“No han visto las estrellas,
ni una sola, ni una
de todas las criaturas de este mundo
desde que la arenas rozaron el viento por primera
vez.
Ni una sola, ni una,
ni una bestia de entre todas las bestias que se ha
parado
en el prado o la llanura o la colina
Y ha conocido la emoción de mirar esos fuegos;
nuestras almas admiran lo que ellas, ¡oh ellas!
Jamás han conocido.
Durante cinco mil millones de años han salido volando
girando alrededor de las esferas
pero ni una sola vez en todos esos años
un, león, un perro o un pájaro que atraviesa el
aire
ha mirado hacia allí, ¡ah, Dios! A las estrellas;
¡oh mira, mira allí!”
R. Bradbury
Alexandra Correa
“Tienes los parpados caídos, opérate”, dijo mamá.
De manera rápida escondo una lágrima, inútilmente trato de explicarle que soy feliz así y no deseo cambiar mi fisionomía, es insistente y para todo tiene una respuesta, dejo que hable sola porque lo último que deseo es sumergirme en una discusión. Le doy un beso en la frente y me despido.
Miro los ojos en el retrovisor, me causa tristeza saber que no está conforme a lo que soy ¿Por qué querría cambiármelos?
Mi hermana me dice “Te vi en la foto de tu cumpleaños, luces una mirada cansada, los ojos los tienes muy pequeños, es mejor que te operes”. ¿Qué más puedo esperar? En casa todos se han operado. El rasgo característico de la familia se perdió, sus miradas cambiaron, se ven un poco intrigantes. “Los ojos son el espejo del alma” y la verdad, yo quiero reflejar al mundo mi verdadera esencia. Me pregunto ¿Si hubieran nacido en China estarían igual de obsesionados con el tema?
Desempolvé una filmación antigua, mis hijas bailaban y cantaban a todo pulmón, tenían escasos doce, siete y cuatro años, me sorprendió lo desinhibidas y despreocupadas, sin filtros ni premeditaciones, los dientes torcidos, el cabello despeinado y sus barriguitas prominentes.
¿En qué momento de la vida la sociedad empieza a forzarnos los estándares de belleza y perdemos nuestra originalidad?
Las palabras llegan como susurros y en ocasiones toman las riendas de mi vida. En los viajes no quiero posar para las fotos. El esfuerzo en agrandar los ojos hace que el retrato salga fingido y con cara de susto. Con el tiempo decido fotografiar lugares.
El complejo que tenía acabó una noche, acostada en el césped observé detenidamente el firmamento lleno de estrellas, había magia. La belleza y energía emanaban del cielo. ¿En qué mundo andaba y por qué no lo había visto antes? A partir de entonces decidí lo que permitiría dejar entrar por mis ojos, alejándome de las críticas y juicios. La felicidad estaría siempre allí, en el fondo de las entrañas para cuando la necesitara. De nada servirían operaciones, aunque los ojos fueran cuadrados, nunca encontraré sentido a la vida si no observo más allá de mi nariz.
Hoy rumbo al trabajo voy con un compañero, visualizo el cielo despejado. En el horizonte la luna y en el otro extremo el sol destellante. Detengo la conversación y le digo ¡mira, la luna! ¡Qué imponente, para todo aquel que se quiera deleitar! él responde ¡ajá! como quien no ha visto nada.
Concluí que la mayoría de las personas se enfocan en reparar al prójimo y cuando miran el cielo es para implorar perdón, suplicar o pedir con devoción, esperando que un eco les responda, ignorando la verdadera presencia.
Allí donde nadie mira es donde está la verdadera magia, que bueno es tener estos ojos, así los tenga achinados.
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