Jorge Enrique Villegas
El camarero lo observó y descubrió que
llevaba la ceja izquierda partida y con agua sangre.
–Perdone ¿qué le pasó?
–Nada.
–La ceja…
–Anoche quisieron atracarme...
Dio tres tragos, saboreó la espuma y se
quedó mirando las burbujas.
Bruno no sabía que más inventar. Vendió
la vespa que le regalaron los abuelos y les aseguró que se la habían robado. Les
mostró la copia del falso denuncio. Le aburría madrugar. Le aburría trabajar.
“¿Trabajar? No es vida–pensaba–. ¡Qué carajos! Me voy”. Se fue de rumba y de
mujeres. Cuando el capital se acabó, volvió a la casa de los abuelos. “Mis
viejos queridos, me botaron del empleo. Con la indemnización viví hasta hoy.
Ahora tengo una oportunidad” y les refirió un cuento que los alucinó. Fue el
golpe de gracia para el logro del dinero que necesitaba. Se marchó para la
capital. Se instaló en una pensión, pagó por adelantado una semana y salió.
“Primero una cerveza para calmar la sed”–manifestó frotándose las manos–. Se
volvió cliente del bar Desquite.
Después de las seis de la tarde llegaba y pedía lo mismo.
–¿Vampiro? ¿Dices vampiro? Vampiros los
de las películas. Lo mío es vivir. Camarero, otra cerveza.
–Lo invito a un trago de verdad–volteó la
cara y vio quien le hablaba.
–Gracias–cambió de posición y le extendió
la mano–me llamo Bruno–y dirigiéndose al mesero dijo–sírvelo doble.
–Me pareció que hablaba sólo.
–¿Sólo? Observe bien.
–Me refiero a que hablaba sólo.
–A veces lo hago: Ahuyento recuerdos…
–¿Trabaja?
–Qué cosa más jarta.
–Puedo ayudarlo. ¿Tiene depósitos en
algún banco?
–No soy rico.
–Puede parecerlo. Me protege un dinero y
listo. Un negocio de dos meses, sin riesgo.
–¿Como de cuánto hablamos?
–Tranquilo. Mañana lo espero en la
sucursal del City, al lado de la plazoleta donde estamos. Sírvale
otro doble a mi amigo–le dijo al mesero y se despidió.
–Vampiro.
–Eres una mierda. ¿Viste quién se fue? Un
amigo de verdad.
Salió borracho del lugar, trastabilló al
subir las gradas que daban a la acera, cayó y se rompió la ceja izquierda. Con
un viejo pañuelo untado de sangre se limpió la cara. Entró de nuevo al bar.
–Sírva una cerveza de barril–ordenó al
camarero.
–Vampiro–volvió
a escuchar.
–Deja la joda. Ya está bien de
bromas–manifestó.
–Vampiro.
–¡Te lo dije!–lanzó con furia el vaso.
–Oiga, amigo, ¿qué le pasa?–le reclamó el
camarero.
–Es que me tiene cansado.
–¿Quién?
–Cómo que quién. ¿Está ciego?
–Usted necesita descansar–le aconsejó.
Trastabilló al subir las gradas que daban
a la acera, cayó y se rompió la ceja izquierda. Sacó un viejo pañuelo untado de
sangre y se limpió la cara. Durmió mal. Soñaba una y otra vez. Cuando despertó,
murmuró un “se los advertí”. Se sentó en la cama fastidiado y con dolor de cabeza–bostezó.
–¿Qué
les advertiste? –escuchó otra vez.
–…Que si no sabían nadar en aguas frías
mejor no lo hicieran. Me llamaron miedoso por no ir con ellos a la parte mas
honda del lago. Fue allá donde el menor comenzó a gritar pidiendo ayuda antes
de que el agua lo cubriera. Su hermano lo intentó, halándolo del pelo. Se hundió
también. Corrí y pedí auxilio. Ellos se ahogaron. Ahora se aparecen en mis
sueños y me señalan, los muy tontos. Saben que pedí asistencia. ¿Qué mas podía
hacer?
A las nueve salió a cumplir con la cita.
–Amigo–le dijo al camarero– nuestro
amigo, el de la otra ocasión, ¿ha vuelto?
–¿Quién podrá ser? Aquí viene…
–El de la ceja partida, ¿lo recuerda?
–Ah, ese man se había perdido. Cuando
volvió, vestía mejor, olía agradable, se había rasurado. Me llamó la atención
el rostro pálido y demacrado. Aún tenía la ceja izquierda partida y con agua
sangre. Solicitó “una cerveza de barril”. Luego cambió la orden por un whisky
doble. Pagó por adelantado y me dio una buena propina. Era otra persona. “Sé
reconocer favores” dijo eufórico. Sonreía y repetía las dosis del escocés. Debe
estar durmiendo la resaca. ¿Sabe? Ese man es raro: habla y discute solo. De
cuando en cuando suelta unas carcajadas…
–Por eso lo busco.
–Me dijo que atendería unos asuntos y que
tardaría varios días.
Como en ocasiones anteriores, Bruno
trastabilló al subir las gradas que daban a la acera y se cayó. Volvió la
sangre al romperse la ceja izquierda. Con el sucio y viejo pañuelo untado de
sangre se limpió la cara. Miró la luna. Le hizo un saludo y se perdió en la
noche. Durmió mal. Al despertar rezongó un “puta vida”.
–¿Qué
pasó?–escuchó.
–Sueño y sueño y sueño. Estoy cansado…qué joda...para colmo me
oriné en los pantalones.
–Cuenta…
–Es una locura…no podía entender por qué lo
hacían. Levantaban las manos y me señalaban. Era tanta la gente que llenaba la
plaza… Me amarraron las manos, me colocaron la soga en el cuello y me colgaron
en la rama gruesa de un árbol. La vida se me iba. Sentí un frío doloroso que me
recorrió el cuerpo, me faltaba aire… Lloré de angustia.
Bruno miró la calle por la ventana de la
habitación.
–Qué ciudad más fría–murmuró.
Vio el almanaque y el reloj que marcaba
las siete de la mañana. Se sentó en la cama a esperar y recordó.
–¡Soy rico!–gritó exaltado–como lo que quiero, me acuesto con
quien quiero…me merezco un trago…si los abuelos …
Llegó el momento de unas
vacaciones, cambiar de clima, ir al mar, tenderme en la playa, recibir sol. Ah,
un buen trago y me pongo en el asunto.
Bruno
se dejó llevar por la música que salía del bar por el que pasaba. Salió
borracho. Trastabilló en la acera, cayó al piso y volvió la sangre al romperse
la ceja izquierda. Rechazó la ayuda que le ofrecieron y con su viejo pañuelo
untado de sangre se limpió la cara. Encontró el hotel y durmió mal. Cuando despertó
refunfuñó un “puta vida”.
–Estoy mamado–dijo–parece que no hubiese
dormido.
–¿Se
puede saber?–volvió a escuchar.
–¿Por qué no te vas a joder a otro?
–Eres
una gallina.
–¡Basta! ¡Vete para el carajo!
–Cuenta.
–¡Muérete!
–Cuenta,
cuenta.
–…Necesitaba llegar a la casa en lo alto
de la loma. Hacía una tempestad de los demonios. Debía coronar el barranco y
entrar al valle. Azuzé al caballo, le espoleé las ancas y
cuando creí lograrlo, rodamos cuesta abajo por el barrizal. Me asusté mucho.
Allí estaban los hermanos, me señalaban, tenían los ojos blancos, opacos y una
expresión…sentí el sabor inconfundible de la sangre que me cubría el ojo izquierdo.
En la oscuridad busqué al caballo y llegué a una quebrada de aguas torrentosas. Los volví a
ver, me llamaban…Espantado me refugié junto a unos árboles. Con la claridad
gris del nuevo día encontré al caballo en el fondo del riachuelo. Me ericé. El blanco
y las manchas marrones de la piel se habían acentuado, la cola se mecía al
vaivén de la corriente y el ojo izquierdo del animal estaba de un blanco
perla...cómo me duele la cabeza, tengo ganas de
trasbocar, estoy hastiado.
Salió a buscar desayuno. En la cafetería
encontró una mesa desocupada y se sentó. Pidió jugo de fruta, huevos y café.
Mientras lo servían cerró los ojos. Cuando los abrió, no pudo evitar el
sobresalto.
–¡Usted!
–Se ve enfermo.
–Duermo mal. Desayune conmigo–dijo–tómele
el pedido al señor–le ordenó al camarero.
–Fui al banco.
–No pasa nada. Pura prevención.
–Explíquese…
–Es su plata pero como si fuera mía. ¿Es
así?
–Sin duda.
–Por tanta inseguridad cambié la clave.
–También de hotel y a nadie lo comunicó. Prevención,
claro…la herida que tiene se le está infectando.
–Se mantiene con fiebre.
–Hágase algo… Aproveche porque el negocio
no va más.
–¿Vamos para el banco?
–No necesito comprar si puedo alquilar.
Pocas preguntas y menos problemas–afirmó Bruno–súbase.
–¿La familia?
–¿Cuándo le he preguntado por la suya?–espetó
Bruno.
–Tranquilo. Nada de bronca porque me lo
llevo–le mostró el revolver–recuerde que usted es un don nadie…
–Puta vida. Si hay algo que me enerva y
me sulfura es que me amenacen y me enrostren lo que soy–declaró irritado.
–Con el negocio se… ¡No acelere!
La advertencia llegó tarde. Bruno
estrelló el auto en una de las columnas del puente que atravesaba. En el hospital
un policía habló con él:
–Dígame lo que pasó.
–Un puto vampiro no me dejó ver.
–¿Vampiro?
–¿No los vio? Había legiones dentro del
coche. Me defendí de esas ratas inmundas. ¡Qué asco! Los mandé a los mismos infiernos…¡Qué
horror! ¡Ay! ¡Vienen más!...
Los “viejos queridos” recibieron carta de
Bruno. Dentro una tarjeta del City.
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