombres reales, y sin entenderlo se sentían
infieles hablando con ese(a) desconocido(a). Hablaban de muchas cosas, pero
nunca de la persona del supermercado a quien estaban traicionando.
-
Me hice unos exámenes
médicos y estoy muy grave – dijo Luchi38.
-
Tengo una amiga enferma y no
lo ha comentado con su familia. Yo quisiera ayudarla, pero no sé qué hacer –
dijo Antonio al cajero.
-
La gente mayor cuando está
enferma necesita un amigo que la entienda y le ayude a anunciarlo a su familia.
Quiere que conozcan su situación, pero que le dejen vivir a su antojo el resto
de su vida – dijo Lucía al cajero al día siguiente.
- Si quieres te ayudo a
encontrar la manera de hablar con tu familia y a buscar que los días que te
queden puedas vivirlos a tu manera – dijo Antonio31.
La respuesta inmediata fue un “sí”. Harían todos los
arreglos al día siguiente, pues ella se sentía mal y quería descansar. Antonio,
los cajeros y Antonio31, nunca volvieron a tener noticias de Lucía, ni de Luchi38.
espectacular, me tuvo en vilo toda la lectura. felicitaciones escritor.
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