Fernando Bermúdez
Marinilla, 10 de septiembre 2018
Libardo Iturralde
En algún lugar de Medellin
Adorado hijo:
Cuantas
veces te habrás preguntado “¿Quién soy?”. Un luchador irredimible es lo que eres. Nadie
te preguntó si querías venir, pero como solo uno podía llegar: el mas rápido,
el mas valiente, el mas osado, pues ese tenias que ser tú. Por supervivencia
naciste, a pesar de que quizás esa no era la intención.
Muy niño te enteraste que tu madre no es tu
madre, y digo mal, pues ella si que lo fue; mas no entendías porque era ella y
no la otra la que ocupaba su lugar. Pero eso no te afectó, al contrario te
fortaleció, pues si quien debía jugarse su vida por tu vida no lo hizo, tu te
jugarías la tuya por quien si lo estaba haciendo. Y así lo haz hecho siempre, y
no te han sobrado razones para pensar y actuar así. Tantas preguntas sin respuesta
no han distraído tu camino, entendiste que el pasado no es tu pasado, y te enfocaste
en construir tu futuro. Concluiste que no tienes porque entender lo que no
conoces, si es que hay algo que entender.
Muchas veces te habrás preguntado porque te
llamas Libardo. Fue en honor de tu tío, un hombre de avanzada que a pesar de la
época, fue el único en la familia que no me lapidó, y contra viento y marea me
apoyó: se peleó con tus abuelos, con el primo cura que tanto se escandalizó y en
general con la sociedad viperina de mi pueblo. “Ni se te ocurra siquiera pensar en la posibilidad
de…que te proponen”, me dijo solo una vez, y jamás se me ocurrió. No te
alcanzó a conocer. Tú abuela tenia todo arreglado para que nacieras donde
naciste, lejos de donde debiste haber nacido.
En el mundo existen ángeles vivientes como Luis
y María, usa humilde pareja que lo único que tenían para ofrecerte era su
inconmensurable capacidad de amar, y era justo eso lo que en ese momento
pedías, sin pedirlo. Por supuesto que no lo sabes, pero todos los días de mi
vida he rezado por ti y le he dado gracias a Dios por haberlos puesto a ellos
en tu camino.
En el partidor de la vida iniciaste en la peor
de las posiciones, pero eso no te ha amilanó. Batalla tras batalla, todas las
has ganado. No ha habido imponderable que no hayas podido vencer, gracias a tu
determinación. Paso a paso te convertiste en un destacado profesional y en un
exitoso empresario que apoya a la mujer cabeza de hogar, priorizando a las
madres solteras. Eres un campeón de la
vida, para orgullo de “ tus viejos “, de tu esposa e hijo.
Tu tio murió parcialmente informado de tus
logros. El sabía que estaba enterada de tu vida a través de la monja que contactó
a tus padres adoptivos, pero Sor Ana María me hizo jurar, que nunca me acercaría
a ustedes, ni revelaría a nadie tu ubicación, a riesgo de perder esa única
posibildad de contacto. Gracias a ella he conocido de cada uno de tus logros y
me he regocijado a solas con ellos.
La inmensa pena que te causó la muerte de
María, justo en el mes en que terminabas tu esforzada maestría, y con quien
querías muy especialmente compartir ese sueño, me dolió en el alma. Lloré en
silencio y sufrí en el alma por tu pena, pero como siempre afrontaste este
nuevo avatar y continuaste con tu camino triunfal por la vida. Eres ejemplo de
vida, y cómo quisiera poder decir con orgullo, que eres mi orgullo, pero no es
así, no merezco nada de ti, salvo que jamás se me ocurrió negarte el derecho a
la vida, y sé que lo agradeces.
Han pasado tres años desde la muerte de tu
madre, y he decido escribirte esta carta porque me acaban de diagnosticar un
cáncer terminal. Tal vez nunca llegará a tus manos, pero si por los azahares del
destino la llegas a leer, no quiero que veas en este escrito una justificación
a mi actuar, pues hoy, a mi edad y circunstancias, no justifico razón alguna
para que una madre abandone a su hijo. Este es el precio de mi cobardía, o
quizás las consecuencias de haberte tocado nacer en medio de una sociedad mojigata,
y retrograda.
No tienes razones para creerlo, pero te quiero
con el alma, y permuté mi felicidad por la tuya. A Dios gracias acerté.
La que no supo ser madre
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