Jhon Jairo Angarita
No sé el momento en que inicié. Si bien, no ha sido planeado solo sé que robé muchos
lapiceros, arrasé los de la oficina. Luego, sin piedad pasé tomando cuanto
objeto pude de la casa de mis amigos; no hubo vecino que no padeciera
mis rapaces apropiaciones no siempre de grandes botines, Hasta
el cartero que, después de hacer la entrega de correspondencia,
advirtió tarde y con dolor, la ausencia de su bicicleta.
Es difícil advertir la naturaleza
de tan singular pasatiempo. Luego de los lapiceros pasé a hurtar autos, joyas y
bancos. Fue una experiencia que me trajo alegrías y desdichas, pues como
una vez dijo Cabral, el Conquistador se vuelve esclavo de
lo conquistado.
Saciar mi apetito de cleptómano material era
imposible. Así que en adelante, robaría besos, miradas, cariños,
abrazos y amoríos extravagantes. Me saciaría de besos y
amores que no eran para mí, pero los robaría igual. Me di cuenta que,
debía tener algo más para estar completo, quizás no incompleto, porque el
problema de un cleptómano es su incompletud; su desidia por lo
propio, su afán por la victoria en la conquista de lo ajeno. Por
designio de la vida robaría corazones.
Busqué en bares nocturnos, parques, centros
deportivos, hasta en bibliotecas, pero no pude encontrar ninguno. Seguí
buscando entre amigos, compañeros, vecinos y desconocidos, pero nadie
dejaba desprovisto de seguridad su corazón. Algunos ya estaban comprometidos,
otros tenían el corazón roto y hubo quienes se encontraban muertos en vida.
Si a fuerza de hurto y rapiña no he logrado para mí un
corazón, por primera vez, me atreveré a conquistarlo en franca
lid ¡Sea quien sea! no me interesa el género o si es queer
o pansexual, me da igual.
Mi declaración tuvo por respuesta el encuentro de una gitana
de la que sentí enamorarme. Estuve tentado a robarle el corazón; sin embargo,
opté por conquistarlo sin ardid. Acudí, entonces al jefe de los
gitanos para solicitar un acercamiento, según las viejas enseñanzas.
Melquiades, hombre de barba extravagante y forrado en anillos y
escapularios, primero me despojó de mi dinero y luego me
rechazo. Solo te diré el nombre de quien pretendes y eso es todo lo que
obtendrás, pues su corazón nos pertenece. Su nombre es Jofranka, una doncella
de carne trémula y ojos saltones.
Acudí a sus hermanas para
siquiera tener su voz, y cuando estuve a punto de contar con su
consentimiento, ocurrió que, habiendo salido con sus dos
hermanas al río, un vendaval descolgó la montaña.
Los gitanos hicieron una septenia, siete
días de baile y bebida, en la que cantaban por la memoria de
Jofranka, bebían un extraño fermento espeso de color obscuro,
solo admisible para el clan. No sé de donde tomé fuerza y me aventuré
a recobrar el corazón de mi amada, sería mío a como diera lugar.
Al octavo día del entierro me
introduje en el improvisado cementerio, cavé para sacar el cuerpo de
Jofranka, al encontrarlo, introduje mi mano en su tórax buscando mi
tesoro. No lo hallaba, introduje la otra mano, su interior parecía una
caverna extensa e insondable; con esfuerzo encontré un espacio
vacío en su pecho.
Advertí que había perdido su
corazón, durante siete días ellos se bebieron a Jofranka.
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