Jesús Rico Velasco
Era el segundo domingo del mes de agosto de 1950, tres jinetes salieron de
Timba hacia el norte siguiendo el camino al borde de la línea del ferrocarril hasta
llegar al paradero 14 antes de desviarse a territorios de la cordillera
occidental. Por el callejón hacia la finca de la Ferreira, de propiedad del
difunto Pablo, se llegaba al borde de las quebradas de Caparrosa, al comienzo de
la subida hacia la Liberia, en la cima de la cordillera. Los cabalgantes eran
Carlos y dos de sus guardaespaldas que iban a negociar tierras y completar negocios
de minería de carbón.
Carlos no pudo ser incriminado en la muerte de Don
Pablo que ocurrió en marzo de 1948
antes de los acontecimientos del 9 de abril cuando el líder liberal candidato
a la presidencia Jorge Eliecer
Gaitán fue asesinado en las
cercanías a la plaza de Bolívar en Bogotá. El “Bogotazo” produjo una gran agitación violenta
que conmocionó a todo el territorio y
prendió los ánimos partidistas en
las ciudades y en las áreas rurales del
país.
Carlos tenía un granero miscelánea en una esquina
frente al parque que lo separaba de la Estación
del Ferrocarril. Al medio día los fines
de semana llegaba el tren proveniente de la ciudad de Cali. Una locomotora brava echaba humo y vapor
caliente al aire mientras comenzaba un
alboroto inusitado entre los viajeros que venían a Timba y los que continuaban
hacia las próximas paradas en Morales y la final en
la ciudad de Popayán . Los vendedores con
sus bateas, bandejas, y canastos de todo tipo ofrecían empandas calientes ,
tamales , buñuelos, pandebono, pandeyuca, dulces de manjar blanco, y
blanqueado. Frutas frescas de la región, bananos, piña en rodajas, y pomas
rosas que estaban en plena producción.
El inspector del tren se paraba en una
de las puertas del coche de primera clase y prácticamente los empujaba para que
ofrecieran los productos a los pasajeros
a través de las ventanillas .
Timba era un pueblo de cuatro manzanas y una plaza
central abierta utilizada los fines de semana por campesinos, negros mineros , indígenas provenientes de varios pueblos, y
paisas, mas uno que otro pastuso o nariñense. Cada uno con sus vestimentas y hablados que le daban un sabor muy propio al ambiente.
La plaza se dividía en espacios
acostumbrados para la venta de carnes de
varios tipos, ganado vacuno, cerdos, pollos y gallinas. Un
espacio para la venta de telas y
misceláneos, espejos, vasos de cristal, vajillas, molinos corona para la
cocina. Una parte para legumbres, vegetales, yuca, plátanos, y una gran
variedad de frutas. El mercado era abundante, con recorrido alegre de los
compradores pidiendo rebaja, y de pronto una buena ñapa en una compra importante.
En las cantinas la música sonaba a puertas
abiertas y un algarabío se mezclaba en
el aire que se calentaba con el ir y
venir de la gente. En el granero de Carlos despues de pasar el tren y mientras
las horas iban cediendo la bulla
aumentaba , las botellas de cerveza en las mesas iban sumando la cuenta. Era un sábado del mes de marzo de 1948,
ese día en medio de los asistentes se oyeron gritos de “hijodeputa”, se prendió la bronca por las
discusiones acaloradas de la política
partidista liberales y conservadores
mezclados. Una tarde que ponía las horas calientes hacia el atardecer cuando de
repente Carlos alzo la voz , y grito:
« Hijodeputa comunistas, rojos gaitanísta, les
vamos a quemar el culo para que no se
puedan volver a sentar.»
Pablo que estaba en una de las mesas repletas de
cerveza en compañía de su fiel ayudante Carabalí Guerrero, negro de la vieja guardia que lo vigilaba,
trató de calmar los a ánimos entre los asistentes. Se levantó, tiró el asiento contra el mostrador empujó a Carlos
desafiante y trató de desenvainar la peinilla que tenía atravesada en la espalda y
grito,
«Godos hijodeputa, los vamos a desaparecer de Timba. Soy liberal gaitanísta, puto,
liberal y macho. Paisa de titiribí Antioquia
donde nacen muchos y se creían poquitos.»
Empujó a Carlos que no se aguantó. Saltó por
encima del mostrador , abrió un cajón y
sacó un revolver, sin pensar disparo
varios tiros sobre la persona de Pablo
que recibió un disparo en la parte izquierda del hombro y se dejó caer contra
el suelo. Carlos salió del granero corriendo, doblo la esquina y desapareció entre
la gente que a esa hora iban terminando el mercado. No se supo que pasó, como
fue y las razones para que todo
ocurriera .
El resultado inmediato de los acontecimientos se
sintió a la semana siguiente cuando no hubo actividad de pago que ocurría los
fines de semana. Se quedaron sin trabajo un centenar de mineros que laboraban
en las vetas del “Cable” en la parte
alta de la Ferreira y en las minas del Palmar en la otra orilla del rio Timba de
propiedad de Don Pablo. Nadie llegó de
Cali con los salarios, no había nómina para cumplir, los herederos eran menores
de edad, no había nadie para responder por la finca, las minas, y los
trabajadores. Todo quedo abandonado por años, el silencio cubrió las lomas, los
mineros se fueron disipando en el rebusque con la ayuda solidaria de algunos de
los agricultores de la Liberia y de otras familias dispersas que manejaban su dolor en medio de
la pobreza. No se volvieron a oír los gritos de los arrieros empujando las
bestias por los caminos.
Un domingo de verano en las horas de la mañana en
el mes de agosto de 1950, iban tres
jinetes con sombreros de ala ancha para
disminuir el calor que empieza azotar temprano en el verano timbeño. Montaban
en tres mulas briosas y con pañuelos alegres en sus cuellos y ruanas
campesinas de tela de rayas a colores
que caían hasta el borde de sus zamarros cubriendo gran parte de sus cuerpos.
En las tres mulas habían al final de la montura sus correspondientes alforjas con los comisos para el viaje y algunas
pertenencias. Llegaron a la quebrada de caparrosa que indica el paso del comienzo
de la subida.
Carlos les hizo señas a sus guardaespaldas antes
de comenzar a subir la loma y les dijo,
« Ojo vivo hay que estar atentos, vamos a comenzar
a subir el camino empinado y culebrero. Hay barrancos bruscos de profundidad
por encima de un metro en donde solamente se miran los cabalgantes y un poco
las bestias. »
Hicieron una fila india con Carlos a la cabeza, Joaquín de segundo y al final José
un negrero guerrero conocido en la
región por la gran cantidad de crímenes cometidos, asesinatos, violaciones,
robos y muchas peleas en casi todos los pueblos y veredas de la región de
Timba. Por su reconocimiento de fuerza y verraquera era el ultimo guardaespaldas. Las espuelas calzadas en las botas de los cabalgantes rechinaban
en el cuerpo sudoroso y ensangrentado de las mulas que empujaban loma arriba. Los
zanjones formados por las lluvias en los inviernos estrechan los pasos de las bestias y presionan los
muslos de los cabalgantes haciendo sonar sus zamarros contra la tierra.
En la cima de la colina entre arbustos, chamizas y cactus largos se encontraban escondidos un
grupo de mineros con sombreros oscuros y
pañoletas rojas que cubrían sus caras. Se oyeron disparos de escopeta, tiros de
revolver y el tintinear de machetes en
el aire. El primero en caer fue Carlos con disparos por todas partes que provenían del entorno semi boscoso, su cuerpo rodó loma abajo por unos diez metros completamente despedazado y seguido de
una masa de carne de su mula que daba vueltas y lanzaba algunos gemidos espantosos antes
de morir al lado de su jefe. Los dos capataces, Joaquín y José quedaron atrapados en el zanjón que los cubría con sus mulas muertas. Los
asaltantes con rapidez saquearon las pertenencias y se llevaron las alforjas de cada una de las mulas. En tiempo
de diez minutos el silencio cubrió el
ambiente y desaparecieron para siempre.
Varios años después de esos episodios del verano de 1950 no se volvieron a presentar
masacres, ni asesinatos , ni persecuciones.
Aparecieron tres cruces a la vera del camino en el sitio en donde ocurrieron los
hechos en honor a Carlos, Joaquín y
José.
¡ En algunos fiestas patrias que ocurren en el pueblo se recuerdan sin
nombres a los inocentes rebeldes mineros
de Timba !
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