Jesús Rico
Velasco
La cabalgata debía salir de la plaza
central de Yumbo a las diez de la mañana para tomarse el parque del corregimiento de Mulaló hacia las horas
del medio día. Montaba a Pintura, una
hermosa yegua azabache de paso, regalo de uno de mis alumnos, el
médico Edgar León Uribe del posgrado de
administración en la Escuela de Salud
publica de la Universidad del Valle. Los jinetes hombres risueños y tomadores de trago
habían empezado a beber aguardiente
desde temprano, su alboroto fue
silenciado por la aparición casi celestial del general Simón Bolívar, montado en un magnífico caballo de musculatura definida, pelaje níveo
y lustroso llamado Palomo, famoso por ser usado en las
incontables travesías del Libertador.
«¡Viva mi general
Bolívar, viva el libertador! ». Gritaron en una sola voz todos los
caballistas.
En medio de la
multitud empujé los pasos de
Pintura para acercarme a la figura del
gran actor. Era Pedro Montoya
personificando con talante y garbo al mismo Simón Bolívar montado en su caballo
blanco. Lo saludé con mucho entusiasmo y le dije, « Feliz de
saludarlo mi General, estamos muy
contentos de tenerlo en los territorios
por donde pasó el Libertador en los tiempos de la Independencia.»
Con un sombrero en la mano, alzó el brazo en señal de
saludo. La cabalgata salió de Yumbo
el ambiente festivo alimentado por la presencia del Libertador avivaba
las ganas de beber cada vez más aguardiente como si de agua se tratara. Llegando a la entrada de la Hacienda Bermejal
la borrachera hizo que mi cuerpo tambaleante se deslizara por unos de los
costados de la yegua y fuera a dar al piso
como un bulto de papa sobre el camino de tierra. Por fortuna en un grupo de trabajadores curiosos estaba el mayordomo de la finca quien al verme
corrió a ayudarme, me alzó como pudo mientras le decía a sus
amigos,
«Tranquilos,
tranquilos yo me encargo del borracho y
de la bestia. Él es el hermano de la
patrona. Van mas tarde para Mulaló al homenaje del libertador.»
La ceremonia
estaba a punto de comenzar. El alcalde de Yumbo, funcionarios del gobierno y la gobernadora
ocuparon sus asientos en la mesa principal
junto al General Bolívar, mi
hermana anfitriona ubicada en la mesa principal me llamó para presentarme. Dijo,
«Este es mi
hermano, profesor de la universidad del Valle. »
Sin
detenerme a saludar a nadie más con gran alborozo fui directo a saludar al
Libertador. Su traje de militar y su figura hacían que cualquiera juraría que estaba frente a Simón Bolívar. Las facciones de su rostro:
frente prominente con profundas entradas
a ambos lados de la cabeza, ojos oscuros y nariz fina; su pelo suelto, y la tez un poco asoleada, contrastaban de manera elocuente con sus
manos delgadas y huesudas lejos de mostrar
una imagen guerrera. Miraba como si realmente fuera el Libertador, actuaba con poder frente
a las personas que estábamos en la ceremonia, su voz profunda y modulada construida
para el personaje convencía cada vez
más que el héroe central de la emancipación Simón Bolívar estaba con
nosotros.
Cuenta la
historia que al amanecer del 24 de diciembre de 1821 llegó el libertador a
la hacienda de Don José Maria Cuero y Caycedo
en Mulaló primo hermano de Don Joaquín de Caycedo y Cuero dueño de la hacienda
conocida como Cañásgordas residencia
campestre del Alférez Real,
al sur de la ciudad de Santiago
de Cali. El libertador preocupado por el cumplimiento de la Ley de libertad de
vientres que determinaba la protección de los embarazos en gestación y los recién nacidos de los
esclavos para quedar en libertad,
deseaba el testimonio de Don José María sobre el cumplimiento de la ley. Ese
día salieron de Puerto Isaac a caballo
el General Bolívar montado en su caballo blanco y Don José María en su mula
Barcina. Se dice que la mula fue donada
al Libertador porque su caballo Palomo se notaba cansado. El caballo
murió un año despues y fue enterrado en los los jardines de la capilla. En su memoria existe
una placa colocada en la pared conmemorativa que dice,
“Tumba de Palomo
el caballo blanco de Bolívar. Descanse en paz su mas noble y fiel amigo, honor
y gloria a su recuerdo. Murió en Mulaló el 17 de diciembre de 1840”.
Un recibimiento
en la casa grande y esbelta de color blanco con dos pisos,
andenes y amplios corredores en piedra caliza extraídos en las
canteras, puertas de madera que se abrían hacia los corredores con
escudos del linaje familiar labrados.
Un salón principal majestuoso con una amplia mesa de comedor con
lindos manteles blancos y adornos en
rojo carmesí sobre la que reposaba un
banquete exquisito en honor a su excelencia el Libertador, título otorgado por
el Congreso de la República. Los asientos principales que bordeaban la mesa
eran de espalda alta grabadas en cuero
con los escudos reales que distinguían a la familia. Una celebración con altura
de realeza y demostración de riqueza de
un hombre adinerado gracias a la
explotación ganadera y actividad comercial de compra y venta de esclavos.
La celebración de las fiestas navideñas contó
con músicos, sonido de panderetas y tambores acompañando las presentaciones de bailes
como currulaos de la cultura negra de las jóvenes esclavas más lindas. Entre las que
sobresalía por su belleza y sensualidad, Ana Cleofe Cuero de unos 20
años hija de Domingo Lucumí y Josefa Matuto esclavos muy queridos por los Caycedo
y Cuero que ayudaban en los servicios
domésticos.
La pieza de
huéspedes y acompañantes estaban en el primer piso en el ala derecha de la
casa que conducía a unas escaleras de tres pasos con vecindad
hacia la capilla. En la capilla
considerada lugar de encuentro se
celebraba la misa los domingos con asistencia de los miembros de la familia
Caicedo y Cuero que ocupaban la parte delantera próxima al altar mayor,
al igual que la participación de la servidumbre
y esclavos que vivían en pequeñas cabañas de techo de
paja próximas a la casa principal.
La cena fue excepcional un brindis champeñero en honor a su
excelencia el libertador, quien alzó la
copa y brindo por todos los presentes complacido por el cumplimiento de las leyes de la república.
La noche fue alegrada por el baile y
algunos discursos . Ana Cleofe se
encargó voluntariamente de alegrarle la noche
al oído a tan célebre visitante quien la esperó en su alcoba muy avanzada
la festividad. La leyenda cuenta que de esa corta, apasionada e
inesperada noche nació una niña bautizada por el Libertador en la navidad del
año 1829 cuando pasó en su viaje de
salida al mar para embarcarse hacia
Europa. El libertador quiso que llevara el nombre de Manuela Josefa.
Se le veía
cabizbajo, la tos y el ahogo dejaban
vislumbrar problemas respiratorios. Razón por la que disfrutaba del ambiente placentero de Mulaló con
un aire mañanero fresco y cielos limpios de color azul claro, una temperatura cálida en las horas de la
mañana, caliente hacia el medio día,
para ir refrescando hacia la tarde.
Agradables vientos marinos soplan desde
la cordillera occidental, entran por el
cañón del Dagua, llegan a La cumbre y descienden por las pendientes marcadas por la quebrada
de Mulaló. El libertador disfrutaba de esas tardes mágicas mulaleñas
recorriendo los potreros con don Don José María acompañado de su edecán mirando
la extensa ganadería y las huertas de pan coger hacia las riveras del río
cauca.
Ese día el actor Pedro Montoya con una voz perfectamente modulada y ordenamiento discursivo se paró frente a
la Gobernadora, el señor alcalde de Yumbo y demás asistentes, tomó una
copa en su mano y comenzó a decir ,
«Colombianos: Me obligo a obedecer estrictamente vuestros
legítimos deseos: protegeré vuestra sagrada religión, como la fe de todos los
colombianos y el código de los buenos; mandaré haceros justicia por ser la
primera ley de la naturaleza y la garantía universal de los ciudadanos; será la
economía de la rentas nacionales el
cuidado preferente a vuestros servidores ; nos esmeraremos por desempeñar las
obligaciones de Colombia con el extranjero generoso. Yo en fin, no tendré la
autoridad suprema, sino hasta el día en que mandéis devolverla; y si antes no
disponéis otra cosa, convocaré de un año la representación nacional.
Colombianos: No os diré nada de libertad , porque si cumplo mis promesas seréis más que libres, seréis respetados:
además, bajo la dictadura, ¿quién puede hablar de libertad? ¡Compadezcámonos mutuamente, del pueblo que
obedece, y del hombre que manda solo! »
La verdad su intervención fue espectacular aplausos y las voces de aprobación de los
asistentes hacían aun más estremecedora la escena. Hacia las cinco de la tarde mis sobrinos
entusiasmados me pidieron que
invitara al Libertador a pasar un rato
en la finca Bermejal. El aceptó
gustoso. Una fiesta improvisada con
música y trago acompañada de un
suculento asado. En la mitad de la
noche embriagados de licor y hartos de las
historias de Pedro sobre su actuación en la tele novela “Simón Bolívar:
el hombre de las dificultades” emitida
por los canales de la televisión,
escrita por Eduardo Lemaitre con la producción de Promec TV y dirigida
por Jorge Ali Triana en 1980 con más de
60 capítulos. Vimos como un vehículo
recogía a Pedro, al Libertador para llevarlo de regreso a su realidad.
Pedro
Montoya sufrió mucho por las
dificultades en sus tratamientos psicológicos para superar el
delirio que le produjo haber encarnado
al Libertador. Fue encontrado muerto en su apartamento de Bogotá el 30
de agosto del año 2004. Había nacido en 1948 en Belén de Umbría y tenía 57 años de edad.
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