Déjame hacerte una pregunta. ¿Crees que aún vivo de las apariencias y del que dirán? Pues no. ¿Por qué abres los ojos de esa manera? ¿Te molesta la luz? Espera bajo la persiana y te cuento ¿Así está bien? ¿Que por qué te lo quiero contar? Pues para que no cometas los mismos errores.
Alexandra Correa
Recuerdo que siendo pequeña tocaba ponerme la
ropa que iban dejando mis hermanas mayores. A medida que fuimos creciendo, una
de ellas consiguió un novio rico que le daba gusto, le compraba ropa
y zapatos. Su dormitorio lo dejaba con llave todos los días, después de muchos
intentos yo lograba abrir la chapa con un cuchillo. ¡Sí, de verdad, no te
rías, es en serio! En plena adolescencia tenía salidas los sábados con
amigos y no me imaginaba siempre con la misma ropa un poco pasada de moda. Le
sacaba desde los zapatos hasta sus interiores. ¿Qué si mi hermana me descubría?
No para nada. Yo era muy cautelosa y además ella no permanecía en casa los
fines de semana. Bueno, no te me asombres, todos pasamos por una situación
similar cuando queremos aparentar ¿No te parece?
Fíjate, me faltaba un par de años para terminar bachillerato, mi papá me pagaba el transporte del colegio y por ahorrar me regresaba en bus urbano, dizque para comprarme algo de ropa. Y es que no sé si te acuerdas, por estar haciendo esa pilatuna me pasaron dos sucesos feos. Una fue cuando un hombre en bicicleta me tocó las nalgas ¿te conté, cierto? Si, si, casi sales a contarle a mamá. Otro cuando venía llegando a casa una noche, sentí que alguien me seguía de cerca, giré la cabeza, era un tipo alto y moreno. Timbré en la primera casa que encontré, ni te imaginás, el corazón me latía desbocado.