Eduardo Toro
La línea argumental de casi todas las letras de la canción
porteña se queda estancada en el susurro de una pena. En esa misma línea se
trenzan la nostalgia, el humo y el alcohol. Se vuelve lamento cuando emerge
desde lo más íntimo del corazón, envuelto en compases hondos y sonoros.
Primero, lloró la Pampa en las cuerdas de los guitarrones;
después llegaron los fuelles forasteros para llenar la vida de compases
nostálgicos y amargos. Sí, toda la vida de emigrantes sin bandera. Desde
entonces llora y solloza Buenos Aires, al escuchar el rezongo amargo de los
bandoneones.
Los cafetines, los faroles. los conventillos y la costanera
fueron devastados por un huracán de poesía, de alta poesía, y fue el
extraordinario poeta del arrabal Pascual Contursi (1888-1932), quien acunó,
en 1915, el inigualable poema Mi Noche Triste, para que dos años
después Samuel Castriota aportara la música y fuera Carlos Gardel quien
lo llevara al acetato por primera vez. En la voz del Morocho, el tango habló y
le puso alas para que volara alto, en vuelo sostenido, por más de un siglo de acentos
nostálgicos y libres. Libres sí, porque los acentos del tango no conocen
fronteras de raza ni de lenguas. El lunfardo, jerga pegajosa que nació en el
arrabal, se apoderó del tango, se metió en cada verso para tomar posesión total
de la poesía. La alta poesía barriobajera inició su peregrinaje por el mundo, prestándole su voz de alondra peregrina a una música doliente que nos inunda el
alma de nostalgia y pena.
Pese a la herrumbre del tiempo, los poetas del tango, que
en gavillas frecuentaban los cafetines, en busca de inspiraciones milongueras,
dieron vida a mujeres envainadas en percales, casi todas marcadas en la cara
con una cicatriz. Ellas no tenían dueño, porque eran de todos y sus nombres se
quedaron en el corazón de todos como heroínas del arrabal. Malena, La rubia
Mirella, La Paica Rita, Rosa la Milonguita y Margot, entre muchas otras. En
frases metafóricas se escudaron para nombrar, sin pronunciar su nombre, a la
que murió en Paris, contemplando un ramillete de camelias ya marchitas.
El tango se baila o más bien se disputa entre pasos heroicos,
masculinos y recios. En un principio se danzaba solo entre hombres; el tango
era de machos; de acróbatas engominados; llevaban saco cruzado y sombrero
ladeado. Caminaban por La Calle Corrientes como repasando el entrabado de los
treinta y tres pasos que, en riguroso orden, habían registrado ante notario.
Después cedieron a la extravagante costumbre de bailar entre machos y consintieron
ante el encanto de las pebetas de arrabal enfundadas en percales lustrosos y
raídos, pero aportaron al baile el encanto del coqueteo femenino. Al mundo
le falta un tornillo/! que venga un mecánico! pa.ver si lo puede arreglar.
Así fue la súplica de Enrique Cadecamo, musicalizada por José María
Aguilar.
Filosofar sobre los misterios ocultos de la vida nos trae de
vuelta al tango. El sonsonete grato que acelera los latidos del alma, nos ubica
en los primeros años de la primera mitad del siglo del tango. Cuando retumbaban
los cañones en los campos de la primera guerra mundial, Buenos Aires bailaba en
los cafetines y soñaba los sueños de Gardel. El cabaret y el cafetín eran
centros de formación de suicidas y feminicidas que encontraban instrucciones precisas
en los versos de un tango: /Mirá si no es pa” suicidarse/Que por ese
cachivache/sea lo soy/ o estos versos que comprometen el alma y todos los sentidos:
/yo no supe compañero/como pude contenerme/y ay no más no la maté/
En el siglo del tango, sobre todo en su primera mitad,
abundaron los poetas del tango y llenaron el cancionero tanguero de obras que
inmortalizaron interpretes tan maravillosos como el mismo Gardel. Entre tantos,
se recuerda a Edmundo Rivero, Julio Sossa, Agustín Magaldi, Roberto Goyeneche,
a los que se incorpora la presencia de la mujer en el tango: Tita Merelo,
Libertad Lamarque y Susana Rinaldi. En la segunda mitad del siglo dorado del
tango solo aparece, por allá en los años setenta, Eladia Blázquez, quien se
empodera del tango y grita: aquí está el tango todavía, escuchen mis poemas y
mi música. Yo soy la última canción que tiene el corazón mirando al sur. Los
continuadores del tango son pocos, no tienen ese tufillo lunfardo y compadrón
de otrora, pero el tango vive como un viejo recuerdo, vive pegado al corazón,
vive untado de arrabal, vive para poder repetir, desde la ausencia: la culpa
fue de aquel maldito tango.
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